domingo, 15 de septiembre de 2019

Israel - los fantasmas electorales de Benjamín Netanyahu


¿Netanyahu o Gantz? ¿Gantz o Netanyahu? Esta vez, el oráculo de Tel Aviv titubea a la hora de predecir el futuro. Entrada en su recta final, la campaña para las elecciones generales israelíes del próximo martes ofrece un panorama muy parecido al de las legislativas del pasado mes de abril, que finalizó en empate entre los dos grandes bloques políticos: los conservadores del Likud y la alianza Azul y Blanco, agrupación liderada por tres generales retirados e integrada por laboristas, pacifistas y políticos pertenecientes a la minoría árabe israelí.
  
¿Ha llegado la hora del cambio? Hay quien vaticina un estrepitoso fracaso de los conservadores y quien se limita a afirmar que Netanyahu… no ganará las elecciones. ¿La diferencia? En Israel, los milagros son posibles. De hecho, el controvertido líder del Likud parece propenso a asumir el papel de mago, sacando de su chistera electoral un sinfín de amenazas fantasma que transmiten el mismo mensaje subliminal: Soy el único defensor de la integridad de la tierra de Israel ¡votad por mí! 
  
Durante un proceso electoral, todos los subterfugios son buenos. Netanyahu volvió a recurrir a la muy socorrida amenaza nuclear iraní, la carrera armamentista del movimiento radical libanés Hezbollah, la necesidad de intervenir militarmente en la Franja de Gaza o de anexionar el valle del Jordán. En el Estado judío, la estrategia del miedo ha funcionado siempre. Sin embargo, en esta ocasión los israelíes están dudando: ¿se trata de nuevos trucos de magia o de las habituales artimañas del farsante Benjamín?

Hace apenas una semana, Netanyahu desveló la existencia de nuevas instalaciones iraníes para la fabricación de armas nucleares situadas en Abadeh, al sur de Isfahan. El peligro, real o ficticio, fue detectado a comienzos del verano. En julio, al notificar las autoridades hebreas el descubrimiento a las instancias internacionales, los iraníes se apresuraron en camuflar las instalaciones. Pero camuflar no significa forzosamente desmantelar, afirma el Primer Ministro israelí. Caben, pues, dos opciones: esperar la condena de la Agencia Internacional para la Energía Nuclear (AIEA) o… proceder al bombardeo del sitio ultrasecreto. Eso sí, con el beneplácito de la Casa Blanca.

Conviene señalar que estas revelaciones se producen un año después de que Netanyahu denunciara, en un discurso ante la ONU, la existencia de  otro "deposito nuclear secreto" ubicado en Turquzabad, cerca de Teherán, donde se almacenaba material destinado al programa nuclear iraní.

Si bien Netanyahu no se atrevió a oponerse abiertamente a la apertura de contactos entre la Administración estadounidense y el régimen de la República Islámica de Irán,  sugirió que, a su juicio, este no era el momento de entablar conversaciones con Irán. Pero se curó en salud advirtiendo: “Yo no soy quien para decidir cuándo y con quién debe reunirse el presidente de los Estados Unidos”.

Sin embargo, el líder del Likud mandó un mensaje a los “tiranos” del Teherán. “Nos consta que queréis destruir las pruebas. Israel sabe qué estáis haciendo, cuándo lo estáis haciendo y dónde lo estáis haciendo. Vuestra política está basada en mentiras, engaños y violaciones”.

Otro frente abierto por el longevo Primer Ministro israelí, que lleva ya más de 13 años en el cargo, es el de la presencia militar iraní en el Líbano, donde expertos de Teherán están asesorando al movimiento radical chiita Hezbollah en el proceso de producción y conversión de misiles de precisión.
  
