sábado, 25 de diciembre de 2021

Gorbachov denuncia la "arrogancia" de Washington


Mijaíl Gorbachov, el nonagenario dirigente soviético acusado por los medios de comunicación británicos de haber perdido un imperio en unas Navidades, volvió a la palestra esta semana, escasas horas después de la celebración de la explosiva rueda de prensa anual del actual líder del Kremlin, Vladimir Putin, quien acusó a los Estados Unidos y la OTAN de haber engañado miserablemente a Rusia en las últimas décadas.

A primera vista, el resurgir de Gorbachov parecía fortuito. En su caso, se trataba de rememorar el 30 aniversario de la desaparición de la Unión Soviética, el gigante que se desmontó de un plumazo en diciembre de 1991, cuando los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia firmaron el acta de defunción de la URSS. Se trataba, según Gorbachov, del lógico final de la Guerra Fría.

Treinta años después, el último líder del imperio soviético entona la mea culpa. Sí, Occidente lo había engañado. Su interlocutor predilecto, Ronald Reagan, le había advertido en reiteradas ocasiones: Fíate de mi palabra, pero comprueba los hechos… Pero Gorbachov se limitó a fiarse de las palabras de sus interlocutores estadounidenses. Al igual que su sucesor, Boris Yeltsin, controvertido personaje que acabó desmantelando el sistema comunista antes de… darse de baja del Partido. Un confuso legado para su heredero, el crédulo Vladimir Putin.

Para el actual inquilino del Kremlin, el colapso de la URSS fue el mayor desastre geopolítico del siglo XX. Una decisión que Putin, al igual que los ultranacionalistas de Vladimir Jhirinovsky, considera un punto de inflexión para el declive de Rusia.

Para Gorbachov, el desmembramiento de la Unión Soviética alimentó la arrogancia de los Estados Unidos, facilitando la expansión de la Alianza Atlántica hacia el Este. Los Estados Unidos adoptaron una postura triunfalista, considerando que fueron ellos los vencedores de la Guerra Fría. Olvidan que la confrontación y la carrera nuclear quedaron superadas gracias al esfuerzo conjunto de Moscú y Washington, añade.

El último presidente de la Unión Soviética confía en que las negociaciones de seguridad ruso-norteamericanas, solicitadas por el equipo de Putin, finalizarán con resultados positivos. Entre las demandas presentadas por el Kremlin figuran la congelación de las candidaturas a la OTAN de dos países limítrofes – Ucrania y Georgia – así como el compromiso formal de Occidente de no abrir nuevas bases militares en el territorio de Estados pertenecientes a la antigua URSS.  

La tardía reacción de Mijaíl Gorbachov coincide, pues, con el aniversario del colapso de la Unión Soviética. Una fecha en la cual muchos ciudadanos de la Federación Rusa añoran los buenos viejos tiempos del autocrático régimen de los gulags. No, desengañemos; los nostálgicos de la URSS prefieren centrarse en la grandeza de la fenecida segunda potencia mundial, pasando un tupido velo sobre los aspectos sombríos del régimen de los soviets.

¿El pasado? Recuerdo aquel día de noviembre de 1985, cuando el entonces primer secretario del PCUS nos invitó a la inexpugnable sede ginebrina de la Unión Soviética ante la ONU para hablarnos de los importantes cambios que se avecinaban. Fue un discurso sorprendente.

Al abandonar el recinto de la misión diplomática, escuché el comentario de dos agentes de seguridad – probablemente miembros de la KGB – que no daban crédito a sus oídos: Pero, ¿qué está haciendo este hombre?

¿De verdad confió en la buena fe de sus interlocutores, Mijaíl Sergueievich? ¿De verdad, camarada Gorbachov?  

Confieso que los periodistas somos algo más incrédulos.  


domingo, 19 de diciembre de 2021

Europa: entre las fábulas de La Fontaine y la abstrusa jerga de la OTAN

 


El convulso panorama internacional, el cruce de acusaciones entre los líderes de las superpotencias, las tensiones fronterizas y las amenazas de conflictos bélicos, sean estas ficticias o reales, me han remitido, forzosamente, a las obras de los moralistas franceses de los siglos XVII y XVIII y, concretamente, a las fabulas de Jean de La Fontaine, quien resumiría metafóricamente el conflicto entre Washington y Moscú de la siguiente manera:

Acercose el zorro de Delaware a la cueva del oso siberiano. Hallándose en el umbral de la osera, divisó la enorme pata del plantígrado, visiblemente molesto por la intromisión del indeseado visitante.

¿Qué hacéis en mi osera?, inquirió el gigante siberiano. 

¡No se le ocurra agredirme! repuso el embaucador legado de la otra extremidad del Planeta. No me agreda, qué llamo a…

¿Quería decir… la OTAN? Sí, en realidad, es lo que dijo.

Este imaginario dialogo tuvo lugar en las orillas del Gran Lago Turco, es decir, del Mar Negro, un territorio que el zorro de Delaware, el león británico y el quiquiriquí galo pretenden conquistar, recurriendo a la vieja y muy manida política de la cañonera. Los tiempos han cambiado; las mentalidades…

Pero volvamos a nuestra época. Traducida al lenguaje periodístico anglosajón, la fabula de La Fontaine se resumiría a la escueta frase: ¿Ucrania? Kiev perdió el tren hacia Occidente; hoy exige desesperadamente que le presten un paraguas.

Ucrania es, en realidad, escenario y protagonista de la crisis que enfrenta a las dos superpotencias. Una crisis que genera inquietud, debido a las amenazas proferidas últimamente por los inquilinos del Kremlin y de la Casa Blanca, que tienen sobradas razones para pensar que son los únicos detentores de la verdad absoluta. Pero en este conflicto prefabricado hay un sinfín de luces y sombras. Quizás más sobras que luces.

La supuesta confusión viene de lejos.  En la primavera de 1990, escasos meses después de la caída del Muro de Berlín, el entonces líder de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, advirtió a su homólogo estadounidense, George W. Bush, que Moscú jamás tolerará asignar a la Alianza Atlántica un papel determinante en la edificación de la nueva Europa. Gorbachov, que contemplaba el desmantelamiento del Pacto de Varsovia, equivalencia moscovita de la OTAN, tildó el sistema de defensa occidental de símbolo de un peligroso pasado.

La Historia nos dirá si el adalid de la glasnost se equivocó o… se dejó engañar. Lo cierto es que los sucesivos presidentes norteamericanos no dudaron en llevar a cabo políticas encaminadas a integrar a los antiguos integrantes del Pacto de Varsovia en miembros de pleno derecho de la OTAN. Pese al peligro inminente para su seguridad, Rusia no adoptó una postura firme a la hora de frenar la adhesión de sus antiguos aliados en la estructura militar de Occidente. Sin embargo, la estrategia de Washington y Bruselas parecía transparente. A los candidatos a la adhesión al club de Bruselas, se les instaba a… solicitar el ingreso en la OTAN. La llamada Asociación por la paz de Bill Clinton facilitó en ingreso en la Alianza de varios países de Europa Central y Oriental.

