martes, 21 de mayo de 2019

Aproximación al neo-otomanismo (IV)


“Europa será musulmana”

 ¿Se convertirá Turquía en miembro de pleno derecho de la Unión Europea? ¿Cuándo se podría materializar su integración?

Confieso que la doble pregunta, formulada por uno de mis lectores, me sorprendió. Al comprobar que no habíamos abordado el tema con bastante detenimiento, decidí corregir este lapsus.

Efectivamente,  las noticias sobre las negociaciones entre Ankara y la Unión Europea brillan por su ausencia. La última referencia se remonta al mes de marzo, cuando el Parlamento Europeo se pronunció a favor de la suspensión de las consultas, alegando el constante deterioro de los derechos políticos y sociales en Turquía tras la intentona golpista de 2016 y ante todo, el clima reinante en el país tras la proclamación del estado de excepción. No fue esta la primera vez en la que los legisladores comunitarios recomendaron la suspensión de los contactos con el Gobierno turco; a finales de 2016, tras el inicio de las purgas masivas llevadas a cabo contra militares, policías y miembros de la judicatura, acusados de pertenecer a organizaciones terroristas, el Parlamento Europeo optó por congelar el diálogo con Ankara, apostando por el advenimiento de… tiempos mejores.
     
¿Tiempos mejores? La verdad es que las relaciones entre Turquía y la UE registraron numerosos altibajos desde 1987, fecha en la que el Gobierno de Ankara solicitó oficialmente la plena incorporación de su país a la Unión. Bruselas puso una serie de condiciones que los turcos aceptaron paulatinamente. Se trataba de adecuar el sistema jurídico del país a la normativa comunitaria, modificar los códigos comerciales, respetar los derechos de las minorías, garantizar la libertad de prensa y, por último, aunque no menos importante, abolir la pena de muerte.

En marzo de 2003, poco después de su nombramiento de Recep Tayyip Erdogan en el cargo de Primer Ministro, el mandatario turco manifestó que su país estaba preparado para formar parte de la familia de la UE. Las negociaciones formales dieron comienzo en octubre de 2005.

El diálogo quedó interrumpido en numerosas ocasiones. Las crisis poco tenían que ver con los supuestos tecnicismos que obstaculizaban el camino. En realidad, los Gobiernos conservadores del Viejo Continente trataban de defender el acervo cultural (léase religioso) europeo, mientras que los progresistas – socialdemócratas y socialistas – hacían hincapié en la situación de los derechos humanos. En ambos casos, se trataba de meras maniobras dilatorias.

La situación ambigua se prolongó hasta la intentona golpista de 2016, obligando a los gobernantes de Ankara a buscar (y encontrar) otras soluciones.

Conviene señalar que la oleada de medidas represivas aplicadas después del golpe ha acrecentado el déficit democrático de la República de Turquía, incompatible con la tradición humanista del Viejo Continente. En abril de 2017, el Parlamento Europeo solicitó la suspensión formal del proceso de incorporación de Turquía a la Unión. En septiembre del mismo año, la Canciller alemana, Angela Merkel, manifestó que quería poner fin a las negociaciones con Ankara.

Pero fueron los resultados de las elecciones municipales cebradas el pasado 31 de marzo que supusieron el frenazo final de las consultas. Erdogan, que perdió el control de tres grandes ciudades – Ankara, Estambul y Esmirna – acabó convirtiéndose en rehén del ultranacionalista Partido del Movimiento Nacional, agrupación de extrema derecha poco proclive al acercamiento a Europa.

Los sondeos realizados últimamente  reflejan un notable descenso en el apoyo de la opinión pública turca al ingreso en la UE.  También ha descendido la aceptación de la candidatura turca en la mayoría de los Estados miembros de la UE. Sólo apoyan la cada vez más hipotética entrada de Turquía el 8% de los ciudadanos franceses, 5% de los alemanes, 5% de los daneses y 5% de los finlandeses.

El propio Erdogan advirtió que convocaría un referéndum para solicitar la opinión de sus conciudadanos acerca de una posible retirada de la candidatura de Ankara a la UE,  recordando que su país estaba harto de las humillaciones impuestas por la infiel Europa.