Según informes de la inteligencia militar israelí, a partir de  2016  Irán y Hezbollah han centrado sus esfuerzos en convertir los cohetes almacenados en los arsenales libaneses en misiles teledirigidos de precisión. Para obtener esta conversión, Hezbollah creó instalaciones cerca de Nabi Chit, en el valle de Bekaá, contando con  el apoyo financiero y logístico de Teherán. Dicho proyecto está supervisado por el jefe de la llamada Fuerza Al Quds, Muhammad Hussein-Zada Hejazi.

Actualmente, Israel está barajando dos opciones: la condena diplomática en Naciones Unidas o… la intervención militar.

Otra promesa que levantó ampollas no sólo en el mundo árabe, sino también en las Cancillerías occidentales, fue el proyecto de anexión de los bloques de asentamientos judíos de Cisjordania, situados en la zona bajo control mixto israelo-palestino. Por si fuera poco, Netanyahu volvió a la carga 48 horas más tarde, anunciando también la posible ocupación del “estratégico” valle del Jordán, una zona tampón de 2.400 kilómetros cuadrados en la frontera con Jordania, que representa alrededor del 30 por ciento de la extensión de Cisjordania.

Por muy descabellado que ello parezca, el proyecto del Primer Ministro hebreo contaría con el visto bueno de la Casa  Blanca. En efecto, el cacareado plan de paz estadounidense contempla la posible anexión por parte de Israel de más territorios en Cisjordania.

Pero hay más: el líder del Likud amenazó también con desencadenar un operativo bélico contra la Franja de Gaza, convertida en base de lanzamiento de misiles de los radicales de Hamas. La proliferación de los ataques contra objetivos civiles israelíes justificaría – según Netanyahu – una operación de castigo.

La coalición de centroizquierda acusa al actual Primer Ministro de llevar a cabo una vacua política de… “anexión de votos”. Pero qué duda cabe de que algunos de los peligros son reales: guerra con Irán, enfrentamiento con Hezbollah, revocación de los Acuerdos de Oslo...
  
Con esas perspectivas, muy poco halagüeñas, los israelíes irán a las urnas dentro de unas horas.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Exit John Bolton: el último vuelo del “halcón”


La noticia del fulminante cese de John Bolton, asesor de seguridad de la Casa Blanca, nos cogió totalmente desprevenidos. Con razón; veinticuatro horas antes del despido tuitero de Donald Trump, aún recibíamos detallados informes sobre el último periplo europeo de Bolton, el último encargo discreto del Presidente de los Estados Unidos. Se trataba de una misión sumamente difícil: mientras los pobladores del Viejo Continente celebraban el 30 aniversario de la abolición de las fronteras entre en Este y el Oeste y el final de la época de los bloques antagónicos, John Bolton debía definir el emplazamiento del nuevo Telón de Acero, de los confines con la siempre hostil… Rusia.

Aparentemente, los tiempos habían cambiado. Sólo aparentemente; el “halcón” Bolton, partidario del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, de los bombardeos de castigo y las intervenciones armadas, seguía imponiendo su doctrina en las altas esferas de la capital del imperio. Sí, el Telón de Acero había caído, pero… ¿es preciso renunciar definitivamente a  semejante herramienta? Incumbe al buen “halcón” hallar o sugerir nuevos obstáculos. Y ello, independientemente de las extravagancias de un Presidente empeñado en aprovechar las hasta ahora sobrias reuniones de la cumbre con dignatarios extranjeros para jugar a la pelota con el enviado del Imperio del Mal. La seguridad de América no puede depender de la frívola actuación de un multimillonario...  

John Bolton estuvo de gira en Europa del Este la semana pasada para tantear el terreno y  encontrar los puntos débiles en la frontera con Rusia. Cabe suponer que los Estados Unidos traten de detectar las posibles grietas para aumentar su influencia en los países fronterizos - Ucrania, Bielorrusia y Moldavia – posibles palancas de presión sobre el Kremlin.