En 2002, durante la primera cumbre de la OTAN celebrada en Praga, la consejera de Seguridad Nacional de la Administración Bush, Condoleezza Rice, hizo hincapié en la expansión de la Alianza a regiones a las que nadie pensó que podría alcanzar. Dos años después, se integraron al bloque Lituania, Letonia, Estonia, Eslovenia, Eslovaquia, Rumanía, y Bulgaria.

Pero aún faltaban piezas en el tablero de los estrategas de Occidente. Se trataba concretamente de los países limítrofes de la Federación rusa: Ucrania, Georgia y la República Moldova, cuyas candidaturas tropezaron con el niet rotundo del Kremlin, preocupado por el imparable avance de la Alianza Atlántica hacia sus confines. ¿Una reacción tardía? Moscú decidió mover ficha en 2014, procediendo a la anexión (o reconquista, según se mire) de Crimea y el inicio de una guerra hibrida en la frontera con Ucrania.

Razones no le faltaban: los sucesivos Gobiernos de Kiev habían intentado un aventurado acercamiento a Occidente apostando ora por sus vínculos históricos con Alemania ora por la ingenuidad del establishment político de Washington. En ambos casos, los intentos fracasaron.

Tras la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, las relaciones entre Washington y Moscú experimentaron un notable deterioro. A la habitual postura intransigente del exvicepresidente de Barack Obama para con Rusia, se sumaron una serie de consideraciones de índole personal que influyen en la actuación del inquilino de la Casa Blanca.

A mediados de noviembre, Vladimir Putin solicitó a Occidente garantías de seguridad debido a las maniobras de la OTAN llevadas a cabo en las inmediaciones de sus fronteras y a la venta de material bélico estadounidense al Gobierno de Kiev. Paralelamente, Moscú incrementó su presencia militar en la frontera con Ucrania, provocando la ira de la Casa Blanca y la OTAN, que no dudó en enviar sus cañoneras, perdón, destructores, al Mar Negro.

En inquilino del Kremlin volvió a insistir sobre la necesidad de contar con garantías de seguridad por parte del conjunto de países occidentales. Esta vez, Rusia advertía: en el caso de no recibir dichas garantías, la respuesta de Moscú sería militar o técnico-militar. Ante la amenaza, Estados Unidos y la Unión Europea se limitaron a anunciar nuevas sanciones contra Moscú, sumando la amenaza: Rusia pagará muy caro una posible agresión contra Ucrania.

Los politólogos rusos tratan de quitar hierro al asunto, asegurando que el Kremlin no tiene intención alguna de desencadenar un conflicto global. Moscú baraja otras opciones, como por ejemplo el incremento de la presencia militar en Bielorrusia, el despliegue de tropas y armas de la última generación en la región de Kaliningrado, enclave ruso en el Mar Báltico, convertido en base de supersofisticados misiles, una guerra hibrida de baja intensidad, con ataques digitales dirigidos contra los Estados Unidos y sus aliados europeos o el anuncio de una nueva y temible generación de misiles hipersónicos, que podrían convertirse en el arma total de un posible conflicto venidero.

En resumidas cuentas y volviendo a las fábulas de La Fontaine, el oso no atacará Ucrania, pero…

martes, 7 de diciembre de 2021

Diez millones de mahometanos abrazan la fe en Cristo

 

Influido por acontecimientos impactantes, como por ejemplo la caída de Kabul, un creciente número de musulmanes teme y rechaza el Islam radical, escribía recientemente Daniel Pipes, islamólogo y ante todo consejero áulico de la derecha estadounidense. A Pipes, fino conocedor de los entresijos del Islam moderno, se le echa en cara su parcialidad a la hora de analizar el complejo proceso de transformación que atraviesa el mundo árabe musulmán. Aunque los temas tratados suelen ser de gran relevancia, a veces la información facilitada puede parecernos incompleta. Pero el que fuera asesor de varios presidentes norteamericanos raramente corrige su tiro. ¿Mera soberbia? ¿Riesgo calculado?

 

Al abordar el espinoso tema de las conversiones de musulmanes al cristianismo – alrededor de diez millones desde los año 60 del pasado siglo – Daniel Pipes elude las estadísticas, detalle sumamente importante para comprender el alcance del problema. No se sabe a ciencia cierta si pretende apaciguar los ánimos de sus amigos israelíes, más propensos a censurar la violencia del mal llamado Islam político que a profundizar sobre el malestar provocado por los comportamientos radicales en el seno de la sociedad musulmana. Pipes nos ofrece, eso sí, su definición de los conversos, a los que tilda pomposamente de anti islamistas, dividiéndolos en cuatro categorías: los moderados, los irreligiosos, los apostatas y los conversos. 

 

Escasean también los datos sobre los países de origen. Los facilita, sin embargo, una cadena de televisión cristiana magrebí Al Hayat, dirigida por el hijo de un imán que abrazó la fe cristiana. Al Hayat alude en sus programas semanales a candidatos a la conversión provenientes de Jordania, Egipto, Túnez o Marruecos. Si bien se sabe que en Irán se registraron en las últimas décadas alrededor de 300.000 conversiones al cristianismo y budismo, se desconoce la situación reinante actualmente en países como Afganistán o Pakistán, donde el radicalismo islámico avanza a pasos agigantados.

 

En comparación con los eurócratas de Bruselas, que apuestan por eliminar las alusiones al cristianismo de la tediosa jerga comunitaria, los nuevos conversos parecen muy propensos a disfrutar de los usos y costumbres de su nuevo credo. Algunos hacen hincapié en el hecho de que la cuestión confesional no era un tema acuciante en el Oriente de comienzos del siglo pasado. Sin embargo, hoy en día la problemática ha variado. A la presión ejercida sobre las comunidades cristianas del antiguo Imperio Otomano a partir de 1915 – 1920, se suma la ofensiva contra los musulmanes que, según los doctores de la Ley coránica, se están apartando de la ortodoxia de las principales corrientes del mahometismo. En este contexto, los ejemplos que aporta Daniel Pipes son significativos.

En Egipto, los Hermanos musulmanes contaron, durante décadas, con el beneplácito y el apoyo del presidente Hosni Mubarak. Tras la caída del raís y el poco concluyente interregno del islamista Mohamed Morsi, las críticas contra el radicalismo redundaron en el auge de los detractores del Islam de trincheras, como Islam al Behairyh, Ibrahim Issa, Muktar Jomah, Khaled Montaser y Abadallah Nasr. Curiosamente, estos críticos cuentan con el apoyo del presidente Al Sisi, antiguo simpatizante de los Hermanos musulmanes.

 

En Arabia Saudita, cuna y baluarte del Islam puro (término acuñado por Osama Bin Laden), los ateos representan el 5 por ciento de la población, una cifra similar a la de Estados Unidos. Utilizando la estrategia del palo y la zanahoria, la monarquía saudita trató de abrir el país a un estilo de vida más moderno – más derechos para la mujer – promulgando al mismo tiempo una Ley antiterrorista que castiga el pensamiento ateo en todas sus formas o el cuestionamiento de los fundamentos de la religión musulmana en la que se basa el Estado. En resumidas cuentas, se establece la ecuación: ateo = terrorista.

 

Para el responsable de Inteligencia de la República Islámica de Irán, Mahmud Alavi, la rápida conversión de los musulmanes persas al cristianismo presupone un peligro para las estructuras estatales.

