El pasado 8 de mayo, cuando el
presidente Trump anunció la retirada de los Estados Unidos del Pacto nuclear
con Irán, la plana mayor de los clérigos iraníes comprendió que no podían tomarse
el asunto a la ligera. Tal vez porqué el impredecible inquilino de la Casa
Blanca, menos versado en los rudimentos de la diplomacia que un tendero de
Brooklyn, tiene el mérito de salirse siempre con la suya. Sí, los impulsos
suelen llevarle a buen puerto. Mas en este caso concreto, la decisión de Trump
no parecía ajena a las motivaciones de dos de sus aliados regionales: Arabia
Saudita e Israel que, por razones distintas, rezan por el debilitamiento, véase
la caída del régimen teocrático iraní.
Los saudíes, que lideran la
corriente sunita del Islam, consideran que los chiitas de Teherán son sus
principales adversarios. En el Yemen, la pugna religiosa se ha convertido en…
conflicto armado.
Por su parte, Israel lleva más de
dos décadas denunciando la peligrosidad del programa nuclear iraní. Los
sucesivos Gobiernos de Tel Aviv han exigido al “gran hermano” estadounidense la
destrucción de las instalaciones atómicas iraníes; sin éxito. En comparación
con los operativos relámpago llevados a cabo por la Fuerza Aérea hebrea en Siria e Irak, en el caso de Teherán tropezaron
contundente veto de la Casa Blanca.
En ambos casos, Donald Trump
prometió echar una mano a sus amigos e incondicionales aliados, apoyando
militarmente el esfuerzo bélico de la monarquía wahabita en la Península
Arábiga y amenazando con el palo a los clérigos chiitas, enemigos jurados de la
“entidad sionista”, léase Israel.
La primera tanda de sanciones
económicas anunciadas por Washington tras el portazo de Donald Trump ha entrado
en vigor esta semana. Se trata de la prohibición de comerciar con oro y metales
preciosos, la venta de coches a la República Islámica, la importación de
alfombras y textiles, la compra de la deuda o la utilización del dólar en el
mercado de cambios persa. Es sólo de un comienzo, pues las sanciones más
contundentes – embargo a las exportaciones de petróleo y productos
petroquímicos - se darán a conocer en el
mes de noviembre.
El anuncio ha caído como un jarro
de agua fría en Bruselas: la Unión Europea teme por los intereses de las
grandes multinacionales europeas que operan en Irán – Airbus, Peugeot, etc. Junto con China y Rusia, los europeos tratan
de preservar el acuerdo nuclear con Teherán.
Sabido es que las exigencias actuales
de Washington poco o nada tienen que ver con el programa nuclear iraní. Lo que
se pretende es obligar a Irán a acabar con su presencia militar en Oriente
Medio – Siria, Líbano – reducir el alcance de sus programa balístico y retirar
el apoyo a los llamados “movimientos terroristas” – Hezbollah, en el Líbano y
Hamas en los territorios palestinos.
Curiosamente, Trump pretende
clonar el guion empleado con el líder de Corea del Norte: amenazar con la
destrucción del país y, acto seguido,
formular una oferta de diálogo. Me
sentaré a hablar con el Presidente Rohani sin condiciones previas, anuncia
el inquilino de la Casa Blanca. La respuesta de Teherán no tarda en llegar: No se dialoga con alguien que viene con un cuchillo
de la mano. Más claro…
Asegura Trump que Norteamérica no
desea provocar la caída del régimen de los ayatolás. Sin embargo, las protestas
antigubernamentales proliferan en las ciudades persas. Ello coincide con la
proliferación de un nuevo perfil de diplomáticos estadunidenses: los expertos
en movimientos sociales, léase disturbios callejeros. Los “disturbólogos” han
encontrado refugio en misiones diplomáticas situadas en países clave: Afganistán,
Paquistán, Egipto, países de Europa Oriental.
En resumidas cuentas: no provocar
la caída de Gobiernos es una cosa; desestabilizarlo…
Los ayatolás lo saben; y no sólo
los ayatolás.