Durante su visita a Kiev, a finales de agosto, Bolton era portador de un mensaje muy claro. Se trataba de destacar el apoyo de Estados Unidos a la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, su apuesta por la vía euroatlántica. El enviado de Trump reiteró el interés estratégico de Norteamérica por la libre circulación en el Mar Negro. “Estados Unidos defenderá sus intereses en el mundo, al igual que los intereses de nuestros aliados. Queremos estar en el Mar Báltico, en el Mar Negro y también en el Ártico”, manifestó John Bolton al despedirse de sus anfitriones.

Sin embargo, pocas horas después, llegó información de que presidente Trump estaba  considerando limitar la asistencia militar de Ucrania. Al parecer, el inquilino de la Casa Blanca prefiere minimizar la interferencia rusa en Ucrania. De hecho, Trump propuso recientemente la readmisión de Rusia en el Grupo de países altamente industrializados (G 8), del que los rusos fueron excluidos tras la anexión de la península ucraniana de Crimea, en 2014.

Bolton llegó a la República Moldova poco después de que el partido pro europeo y la agrupación pro moscovita llegaran a un acuerdo para compartir el poder en este país, campo de batalla de las corrientes occidentales y el Kremlin, con el único objetivo de eliminar a un enemigo común: el Partido Demócrata del oligarca pro ruso Vlad Plahotniuk.
  
Sin embargo, los socios de la frágil coalición tienen visiones diferentes en cuanto a la política exterior se refiere: los socialistas preconizan la integración a Rusia, mientras que el bloque liberal apuesta por los valores encarnados por la UE.

Por su parte, el pro ruso Presidente Igor Dodon aseguró que continuará estrechando las relaciones con Moscú,  apostando por la iniciativa euroasiática de Vladimir Putin.

John Bolton fue el primer alto cargo de la Administración estadounidense a ser recibido por las autoridades de Bielorrusia, antigua república soviética aún anclada en la órbita de Moscú. Las recientes disputas sobre el suministro de petróleo podrían facilitar, sin embargo, la expansión de las relaciones comerciales y energéticas con Washington.

Hasta aquí, los apuntes del viaje de Bolton, quien no se acercó a las dos capitales clave para el proyecto geoestratégico de Washington: Varsovia y Bucarest, baluartes de la “nueva frontera”  ideada junto con los estrategas de la OTAN.

En el caso concreto de Polonia, país que reclama una presencia militar norteamericana permanente en su territorio, indispensable – según las autoridades de Varsovia – para fortalecer la seguridad de los aliados en la frontera con Rusia, la Casa Blanca contempla el incremento de los efectivos de la Alianza, que pasarían de alrededor de 4.500 a unos 5.500 hombres. Una vez iniciado el proceso, se pondrá en marcha el traslado gradual del personal acuartelado actualmente en Alemania, movimiento que no parece ser del agrado del Gobierno germano.

Ni que decir tiene que este cambio de estrategia presagia la modificación del equilibrio en la frontera oriental de la OTAN – Unión Europea. Subsiste el interrogante: en qué medida afectará la nueva estrategia la política de defensa del otro socio prioritario de la Alianza: Rumanía.

Recordemos que la estrategia de seguridad común en las fronteras con Rusia contaba con tres pilares: Polonia, Rumanía y Turquía. Pero el “triunvirato”  ideado durante la cumbre de la OTAN celebrada en Varsovia en 2016 se ha reducido considerablemente tras el acercamiento de Ankara a Moscú, dejando al descubierto el flanco sudoriental de la Alianza, incluido un Mar Negro dominado por el constante aumento de la presencia militar rusa en Crimea.

Si bien hasta ahora la OTAN solía dar prioridad absoluta al fortalecimiento de las relaciones militares con los países bálticos y Polonia, siguiendo un guion establecido antes de 2016, la modificación del paradigma se impone: Rumanía está llamada a desempeñar un papel clave a la hora de definir la nueva frontera.  

