jueves, 27 de marzo de 2014

La Guerra Tibia del Nobel de la Paz


A mediados de 2009, cuando el Comité Nobel noruego otorgó el Premio de la Paz al cuadragésimo cuarto Presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, los habitantes del planeta Tierra confiaban en haber dejado atrás un largo, excesivamente largo y penoso paréntesis de enfrentamientos bélicos y conflictos culturales. En efecto, el entonces recién estrenado inquilino de la Casa Blanca llegaba con un lema: Sí, podemos y con la aureola de político dialogante.  ¿Acaso ello justificaba plenamente la concesión del Nobel de la Paz? 

Durante los mandatos del Presidente Obama, no se registró una disminución de los conflictos locales y regionales. Las heridas provocadas por la temeraria actuación de la Administración Bush siguen abiertas, las diferencias entre el mundo islámico y  Occidente se han ido acentuando. No vivimos en un mundo más seguro. La desigualdad social de ha agudizado. ¿Soluciones? Los duendes de las finanzas nos recomiendan… ¡apretarnos el cinturón! ¿Paliativos? Todos, empezando por la destrucción de los puestos de trabajo y/o la precariedad laboral. Sin embargo…

Cuando se trata de la defensa de los intereses estratégicos (léase socioeconómicos) de Occidente, el Nobel de la Paz nos recuerda que la Alianza Atlántica se apoya en dos pilares: Inglaterra y los Estados Unidos, que los bajos niveles del gasto militar de algunos países de la OTAN es preocupante, que la libertad tiene un precio. Curiosamente,  la advertencia de Obama coincidió con la clausura de la cumbre Estados Unidos – Unión Europea celebrada esta semana en Bruselas. En el orden del día de la reunión figuraba tanto la cooperación económica – la firma del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Europa – como la crisis generada por los acontecimientos de Ucrania y la integración de Crimea en la Federación Rusa. 

En un discurso que algunos politólogos estadounidenses no dudaron en calificar de excesivamente ambiguo y poco convincente, el Presidente de los Estados Unidos hizo hincapié en la necesidad de reforzar la vigilancia del espacio aéreo de los países bálticos y/o la presencia de la OTAN en los Estados de la primera línea: Polonia y Rumanía. 

¿Tambores de guerra? De ninguna manera: el Nobel de la Paz nos asegura que no nos adentramos en ninguna Guerra Fría, que ni Washington ni Bruselas tienen interés en controlar Ucrania, que a diferencia de la extinta Unión Soviética, Rusia no lidera ningún bloque de naciones, no defiende ninguna ideología mundial. Y añade, tal vez para tranquilizar a los gobernantes del Kremlin, que los Estados Unidos no buscan conflicto alguno con Moscú.  Una de cal y otra de arena…

Ni que decir tiene que para los asesores de Vladimir Putin las palabras de Obama sólo sirven para ocultar los verdaderos designios de Occidente. Rusia, a su vez, pasó a la contraofensiva ideológica. Los ataques y contraataques propagandísticos nos recuerdan la época de la Guerra Fría. 

Pero hay más: aún queda por determinar el verdadero alcance de las sanciones impuestas a Moscú. Los estrategas aseguran que la elaboración de listas negras con decenas de nombres o la aplicación de mini embargos comerciales son, en realidad, medidas poco disuasorias. Pero, ¿qué haría falta para persuadir al oso ruso que regrese a su guarida? ¿Renunciar a la dependencia energética de la UE? Actualmente, el gas natural ruso cubre el 70 por ciento de la demanda de la Unión. Algunos países de Europa oriental – República Checa, Eslovaquia, etc. cuentan con centrales nucleares fabricadas en la antigua URSS.  ¿Buscar soluciones alternativas? El proceso sería largo y sumamente costoso.  

Aislar a Rusia parece, pues, una auténtica utopía. De hecho, los economistas rusos prevén un incremento del 100 por ciento de sus exportaciones de gas a China, India y Japón. Moscú dirige su mirada hacia Oriente.
Detalle interesante y muy significativo: mientras el Primer Ministro británico abandera la campaña para la introducción de medidas más contundentes contra Rusia, el Reino Unido, baluarte de la defensa de Occidente, anuncia la firma de un acuerdo para el suministro de... ¡gas natural ruso!

