viernes, 22 de junio de 2012

Siria: recordando la guerra civil española


La decisión de las Naciones Unidas de suspender sine die las actividades de la misión de observadores destacada a Siria no parece haber sorprendido sobremanera a los analistas políticos que siguen muy de cerca la evolución de los acontecimientos en la zona. Obviamente, ninguna de las partes involucradas en este conflicto que se ha tornado en una auténtica guerra civil tiene interés en facilitar la labor de unos testigos molestos. Para las autoridades de Damasco, la presencia de los cripto-cascos-azules obstaculiza la cruenta ofensiva del ejército y los grupos paramilitares contra los opositores del régimen; para el autodenominado “ejército libre” de Siria, los enviados de la ONU no dejan de ser un estorbo. Ambos bandos se acusan mutuamente de haber cometido atrocidades; ambos prefieren seguir actuando (matando, mejor dicho) lejos de las miradas “indiscretas” de una opinión pública internacional incapaz de comprender la complejidad de este conflicto interno, de este dramático enfrentamiento que divide a los sirios.

¿Conflicto étnico? ¿Conflicto religioso? ¿Conflicto ideológico? La verdad es que la tragedia del país de los antiguos omeyas tiene diferentes lecturas. Es cierto que la minoría alauita, que representa un escaso 15 por ciento de la población, controla los destinos de Siria desde hace más de 30 años. Los musulmanes sunitas se sienten discriminados. ¿Y los kurdos, los drusos y los chiítas, etnias minoritarias? ¿O los cristianos, acostumbrados desde hace décadas a la política del “palo y la zanahoria” de los gobernantes árabes? Muchos estiman que la discriminación soterrada, llevada a cabo por el régimen laico instaurado por el Partido Baas, resultaba hasta cierto punto más “tolerante” que la estricta normativa jurídica de las monarquías absolutistas de la región.

Sabido es que la confrontación entre alauitas y sunitas desembocó, ya en 1982, en la masacre de Hama. En aquél entonces, el ejército sirio, bajo las órdenes de Hafez el Assad, padre del actual presidente, llevó a cabo una operación de castigo en la que perecieron más de 20.000 personas. Nada nuevo, pues, bajo el sol. ¿Nada nuevo? Hoy en día, los enfrentamientos interconfesionales están fomentados por saudíes y qataríes, guardianes de la “recta vía” del Islam sunita, aunque también por agrupaciones político-religiosas afines a los Hermanos Musulmanes, que suministran a través de Turquía, armamento el “ejército libre”.

Los valedores del bando gubernamental son, por muy extraño que ello parezca, los ayatolás iraníes y los cabecillas del movimiento radical islámico libanés Hezbollah, quienes encuentran en el régimen “laico” un inesperado compañero de camino. Por otra parte, las fuerzas armadas de El Assad están pertrechadas con aviones y helicópteros rusos, con tanques fabricados en Rumanía, antiguo miembro del Pacto de Varsovia, con instrumentos de vigilancia electrónica provenientes de países occidentales.

Obviamente, religión e ideología se dan la mano, convirtiendo la tragedia humana en un conflicto que recuerda extrañamente la guerra civil española (1936-1939). Mientras en España los dos bandos – derecha e izquierda – contaban con los apoyos de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini, por un lado y la ayuda de la URSS y los movimientos comunista y socialista europeos por el otro, en el teatro de guerra sirio se enfrentan dos opciones totalitarias: los islamismos chiíta y sunita, que cuentan con aliados o, mejor dicho, “padrinos” en Moscú, Pekín, Riad y… ¡Washington!

La postura de Rusia y China se resume en un noble concepto jurídico: el derecho de los pueblos de decidir de su suerte. La de la Administración Obama y de los países occidentales, en la necesidad de defender los derechos humanos de los sirios.

