domingo, 31 de enero de 2016

El fin de la Historia y los cuentos sin fin



En la última década del siglo pasado causó un gran revuelo la publicación del ensayo El fin de la Historia y el último hombre del politólogo estadounidense Francis Fukuyama. ¿El fin de la historia? La tesis defendida por Fukuyama en 1992 parecía relativamente sencilla: al finalizar la Guerra Fría, es decir, en enfrentamiento ideológico Este-Oeste, la Historia se había acabado. La única opción viable para el mundo, para el conjunto de las naciones de la Tierra, era la democracia liberal, sistema socio-político que se sustentaba en tres pilares: la economía de mercado, la gobernanza democrática y el imperio del derecho. Una receta única, basada en un pensamiento único. 

Fukuyama aludía al pensamiento hegeliano al afirmar que el fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas

¿Un mundo sin guerras, sin enemigos, sin abusos, sin corrupción? ¿Una sociedad global democrática? Aparentemente, esa perspectiva no era del agrado del establishment político militar que controla los destinos de la humanidad. En 1992, mientras Bosnia estaba sumergida en una guerra étnica, inesperado conflicto entre cristianos y musulmanes europeos, los aviones de la OTAN bombardeaban Serbia, uno de los últimos reductos del mal llamado socialismo científico. El ensayo de Fukuyama se publicó unas semanas antes de la revelación del prestigioso rotativo Washington Post, que profetizaba la aparición de otro temible enemigo potencial: el Islam. Cabe suponer que la predicción no nació en la redacción del diario, sino el algún despacho oficial de la capital estadounidense. La democracia liberal tenía, pues, un enemigo: el mahometismo. Mas la clase política occidental se apresuró en corregir el error. El verdadero enemigo no era el Islam, sino los… islamistas radicales. Algunos amigos que profesaban la religión fundada por Mahoma insistieron en cambiar el nombre: hablen de musulmanes radicales, no de islamistas; asimilar a la Casa del Islam a las acciones de unos pocos es una ofensa…  Pero, ¿quiénes eran esos musulmanes radicales? Lo comprendimos, Occidente lo comprendió el 11 de septiembre de 2001. Exactamente nueve años después de la publicación del premonitorio artículo del Washington Post  y… del libro de Francis Fukuyama. 

Lo que sucedió después en harto conocido: Afganistán, Irak, las primaveras árabes, la guerra civil de Siria, Yemen, la caída de algunos dictadores (Gadafi, Mubarak)… el advenimiento del caos. Los Bush, Clinton y Obama trataron de reconducir la situación. Sin éxito; todos los intentos de aparente modernización del mundo árabe fracasaron. La Historia seguía su curso, fragmentada en… cuentos sin fin. 

Francis Fukuyama volvió a aparecer hace unas semanas en una república caucásica exsoviética, en un foro patrocinado por entes públicos estadounidenses. Esta vez, el mensaje del antiguo neo-con distaba mucho de la profecía de 1992. No, el fin de la Historia aún no había llegado. Habrá que esperar la desaparición de dos grandes obstáculos: el putinismo y el islamismo. Dos enemigos que, al menos aparentemente, poco tienen en común. El radicalismo islámico, creado o fomentado por las fuerzas ocultas del aparato estadounidense, con apoyo saudí, qatarí, etc. ha llevado a la creación del siniestro Estado Islámico. Para Fukuyama, los militantes del EI son un puñado de jóvenes sin novias y sin trabajo. Se acabó el fin de la Historia; empiezan los cuentos sin fin.
     
El putinismo, la nueva e inesperada amenaza, nació de un simple error de cálculo de los politólogos de la Universidad de Yale, quienes habían sugerido, también en 1992, que tras la caída del sistema soviético y la desintegración de la antigua URSS, el Kremlin acabaría arrodillándose ante la presión de Occidente. Contaban los analistas estadounidenses con una pinza OTAN – China.  Obviamente, tomaban sus deseos por realidades. 

Si bien es cierto que las promesas de Mijaíl Gorbachov sobre la transición rápida hacia la democracia liberal, léase la economía de mercado, parecían materializarse durante el mandato de Boris Yeltsin, la llegada al poder de Vladimir Putin coincidió con la introducción progresiva de un sistema autoritario. 

Nos equivocamos en 1991 al creer que la transición será rápida, afirma Fukuyama, recordando sin embargo que la democracia liberal tardó más de un siglo en arraigarse en los países de Europa Occidental. Y añade: habrá islamismo y putinismo para rato.

