martes, 23 de mayo de 2023

Moldova: entre los hechizos de Mimi y las garras del Kremlin


Europa es Moldova - Moldova es Europa. El slogan coincidió con el aterrizaje en el aeropuerto internacional de Chișinău, la capital de la República Moldova, de un nutrido grupo de asesores comunitarios. No se trataba, al parecer, de expertos enviados por Bruselas, sino de los sherpas encargados de preparar la Cumbre de la Comunidad Política Europea, que se celebrará la próxima semana en el castillo de Mimi, auténtica joya arquitectónica que evoca los tiempos de gloria de Besarabia, el territorio arrebatado por los zares de Rusia al Principado de Moldavia en 1812.

El castillo de Mimi, escenario de la primera cumbre paneuropea organizada en suelo moldavo, no pertenecía a una adinerada cortesana afincada en esa tierra de viñedos. Su propietario fue el aristócrata Constantin Mimi, un empresario que ostentó el cargo de gobernador de la provincia en la época del imperio ruso. Después de la Primera Guerra Mundial, cuando Besarabia volvió a integrar el reino de Rumanía, el exgobernador Mimi recibió con todos los honores al rey Carlos II, soberano de los principados de Valaquia y Moldavia, quien no dudó en nombrarle presidente del Banco Nacional de Rumanía. No hay que extrañarse, pues, si después de proclamar su independencia, en 1991, Moldova, antigua república de la URSS, haya barajado la opción de una hipotética reunificación con la occidentalizada y conservadora Rumanía, país que se había decantado por una política más proamericana que pro europea. Pero no fue esta la opción de los poderes fácticos, partidarios de añadir una estrella a la bandera azul de la UE.

El pasado fin de semana, la presidenta Maia Sandu apareció ante las cámaras de la televisión estatal moldava para informar a sus compatriotas que la Cumbre de la Comunidad Política Europea es a todas luces una señal de solidaridad y apoyo de Europa con su país, destacando que la prioridad para Moldova sigue siendo la integración en la infraestructura de la UE. De hecho, la mandataria espera poder formalizar la candidatura de ingreso en el “club de Bruselas” antes de finales del año.

Sandu señaló que los 50 jefes de Estado y de Gobierno que confirmaron su presencia en este encuentro abordarán asuntos relacionados con la seguridad regional, temas relativos al suministro de energía, así como la elaboración de nuevos proyectos de cooperación transfronteriza.

El mero hecho de que esta cumbre se celebre en las inmediaciones de la frontera con Ucrania constituye en mensaje claro para nuestros pueblos – moldavo y ucranio – de que no estamos solos, manifestó la presidenta. Sin embargo, Maia Sandu prefirió eludir la respuesta a la pregunta del comentarista de la televisión: ¿Acudirá Zelensky?

Cabe suponer que la contestación de la primera mandataria habría que buscarla en la cada vez más frecuentes alusiones a los intentos de desestabilización llevados a cabo – según las autoridades de Chișinău – por los servicios secretos de la Federación Rusa. El fantasma del golpe de Estado auspiciado por el Kremlin se ha convertido en el mantra de la clase política moldava. Aparentemente, la amenaza es real.

Desde la proclamación de la independencia, la República Moldova ha sido escenario de constantes luchas intestinas entre partidos proccidentales y agrupaciones políticas afines a la ideología del Kremlin. De hecho, para Vladimir Putin, la actual presidenta moldava, economista educada en Harvard, es la oveja negra que conviene neutralizar. Pero el dueño del Kremlin no parece muy propenso a decantarse por el golpe de Estado; sabe que puede recurrir a otras estratagemas.   

Si bien para los politólogos occidentales el problema clave de Chișinău estriba en la presencia del ejército ruso en el enclave secesionista de Transnistria, para el establishment moldavo el principal quebradero de cabeza se llama Gagauzia, la región autónoma cuya población de origen túrquico – unos 160.000 habitantes – suele beber de las fuentes de Moscú. De hecho, ya en 1991, tras el primer intento de golpe de Estado prorruso, los diputados gagaúzos se pronunciaron a favor de la permanencia de su región en la antigua Unión Soviética. La situación no ha variado desde entonces. La mayoría de los bashkan (gobernadores) de Gagauzia fueron partidarios de estrechar las relaciones con Moscú. En la última consulta popular, celebrada en la primera quincena de mayo, se alzó con la victoria la candidata del prorruso partido Shor, Evghenia Gutul. Se trata de una vieja conocida de las autoridades moldavas, muy reacias en entablar el diálogo con la minoría gagauza.

La nueva gobernadora ha abogado por mejorar los contactos con Moscú, contemplando incluso la apertura de una oficina de representación diplomática de Gagauzia en Moscú. Al día siguiente a la celebración de la consulta popular, la policía moldava irrumpió en la sede de la Comisión Electoral Central de la autonomía, tratando de incautar las papeletas destinadas a validar los resultados de las elecciones.

Las autoridades de Chișinău no quieren reconocer la victoria de la señora Gutsul, señalan los miembros de la Comisión Electoral, recordando que la Asamblea Popular (Parlamento) de Gagauzia ratificó la victoria de la representante del partido Shor. Los gagaúzos acusan al Gobierno de la República Moldova de intimidaciones e interferencia en el funcionamiento del sistema electoral.

Pero hay más: en los confines de Gagauzia se halla el no menos conflictivo distrito de Taraclia, hogar de la minoría búlgara de Moldova, donde se hallan numerosas instituciones culturales y educativas. El búlgaro es también uno de los idiomas de instrucción en la Universidad Estatal de Taraclia.

Semiindependiente del gobierno central de Moldova, la administración regional del distrito mantiene relaciones especiales con Rusia. En efecto, al igual de Gagauzia, Taraclia se considera un bastión de los partidos pro moscovitas. Debido al descontento con las políticas del gobierno central Chișinău, las tendencias separatistas se han intensificado en los últimos años.

Transnistria, Gagauzia, Taraclia. Sólo tres de los numerosos quebraderos de cabeza de Maia Sandu a la hora de contemplar la ansiada adhesión a la Unión Europea; a la hora de querer librarse de las garras del Kremlin.