 

Uno de los principales objetivos del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado por  el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan era la creación de una generación pía. Sin embargo, los jóvenes turcos no parecen dispuestos a elegir el modo de vida islámico. A la hora de la verdad, la mayoría se decanta por costumbres occidentales: relaciones prematrimoniales, sexo fuera del matrimonio, homosexualidad. Según una encuesta realizada en Turquía por el Instituto Gallup, el 73 por ciento de los entrevistados se define como “no religioso”.

 

La situación es, sin duda, diametralmente opuesta en las comunidades musulmanas de Occidente, donde el radicalismo islámico sigue ganado apoyos. ¿Algo que ver con nuestra percepción o actitud frente al Islam?

 

Un último dato que me aporta exultante mi documentalista: el jeque kuwaití Abdullah al Sabah, miembro del clan que dirige desde hace décadas los destinos del próspero principado, confirmó su reciente conversión al cristianismo. Una excelente noticia para Daniel Pipes y, ante todo, para los asesores de… Donald Trump.

domingo, 28 de noviembre de 2021

La Guerra Fría del pacifista Biden

 

Es Joe Biden el presidente pacifista llamado a subsanar los errores de Donald Trump, a hacernos olvidar los exabruptos del multimillonario convertido en estadista autodidacta?  Esta fue, por lo menos, la imagen que nos proyectaron durante la campaña presidencial de 2020 los asesores del partido Demócrata, empeñados en presentar a un candidato capaz de acabar los todos los males que aquejaban una América conmocionada por el inusual estilo del intruso Trump.

Cierto es que Donald Trump revolucionó el panorama político estadounidense. Mejor dicho, lo desajustó, logrando acabar con la alternancia de las dos corrientes dominantes – republicana y demócrata - con una fraseología carente de contenido y la capacidad de amoldarse a inverosímiles compromisos. Sin embargo, tras la salida de Trump de la Casa Blanca, asistimos a una especie de retorno a los viejos modales.

Trato de recordar: el eslogan de Trump fue: América primero; el de su sucesor: América ha vuelto. ¿La vieja América, la tradicional, la conservadora? Biden no tardó en facilitarnos la respuesta: su América es la del poderío militar, de la confrontación entre grandes potencias, de las guerras comerciales, de las famosas listas negras ideadas por políticos anglosajones.  El pacifista instalado en la Casa Blanca no dudó de tildar a su archirrival, Vladimir Putin, de… asesino, reservando un trato más benévolo al líder chino, Xi Jinping.

Joe Biden no tuvo inconveniente en tensar la cuerda de las relaciones con el Kremlin, acercándose cada vez más a los azarosos confines de la Guerra Fría. En los últimos meses, la presencia naval estadounidense en las inmediaciones de las aguas territoriales de Rusia se ha ido acentuando. Vladimir Putin lanzó el grito de alarma, al evidenciar la instalación de sistemas balísticos de la OTAN en Rumania y Polonia, así como la intensificación de las actividades militares de la Alianza Atlántica en Europa oriental y septentrional, así como en la región del Mar Negro. 

Las quejas no son nuevas. Reflejan, sin embargo, el creciente malestar del Kremlin ante el avance estratégico de Washington y sus aliados en la frontera con la Federación rusa. Esta semana, el ministro de defensa ruso, Serguei Shoigu, ha revelado un simulacro de ataque nuclear contra Rusia, llevado a cabo a comienzos de noviembre por bombarderos estadunidenses, que se acercaron a unos 20 kilómetros de la frontera con Rusia. ¿Se trataba realmente de una especie de tenaza nuclear, como pretenden los estrategas militares rusos?  ¿De una advertencia de Occidente ante la movilización de 94.000 soldados en los confines con Ucrania? Lo cierto es que el tono entre Washington y Moscú sube.

A finales de esta semana, la televisión oficial moscovita ha anunciado que Rusia podría destruir – con sus nuevos misiles ASAT - 34 satélites militares de la OTAN, neutralizando por completo los sistemas GPS de los misiles, aviones, barcos y unidades terrestres de la Alianza.

Los ASAT fueron ensayados recientemente al procederse a la destrucción en el espacio de un satélite soviético obsoleto. La metralla resultante de la explosión rebotó en las inmediaciones de la Estación Espacial Internacional, provocando la indignación de Washington y de los expertos de la NASA.

Pocas horas después de este inusual episodio, el jefe de Estado Mayor ruso, Valeri Guerasimov, y su homólogo norteamericano, Mark Milley, sostuvieron una larga conversación telefónica en la que se abordaron asuntos de seguridad relacionados con la tensión en Ucrania, la presencia de efectivos estadounidenses en Europa y la crisis en la frontera entre Bielorrusia y Polonia.  Escasas horas antes de la conversación con Guerasimov, el general Milley conversó con el jefe del Estado Mayor de Ucrania, Valeri Zalujni, reiterando el compromiso de la Administración estadounidense de enviar asesores militares y material bélico al Gobierno de Kiev. Un anuncio que bien valía ciertos esclarecimientos…

miércoles, 10 de noviembre de 2021

El apagón que (no) viene


Primero fue la pandemia; luego, el espectacular incremento del precio de la energía eléctrica, la dramática escasez de materias primas, el aumento de los fletes marítimos, la inimaginable congestión de los emblemáticos puertos comerciales, el desabastecimiento y, por ende, la perspectiva de una pertinaz crisis alimentaria. Por si fuera poco, surgió el fantasma del apagón. Un apagón general, que sumiría a los habitantes del Viejo Continente en un oscuro y gélido paréntesis que duraría alrededor de… dos semanas.

A quienes hemos ocasión de gozar de los deleites del estrambótico periodo de la Guerra Fría, el cumulo de noticias – reales o ficticias – con las que se nos está bombardeando a diario nos recuerda la época del histerismo generado por la inminencia de un conflicto nuclear. El enfrentamiento – que nunca se produjo - nos incitó a contar con refugios antiatómicos, hacer acopio de alimentos para tres, seis o doce meses, prepararnos a combatir al hipotético invasor a la salida de nuestro inexpugnable escondite, persuadidos, eso sí, de la necesidad de defender a la familia, la patria, el mundo, contra las fuerzas del Mal. Pero la amenaza se desvaneció el día en que los grades de este planeta se tomaron sus vasitos de vodka o de bourbon, charlando amigablemente sobre el tiempo y la familia. Los asuntos más espinosos – contención, desarme y un sinfín de etcéteras – fueron remitidos a los grupos de expertos políticos y militares. En invierno atómico se había acabado.  Al igual que esta derrotada pandemia, que sigue vivita y coleando…

Pero volvamos a nuestro apagón. O, mejor dicho, a la inminente amenaza que ha hecho correr ríos de tinta y alimentado numerosísimos, demasiados comentarios en los medios audiovisuales del Viejo Continente. 

Antes que nada, es precioso situar la noticia en su contexto. El espeluznante panorama – un apagón a escala continental – se gestó en las oficinas vienesas de una empresa especializada en publicidad y conducta social, encargada de elaborar un exhaustivo estudio sobre un hipotético corte de electricidad a nivel europeo causado por una catástrofe natural, el posible desabastecimiento de energía eléctrica, supuestos atentados terroristas o ataques cibernéticos. En realidad, se trataba de una campaña virtual de concienciación del público austriaco, poco dado a aceptar las solemnes advertencias de las autoridades. Pero la publicación del informe de la empresa de consultoría en el anuario del Gobierno austriaco desató la tormenta mediática que asoló el resto del continente.  