La Guerra Tibia del Nobel de la Paz empieza con mal pie. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Ningunear a Rusia



Castigar a Rusia, engañar a Rusia, acabar con el poderío imperial de los zares rojos… Trato de hacer memoria. Sucedió hace cuatro décadas, en la primera mitad de los años 70, durante la fase preliminar de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE). Se trataba, en aquel entonces, de persuadir a los jóvenes e inexpertos periodistas que la ofensiva diplomática de Occidente acabaría con la cohesión del llamado bloque socialista, con el monolítico Pacto de Varsovia, temible rival de la Alianza Atlántica, con el mundo bipolar liderado por Washington y por Moscú. Una percepción de futuro difícilmente asumible por los integrantes de la primera generación de la guerra fría, de mi generación. Presenciaremos en final del comunismo, seremos sus enterradores, afirmaban rotundamente los diplomáticos occidentales destinados a las consultas de Ginebra y Helsinki. 

¿Acabar con el comunismo? ¡Qué utopía!  Sí, aquello parecía quimérico, totalmente irreal. Sin embargo, la operación sonrisa surtió efecto. Diez años después de la aprobación del Acta de Helsinki, que algunos tildaron de triunfo de la Unión Soviética, por haber incluido en el documento clausulas relativas a la inviolabilidad de las fronteras nacionales y respeto de la integridad territorial de los Estados, el jefe del Gobierno soviético, Mijaíl Gorbachov, se entrevistó en Ginebra con el Presidente norteamericano, Ronald Reagan. En aquella cumbre, el inquilino del Kremlin no dudó en pedir ayuda a Occidente. Se trataba a la vez de tener acceso a la tecnología moderna y de disponer de fondos para adquirirla. Un negocio rotundo para Norteamérica. Como contrapartida, Moscú debía aceptar el desmoronamiento del imperio soviético. Cuarto años después de este encuentro, los satélites de Moscú lograron independizarse. Convertida en un mosaico de Estados independientes,  la difunta Unión Soviética perdió su status de gran potencia. Aparentemente, la profecía de los diplomáticos de la CSCE se había cumplido…

Lo que siguió es harto conocido. Tras la disolución del Pacto de Varsovia, los Gobiernos neo-comunistas o post-comunistas de Europa oriental dirigieron sus miradas hacia Bruselas. La nueva apuesta tenía nombre: economía de mercado. Mas el cambio  exigía un esfuerzo adicional: la integración en el sistema de defensa de Occidente – la OTAN. Curiosamente, en sus negociaciones con Gorbachov, la Administración  estadounidense se había comprometido a no ampliar el número de socios de la Alianza ni integrar a los países del Este europeo en la estructura militar transatlántica. Sin embargo, hoy en día la OTAN cuenta con bases en Polonia y Eslovaquia, Rumanía y Hungría, Letonia, Estonia y Lituania, las repúblicas bálticas que formaban parte de la antigua URSS. 

Ni que decir tiene que la ampliación de la Alianza causó un profundo malestar en Moscú. Occidente  no había cumplido su promesa. La OTAN no tardó en sacarse de la manga un instrumento diseñado para agradar a los estrategas moscovitas: el Partenariado Rusia – Alianza Atlántica. ¿Otra operación sonrisa? Hay quien estima que se trataba, al menos aparentemente, de una manera elegante de menospreciar al ejército de la Federación rusa. En 2008, cuando la OTAN decidió considerar la posible integración en su seno de Ucrania y Georgia, países clave para la seguridad de Rusia, el menosprecio se convirtió en… ninguneo.
Los incidentes de toda índole registrados en las últimas semanas, que desembocaron en la crisis entre Moscú y Kiev, la integración relámpago de Crimea en la Federación rusa y la aplicación de sanciones contra los altos cargos rusos y ucranios por parte de Washington y Bruselas, ponen de manifiesto la miopía de una clase política ocidental mediocre, incapaz de apreciar en su justo valor el orgullo y los sentimientos patrióticos de los rusos. Lo cierto es que gran parte de la población de la Madre Rusia aplaude la supuesta bravuconada de Vladimir Putin, se identifica con el soberbio acto de adhesión de Crimea a la Federación, con el crepuscular retorno del prestigio imperial. ¿Las sanciones? Más vale el castigo, justificado o no, que la indiferencia.