Huelga decir que la infiel Europa se ha convertido en el estereotipo comúnmente empleado por los políticos turcoa. Pero hay más. El periodista Burak Bekdil, columnista depurado después del golpe de 2016, se ha hecho eco recientemente de las declaraciones del diputado Alparslan Kavaklıoğlu, miembro del AKP y presidente de la Comisión de Seguridad e Inteligencia del Parlamento, quien advirtió a finales de 2018: Europa será musulmana. Y nosotros (los turcos) seremos efectivos en este proceso, si tal es la voluntad de Alá.

¿Será este el canto del cisne de la interminable pantomima comunitaria o, por el contrario, un primer parte de guerra?

domingo, 12 de mayo de 2019

Trump: el elefante en una tienda de porcelana


Si alguna metáfora sirve para definir las constantes de la política exterior de Donald Trump, esta sería, sin duda, la del “elefante en una tienda de porcelana”.  Animado por los impulsos intervencionistas de su principal asesor, el “halcón” John Bolton, el actual inquilino de la Casa Blanca estaría dispuesto a contemplar una acción militar contra el Gobierno de Nicolás Maduro y, ¿por qué no? un ataque relámpago contra los centros de investigación nuclear de la República Islámica de Irán. Un enfrentamiento armado en toda regla, susceptible de acabar con el ya de por sí frágil equilibrio estratégico de Oriente Medio.

En las últimas horas, Washington ha decidido reforzar su presencia en el Golfo Pérsico. Portaaviones, destructores, barcos de transportes de tropas, bombarderos B – 52, cazas F – 35, baterías de misiles Patriot fueron enviados en la región tras el anuncio por parte de Irán de reducir su compromiso con el acuerdo nuclear de 2015, denunciado unilateralmente por la Administración estadounidense hace exactamente un año.  Si bien Trump considera que la Casa Blanca tiene sobrados motivos para renunciar al Plan Integral de Acción (PIAC) negociado por las potencia internacionales – Norteamérica, Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y China - con el régimen de los ayatolas y adoptar sanciones económicas contra el régimen iraní, la decisión de Teherán de responder con la misma moneda se torna en una imperdonable afrenta.

“Nosotros no tratamos de perjudicar a los iraníes”, se apresura a afirmar el Presidente de los Estados Unidos, quien añade, cambiando rápidamente de registro: “Si Irán quiere negociar, que me llamen”. Mientras, los refuerzos militares se dirigen hacia la Península Arábiga y las aguas territoriales de la República Islámica.

Al igual que en el caso de Venezuela, la Administración Trump comete el error de subestimar el poder de convocatoria de la cúpula iraní, alegando que el país se halla al borde de la bancarrota y que sus pobladores no dudarán en rebelarse contra el régimen autocrático de los ayatolas. Obviamente, los asesores de la Casa Blanca ignoran los sentimientos nacionalistas del pueblo iraní.

Huelga decir que gran parte de la responsabilidad por este estado de cosas recae sobre el Gobierno de Tel Aviv y, más concretamente, sobre el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, heredero de la política de “mano dura” con Irán inaugurada hace dos décadas por su antecesor, Ariel Sharón. En efecto, Sharón fue el primero en exigir el desmantelamiento o la destrucción de las instalaciones nucleares iraníes, considerándolas un peligro potencial para la seguridad y la supervivencia del Estado judío. Sin embargo, la Administración estadounidense optó por hacer oídos sordos.

Netanyahu cogió el relevo a partir de 2012, cuando advirtió públicamente sobre el peligro del programa nuclear iraní. En una intervención ante el Congreso de los Estados Unidos, en marzo de 2015, el  mandatario israelí advirtió  afirmó que el acuerdo nuclear con Teherán no iba a impedir que Irán desarrolle armamento nuclear, sino más bien todo lo contrario. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca agilizó las relaciones con los ultraconservadores Israelíes.