Se anuncia un gran corte de energía en toda Europa, Un país ya ha informado a su población sobre los detalles del incidente y ha pedido la ayuda del Ejército, El desastre es inevitable… Los catastróficos titulares invadieron los medios de comunicación. Las cadenas de televisión de toda Europa no dudaron en recurrir a sus expertos/analistas para comentar el dramático evento. Algunos, los más cautos, reconocieron que el peligro parecía real, pero no se podía adivinar la fecha del advenimiento de la nueva plaga. ¿Otra más? Pues sí, al paso que vamos no hay que descartar la llegada de más desgracias.

Con su mentalidad germánica, los austriacos se vieron obligados a poner los puntos sobre las “íes”. No, se trataba de una mera simulación. De hecho, el Ministerio de Defensa jamás advirtió sobre un inminente corte de energía a nivel de la UE, ni predijo su magnitud o su duración. El Gobierno no estaba involucrado en esta descontrolada campaña de publicidad Por su parte, la titular de Defensa, Klaudia Tanner, se limitó a afirmar que se debe considerar la posibilidad de un apagón. La pregunta no es si se producirá un apagón masivo, sino cuándo podría materializarse esta amenaza", dijo Tanner.

En resumidas cuentas, la amenaza no es inminente. Lo que sí debería preocuparnos – y nos está preocupando – en esos momentos es el vertiginoso aumento del precio de la electricidad. En este caso concreto, se trata, en este caso concreto, de una desgracia que afecta a todos los europeos. ¿Peor nos lo quieren poner?


lunes, 25 de octubre de 2021

Turquía – ¿el “aliado fiel” de Occidente?


El ministro de Defensa de Turquía, Hulusi Akar, sorprendió a sus aliados de la OTAN al manifestar el malestar de su Gobierno por el establecimiento de acuerdos militares fuera de la Alianza Atlántica. Aludía el titular de Defensa del Gobierno Erdogan al pacto de cooperación estratégica entre Grecia y la República Francesa, rubricado a finales de septiembre, que incluye un pedido de tres fragatas francesas valoradas en 3.000 millones de euros.

Comentando la noticia, el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, señaló que el acuerdo contemplaba una cláusula de asistencia mutua en caso de posibles amenazas externas.

Dado que todos pertenecemos a la OTAN, deberíamos ser conscientes de que el establecimiento de acuerdos fuera del ámbito de la Alianza dañaría el prestigio de la organización, afectarían las relaciones bilaterales y provocarían la erosión de la confianza, manifestó el ministro turco.

Sabido es que Grecia y Turquía se disputan los derechos sobre la zona de exclusión económica de las plataformas continentales y sus respectivas fronteras marítimas. Aparentemente, los contactos exploratorios sobre la soberanía naval, celebrados a comienzos de este año, finalizaron con resultados constructivos, sentando las bases para una nueva ronda de consultas intergubernamentales.  

La clave del conflicto estriba en los derechos de explotación de los recursos marítimos (gas natural, petróleo), que Grecia y Chipre pretenden apropiarse con la complicidad de empresas estatales francesas.

Curiosamente, la advertencia de Akar coincide con la nueva ronda de consultas entre Turquía y Estados Unidos sobre la venta de aviones F-16 a cambio de la cuantiosa inversión de Ankara en el programa de F-35, del que los norteamericanos eliminaron a su fiel socio euroasiático tras la controvertida compra del sistema de defensa antiaéreo ruso S-400, deseada y avalada por el propio presidente Erdogan.

¿Decidió el actual inquilino de la Casa Blanca perdonar a las volubles autoridades turcas, haciendo caso omiso del impacto político, estratégico y mediático causado por la jugada del sultán Erdogan? Obviamente, la adquisición de material bélico ruso por un país miembro de la Alianza Atlántica no puede considerarse un… simple capricho.  De hecho, el llamémoslo desafortunado incidente que algunos pretenden escamotear ha sentado las bases de una cooperación estrecha y duradera entre la Rusia del zar Putin y la potencia regional (que ya no imperial) acaudillada por el sultán Erdogan.

Turquía y Rusia ya no se enfrentarán; las relaciones entre los dos países han entrado en una nueva fase, que tendrá un impacto directo en la dinámica regional y mundial, asegura Aleksander Dugin, controvertido politólogo moscovita que se vanagloria de ser amigo personal y consejero áulico de Vladimir Putin. 

Ese vástago de un antiguo alto cargode la KGB, que llegó a conocer los entresijos de la casa, es también el promotor de la doctrina euroasiática del Kremlin, una baza geopolítica que pretende confluir el mundo cristiano ortodoxo ruso con el Islam caucásico y, por qué no, asiático. Duguin dirige en Moscú el Centro de Estudios Euroasiáticos, un punto de encuentro creado y financiado por el Kremlin que favorece el acercamiento a la cultura y religión musulmanas. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que el Doctor Dugin hable en nombre de... Rusia.

Recientemente, Dugin aseguró a los medios de comunicación turcos que los presidentes Erdogan y Putin trazaron, en el encuentro celebrado en Sochi el 29 de septiembre, una hoja de ruta para el futuro al comprometerse a descartar cualquier enfrentamiento armado o posible conflicto económico.

 El gurú ruso vaticinó que Estados Unidos se retirará de Siria de manera gradual, tratando de no generar situaciones de crisis. A partir de este momento, la postura común de Turquía, Rusia e Irán será el factor determinante para la pacificación de Siria.

Aludiendo a Crimea, Dugin hizo hincapié en el hecho de que Rusia considera la península como parte integrante de su territorio, tesis rebatida hasta ahora por Ankara. Si Turquía cambia su posición sobre Crimea, añadió, Rusia podría reconocer la soberanía de la República Turca del Norte de Chipre (TRNC), entidad estatal artificialmente creada por los militares turcos, que sólo cuenta con el reconocimiento de Ankara.   

Conviene recordar que Turquía condenó, junto con los demás miembros de la OTAN, la anexión de Crimea por parte de Moscú en 2014, expresando su apoyo a la integridad territorial de Ucrania.

Analizando las previsiones de Aleksaner Dugin, cabe preguntarse se el hasta ahora molesto eje Moscú – Teherán podría convertirse, en un futuro no demasiado lejano, en el aún más molesto triangulo Moscú – Ankara – Teherán.

Se admiten apuestas.


jueves, 14 de octubre de 2021

Israel se reserva el derecho de emplear la fuerza contra Irán

 

Mientras la Administración Biden centra sus baterías en el nuevo rival-competidor-enemigo – China – el inquilino de la Casa Blanca invita a sus aliados a hacer frente común contra el… peligro amarillo.

Nada nuevo bajo el sol: los humanos y, ante todo, los adalides de los grandes imperios, necesitan enemigos. En el siglo XX, el oponente se llamaba Rusia, los soviets, el comunismo, el marxismo. En el umbral del nuevo milenio, el Islam tomó el relevo del peligro rojo. Samuel Huntington nos presentó, con sumo detenimiento, su teoría sobre el choque de las civilizaciones, que podría resumirse en pocas palabras: Islam contra Occidente. Poco después, los radicales de Osama Bin Laden se encargaron de abrir la caja de Pandora: sangre, terrorismo, inestabilidad política, racismo, xenofobia. Aparentemente, el nuevo rival era más despiadado que el manido oso ruso, inductor de tantas pesadillas en el civilizadísimo Mundo Libre.