Es posible que Rusia no sea esta democracia modélica que reclama Occidente, que no cumpla a rajatabla las normas de buena conducta aplicables a los Estados del primer mundo, que no comulgue con los “valores” de la civilización transatlántica.  Pero la Madre Rusia es un país al que no se le puede ni debe ningunear.

jueves, 13 de marzo de 2014

Crimea no es Kosovo


En febrero de 2008, cuando el parlamento kosovar aprobó unilateralmente la separación del territorio de la República de Serbia, las potencias occidentales – Estados Unidos y la Unión Europea – aplaudieron la iniciativa, haciendo hincapié en la lucha de la etnia albanokosovar por su derecho a la autodeterminación. Más aún: el Presidente Bush manifestó en aquél entonces que la solución del estatus de Kosovo garantizaría la estabilidad en los Balcanes. Poco tardaron las altas instancias de la Unión Europea en sacarse de la manga una declaración institucional, calificando la independencia como un caso único, e invitando a los países comunitarios a decidir según sus prácticas nacionales y su normativa  jurídica, sobre la extraña declaración de independencia. Huelga decir que la mayor parte de los Estados comunitarios optó por reconocer al territorio secesionista. Sin embargo, las autoridades de Chipre, Grecia, España y Rumanía se mostraron reacias: sus respectivos países contaban con movimientos separatistas dispuestos a emular a los kosovares.
 
Conviene recordar que antes de la secesión la etnia albanesa representaba el 90 por ciento de la población kosovar. Conmovidos, al menos aparentemente, por los horrores de la limpieza étnica practicada por la mayoría serbia, los Estados Unidos y la Unión Europea optaron por reconocer a la recién creada República de Kosovo. Mas para no infringir la compleja normativa jurídica, las Naciones Unidas trasladaron el conflicto al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya,  cuyos miembros llegaron a la conclusión de que la declaración de independencia no violaba el derecho internacional. Los secesionistas adquirían, pues, cartas de naturaleza en el concierto de las naciones libres y… democráticas. 

Al escribir esas líneas apenas unas horas antes de la celebración del referéndum soberanista de Crimea, nos preguntamos si el rechazo frontal de esta iniciativa por parte Occidente no es el mero reflejo de la política de doble rasero llevada a cabo por las instituciones del Primer Mundo, muy propensas a confundir sus intereses con la voluntad de los pueblos del Planeta. En realidad, hay bastantes paralelismos entre la problemática de Crimea y la de Kosovo. En ambos casos, nos hallamos ante el dilema de etnias dispuestas a desembarazarse del yugo de las potencias o las instituciones foráneas. En ambos casos, se puede alegar una reacción de legítima defensa por parte de las comunidades directamente involucradas en el proceso independentista. Sin embargo, es obvio que la población rosófona de Crimea no cuenta con la simpatía del establishment político occidental. Los intereses creados son múltiples y, muy a menudo, dispares. Pero si en algo coinciden los gobernantes del Viejo Mundo es en el deseo de no renunciar a ningún trocito de este más que apetecible pastel llamado Ucrania. La desfachatez de Moscú consiste en tratar de arropar a los hermanos de sangre de la República Autónoma de Crimea. En comparación con los kosovares, los rusos de Sebastopol no compraron armas en el mercado negro de Zúrich o de Viena, no negociaron su independencia con Bruselas, no mandaron emisarios a la Casa Blanca.  ¡Qué falta de delicadeza!

Para quienes conocen el funcionamiento del sistema político post-soviético, no resulta nada difícil imaginar los resultados de la consulta soberanista que se celebrará este fin de semana. ¿Y las consecuencias? Es probable que los habitantes de Crimea vuelvan a ser, algunos tal vez a regañadientes, ciudadanos de la Madre Rusia.   

Curiosamente, Occidente llegó a la conclusión de que la posible aplicación de las tan cacareadas sanciones contra Rusia podría convertirse en un arma de doble filo. De hecho, los países occidentales tienen más que perder caso que los gobernantes moscovitas. En ese contexto, no hay que extrañarse que el propio Secretario de Estado John Kerry señale ante los miembros de la Cámara de Representantes  de los Estados Unidos que un (hipotético) aislamiento de Rusia implicaría la congelación de una serie de iniciativas diplomáticas como en el proceso negociador con Irán, la guerra civil de Siria, o la situación en Afganistán, cuya solución no depende sólo de Washington o de Bruselas, sino también de la implicación inequívoca de Moscú. Quienes ansiaban hace apenas unos días  la vuelta a la política de la cañonera, a las conquistas imperiales de los marines en Centroamérica, tratan de moderar el lenguaje.