Al anunciar su decisión de “reducir en compromiso” con el acuerdo nuclear de 2015,  los  iraníes se reservan el derecho de seguir almacenando uranio enriquecido y agua pasada, indispensables para la buena marcha de su programa nuclear y proseguir el desarrollo de misiles de corto y medio alcance, que podría alcanzar objetivos estratégicos tanto en la región -  Arabia Saudita o Israel – como en algunos países balcánicos – Rumanía, Bulgaria, Albania, Serbia.

Hay quien especula también con la renuncia al  Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC) e incluso con la hipotética retirada del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.

Los estrategas de Washington temen un posible cierre del estrecho de Ormuz, lo que impediría el transporte de crudo procedente de otros países del Golfo. De ahí la aparente precipitación del Pentágono de reforzar la presencia naval estadounidense.

Los iraníes tratan de esquivar el boicot americano abriendo canales alternativos con sus aliados de siempre: Rusia, China y Turquía.

Europa, que facilitó el advenimiento de la República Islámica al participar activamente en 1978 al derrocamiento del Shá de Persia, se halla ante la disyuntiva de reimponer las sanciones económicas anunciadas por Trump o adoptar una serie de medidas destinadas a  proteger los intereses de sus multinacionales que operan en Irán: Total, Airbus, Siemens, Peugeot, eventuales damnificadas por la decisión de Washington. En este caso concreto, cabe la posibilidad de recurrir al llamado Estatuto de Bloqueo, elaborado por Bruselas para evitar las sanciones impuestas recientemente a Cuba, así como a un mecanismo de pagos para eludir el control financiero estadounidense.

jueves, 9 de mayo de 2019

Aproximación al neo-otomanismo (III)


Erdogan – un sultán en el almudín de los zares

El Secretario General de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, se limitó a manifestar su “preocupación” ante la firme decisión de Turquía de formalizar la compra de misiles rusos S – 400, aparentemente “incompatibles” con los sistemas de defensa de la OTAN. Y si Stoltenberg abandonó Ankara visiblemente molesto por el fracaso de su misión – un intento de última hora de persuadir a Erdogan de la imperiosa necesidad de no seguir en tratos con el rival moscovita, enemigo jurado de las “democracias occidentales”- la respuesta de Washington ha sido más contundente: “Turquía pagará muy caro por esta decisión”, señaló Donald Trump, aludiendo a la decisión de preferir el sistema de defensa antiaéreo ruso a los cohetes norteamericanos, tres veces más costosos y, al parecer, menos eficaces. “Nadie puede interferir en los asuntos que atañen a nuestra soberanía nacional”, recalcó el primer mandatario turco. 
   
En realidad, Washington teme que la tecnología con la que están equipadas las baterías S-400 pueda usarse para recopilar datos relativos a los aviones de combate de la OTAN, y que Rusia acabe teniendo acceso a ellos.

Nada parece impedir que Turquía adquiera el sistema ruso S-400. De hecho, se da por seguro que un centenar de militares turcos comenzará a entrenarse a parir de finales de mayo en una base de Rusia. Los turcos se sumarán a un grupo de oficiales chinos que se encuentra en la Federación rusa desde el pasado mes de marzo. Conviene señalar que se trata de una autentica innovación: es la primera vez que el ejército ruso organiza cursos de capacitación para miembros de fuerzas armadas no pertenecientes a una alianza militar liderada por Moscú. 
  
Huelga decir que la disputa sobre la compra del sistema S – 400  tiene raíces más profundas.  El enfado de Trump y de la OTAN se debe, ante todo, a los múltiples y variopintos  proyectos de cooperación militar bilateral y del suministro de material bélico ruso a la República de Turquía.

"Podemos comenzar a desarrollar y producir conjuntamente equipo militar de alta tecnología", señaló Erdogan durante una rueda de prensa celebrada en Moscú el pasado 8 de abril. Entre los objetivos prioritarios de las industrias de armamentos figuran la producción del sistema antimisiles Kornet y la fabricación de vehículos blindados destinados a las fuerzas armadas turcas.
 
Por otra parte, el ejército de Ankara recibirá en breve los primeros misiles Konus fabricados en Ucrania. El contrato, firmado por la corporación estatal turca Makina ve Kimya Endüstrisi Kurumu (MKEK), contempla la producción de estos artefactos en suelo turco, así como su posible y, desde luego, deseada y deseable exportación a los voraces mercados de armas de Oriente Medio.