Hace apenas unos días, la ministra rumana de Asuntos Exteriores, Ramona Manescu, exigió una mayor presencia de tropas estadounidenses en su país como elemento disuasorio indispensable frente a las acciones agresivas de Moscú.

Aludiendo a la presencia de cazas aliados en su país, la jefa de la diplomacia rumana dijo: “No queremos iniciar una guerra; sólo pretendemos evitarla”. Los vuelos de vigilancia de la OTAN en el Mar Negro tienen carácter meramente… estratégico. “Queremos entablar un diálogo constructivo con Rusia, dentro de los límites del respeto del derecho internacional y la integridad territorial” (de los países vecinos).

Obviamente, los límites estratégicos e ideológicos del nuevo Telón de Acero parecen estar esbozados. Incumbe a otro washingtoniano “halcón” velar por la puesta en marcha del nada pacífico proyecto de John Bolton.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Groenlandia: de vertedero nuclear a boyante negocio inmobiliario


La reciente propuesta de Donald Trump de adquirir el territorio autónomo de Groenlandia fue acogida con innegable sorpresa, cuando no, con hilaridad por la prensa internacional. Sin embargo, el planteamiento del multimillonario disfrazado de político era sumamente sencillo; se limitaba a dos vocablos: “quiero” “compro”. Cuál no fue su sorpresa al comprobar que el Gobierno de Dinamarca, responsable de la defensa y política exterior de su antigua colonia -  Groenlandia - desestimaba la oferta. “Groenlandia no está en venta”, contestaron las autoridades de Copenhague. Visiblemente molesto por la “irreverente respuesta” de los  daneses, Trump canceló su viaje oficial al minúsculo país europeo que osó plantarle cara.

Huelga decir que para el actual inquilino de la Casa Blanca el asunto no está zanjado; a Norteamérica no se le humilla…

En realidad, no se trata de una humillación: ya en 1945, el entonces Presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, planteó a los daneses la compra el territorio ártico a cambio de cien millones de dólares, pagaderos en lingotes de oro. La “poco interesante” oferta fue descartada por el Gobierno de Copenhague.

Conviene recordar que desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Groenlandia albergaba numerosas instalaciones militares estadounidenses. Un acuerdo de cooperación estratégica bilateral firmado en 1941 y renovado en la década de los 50 otorga a los norteamericanos el derecho de construir 33 bases militares y estaciones de radar en Groenlandia. Se trata de un convenio muy ventajoso para el Pentágono, que contempla la gratuidad del uso de las instalaciones militares. Sin embargo, esta cláusula no acaba de convencer a las autoridades autonómicas de la isla, resentidas por la decisión de Washington de rescindir, a partir de 2014, el contrato de mantenimiento de la mayor base aérea de Groenlandia,  firmado con la empresa estatal de servicios.

La Base Thule, situada a 1,500 kilómetros del Polo Norte, construida por los norteamericanos en la década de 1940 y ampliada en los años 50, cuenta con una pista de aterrizaje de 3.000 metros de largo y recibe anualmente alrededor de 2.600 vuelos militares y comerciales. En su apogeo, a principio de la década de los 60, cuando su personal ascendía a diez mil hombres, fue una de las instalaciones más importantes, que albergaba bombarderos estratégicos estadounidenses. Actualmente, Thule forma parte de la red de vigilancia electrónica NORAD, un sistema de  detección de posibles disparos de cohetes intercontinentales rusos.

Las relaciones estratégicas con Dinamarca fueron entorpecidas por un grave incidente registrado en 2016, cuando a raíz del calentamiento climático, la descongelación de la capa de hielo dejó al descubierto la existencia de una base ultrasecreta, Camp Century, construida entre 1959-1960, concebida para el lanzamiento de misiles balísticos en caso de conflicto nuclear con Moscú.