Pero qué duda cabe que en ambos casos la demagogia se suma al cinismo. ¡Basta de tantas consideraciones filosóficas! En la guerra civil siria, al igual que en la española, la autentica víctima es… el pueblo.

sábado, 9 de junio de 2012

El dilema de los cristianos de Oriente


Salieron a la calle juntos – musulmanes y cristianos – reclamando el derrocamiento del tirano, la instauración de la democracia, el respeto de los derechos humanos, de la libertad de expresión y de culto. Se congregaron en la cairota Plaza Tahrir, coreando las mismas consignas. “Somos el mismo pueblo”, gritaban los jóvenes egipcios, persuadidos de que la lucha contra el régimen autoritario era el común denominador del combate que desembocó en la caída del “raís” Hosni Mubarak.

La “primavera árabe” fue el catalizador; el nexo entre dos segmentos de una sociedad dividida. Durante unos meses, los coptos, que representan alrededor del 9% de la población egipcia, se identificaron plenamente con los ideales de sus compatriotas musulmanes, artífices de la llamada “revolución verde”.

¿Un solo pueblo? Lo cierto es que durante décadas tanto los políticos como las iglesias occidentales denunciaron las medidas discriminatorias que afectaban a la minoría cristiana. ¿Discriminación religiosa? ¿Discriminación cultural? Lo cierto es que a la hora de la verdad el sistema político egipcio contaba con numerosas válvulas de escape. Aparentemente, el rechazo no procedía del poder político, sino de marginales grupúsculos integristas, que nada tenían que ver con el carácter abierto y tolerante de los habitantes del valle del Nilo. Al Poder le gustaba cuidar las apariencias. Sin embargo…

La victoria de las “revoluciones árabes” y la llegada al poder de Gobiernos de corte islámico en la mayoría de los países del contorno mediterráneo – Túnez, Marruecos, Libia y con toda probabilidad, Egipto – suscita una serie de interrogantes sobre la convivencia de las comunidades cristiana y musulmana. Si bien la población de los países árabes no se ha radicalizado, los nuevos dirigentes políticos, los mal llamados “islamistas moderados”, parecen menos propensos a respetar la diversidad cultural. Hace unos días, aludiendo a los coptos, un gran rotativo español señalaba ingenuamente que “es el sector que más tiene que perder con la llegada de la democracia”. Cabe preguntarse qué entienden los redactores de dicho periódico por democracia. Decididamente, utilizan criterios que me son ajenos.

Los países occidentales y, ante todo, las antiguas potencias coloniales del Viejo Continente – Inglaterra y Francia – defensores a ultranza de los derechos de la minoría cristiana de Oriente Medio durante el período de descolonización, no parecen dispuestos a denunciar el peligro que implica el radicalismo religioso de los nuevos gobernantes árabes. Las comunidades cristianas, protegidas por Occidente en épocas en la que apenas se cuestionaba la convivencia, dirigen sus miradas hacia Oeste. Pero los viejos defensores de la Fe pecan por omisión; por “democrática” omisión. Pero, ¿quién habló de democracia?

lunes, 4 de junio de 2012

La “lengua del enemigo”


A partir del próximo mes de septiembre, el Ministerio de Educación de la Franja de Gaza introducirá en el programa de estudios de los colegios de secundaria una nueva asignatura: la “lengua del enemigo”. Se trata del idioma hebreo, materia que cayó en desuso tras la firma de los Acuerdos de Oslo y la llegada a la Franja de la plana mayor de la OLP, liderada por Yasser Arafat.

La “lengua del enemigo” vuelve a las aulas después de 18 años de ausencia. Los radicales islámicos de Hamás, que gobiernan el exiguo territorio, estiman que es importante comprender la mentalidad de los israelíes a través de los rudimentos del idioma. En una entrevista concedida recientemente al rotativo estadounidense The New York Times, el director general del Ministerio de Educación, Mahmud Matar, afirma que los israelíes suelen utilizar el árabe, idioma que se enseña en los colegios del Estado judío, para lograr su objetivo: el control y el sometimiento de la población palestina. “Israel es nuestro enemigo; vamos a enseñar, pues, la lengua del enemigo”.