¿El Islam? No, es un error; nuestro verdadero contrincante será China, advirtió el bueno de Huntington, tras haber recibido una nueva revelación. Mas el peligro tardó en materializarse. De todos modos, Trump y Biden no descubrieron la pólvora, ya que se trata de un invento…  chino.

Huelga decir que más cerca de nosotros, en el Mediterráneo, la percepción de los peligros es muy distinta. Aquí, los chinos tendrán su muelle en el puerto de Haifa, hasta ahora escala predilecta de la 6a Flota estadounidense en el Mediterráneo. Y, por si fuera poco, el gigante asiático cuenta con otra cabeza de puente: el puerto de Pireo.  

Aquí, la verdadera obsesión es Irán, el peligro que implica el programa nuclear del país de los ayatolás.  Israel, que lleva más de un cuarto de siglo advirtiendo sobre la amenaza iraní, optó por plantar cara al gran Hermano norteamericano, tras comprobar la tibieza de la Casa Blanca para con Irán.

Israel se reserva el derecho de emplear la fuerza contra Teherán para evitar que los iraníes adquieran el arma nuclear, advirtió ayer en Washington el ministro de Asuntos Exteriores del Estado judío, Yair Lapid, durante una conferencia de prensa conjunta con el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken. Era la constatación del fracaso de una gira diplomática en la cual Lapid, un político moderado, tropezó con la indecisión y la irritante ambigüedad de la Administración Biden.

Cierto es que tanto Washington como Moscú están desplegando grandes esfuerzos para salvar el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. Rusos y americanos prefieren volver a la mesa de negociación, confiando en poder imponer una solución diplomática.  La pasada semana, el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, se entrevistó en Moscú con su colega ruso, Sergey Lavrov. Poco antes de la reunión, Lavrov habló con el secretario de Estado Blinken acerca de los esfuerzos para reconducir las consultas con Irán. Al término del encuentro, Amir-Abdollahian insinuó que las conversaciones se reanudarán pronto.

Pero los israelíes no confían en las buenas palabras de los diplomáticos; estiman que hacen falta argumentos más contundentes para persuadir a los iraníes. ¿Un nuevo paquete de sanciones económicas? ¿La amenaza de un posible recurso a la fuerza? ¿Campañas de desestabilización interna? Los estrategas de Tel Aviv no descartan ninguna opción. Recuerdan, si es preciso, que el programa de Gobierno del líder de la revolución islámica, el ayatolá Jomeini, finalizaba con la frase: combatiremos hasta el día en que la bandera verde del Islam ondee sobre Jerusalén.

Decididamente, los comentarios sobran.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

La UE a los candidatos balcánicos: “la barca está llena”


Antes que nada, una aclaración: la frase la barca está llena fue acuñada a finales de los años 30 del siglo pasado por las autoridades helvéticas, empeñadas en frenar el flujo de refugiados procedentes de la Europa ocupada por los nazis. En realidad, la barca aún no estaba llena, pero los gobernantes suizos estaban obsesionados con las posibles represalias por parte de la Alemania hitleriana.

Habrá que esperar; la barca está llena. Esta es, aparentemente, la conclusión a la que llegaron recientemente los consejeros diplomáticos de la Unión Europea encargados de evaluar la viabilidad de nuevas adhesiones al club de Bruselas. La decisión, que tendría que adoptarse el próximo día 6 de octubre, se fundamenta en los errores cometidos por la UE a la hora de dar luz verde al ingreso de los primeros candidatos balcánicos – Bulgaria y Rumanía – haciendo caso omiso de sus frágiles indicadores económicos, incompatibles con los hasta entonces rígidos baremos de Bruselas, los altísimos niveles de corrupción, la galopante e incontrolable emigración clandestina. Pero de ahí a afirmar que la avalancha de inmigrantes balcánicos hacia las islas británicas generó el malestar que acabó desembocando en el Brexit hay un verdadero abismo. De hecho, los ingleses aprovecharon la adhesión de Rumanía y Bulgaria para afianzar su posición económica en ambos países. Los bancos, empresas químicas, compañías de telecomunicaciones se apresuraron en conquistar terreno en los nuevos mercados. La apresurada adhesión de Bucarest y Sofía ofrecía ciertas ventajas: sueldos realmente irrisorios y mano de obra altamente cualificada. Nada que ver con la imagen de seres incivilizados acuñada por los partidarios del Brexit.    

La semana próxima, Bruselas informará a los actuales candidatos al ingreso en la Unión - Serbia, Kosovo, Bosnia Herzegovina, Montenegro, Albania y Macedonia Norte - que la barca está llena o, si se prefiere, es un mal momento para la estrategia de la UE proceder a nuevas incorporaciones. Y ello, por varias razones. En primer lugar, la económica. Tres países ricos de la Unión – Dinamarca, Francia y los Países Bajos - no son muy proclives a aceptar una ampliación, sobre todo teniendo en cuenta que los candidatos son, en su mayoría, pobres y conflictivos. Serbia y Kosovo, territorio secesionista, no han enterrado su hacha de guerra; Bulgaria sigue considerando que Macedonia, a la que la unen lazos lingüísticos y culturales, debería integrarse en el viejo Imperio Búlgaro; Albania, que apoya al Gobierno kosovar, apenas ha participado en las consultas con la UE. Demasiados quebraderos de cabeza para Bruselas y… una excelente oportunidad para sus grandes rivales, Rusia y China, de introducirse en la región mediante la firma de acuerdos de cooperación políticos, económicos y de seguridad. 

En 2007, cuando Bruselas dio luz verde a la integración de Rumanía y Bulgaria, los eurócratas se encontraron con la desagradable sorpresa de comprobar que Norteamérica se había apresurado en ocupar, merced a los contratos de la OTAN, los espacios estratégicos. En aquel entonces, la barca de Bruselas aún no estaba llena. Pero la velocidad de crucero de los europeos resultó ser inadecuada…

martes, 14 de septiembre de 2021

Armenia, dispuesta a normalizar sus relaciones con Turquía


Armenia está considerando la posibilidad de entablar negociaciones con Turquía sobre la normalización de las relaciones bilaterales. La sorprendente noticia, facilitada hace unos días por el primer ministro armenio, Nikol Pashinian, apenas encontró eco en los medios de comunicación occidentales, más proclives a informar sobre el calvario del pueblo armenio, perseguido y aniquilado por los otomanos a comienzos del siglo XX.

