Solo contra el Mundo. La decisión del Presidente Trump de reconocer
Jerusalén como capital del Estado de Israel y ordenar el traslado de la misión
diplomática estadounidense de Tel Aviv a la ciudad Tres Veces Santa ha vuelto a
abrir la brecha entre Oriente y Occidente o, mejor dicho, ente el mundo musulmán
y Washington. Trump rompió con una tradición de siete décadas, en las cuales
todos los Gobiernos respetaron el estatuto de corpus separatum de la
milenaria urbe venerada y odiada por judíos, cristianos y musulmanes.
Tras el veto impuesto por la Administración norteamericana al proyecto de
resolución presentado por los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que
condenaba la iniciativa de Trump, el Gobierno de Ankara solicitó la
convocatoria de una sesión extraordinaria de la Asamblea General de las
Naciones Unidas, que censuró la decisión del actual inquilino de la Casa
Blanca. Poco diplomática resultó ser la respuesta del primer mandatario
estadounidense: quien no apoye nuestra política internacional puede olvidarse
de la ayuda económica americana. Más claro…
Trato de hacer memoria. Las encuestas de opinión llevadas a cabo en el
mundo árabe por sociólogos norteamericanos después de los atentados del 11 S
reflejaban claramente el odio de los
jóvenes musulmanes contra Occidente y, más concretamente, contra los Estados
Unidos, por el apoyo incondicional prestado durante décadas al Estado de
Israel. Ni que decir tiene que el malestar se ha ido acentuando tras la guerra
de Afganistán y la intervención armada en Irak, donde brotó el germen del
Estado Islámico. Un mal que hasta ahora se ha combatido con meras acciones
bélicas, propiciadas y bendecidas por la todopoderosa industria de armamentos
americana.
Cabe suponer, pues, que el “episodio” de la Embajada siga alimentando la
ira de las masas musulmanas, generando nuevas y temibles amenazas terroristas.
Pero, ¿acaso no es eso lo que de verdad pretenden algunos gobernantes?
Más alarmante nos parece, sin embargo, la otra resolución adoptada recientemente
por la Administración republicana y anunciada con bombo y platillo por Donald
Trump. Se trata de la nueva estrategia de seguridad de los EE.UU., iniciativa que
pretende:
· Proteger el país, el pueblo y el estilo de
vida estadounidenses;
· Promover la prosperidad de la nación
americana;
· Mantener la paz mediante la fuerza; y
· Aumentar el protagonismo de los EE.UU. a
escala planetaria.
El nuevo plan de acción de Washington describe a Rusia y China como
“amenazas” a la postura hegemónica de Norteamérica. En ambos casos, se acusa a
Moscú y Pekín de tener sistemas económicos menos “libres y justos”, intensificar
los gastos de defensa y reprimir a sus respectivas sociedades. ¿Simple exceso
de ingenuidad o… de cinismo? “América vuelve con fuerza”, vaticinó Trump. “América
ganará la apuesta”…
Por otra parte, a la América de la “Pax Trumpiana” no le interesa luchar
contra el cambio climático: los monopolios mandan. Preocupa, en cambio, la inexplicable
e inexplicada presencia de los OVNIS, fenómeno al que se le destinarán inversiones
de decenas de millones de dólares.
¿Postmodernismo? No exactamente: convendría hablar de la vuelta al
unilateralismo, al aislacionismo deseado por los círculos más
conservadores.
El Presidente Putin no dudó en tildar de “agresiva” la estrategia de
seguridad estadunidense, recordando que cualquier movimiento de tropas detectado
en suelo de la Federación rusa suele interpretarse como un peligro para los
aliados de la Alianza Atlántica, mientras que la instalación de bases militares
occidentales en los confines de la antigua URSS pasa por ser un… gesto normal.
¿Los chinos? Conocido es el hermetismo de Pekín en la materia. Los chinos
suelen sorprendernos con gestos, no con palabras.