jueves, 19 de mayo de 2016

Moscú acusa a Washington de ocultar datos sobre la participación saudí en el 11 - S


Recuerdo que a comienzos de la década de los 90 del pasado siglo, poco después de la atomización del imperio soviético, la casa Real saudí inició un tímido acercamiento hacia Moscú. Las gestiones diplomáticas, llevadas a cabo con suma cautela, sorprendieron a los occidentales; para los wahabitas, Rusia había sido, durante décadas, el reino de los apostatas, algo así como el imperio del mal norteamericano, aunque con un tinte ideológico diametralmente opuesto. Con razón: el país de los soviets, baluarte de la liberación del ser humano y de la dictadura del proletariado se había convertido en la pesadilla de los príncipes saudíes, defensores a ultranza del sistema feudal.

Sin embargo, algo tenían en común los dos países; el sistema autocrático de gobierno. La rivalidad ideológica dio lugar a enfrentamientos indirectos. Arabia Saudí  potenció la creación de Al Qaeda en el Afganistán ocupado por las tropas soviéticas; Moscú jugó la baza de la laicidad tanto en Siria como en Irak, países vecinos y enemigos del reino wahabita.  

Algo más tenían en común Rusia y Arabia Saudita: el petróleo. Los dos rivales son… los mayores productores de oro negro del planeta. ¿Contrincantes? Hasta cierto punto: los dos enemigos estaban llamados a entenderse. A los inevitables roces se sumaba la preocupación por el reparto de cuotas de producción y de comercialización de los crudos. Para ello, hacía falta un entendimiento. Así se explica la operación sonrisa protagonizada por la Casa Real saudí tras la desintegración de la URSS. 

Pero Moscú tenía otros intereses estratégicos en Oriente Medio. Su relación privilegiada con el Irán de los ayatolás no era del agrado de la monarquía wahabita. Los iraníes, chiítas, encarnaban el mayor peligro para el Islam sunita, que los saudíes se enorgullecían de liderar. Mas en este caso concreto, el contencioso no es meramente religioso; Irán y Arabia se disputan la primacía militar en la región. Rusia suministra misiles y aviones de combate al ejército de Teherán; Norteamérica se vuelca en ayudar militarmente a las fuerzas armadas saudíes. Una situación que obliga a los estrategas a llamar la atención sobre el peligro de la carrera armamentista en la región.

La guerra de Siria ha acentuado aún más las diferencias. El apoyo ruso al régimen de Bashar el Assad y los ataques aéreos contra las milicias financiadas y entrenadas por los saudíes irritan sobremanera a la Corona saudí. Sin embargo, un operativo bélico contra Rusia queda descartado. Aun pensando en una posible alianza estratégica con Turquía, cuya clase dirigente parece propensa a coquetear con la idea. Pero el país otomano forma parte de la OTAN y la Alianza Atlántica no desea, al menos de momento, un enfrentamiento directo con Moscú. 

Queda, pues, la guerra del petróleo, un conflicto en el cual ambas potencias productoras de oro negro prefieren actuar con exquisita prudencia. De hecho, Rusia y Arabia Saudita, preocupados por el levantamiento de sanciones impuestas hace una década a Irán, se comprometieron hace unas semanas a congelar la producción de crudos, con el fin de mantener la cotización del petróleo en los mercados mundiales. A veces, los peores enemigos pueden convertirse en fieles aliados.

Pero el combate sigue. Ante la avalancha de acusaciones – verídicas o falsas – vertidas por la maquinaria de propaganda occidental, Rusia optó por contraatacar a los estadounidenses buscando el talón de Aquiles de sus más que dudosos aliados. La pasada semana, los medios de comunicación moscovitas revelaron la existencia de un polémico informe secreto elaborado por la Comisión de Investigación de los atentados del 11-S en el que se destaca el papel desempeñado por algunos adinerados saudíes residentes en suelo norteamericano en la preparación de los trágicos eventos. El documento, que resume los 80.000 informes del FBI,  cuenta con 850 páginas. En una treintena de páginas confidenciales figuran los nombres de los sospechosos, así como datos concretos relacionados con la trama.  La CIA advirtió que la desclasificación de estos documentos podría provocar el enfado de los saudíes, quienes amenazaron con vender 750.000 millones de dólares en activos estadounidenses si la justicia americana da luz verde a la revelación de datos sumamente comprometedores.