¿Normalizar relaciones? Para muchos occidentales, sean estos políticos, universitarios o periodistas, dichas relaciones se limitan a la animadversión de los dos pueblos, armenio y turco, después de la oleada de masacres llevadas a cabo por el Ejército otomano entre 1915 y 1923. Los armenios, cristianos afincados desde hacía siglos en el territorio de Asia Menor administrado por los sultanes de Constantinopla, proclives a mantener cordiales lazos con los también cristianos zares de Rusia, fueron diezmados durante la campaña llevada a cabo a comienzos del pasado siglo por el Ejército la gendarmería turcas, así como por grupúsculos paramilitares kurdos. Según fuentes armenias, la persecución se saldó con alrededor de un millón y medio de muertos, argumento éste rebatido por las autoridades del Estado moderno turco, que prefieren aludir a masacres mutuas perpetradas durante una guerra civil en la que hubo cientos de miles de víctimas en ambos bandos. Pero según fuentes armenias, dos tercios de la población perecieron en aquel período. La mayoría de los supervivientes emigró a la recién creada Unión Soviética (Rusia) o a países de Europa occidental.

Hoy en día, la comunidad armenia residente en suelo turco cuenta con alrededor de 60.000 almas. Algunos politólogos occidentales confiaban en que este factor étnico serviría para enderezar las gélidas, casi inexistentes relaciones entre Ankara y Ereván. Meras ilusiones de quienes desconocen el trato – aparentemente no discriminatorio - dispensado por los sucesivos Gobiernos turcos a las minorías no mahometanas.

La animosidad entre armenios y turcos se acentuó aún más en otoño del pasado año, durante el conflicto de Nagorný Karabah, cuando el Ejército armenio fue derrotado por las tropas azerbaiyanas, viéndose obligado a ceder parte del territorio autónomo a Azerbaiyán, país musulmán que cuenta con el apoyo político y estratégico de Ankara.

Cercada por Estados musulmanes – Irán, Azerbaiyán, Turquía – apoyada por un aliado débil, que busca desesperadamente su ingreso en la OTAN – Georgia – y por una potencia con la que no tiene frontera común – Rusia – la República de Armenia ha tenido que reconsiderar las líneas maestras de su política exterior. Su principal rival en la zona es, sigue siendo… Turquía. Los gobernantes de Ereván, buenos conocedores de la cultura islámica, recordaron el viejo, aunque siempre válido precepto: más vale estar a buenas con los vecinos que con la familia.

Lejos quedan, física, aunque no sentimentalmente, los primos de la Moscova.

jueves, 9 de septiembre de 2021

Afganistán: el Gobierno del 11- S

 

La suerte está echada; la plana mayor del emirato islámico afgano ha decidido inaugurar en nuevo Gobierno provisional de Kabul a finales de esta semana, más concretamente, el próximo día 11 de septiembre, fecha en la que se conmemora en vigésimo aniversario del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York. La alusión a los héroes y mártires del 11 – S es patente. Los taliban pretenden retomar el hilo de la historia un día señalado, rindiendo homenaje a quienes hicieron temblar los cimientos de la civilización occidental, humillando al prepotente Imperio ateo que trató poner de rodillas a los valedores del Islam puro y duro, ideado por Sayyd Qutb, Hasan al Banna u Osama Bin Laden.   

¿Simple casualidad? No, en absoluto. Maktub; todo estaba escrito. Los tratados de los padres del islamismo moderno, los premonitorios mensajes del líder de Al Qaeda, vaticinaban la victoria del Dar al Islam – las tierras del Islam – sobre el Dar el Harb – la morada de la Guerra – es decir, la cristiandad. Los mensajes enviados al mundo occidental después del 11 – S eran inequívocos: volveremos para derrotaros. El Presidente Bush no dudó en declarar la guerra permanente a los islamistas en 2001. Mas se trataba de un error de cálculo que muchos politólogos occidentales criticaron. Al confundir el mundo islámico con el terrorismo, Bush no hacía más que ensanchar la brecha entre Oriente y Occidente. El seguidismo de los gobernantes del primer mundo fue la gota que hizo colmar el vaso.

El escaso, por no decir, nulo conocimiento del Islam en los países occidentales sólo sirvió para acentuar las diferencias. Los trasnochados proyectos de algunos politólogos occidentales, partidarios de exportar la democracia a los países musulmanes, tropezaron con el contundente rechazo de sus interlocutores islámicos. ¿Democracia? Pero, ¿qué modelo de democracia?

En el caso concreto de Afganistán, cabe suponer que el recién creado Gabinete no estará en condiciones de cumplir sus promesas de encaminarse hacia el modernismo, el respeto de los derechos humanos, la aceptación de la mujer, el reconocimiento de los derechos de las distintas etnias y corrientes religiosas. Lo más probable es que trate de emular el sistema de gobernanza de los años 90, cuando los talibán y Al Qaeda sumergieron a la sociedad afgana – emancipada desde mediados del siglo XX -   en el más negro período de oscurantismo de su historia[AML1] .

De hecho, en actual Gabinete está integrado por veteranos de la época del régimen de 1996 – 2001 o por herederos de los sanguinarios señores de la guerra.

El Gobierno del 11 – S está presidido por el mulá Muhammad Hassan Akhund, que ostenta el cargo de primer ministro. Su mano derecha es el mulá Abdul Ghani Baradar, que ocupa la función de viceprimer ministro.  Baradar, cofundador original de los talibanes en 1994 y jefe de la oficina política de Doha, ocupó varios cargos gubernamentales entre 1996 y 2001.

El Ministro del Interior en funciones, Sirajuddin Haqqani, figura en la lisita de los terroristas más buscados el FBI.

El Ministro de Defensa en funciones, Mohammad Yaqoob, es el hijo del fallecido mulá Omar, también fundador del movimiento talibán.

Los actuales dueños de Afganistán buscan el reconocimiento internacional. De momento sólo hay cuatro países islámicos dispuestos a reconocer el Gobierno de Kabul.

Los Estados Unidos, interesados en borrar de nuestra memoria los errores, las mentiras y la mala gestión de la reciente crisis, atribuible a la torpeza del presidente Biden, tratan de ofrecernos una imagen amable del nuevo Gobierno afgano.

Si la memoria no nos falla, es lo que trató de hacer en 2002 George W. Bush, cuando se precipitó en presentarnos al vencedor de las elecciones generales turcas, Tayyep Recep Erdogan, como un islamista moderado que convenía acoger sin dilación en el seno de la UE.

Lo que pasó después…

 [AML1]


viernes, 3 de septiembre de 2021

La brigada del alférez Borrell


La precipitada y caótica retirada de Occidente de Afganistán ha puesto de manifiesto tanto la peligrosísima falta de previsión de la Administración Biden, obligada a recurrir a un sinfín de malabarismos para justificar los múltiples fracasos de su gestión, como la ineptitud de Europa como actor político global.

El actual inquilino de la Casa Blanca ha dejado constancia de que su slogan América ha vuelto debería interpretarse de una manera más restrictiva. En realidad, el lema del presidente estadounidense es Sólo América. El resto del mundo, adversarios o aliados, se merece el mismo displicente trato. Biden no dudó en convertir sus fracasos o errores de cálculo en extraordinarios éxitos. Frases conocidas también en otras latitudes.

Extraordinarios éxitos. Pero ¿de verdad lo fueron la retirada de Kabul, la entrega del poder a los talibanes, el abandono de los nutridos arsenales regalados al enemigo? Joe Biden, tal Poncio Pilato, se lavó las manos.

¿Y sus aliados? Los países occidentales, involucrados durante dos décadas en el operativo de defensa ISAF – OTAN, abandonaron el terreno cumpliendo a rajatabla las indicaciones del mando estadounidense.  La frustración se fue adueñando de los miembros de la Alianza Atlántica, simples peones de esta partida de ajedrez en la que los extraordinarios éxitos de la Casa Blanca compiten con la incontestable victoria del movimiento islámico.  