La noticia causó estupor del otro lado de la frontera. En efecto, la inmensa mayoría de los ciudadanos del Estado judío no comprende la motivación de Hamás, acérrimo detractor de la convivencia con el llamado “ente sionista”. Se supone o, mejor dicho, intuye, que los radicales islámicos se han decantado por un cambio de estrategia. Crecidos por el éxito de la maratoniana negociación que desembocó en la liberación de un millar de presos palestinos a cambio de la entrega del soldado israelí Guilad Shalit, secuestrado en Gaza durante cinco años, los cabecillas de Hamás comprendieron que no hay que descartar la posibilidad de dialogar con el enemigo. Y para ello, es preciso contar con gente cualificada.

Muchos de los pobladores de Gaza tuvieron ocasión de aprender hebreo en la época en la que la economía israelí se nutría de la mano de obra barata procedente de los territorios ocupados. Pero los conocimientos lingüísticos de aquellos trabajadores no dejaban de ser superficiales. Quienes aprendieron la “lengua del enemigo” fueron los presos políticos, encarcelados durante años en Israel. Algunos manejan el hebreo con soltura y, como dirían sus carceleros, “casi sin acento”. No hay que extrañarse: el hebreo es, al igual que el árabe, un idioma semítico.

Hay quien insinúa que Hamás optó por introducir la nueva asignatura para formar una “generación de espías”, y quien cree que se trata de una postura destinada a facilitar el acercamiento a las autoridades de Tel Aviv. De hecho, los radicales de Gaza parecen tener ahora más predicamento en Israel que los “moderados” de la OLP que gobiernan en Cisjordania. ¿La opinión pública de Gaza? Los pobladores de la Franja no piensan rebelarse contra quienes recomiendan aprender la “lengua del enemigo”. La dramática situación económica de la Franja no estimula el debate o la confrontación ideológica.

En Cisjordania, el hebreo no se enseña en los colegios. Curiosamente, aquí los jóvenes universitarios se oponen al diálogo con Israel que, según ellos, sólo podría desembocar en la creación de un mini-estado palestino inviable, la renuncia de la doble capitalidad de Jerusalén, el abandono del derecho de retorno de los casi cinco millones de refugiados palestinos. Los universitarios dudan de la capacidad de la Autoridad Nacional Palestina de sellar las paces con Israel mediante un acuerdo equitativo. ¿Su ideal? Desencadenar una nueva “intifada”, que siente nuevas bases para el diálogo con el Estado judío. De hecho, cuando el Primer Ministro Benjamín Netanyahu manifestó el deseo de reanudar los contactos con el Presidente palestino Mahmúd Abbas, los jóvenes acogieron el anuncio con escepticismo. ¿Desplazarán los radicales de Gaza al excesivamente moderado interlocutor de Ramallah?

Conviene señalar que el panorama político israelí experimentó un cambio radical durante la primera quincena de mayo, cuando en nuevo líder de la agrupación centrista Kadima, Shaúl Mofaz, decidió abandonar la oposición, sumándose a la coalición gubernamental liderada por Netanyahu. La decisión intervino en el momento en que los estrategas de Tel Aviv deshojaban la margarita de un posible ataque “preventivo” contra las instalaciones nucleares de Irán.

Curiosamente, el general Shaúl Mofaz, tercer ex jefe de Estado Mayor del ejército hebreo que integra el Gabinete Netanyahu, es oriundo de… Irán. Al desconcierto generalizado se suma un nuevo interrogante: ¿habla Mofaz la “lengua del enemigo”?

viernes, 1 de junio de 2012

Europa: vuelven los demonios del pasado


Un fantasma recorre Europa: es el fantasma de la ultraderecha. Sus manifestaciones, múltiples e inquietantes, generan un profundo malestar en una opinión pública cansada de oír rancias consignas racistas y xenófobas, unos mensajes cuya supuesta carga emocional se limita muy a menudo a la clásica jerga del patrioterismo. Sin embargo, hay más, mucho más…

Hace apenas unas semanas, se anunció la publicación en Alemania del Mein Kampf de Adolfo Hitler, libro prohibido después de la Segunda Guerra Mundial. Su reedición coincide con el espectacular avance del Frente Nacional francés, agrupación ultraconservadora que logró cosechar un 18 por ciento de los votos en las elecciones para la presidencia gala. El éxito del Frente Nacional eclipsó la no menos preocupante victoria del Amanecer Dorado griego, otro movimiento ultraderechista que logró aglutinar un 6 por ciento de los sufragios durante la consulta popular celebrada en el país heleno el pasado mes de mayo.