El anhelado bazar moscovita

Pero las relaciones con Rusia y sus antiguos aliados no se limitan a la compraventa de material bélico. Hay un sinfín de intereses convergentes que no han provocado la ira de los aliados occidentales. Turquía depende, en gran medida, de las importaciones de crudo procedente de Irán. Un negocio sumamente interesante, ya que los persas suministran el petróleo a precio muy competitivo. Precios políticos, dirán algunos.

Rusia es, por su parte, el mayor proveedor de gas natural destinado a la península de Anatolia. El año pasado, las importaciones ascendieron a 24.000 millones de metros cúbicos, cantidad que cubre casi la mitad de las exigencias del país.
  
El gasoducto TurkStream, que aumentará considerablemente el nivel de suministros de gas natural, entrará en funcionamiento antes de finales de año.

Otro proyecto energético clave es la central nuclear de Akkuyu, construida con tecnología rusa, que estará operativa en 2023, coincidiendo con el centenario de la creación de la República turca.
  
El año pasado, los intercambios comerciales entre los dos países experimentaron un incremento del  orden del 16 por ciento, alcanzando la cifra global de 25.000 millones de dólares. “Nuestro objetivo es superar la cifra de 100.000 millones”, señaló Erdogan durante su reciente visita a Rusia.

En los últimos años, las empresas turcas han realizado proyectos por valor de 70.000 millones de dólares. Además de la espectacular expansión de las actividades de empresas constructoras, se ha registrado mayor interés para los sectores manufacturero, metalúrgico, agrícola y de tecnología puntera.
   
Tampoco se han descuidado los intercambios culturales, los contactos en materia de educación, ciencia e investigación científica.

Detalle interesante: la cooperación económica turco-rusa no parece inquietar sobremanera a los miembros de la OTAN.  La clave podría hallarse en la vieja y muy socorrida clausula de los acuerdos de paz firmados después de cada guerra – hubo trece conflictos – entre los zares y Rusia y el sultán de Constantinopla, que contemplaba la… libre circulación de comerciantes y mercancías.

Los monarcas modernos – Erdogan y Putin – se limitan, pues, a emular a sus antecesores.

jueves, 2 de mayo de 2019

Aproximación al neo-otomanismo (II)


Erdogan - entre Rusia e Irán

Poco después de la intentona golpista de julio de 2016, la política exterior de Turquía experimentó un cambio radical. Erdogan, que había logrado enemistarse con  los líderes europeos poco propensos a aceptar el ingreso de Ankara en la Unión Europea – Alemania y Holanda – dirigió su mirada hacia el Kremlin. Huelga decir que las relaciones turco-norteamericanas se habían enrarecido durante la guerra del Golfo, cuando Ankara se mostró muy reacia a autorizar la utilización de su espacio aéreo para las incursiones de cazas estadounidenses contra Irak, país musulmán “hermano”. El Parlamento turco tuvo que ceder ante las presiones de Occidente; un miembro fundador de la Alianza Atlántica no podía disociarse de la política militar común. Su compromiso con la OTAN debía ser… inquebrantable. Washington exigió la aplicación del artículo 5º del Tratado del Atlántico Norte, relativo a la defensa colectiva; el Parlamento turco no tuvo más remedio que plegarse a las exigencias de los aliados. Una doble derrota, puesto que a las consideraciones de índole política se sumaba la deshonra de no haber cumplido con la sacrosanta obligación de solidaridad islámica. Un detalle éste que los estrategas del Pentágono habían descuidado. El 99 por ciento de los habitantes de Turquía, Estado aparentemente laico, profesa la fe mahometana. De ahí los equívocos…

La otra batalla perdida fue la del acceso a la Unión Europea. Una larga sucesión de encuentros y desencuentros que se prolongó durante cuatro décadas. El país ideado y fundado por Mustafa Kemal Atatürk quería ser europeo. Pero los miembros del “club cristiano” de Bruselas vetaron el ingreso. Los conservadores alegaron motivos “culturales”, los liberales y progresistas, argumentos políticos. Hace ya más de tres lustros, los mandatarios de Ankara empezaron a buscar otras alternativas, más acordes con la idiosincrasia turca. 