viernes, 7 de marzo de 2014

Ucrania: el patio trasero de…


Cazas F 26 de la Fuerza Aérea estadounidense vuelan rumbo a Polonia. Aparentemente, para participar en maniobras conjuntas con la aviación polaca. Dos barcos de guerra de la Sexta Flota navegan hacia el Mar Negro. Visitarán las instalaciones de las escuadras de Bulgaria y Rumania y llevarán a cabo ejercicios conjuntos con las fuerzas navales de los dos países que se enorgullecen de formar parte de la Alianza Atlántica. Pero en este caso concreto, los gobernantes de Sofía y Bucarest no disimulan su inquietud; hay quien estima aquí, en la extremidad oriental del Viejo Continente, que la crisis de Ucrania podría desembocar en un enfrentamiento bélico de gran alcance…

Pero no se preocupe, estimado lector: la guerra de Crimea no tendrá lugar. Este conflicto, ideado y orquestado por las superpotencias, sirve de cortina de humo destinada a ocultar los verdaderos designios de quienes pretenden modificar los parámetros estratégicos del planeta. 

En realidad, la guerra de Crimea empezó en 1991, poco después del derrumbamiento del imperio soviético. Ucrania fue el primer país de la antigua URSS cortejado por la OTAN, el primero en adherirse al Consejo de Cooperación del Atlántico Norte, en formalizar su presencia en el Partenariado para la Paz. En las dos últimas décadas, las tropas ucranias participaron en las operaciones y misiones de la Alianza. Pero las cosas se torcieron en 2008, cuando los miembros de la OTAN invitaron a Georgia y a Ucrania – antiguos territorios de la desaparecida Unión Soviética – a ingresar en la Alianza como miembros de pleno derecho. El Kremlin frenó el ímpetu de los estrategas de Mons (cuartel general de la OTAN), señalando que la integración de Ucrania en el bloque militar occidental equivaldría a una acción ofensiva. Los mandos de la Alianza optaron por congelar el proceso. Pero los disturbios registrados en Kiev el pasado mes de noviembre sirvieron de detonante para reactivar los planes de conquista diseñados por los estrategas norteamericanos y europeos.

Conviene señalar que, desde el punto de vista del reordenamiento de las estrategias planetarias, el control de los confines europeos de Rusia reviste una importancia capital para los designios de Washington. Los politólogos estadounidenses barajan la hipótesis de un mundo tripolar, gobernado por Norteamérica, Rusia y China. Si bien el interés de los tres grandes se centrará en la región del Pacífico, cantera de potencias económicas emergentes, la presencia militar en las regiones marginales, como por ejemplo la  Europa oriental, constituye un factor sine qua non para el éxito del operativo. Estados Unidos espera afianzarse en el Este europeo. Pero esta opción implica también un cambio de estructuras socio-económicas de los países de la región. En este caso, la economía de mercado vendrá de la mano de la democracia. O viceversa… Lo cierto es que la UE no tardó en complacer a las nuevas autoridades de Kiev, anunciando la concesión de una ayuda de emergencia de 11.000 millones de euros. El Fondo Monetario, organismo poco altruista y laxista, facilitará el resto – otros 20.000 millones – imponiendo sus  impopulares reformas. 

¿Y Crimea? ¿Cuál es el porvenir de esta región autónoma, cedida por Moscú en 1954 a Ucrania? Recordemos que el imperio zarista anexionó la península en 1783. En la actualidad, la minoría rusa (¡que no rusófila!) representa un 58 por ciento de la población. Un dato de poca relevancia para los gobernantes occidentales, quienes exigen el respeto de la integridad territorial de Ucrania. Ello presupone la retirada de las tropas estacionadas en Crimea y el desmantelamiento de la gran base naval de Sebastopol, cuartel general de la marina rusa en el Mar Negro, amén de otras desventajas económicas y estratégicas para el Kremlin. En este caso concreto, los aliados crimeos de Rusia decidieron jugar la baza del legalismo, anunciando la celebración inminente de un referéndum sobre el porvenir de Crimea. Ficticia o real, la democracia juega a su favor. 

Partiendo del supuesto de que la guerra de Crimea no tendrá lugar, conviene plantearse la pregunta: ¿Y el porvenir de Ucrania?  Hace apenas un año, el Secretario de Estado John Kerry afirmaba, en una reunión de empresarios celebrada en Washington: “América Latina es nuestro patio trasero (...) tenemos que acercarnos a ella de manera vigorosa”  ¿Y Ucrania? ¿De quién es este… patio trasero?