Aparentemente, el Viejo Continente se decanta por el extremismo de derechas. Un fenómeno este inimaginable tras la gran contienda de 1939-1945, cuando los vencedores – Estados Unidos, Rusia, Inglaterra y Francia - lograron colocar fuera de la ley las ideologías fascista y nazi. A la repulsa popular se sumo, en aquél entonces, el casi generalizado mea culpa de una sociedad alemana conmovida por los horrores del nacionalsocialismo. Pero en la política difícilmente hay cabida para el contundente “nunca más”.

En la década de los 90, pandillas de jóvenes de la antigua Alemania Oriental, volvieron a resucitar el fantasma neo-nazi, dirigiendo su frustración contra los inmigrantes turcos o los refugiados de origen asiático. Pensaban los habitantes de la recién rescatada Alemania del Este que los extranjeros y, ante todo, los musulmanes, obstaculizaban el desarrollo armonioso de la utópica sociedad de consumo (¿de bienestar?) omnipresente en los seriales de las cadenas de televisión occidentales. La ya de por sí difícil integración de los pobladores de la antigua República Democrática aceleró el resurgir de la extrema derecha germana.

Mas Alemania no era el único país en el que proliferaron el nacionalismo y el racismo. Los hooligans ingleses y rusos, vándalos de los estadios de futbol, están relacionados, directa o indirectamente, con agrupaciones políticas extremistas, defensoras del ideario derechista.

Tras los sangrientos atentados de Noruega, en los que fallecieron 76 personas, la derecha tradicional europea optó por distanciarse del autor de la masacre, Anders Brievik, correligionario más que molesto. De hecho, el líder del Partido de la Libertad de los Países Bajos, Geert Wilders, no dudo en tachar a Brievik de “loco”. Sin embargo, para Francesco Speroni, miembro de la Liga Norte italiana, manifestó que las ideas del fundamentalista noruego reflejan el rechazo al multiculturalismo, enemigo oculto de la civilización occidental.

El mapa de la extrema derecha europea es complejo. Un ejemplo: Jean –Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional francés, vehiculó la idea de que la ocupación alemana de su país durante la Segunda Guerra Mundial no había sido “forzosamente inhumana”. Al líder del Frente nacional se le tildó de antiliberal y antisemita.

En Alemania, la Unión del Pueblo, creada en la década de los 90, trató de atraer a sus filas a los miembros del Partido Republicano, fundado en 1983 por Franz Schonhuber, antiguo oficial nazi que echaba la culpa por todos los males de Occidente a… los extranjeros.

En Italia, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini puede considerarse heredera del ideario del Movimiento Social Italiano, fundado por los neofascistas a finales de la década de los 40. El propio Fini manifestó en su momento que el fascismo tenía una “tradición de honradez, corrección y buen gobierno”.

En Suecia, Noruega y Dinamarca, los partidos de derechas parecían más preocupados por la preservación del Estado de bienestar que por el problema de la inmigración (musulmana).

No es este el caso de los países de Europa oriental, donde los ultras propugnan una guerra sin cuartel contra los inmigrantes y/o la recuperación de territorios “étnicos históricos”, como pretende el movimiento extremista húngaro Jobbik, que contempla la reintegración en el mapa de Hungría de regiones pertenecientes actualmente a dos Estados vecinos: Rumanía y Eslovaquia. Pero Jobbik va aún más lejos, reclamando la salida del país de la ultraliberal Unión Europea.

¿Y los demócratas? Aparentemente, poco o nada pueden o quieren hacer contra los ¡ay! representantes electos de la extrema derecha. Malos presagios para la Vieja Europa.