Tras el desmembramiento de la URSS, reapareció la opción del “panturquismo”, alianza de todos los pueblos turcomanos de Asia, liderada por Turquía. Después de la llegada al poder de los islamistas del AKP, el “panturquismo” dejó paso al “neo-otomanismo”, que contempla la acción política de Turquía en todas las regiones que se hallaron bajo el dominio otomano. La nueva estrategia, concebida por el ex ministro de Asuntos Exteriores de Erdogan, Ahmet Davutoglu, empezó a implementarse con bastante éxito a mediados de la pasada década, allanando el camino hacia la materialización del sueño de la clase política: convertir el país en una predominante potencia regional.

Con el paso del tiempo, los sueños de grandeza de los insumisos islamistas de Ankara se convirtieron en una auténtica pesadilla para sus aliados occidentales. ¿Resucitar el espíritu del Imperio Otomano, el esplendor de los sultanes – califas del Islam, la presencia turca en tres continentes? “Imposible, aberrante y ante todo, peligroso”, estimaban las Cancillerías occidentales. Y si a ello se le suma la tentación totalitaria del líder del AKP, el autoritarismo y las redundantes consignas nacionalistas, el deterioro de la imagen institucional es innegable. Recep Tayyip Erdogan deja de ser un aliado, para convertirse en… adversario de Occidente y, ante todo, de los Estados Unidos.

La noche del 15 al 16 de julio de 2016 marca un punto de inflexión. Los “poderes fácticos” apostaron por la eliminación de Erdogan, cometido factible en un país habituado a los golpes de Estado. El ejército no encontró resistencia alguna al ejecutar la primera fase del plan: la ocupación de los puntos estratégicos. Sin embargo, treinta minutos antes de la llegada de los comandos golpistas a la residencia de verano de Erdogan, este abandonó la localidad costera de Marmaris a borde de un avión privado, dirigiéndose hacia Estambul, ciudad controlada por los rebeldes. Al parecer, pocas horas antes del inicio de la intentona, el Presidente turco recibió una llamada del… Kremlin. Su interlocutor ruso, conocedor de los planes del ejército, puso a su disposición un satélite ruso de telecomunicaciones, que le permitió contactar con los militares fieles. El general Umit Dundar recuperó el control del aeropuerto internacional de Estambul, permitiendo en aterrizaje del avión presidencial.

¿Está tratando Turquía de crear ‎su propia alianza militar?

En este contexto, el acercamiento entre Ankara y Moscú resulta no sólo comprensible, sino inevitable. Las posteriores visitas del mandatario turco al Kremlin desembocaron en la firma de numerosos acuerdos comerciales y… militares. Después de ultimar la compra del sistema de defensa antiaérea  ruso S-400, ‎el ejército turco anunció la probable adquisición de aviones de combate ¡rusos! Su-35 o ‎‎Su-57, competidores de los F 35 norteamericanos. Hay quien especula con una posible (aunque hoy por hoy hipotética) retirada de Turquía de la Alianza Atlántica. Pero se barajan otras alternativas: la creación de una alianza militar entre Turquía, Irán y Rusia para gestionar conjuntamente el conflicto de Siria. Aparentemente, los tres países tienen intereses divergentes: Rusia apoya a su fiel amigo Bashar el Assad, Irán quiere afianzar su presencia estratégica en los confines con Israel, Turquía pretende eliminar a los combatientes kurdos, amigos de los norteamericanos y aliados del PKK. Con ello, Ankara pretende ‎impedir que Estados Unidos utilice las milicias que combaten en suelo sirio para fomentar nuevas “primaveras ‎árabes”.
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También existe otro proyecto, aún más ambicioso: la creación de un bloque militar que agruparía a ‎Turquía, Irán y Qatar, como posible contrapeso a una “OTAN árabe” capitaneada por Washington. Si Erdogan consigue involucrar al Kremlin, la relación de fuerzas en el mundo árabe musulmán cambiaría ‎en detrimento de los Estados Unidos y sus incondicionales aliados del Golfo Pérsico.