Ubicada a 200 kilómetros al este de la base de Thule, la estación subterránea estaba dotada con un reactor nuclear y compuesta por una amplia red de túneles subterráneos que formaban una pequeña ciudad capaz de acoger a más de 200 personas. Al sureste de Camp Century se hallaba una base más pequeña, Camp Fistclench, donde se analizaban los combustibles atómicos.

Un informe confidencial del Ejército de los Estados Unidos, hecho público cuatro años después del incidente de Camp Century, señalaba que el movimiento de las capas de hielo afectó la seguridad de los depósitos subterráneos de armas nucleares, retiradas precipitadamente por el personal militar. El Pentágono renunció definitivamente al proyecto a partir de 1964. En 1967, Camp Century fue desmantelado. Sin embargo, en las capas profundas de hielo ártico permanecieron los desechos nucleares procedentes de los experimentos de laboratorio, alrededor de 200,000 litros de combustible, así como una cantidad impresionante de aguas residuales; un enorme vertedero de desechos químicos y nucleares. Existe un gran peligro de contaminación, ya que los residuos de uranio y plutonio comienzan a emerger con el constante derretimiento de la capa de hielo que cubre las abandonadas instalaciones de Camp Century.

Los daneses tampoco parecer dispuestos a olvidar el aparatoso incidente del 21 de enero de 1968, cuando un bombardero B-52 que transportaba 4 bombas de hidrogeno se estrelló a once kilómetros de la base de Thule. El impacto provocó la explosión de 132,500 litros de combustible, dañó la protección de los artefactos nucleares y expulsó en el atmosfera fragmentos de plutonio, uranio y tritio. Los restos de las bombas y la carcasa del avión ardieron durante 20 minutos, contaminando un área entre 300-600 kilómetros cuadrados.

Más de 700 militares  intervinieron en la limpieza del área; la operación tuvo un coste de 9,4 millones de dólares. Los equipos trabajaron durante dos meses, transportando 10.500 toneladas de nieve, hielo y escombros contaminados al cementerio nuclear de Oak Ridge.

Pero la pesadilla sigue.  Los equipos de rescate no encontraron una bomba termonuclear – la cuarta - que no explotó en 1968. En el verano de 2000, un submarino de la Marina de los EE. UU. detectó en el fondo del mar un objeto que se asemeja a esa bomba. Desde entonces, en Dinamarca aparecieron docenas de trabajos sobre los efectos nocivos de la contaminación atómica.

El año pasado, Dinamarca y la provincia autónoma de Groenlandia firmaron un acuerdo relativo a la limpieza del área donde se hallaban las instalaciones militares abandonadas por el Ejército norteamericano después de la Segunda Guerra Mundial, un operativo evaluado en alrededor de 29 millones de dólares. Pero el protocolo no alude a las instalaciones estadounidenses aún en funcionamiento.

Cabe suponer que el interés de Donald Trump por Groenlandia, un territorio del tamaño de Francia, poco tiene que ver con el carácter meramente estratégico de la isla. De hecho, hasta la fecha las inversiones estadounidenses en la isla han sido muy limitadas. Más generosos han sido los competidores directos de Norteamérica. Nos ha llamado la atención la presencia del capital chino. Las empresas del gigante asiático comenzaron a invertir cantidades considerables de dinero en los proyectos gubernamentales y privados en Groenlandia, deseando establecer una cabeza de puente estratégica para la “vía ártica” de la nueva Ruta de la Seda.

Se habla cada vez más de las importantísimas de petróleo, gas natural, diamantes, uranio, plomo, carbón, zinc, mineral de hierro o cobre del territorio árctico. Pero hay más: se cree que la arena de los glaciares derretidos podría ser el futuro sustento económico de la isla, ya que este tipo de material es ideal para la construcción. Se trata de un mercado estimado actualmente en cien  mil millones  de dólares, pero cuyo valor podría quintuplicarse de aquí a finales de siglo. Un buen negocio para los boyantes proyectos inmobiliarios de la Trump Organization.