¿Los europeos? Obligados a actuar a la zaga de Washington, los eurócratas de Bruselas no dudaron en jugar su baza, al sugerir la creación de un ejército europeo independiente. La iniciativa, presentada la pasada semana por el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, experimentó una rápida metamorfosis en los últimos días. El ejército se convirtió en un cuerpo de intervención rápida, el cuerpo, en una brigada integrada por unos 5 a 6.000 efectivos.  Algunos ministros de defensa de países miembros de la Unión Europea apuntaron a cifras más altas – 15 a 20.000 soldados, pero los duendes de la Comisión se apresuraron a rebajar las exigencias. El propio Borrell se comprometió a presentar un borrador de proyecto antes de finales de año, recordando tal vez la regañina que se llevó el presidente galo, Emmanuel Macron, cuando propuso la creación de un dispositivo de defensa europeo desvinculado de la Alianza Atlántica. Donald Trump logró frenar su impulso con un calma, chico. La iniciativa francesa quedó semiarchivada. Pero después de la debacle de Afganistán, a los europeos les pareció lícito resucitarla.  

Huelga decir que el planteamiento no es nuevo. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, los partidarios de la integración europea contemplaron la creación de un mercado interior y de una política exterior y de seguridad coordinada. La Unión Paneuropea, fundada por europeístas de primera hora y presidida por el archiduque Otto von Habsburg, debía albergar la nueva casa europea. Sin embargo, von Habsburg constató que la casa acabó convirtiéndose en … en una aldea.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la estructura supranacional emanante del Tratado de Roma se fijó como objetivo transformar el Viejo Continente en una gran Suiza. Pero siguiendo el modelo francés, sólo consiguió crear una gran Italia. La manía de la armonización institucional y social que prevalece en estos momentos, obliga a los europeos a vivir en una morada estrictamente regulada. Y no cabe la menor duda de que una política exterior y de seguridad común no puede evolucionar mientras los Estados miembros estén asfixiados por una excesiva regulación. 

Hay quien estima que el futuro sistema de defensa común no debería recaer bajo el paraguas de las instituciones comunitarias. Autónomo o vinculado a la estructura de la OTAN, sería más eficaz que un simple brazo armado de Bruselas.  

Consideran los estrategas que no todos los Estados miembros de la Unión deberían pertenecer al sistema de defensa. La participación tendría que ajustarse a las inquietudes de cada nación, que varían según la proximidad a distintas zonas de conflicto: África, Oriente Medio o Rusia. 

La brigada del alférez Borrell debería fijarse, pues, la doble meta de reducir la dependencia militar de los Estados Unidos y actuar como socio estratégico global. Ambiciosos objetivos que descartan a priori el férreo control de los burócratas o eurócratas, llámense como se quiera.  

jueves, 19 de agosto de 2021

Bienvenidos al Emirato Islámico

 

Suiza, mayo de 1983. En la tranquilidad de la campiña ginebrina, los señores de la guerra afganos disfrutan de su five o’clock tea. Vinieron a la Ciudad de Calvino para negociar con los emisarios del Kremlin la retirada de las tropas rusas inmovilizadas en el avispero afgano.

Los rusos se irán muy pronto, vaticinaban los jefes de tribu pashtuns. ¿Qué pasará después? preguntamos. ¿Después? Un extraño silencio se apoderó del grupo. ¿Desconcierto?  ¿Temor? ¿Apocamiento?  La respuesta nos la dio un joven barbudo, que había pasado completamente inadvertido. Será el reino del Islam, del Islam verdadero, del Islam puro…

¿A qué Islam se refiere, preguntamos, al modelo saudí o al iraní?  No, ninguno de los dos; el Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. Nosotros vamos a implantar el Islam puro.

El joven barbudo se llamaba Osama Bin Laden; acababa de cumplir 25 años.  Unos años más tarde, en 1996, los talibanes – formados en los centros de adestramiento y adoctrinamiento financiados por el emir Bin Laden - fundaron el Emirato Islámico de Afganistán.  

A comienzos de 2002, el fugitivo Bin Laden, perseguido por las tropas estadounidenses que ocuparon Afganistán, advirtió a los occidentales: volveremos dentro de 10 – 15 años. Pero hubo que esperar hasta el 15 de agosto de 2021 para que su promesa se materialice.

Durante años, los talibanes y las fuerzas de ocupación occidentales jugaron al escondite. Los servicios de inteligencia militar de Washington y de la OTAN seguían muy de cerca los desplazamientos de los grupúsculos talibanes, estaban al tanto de sus contactos con los jefes de tribu afganos y los responsables de la seguridad de Kabul. ¿Intervenir? Parecía poco aconsejable. ¿Revelar el escondite de Bin Laden? Más que inoportuno. La pantomima duró hasta la firma del acuerdo de Doha, que contemplaba la retirada de las tropas estadounidenses del país asiático. Joe Biden fue el mero ejecutor de la rendición del Imperio.

El 15 de agosto, los talibanes volvieron a adueñarse de Kabul, proclamando el Emirato Islámico de Afganistán. La suerte está echada.

Y ahora, ¿qué? No vamos a enumerar aquí los ásperos preceptos impuestos por la shari’à (la ley islámica). Los nuevos gobernantes del país afgano aseguran que su aplicación se ajustará a los cánones de la modernidad. Recuerdo las palabras de Bin Laden: el Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. La variante de los talibanes aún queda por descubrir.

Y ahora, ¿qué? Al parecer, después del sonado fiasco diplomático y verbal del inquilino de la Casa Blanca, incapaz de justificar la entrega exprés de Afganistán, todos y cada uno de los protagonistas de este descomunal vodevil… ¡tiene un plan! Hagamos un breve repaso:

El Acuerdo Abraham, negociado durante el mandato de Donald Trump e invocado por Biden para justificar la claudicación de Washington ante los talibanes no contempla todas las ecuaciones políticas de la zona.  Trump no era un perfeccionista. Al presidente Biden le incumbe recuperar la confianza de sus aliados y restablecer el desvanecido prestigio internacional de los Estados Unidos. ¿Misión imposible?

Hay que hablar con los talibanes; han ganado la guerra, afirma por su parte el socialista catalán Josep Borrell, que ostenta el cargo de jefe de la diplomacia europea. Olvida que una de las reglas de oro de la UE es no tratar con terroristas y con regímenes totalitarios. Pero Borrell es, qué duda cabe, el triste reflejo de un continente a la deriva.

Las dos grandes potencias regionales, Rusia y China, tratarán de sacar provecho del distanciamiento forzoso de Occidente. En los últimos tiempos, el Kremlin trató de establecer un diálogo cortés con las facciones talibanes, artífices de su vergonzosa retirada de Afganistán en 1989. La penetración de elementos radicales en las repúblicas exsoviéticas del Cáucaso se convirtió en una auténtica pesadilla para Moscú. Hoy en día, Rusia trata de evitar la aparición de una nueva marea integrista en sus confines.

