Israel
bien vale un lavado de cara. A esta conclusión llegó el
Gobierno de Tel Aviv, liderado por el tándem integrado por Naftali Bennett y Yair
Lapid, un ultraconservador y un liberal que difícilmente podrían convivir en la
vida real de cualquier país democrático. Israel es, obviamente, la excepción de
confirma la regla. Un país donde las consideraciones de índole partidista
claudican ante la imperiosa necesidad de concebir coaliciones viables para la
gobernanza. Gobernar entre crisis y crisis; gestionar los indispensables paréntesis
democráticos exigidos por las normas de buena conducta impuestas por la
supuestamente transparente comunidad internacional. Israel necesita este
aval; su imagen resultó dañada por la década de gobierno de Benjamín Netanyahu,
el ultra que trató de emular el ejemplo de Ariel Sharon, el incombustible e
impredecible general que desafió a varios inquilinos de la Casa Blanca.
Obviamente, el insumiso militar podía haberse permitido este lujo. A Netanyahu,
la desobediencia le costó más, aunque logró salirse con la suya. Contaba con el
apoyo de la población del Estado judío, obsesionada por los múltiples peligros
de la región: el árabe, el iraní, el palestino, el terrorista… Netanyahu supo
gestionar esos fantasmas para crear un ambiente de pánico permanente. La
psicosis logró sobrevivir durante una década.
Curiosamente, la pesadilla se
fue desvaneciendo tras la firma del Acuerdo Abraham, impulsado por Donald
Trump, aliado incondicional de Netanyahu. La llamada normalización de
las relaciones con los países árabes, ansiada por la élite de Washington, se
convirtió en una victoria pírrica, que coincidió con el desgaste del político
israelí. Exit Netanyahu…
Israel
bien vale un lavado de cara, estimaron Bennett y Lapid,
tras haber evaluado los estragos causados por la gestión de Netanyahu. A nivel
local, había que mejorar las relaciones con la Autoridad Nacional Palestina,
ninguneada por el antiguo jefe de Gobierno. A la constante presión económica y
bloqueo sanitario durante la pandemia se sumaron los operativos bélicos, generados
por los ataques de Hamas y sus aliados islámicos de la Franja de Gaza. Tel Aviv
exigió la intervención del Gabinete palestino de Ramallah, sabiendo
positivamente que el equipo de Majmud Abbás no controla la situación en la
Franja. El actual Gobierno israelí
cooperará con la Autoridad Nacional en el proceso de vacunación de los
habitantes de los territorios. Los demás asuntos pendientes serán abordados en
consultas bilaterales.
Por otra parte, el Gobierno
israelí ha decidido bloquear las transferencias de fondos qataríes destinados a
la resistencia palestina (Hamas). La multimillonaria ayuda humanitaria del
emirato debería efectuarse o bien a través de las Naciones Unidas o en
transferencias bancarias directas.
Jordania, país con el que
Israel ha mantenido siempre relaciones muy ambiguas, recibirá una compensación
inmediata, que consiste en el incremento del caudal de aguas subterráneas de
Cisjordania controladas por el ejército de ocupación israelí. La decisión del
Gabinete hebreo se hizo pública antes de la visita oficial del rey Abdalá a los
Estados Unidos.
Por su parte, el tándem
Bennett – Lapid, que tiene previsto un encuentro con el presidente Biden a
finales de mes, está ultimando los detalles de su futura política frente a
Irán, tratando de recomponer los platos rotos por Netanyahu. Huelga
decir que la situación ha variado en los últimos meses; Rusia parece dispuesta
a consentir la autonomía nuclear de Teherán.
La última baza esgrimida por
el equipo Bennett – Lapid es… Europa. El titular de Asuntos Exteriores (Lapid),
participó en el último consejo de ministros de relaciones exteriores de la UE,
celebrado esta semana en Bruselas, donde dejó constancia del deseo del Estado
judío de fortalecer las relaciones con la Unión Europea, después de años de
tensiones con Netanyahu. Pero la reanudación del diálogo no resultó fácil.
Acepto que parte de nuestro diálogo consiste en un
juicio moral”, dijo Lapid. Pero no es demasiado esperar que este diálogo tenga
en cuenta el hecho de que mi casa está siendo atacada.
Un lavado de cara complicado, si se piensa en los múltiples intereses económicos y estratégicos de los países comunitarios en la región.