viernes, 2 de febrero de 2024

Biden a Netanyahu: elimine al enemigo con gentileza y elegancia

 

El fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre la acusación de genocidio perpetrado por Israel en la Franja de Gaza sorprendió a los inocentes y las almas caritativas. Tal vez no a quienes conocen el funcionamiento de los organismos internacionales, que se rigen siempre por la norma: una de cal y otra de arena. ¿Condenar a Israel? Sí, pero… ¿Satisfacer al régimen surafricano? Por supuesto, pero sin ofender a nadie.

La lectura del primer editorial publicado por el rotativo israelí The Jerusalem Post tras darse a conocer el fallo del Tribunal de La Haya es reveladora: Durante 35 minutos, la Corte Internacional de Justicia se dedicó a vituperar a Israel, pero luego sorprendió al Estado judío al no emitir ninguna orden concreta contra las Fuerzas de Defensa (Ejército)… No hubo dictaminen alguno sobre el cese de las hostilidades ni sobre la retirada de las FDI de Gaza.

Alivio en Israel; satisfacción en Sudáfrica. No hubo descontentos. Una de cal…

Luego surgieron las acusaciones de Tel Aviv sobre la participación de personal de las Naciones Unidas en el ataque del 7 de octubre. ¿La neutralidad de los funcionarios internacionales? Sí, pero en este caso concreto se trata de nacionales de un país en conflicto. ¿Agravante o atenuante? Simple reconocimiento de los hechos.

Durante varias semanas, partidarios y detractores de Israel y Palestina, de los árabes y los judíos, trataron de expresar sus puntos de vista, de manifestar, de imponer públicamente sus creencias. Las intervenciones – no siempre acertadas – de los poderes públicos alimentaron el confusionismo, ensancharon la brecha entre gobernantes y gobernados. ¿Quién defiende la causa justa? ¿Cómo explicar a las víctimas potenciales de un conflicto armado que se encuentran del buen o el mal lado de la Historia? ¿De verdad ello importa?

Lo cierto es que la ofensiva mediática que presenciamos en las últimas semanas nos deparó algunas sorpresas. Entre las más sonadas figura la gestión de la Fiscalía General de Suiza, que confirmó que el Presidente de Israel, Isaac Herzog, había sido objeto de varias denuncias penales durante su visita al Foro Económico Mundial en Davos. La Fiscalía no reveló detalles sobre la naturaleza o el número de las denuncias ni sobre la identidad de los querellantes. Indicó, eso sí, que se pondría en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores suizo para examinar la cuestión de la inmunidad del Presidente. Una gestión que parece insólita en un país que cuenta con numerosas juristas de renombre especializados en el derecho internacional. Pero reconozcámoslo; los habitantes de este país centroeuropeo, que se enorgullece ser el laboratorio de ideas de Europa, viven en… otro mundo.

No, Isaac Herzog, abogado de profesión e hijo de un afamado militar que ostentó dos veces el cargo de Presidente del Estado de Israel, no está involucrado directamente en ningún operativo bélico que podría asociarse el genocidio. Un genocidio que Herzog negó en Davos, alegando el derecho del Estado judío a la legítima defensa.

¿Iniciar un proceso de paz? ¿Contemplar la solución de dos Estados?  Nadie en su sano juicio está dispuesto ahora a pensar en un proceso de paz, manifestó Herzog en Davos. Israel ha perdido la confianza en los procesos de paz porque ve que nuestros vecinos glorifican el terror… esta guerra no es solo entre Israel y Hamás; hay un imperio del mal que emana de Irán, señaló. Decididamente, la postura del laborista Herzog no dista mucho de la del conservador Netanyahu.

Si bien es cierto que a Isaac Herzog no se le podría perseguir por crímenes contra la Humanidad, hay que reconocer que otros destacados políticos israelíes sí fueron involucrados en actos de terrorismo. Se trata de Menájem Begin, antiguo primer ministro de Israel que compartió el Premio Nobel de la Paz con el presidente egipcio Anwar El Sadat, y de Isaac Shamir, también primer ministro de Israel y copatrocinador de la Conferencia de Paz de Madrid de 1991.

En 1946, siendo Beguín líder del Irgún, una organización paramilitar judía radical, coordinó el atentado contra el Hotel King David de Jerusalén, cuartel general del Gobierno militar británico de Palestina. La explosión acabó con la vida de 91 personas.

Isaac Shamir, miembro del triunvirato que dirigió el Irgún en la misma época, ordenó numerosos atentados y asesinatos, entre otros el del conde sueco Folke Bernadotte, primer enviado de la ONU a Palestina al final de la Segunda Guerra Mundial. Bernadotte fue – conviene recordar – el primer defensor de la solución de los dos Estados.

Tanto Begin como Shamir fueron perseguidos por la justicia europea; ambos tenían inmunidad.

El ambiente eufórico que se adueñó de la plana mayor del Gobierno sudafricano tras darse a conocer el fallo del Tribunal de La Haya resulta difícilmente comprensible para quienes desconocen la complejidad de las relaciones entre Johannesburgo y Tel Aviv. Unas relaciones que se remontan a la época del apartheid puro y duro, del aislamiento impuesto al régimen de Pretoria por la presión internacional. En aquel periodo, el desierto de Namibia se convirtió en el banco de pruebas de los primeros ensayos nucleares israelíes. Las explosiones atómicas no podían ni debían llamar la atención de los vecinos árabes del Estado judío. Siguieron las ventas masivas de armas a Sudáfrica, la cooperación militar…

En 1981, el entonces Presidente sudafricano, Pieter W. Botha, dio luz verde al ultrasecreto proyecto Coast, que contemplaba el acceso de Pretoria a armas químicas y biológicas, indispensables para la defensa del país contra sus enemigos externos: Angola y Mozambique, donde la guerrilla marxista logró hacerse con el poder.

Hacia finales de 1982, el Coast se cobró las primeras víctimas. Se trataba de varios centenares de guerrilleros del SWAPO, detenidos por el ejército sudafricano.

Entre los años 1983 y 1986, se desarrollaron vacunas capaces de provocar la esterilización masiva de hombres y mujeres de raza negra. Curiosamente, alguien alertó a los militantes del Consejo Nacional Africano, partido nacionalista liderado por Nelson Mandela, sobre la existencia del proyecto, en el que supuestamente participaban científicos israelíes. La noticia, divulgada por los rotativos de Tel Aviv, provocó un hondo malestar en el seno de la opinión pública hebrea. Los portavoces oficiales se apresuraron en desmentir la información, anunciando al mismo tiempo el cese definitivo de la colaboración científica con Sudáfrica. Fue a partir de este incidente que el Consejo Nacional Africano empezó a centrar su atención en la lucha del pueblo palestino. En este contexto, los rumores acerca de las inmejorables relaciones entre los actuales Gobiernos de Johannesburgo y Teherán parecen irrelevantes. Pero irrelevantes no significa forzosamente inexistentes…

¿Qué sorpresas nos depara el porvenir?