La prensa moscovita nos deja con la duda: ¿qué oculta la aparente inquebrantable amistad entre Washington y Riad? Conviene señalar que el príncipe Turki al Faysal, el hombre que montó el operativo islamista en Afganistán, acabó su carrera política como embajador del Reino de Arabia Saudí en los Estados Unidos. ¿Simple casualidad?

viernes, 13 de mayo de 2016

Turquía – UE: un frágil y escueto noviazgo


La crisis de los refugiados de Oriente Medio, esa catástrofe humanitaria que ha hecho correr mucha tinta en Occidente y aún más lágrimas de cocodrilo en algunas capitales comunitarias, se está convirtiendo en el barómetro de las inestables relaciones entre Bruselas y Ankara.

En efecto, tras la llegada masiva de emigrantes árabes – musulmanes o cristianos – a Grecia, las instituciones comunitarias empezaron a hacer cábalas sobre la posibilidad de contener esta marea humana, aparentemente deseada por algunos políticos de la Mitteleuropa (Europa Central), pero que genera insatisfacción, cuando no, rechazo, en muchos Estados miembros de la UE. Se barajó, en cierto momento, la hipótesis de devolver a los emigrantes económicos, que no refugiados, a Turquía, primer país de acogida, exigiendo a los políticos otomanos que… asuman su responsabilidad ante la catástrofe.

Ankara no tardó en formular sus exigencias: reclamaba fondos – alrededor de 4.000 millones de euros - para hacerse cargo de las personas desplazadas que se hallaban en su territorio, así como la reanudación de las consultas sobre la adhesión de Turquía a la UE, interrumpidas desde hace más de dos años.

Otra de las exigencias formuladas por el Gobierno de Ankara fue la supresión de los visados comunitarios para los ciudadanos turcos. Una solicitud que los europeos parecían dispuestos a considerar con cierta premura. Sin embargo…

Turquía se adelantó a Bruselas, al anunciar, 24 horas antes de darse a conocer la postura comunitaria, que levantaría la obligatoriedad de visado para los ciudadanos de la UE. Una medida simbólica, ya que la normativa legal vigente en el país otomano se limitaba al pago de una tasa de ingreso simbólica, exigido en los puntos fronterizos. Aun así, el Gobierno turco no dudó en dar el primer paso, confiando en la aplicación por parte europea de criterios de reciprocidad.

Pero la respuesta de Bruselas llegó tal un jarro de agua fría. En efecto, los europeos reclamaron la aplicación de… ¡72 medidas! supuestamente liberalizadoras que las autoridades de Ankara difícilmente podrán aceptar. Entre las más controvertidas figuran la derogación de la Ley antiterrorista, utilizada por los turcos para combatir a la guerrilla kurda, la normativa sobre la libertad de prensa, que aún permite amordazar a los informadores propensos a criticar al régimen, la eliminación de las trabas impuestas a las organizaciones pro derechos humanos.

Si los europeos están dispuestos a albergar a los terroristas en tiendas de campaña, ofreciéndoles más privilegios en aras de la democracia, nosotros no vamos a cambiar nuestro rumbo; que cada cual siga su camino, advirtió el Presidente Recep Tayyip Erdogan en una intervención televisada  que no resultó ser del agrado de los políticos europeos. Con razón: el islamista moderado de la pasada década, convertido en islamo-conservador en la mayoría de los medios de comunicación occidentales, aprovechó la ocasión para exigir un cambio de la Carta Magna turca, que contemple la introducción de un sistema presidencialista. Todo ello, unos días después de la sonada  dimisión de su Primer Ministro, Ahmet Davutoglu, inseparable compañero de camino de las últimas décadas, que decidió retirarse de la vida política.

La crisis abierta por el innegable endurecimiento de la postura de Erdogan podría poner en tela de juicio en acuerdo con la Unión Europea. No se trata, en este caso concreto, de un simple asunto de visados o de custodia de personas desplazadas, sino de un posible e inquietante cambio de rumbo de la hasta ahora laica Turquía. Sabido es que Erdogan no comulga con el ideario del padre de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk.