Idéntica preocupación tiene China, empeñada en aislar a su población uigur del resto del mundo. Pero sus intereses no se limitan a la simple cuestión étnica. Pekín tratará de reforzar su cooperación con Kabul y abrir una vía terrestre hacia el Golfo Pérsico. A la ruta de la seda podría sumarse una ruta del petróleo. Todo es cuestión de tiempo. Y para los chinos, el tiempo no constituye un obstáculo.

Turquía, convertida en potencia regional, no escatimará esfuerzos para jugar su baza otomana. El imperio estuvo presente en la región. De hecho, el primer hospital inaugurado en Kabul a comienzos del siglo XX fue… el Hospital Otomano.  

Ankara procurará afianzar su presencia en los países musulmanes de Asia, tratando de servir de puente entre éstos y la Europa comunitaria. Además, el régimen de Erdogan podría filtrar a los refugiados afganos, al igual que hizo con los sirios desplazados durante la guerra civil.

Preocupada por la posible vuelta del extremismo de la década de 1990, la República Islámica de Irán debe lidiar con unos vecinos con los que tenía profundas tensiones en los años 90, cuando los talibanes reprimían a los chiitas Hazzara en Afganistán y daban cobijo a elementos de Al Qaeda dispuestos a atacar a Irán. Mas el panorama cambió radicalmente tras la intervención estadounidense.

Actualmente, los medios de comunicación oficiales de Teherán hacen hincapié en la diversidad étnico-religiosa de Afganistán y sugieren a los talibanes implementar su forma de gobierno de conformidad con la voluntad del pueblo. Al régimen de los ayatolas de gustaría convertirse en un ejemplo de convivencia para los afganos. Su tibieza en materia de aplicación de la ley islámica a las minorías étnicas podría servir de ejemplo. Pero hay que darle tiempo al tiempo…

domingo, 1 de agosto de 2021

La otra Europa – entre la soberanía nacional y los ucases de Bruselas


Leo en un resumen de prensa de Europa oriental:  Ha comenzado la guerra fría en el corazón de Europa: entre la soberanía nacional y el Gobierno de Bruselas. Curiosamente, en la otra extremidad del Viejo Continente, en la otra Europa, el enfrentamiento entre el Gobierno del conservador húngaro Viktor Orban y las altas instancias comunitarias tiene connotaciones distintas. No se trata de demonizar una ley que prohíbe los cursos de orientación sexual en colegios y liceos, sino ¡ay! de una flagrante injerencia de los eurócratas en los asuntos de un país miembro de la Unión. 
La otra Europa. Resulta sumamente difícil para un habitante de Europa occidental imaginar que más allá de los confines orientales de la opulenta Alemania surge otro continente, distinto y desconocido: la otra Europa. Un continente integrado por los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, la pacifica organización de defensa creada por el Kremlin en 1955 para hacer contrapeso a la Alianza Atlántica, la no menos pacífica agrupación fundada por los países occidentales en 1949.
En la década de los 80 del pasado siglo, George Bush y Mijaíl Gorbachov optaron por una redistribución del poder. La URSS renunció, al menos aparentemente, a su vocación de líder del campo marxista leninista; la Casa Blanca decidió poner fin a la Guerra Fría. El nuevo ordenamiento ideado por los grandes de este mundo comprendía la desaparición de los bloques militares. Rusia desmanteló su alianza militar; Norteamérica ingurgitó a los antiguos aliados del Kremlin. Los confines entre la OTAN y la Federación Rusa se trasladaron al Mar Báltico y el Mar Negro. Los otros europeos, rescatados por la Alianza Atlántica, fueron autorizados a solicitar su adhesión a las instituciones europeas. Hungría se convirtió en miembro de la UE en mayo de 2004. Empezaba un largo camino que llevó… al cisma.
En sus andanzas, los húngaros fueron acompañados por los miembros del Grupo de Visegrado - Eslovaquia, Polonia y la República Checa – un organismo que pretendía resucitar el pacto de no agresión y cooperación económica sellado en 1335 por los reyes de Hungría, Polonia y Bohemia. Huelga decir que, en este caso concreto, los signatarios – el checo Vaclav Havel, el polaco Lech Walesa y el húngaro Josef Antall – representaban las democracias modernas surgidas del Tratado de Versalles, que consagró el final de la Primera Guerra Mundial y la desaparición de los grandes imperios europeos.
El Grupo de Visegrado, creado para acelerar el proceso de integración de los países excomunistas de Europa Central en la UE, denunció en reiteradas ocasiones la postura altanera de los eurócratas de Bruselas, empeñados en aplicar a los Estados de la otra Europa una serie de medidas inadecuadas, es decir, poco conformes con la idiosincrasia de los pobladores de la región. A finales de 2016, los miembros del Grupo barajaron la posibilidad de ¡abandonar la UE! considerando que algunas políticas de normalización legislativa elaboradas por la Comisión contravenían los intereses nacionales del Grupo. Se trataba, en realidad, de defender el sacrosanto concepto de soberanía nacional, pisoteado durante décadas por los dueños del Kremlin. Si bien algunos países occidentales parecen más propensos a renunciar a parcelas de soberanía, los antiguos vasallos de Moscú no están dispuestos a transigir con los derechos de sus ciudadanos.
Polonia fue el primer país en apartarse de la ortodoxia bruselense, atentando contra la independencia del sistema judicial y tolerando la discriminación de la comunidad LGTBI+. De nada sirvieron las protestas de las instituciones comunitarias ni las sanciones económicas impuestas al Gobierno de Varsovia. En realidad, las raíces del problema son ideológicas, no económicas. Es algo que los eurócratas se niegan a reconocer.
En las últimas semanas, la batalla se trasladó a Hungría, otro país díscolo que rechaza la promoción de las llamadas alternativas sexuales en su sistema de enseñanza. ¿La orientación sexual en los colegios? Según el equipo del primer ministro conservador (léase demócrata cristiano) Viktor Orban, se trata de una apuesta de vida o muerte de quienes dirigen la UE que, sólo por el bien de las minorías sexuales, han iniciado una guerra fría en Europa central.   
La diferencia entre Hungría, que se opone a la introducción de la educación LGBTI+ en las escuelas y la Comisión estriba en la extensión del poder comunitario sobre estados soberanos. En otras palabras, la Comisión Europea quiere convertirse, según Viktor Orban, en un gobierno comunitario por encima de los Estados soberanos.
La guerra entre los políticos que defienden la identidad de sus países y los burócratas de Bruselas se ha intensificado en el último semestre.
Ahora no se trata sólo de los gays y otras minorías sexuales. De hecho, se oponen dos visiones irreconciliables: la globalista, que quiere ampliar el poder de Bruselas sobre las políticas de los Estados nacionales, y otra que quiere preservar el statu quo de la Unión y el principio fundamental de subsidiariedad. Esto significa respetar la soberanía interna de cada Estado y su derecho a decidir su propio destino.
Las trincheras excavadas en este conflicto separan gradualmente a otros países del espacio excomunista de las ideologías políticamente correctas promovidas por Bruselas, como respuesta instintiva a un tipo de política dirigista, a la que estos estados estaban acostumbrados cuando vivían bajo la tutela de la madre Rusia. Lo que el disidente ruso Vladimir Bukovski había presentido al vaticinar que la Unión Europea tendería a convertirse en una nueva URSS.  Algo que la otra Europa aborrece.