En resumidas cuentas: prepárense para el sinfín de cuentos.  

lunes, 18 de enero de 2016

En la primera línea del frente y II


De hipócritas tildaron algunos los medios de comunicación de Europa oriental las palabras de Vladimir Putin, al afirmar este que Rusia no tenía intención de ser una superpotencia mundial. Inútil recordar que la Federación rusa, heredera de la extinta URSS, sigue siendo una de las naciones más poderosas de la Tierra.

Las declaraciones de Putin, recogidas por el rotativo alemán Bild Zeitung en la primera semana de enero, coincidían extrañamente con la publicación de la nueva Estrategia de Seguridad de Rusia, un documento que contiene una serie de advertencias dirigidas al establishment de Washington y de la Alianza Atlántica e indica un innegable cambio de rumbo en la política de defensa de Moscú.

En efecto, tanto el tono como la argumentación han cambiado del otro lado de la primera línea del frente. El Kremlin sostiene que el estacionamiento de nuevos efectivos de la Alianza en los confines de Rusia refleja el deseo de Washington de ejercer su dominación a escala planetaria, que conlleva, en este caso concreto, a una serie de presiones políticas, económicas y militares contra el antiguo imperio de los zares.

Señala el documento que  la expansión del potencial de la OTAN, así como el creciente protagonismo de la Alianza a nivel mundial violan el espíritu del Tratado que rige las relaciones entre la OTAN y Moscú. Más aún; la reciente activación de la estructura militar del bloque presupone una amenaza directa para la seguridad nacional del país.

Al pasar revista a las opciones geopolíticas de los EE.UU., el documento hace especial hincapié en el traslado hacia la región fronteriza de laboratorios biológicos destinados a fines militares. Existe un gran peligro de proliferación y utilización de armas químicas, que alimenta la incertidumbre acerca de la presencia de armas biológicas y/o la capacidad de algunos países de producirlos, estiman los estrategas moscovitas.

La nueva estrategia del Kremlin parece una respuesta a las sanciones impuestas por Washington y Bruselas contra Rusia tras la anexión, en 2014, de la Península de Crimea. Unas  sanciones que, de paso sea dicho, han generado más pérdidas a las economías de la UE – alrededor de 90.000 millones de euros durante el período 2014-2015 – que a la economía rusa – 25.000 millones. Sin embargo, el informe subraya la necesidad de asegurar la independencia alimentaria de Rusia.

También contempla la nueva Estrategia un notable incremento del poderío militar y naval de la Federación rusa. A partir de 2018, la Marina militar será dotada de nuevos sumergibles, que disponen de modernísimos sistemas de control y comunicaciones, difícilmente detectables por los servicios de vigilancia de la OTAN. Tampoco podrán localizar los radares utilizados por el ejército de los Estados Unidos los nuevos aviones de combate Sujoy PAK FA o T – 50, capaces de despegar desde la cubierta de los portaaviones. 

Otra de las prioridades sería el reforzamiento del papel desempeñado por los servicios de inteligencia. Ello implica, según los estrategas, la capacidad de incidir de manera eficaz en políticas planetarias.

Lo que de verdad preocupa al Kremlin son las llamadas revoluciones de colores, que representan un peligro para la seguridad nacional. Alusión obvia a la revolución de Maidan y el derrocamiento del Presidente ucranio Víctor Yanúkovich, obligado a abandonar el país tras las presiones ejercidas, muy democráticamente, por Washington y por Berlín.

Para Moscú, el conflicto de Ucrania se ha tornado en una auténtica pesadilla. La consolidación de una ideología nacionalista de extrema derecha, los esfuerzos deliberados de ofrecer una imagen pública de Rusia – enemigo potencial – convierte a Ucrania en una fuente de inestabilidad europea a largo plazo, señala el informe.

Además de temer por el desmembramiento de la Federación, los posibles ataques contra la unidad y la integridad territorial del país, la Estrategia denuncia los esfuerzos de Occidente de obstaculizar la creación de la Unión Euroasiática, espacio político-económico promovido por el Kremlin con miras a contrarrestar el peso de la Unión Europea. Dichos esfuerzos, señala el documento, afectan de manera negativa los intereses nacionales rusos.

Finalmente, al abordar el tema de los refugiados, los autores de la Estrategia hacen hincapié en la vulnerabilidad del sistema de seguridad de la región euro-atlántica controlada por la OTAN y la UE.

En resumidas cuentas, el común denominador de las nuevas estrategias de seguridad podría resumirse en una sola palabra: enemigo.