¿Otro síntoma de desestabilización? ¿Otro más…?

jueves, 5 de mayo de 2016

Americanos


Hace unas semanas, cuando los modernísimos aviones F 22 de la Fuerza Aérea norteamericana aterrizaron en el aeropuerto Mihail Kogalniceanu, situado al borde del Mar Negro, en las inmediaciones de Constantza, los politólogos rumanos acogieron su llegada con un escueto aunque contundente ya era hora. Los famosos cazas invisibles efectuaban una misión disuasoria en los países de Europa oriental - Polonia, Rumanía y los Estados bálticos - amenazados, según la jerga de la OTAN, por la agresión rusa. El mensaje enviado por el actual inquilino de la Casa Blanca debía tranquilizar a sus aliados europeos e increpar a los dueños del Kremlin, acusados de haber desencadenado una guerra hibrida en los confines con el nuevo… mundo libre. Una retórica muy parecida a la de los años 50 ó 60 del siglo pasado, cuando Moscú y Washington dialogaban por intermedio de sus arsenales de ojivas nucleares. Hoy en día, la llamada guerra híbrida tiene por escenario la península de Crimea o el Este de Ucrania, territorios que Rusia sigue considerando su patio trasero. Muy distinta es, sin embargo, la percepción del Pentágono o el Departamento de Estado, que fantasean con un sinfín de puntas de lanza en los confines del Este europeo. 

Es obvio que para convertirse en autentica amenaza, las elucubraciones de los estrategas de Washington o de Bruselas necesitan el respaldo popular. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que los medios de comunicación de Europa oriental publican resultados de los sondeos efectuados por el Instituto Gallup, que se hace eco sistemáticamente del miedo de los pobladores de la región ante la amenaza rusa. Los argumentos esgrimidos recuerdan las ofensivas mediáticas de la Guerra fría. 

¿Pura propaganda? A veces, el miedo es real. Los habitantes de la localidad rumana de Deveselu, convertida desde finales del 2015 en una de las principales bases militares del llamado escudo antimisiles, no disimulan su temor ante un posible ataque balístico. El día en que los rusos se enfaden con los americanos, seremos las primeras víctimas de la guerra. Los misiles nos alcanzarán a nosotros. A nosotros no nos preguntaron si queríamos tener aquí a los americanos. Es cierto que  han invertido mucho dinero, pero…

Cuando los americanos se instalaron en Deveselu, se insinuó que la base contaría con 44 misiles de intercepción. El coste del operativo ascendió a 550 millones de dólares. No se trataba de una operación relámpago; la OTAN había escogido el municipio rumano en… ¡2011! Sin embargo, los temores empezaron a perfilarse tras la materialización del proyecto.  
  
¿Un caso aislado? No; ni muchísimo menos. La Alianza Atlántica espera contar con una fuerza de intervención naval en el Mar Negro, compuesta por buques de guerra turcos, búlgaros y rumanos. En el Báltico, la otra extremidad de los confines con Rusia, cazas holandeses y españoles vigilan el espacio aéreo de Estonia y Letonia, países que carecen de medios suficientes para dotarse con aviones de combate modernos. Mas los incidentes aéreos registrados últimamente tuvieron por protagonistas aparatos rusos y… norteamericanos. 

En febrero, los ministros de defensa de la OTAN, reunidos en Bruselas, tuvieron que pronunciarse sobre la viabilidad de un plan de inversiones por un monto global de 3.000 millones de euros, destinado a incrementar la presencia militar estadounidense en el Viejo Continente. Para su puesta en práctica se barajan varias opciones. Mientras el conservador Donald Trump, que se perfila como candidato del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos, aboga por el envío de tropas a Europa, lo que algunos tildan abiertamente de reocupación, el actual Presidente, Barack Obama, Premio Nobel de la Paz, estima que sería conveniente aumentar la presencia militar de la Alianza en la frontera con Rusia utilizando contingentes británicos y… alemanes. Pero la propuesta, formulada en la minicumbre de jefes de Estado celebrada en Hanover, tropezó con las reticencias del inglés David Cameron y la alemana Ángela Merkel.  Cameron alegó que las tropas británicas están desplegadas en otras latitudes – léase en antiguos países pertenecientes al Commonwealth – mientas que la Canciller germana tuvo en mente el mal recuerdo que dejaron las tropas alemanas en el frente del Este, tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial. Queda pues, la última opción; la que el Nobel Obama trata de descartar: la presencia estadounidense. La decisión se tomará en julio, durante la cumbre de la OTAN que se celebrará en Varsovia.  

Cabe preguntarse – y es una mera especulación – si los pobladores de Europa oriental emularán a los ilusos protagonistas de Bienvenido Míster Marshall  quienes se echaron a la calle con aquél inolvidable Americanooos, os recibimos con alegrííííííaaaa…