El fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre la
acusación de genocidio perpetrado por Israel en la Franja de Gaza
sorprendió a los inocentes y las almas caritativas. Tal vez no a quienes
conocen el funcionamiento de los organismos internacionales, que se rigen
siempre por la norma: una de cal y otra de arena. ¿Condenar a Israel?
Sí, pero… ¿Satisfacer al régimen surafricano? Por supuesto, pero sin ofender a
nadie.
La lectura del primer editorial publicado por el rotativo
israelí The Jerusalem Post tras darse a conocer el fallo del Tribunal de
La Haya es reveladora: Durante 35 minutos, la Corte Internacional de
Justicia se dedicó a vituperar a Israel, pero luego sorprendió al Estado judío al no emitir
ninguna orden concreta contra las Fuerzas de Defensa (Ejército)… No hubo dictaminen
alguno sobre el cese de las hostilidades ni sobre la retirada de las FDI de Gaza.
Alivio en Israel; satisfacción en Sudáfrica. No hubo
descontentos. Una de cal…
Luego surgieron las acusaciones de Tel Aviv sobre la
participación de personal de las Naciones Unidas en el ataque del 7 de octubre.
¿La neutralidad de los funcionarios internacionales? Sí, pero en este caso
concreto se trata de nacionales de un país en conflicto. ¿Agravante o atenuante?
Simple reconocimiento de los hechos.
Durante varias semanas, partidarios y detractores de Israel y
Palestina, de los árabes y los judíos, trataron de expresar sus puntos de
vista, de manifestar, de imponer públicamente sus creencias. Las intervenciones
– no siempre acertadas – de los poderes públicos alimentaron el confusionismo,
ensancharon la brecha entre gobernantes y gobernados. ¿Quién defiende la causa
justa? ¿Cómo explicar a las víctimas potenciales de un conflicto armado que
se encuentran del buen o el mal lado de la Historia? ¿De verdad
ello importa?
Lo cierto es que la ofensiva mediática que presenciamos en
las últimas semanas nos deparó algunas sorpresas. Entre las más sonadas figura
la gestión de la Fiscalía General de Suiza, que confirmó que el Presidente de
Israel, Isaac Herzog, había sido objeto de varias denuncias penales
durante su visita al Foro Económico Mundial en Davos. La Fiscalía no reveló
detalles sobre la naturaleza o el número de las denuncias ni sobre la identidad
de los querellantes. Indicó, eso sí, que se pondría en contacto con el
Ministerio de Asuntos Exteriores suizo para examinar la cuestión de la
inmunidad del Presidente. Una gestión que parece insólita en un país que cuenta
con numerosas juristas de renombre especializados en el derecho internacional.
Pero reconozcámoslo; los habitantes de este país centroeuropeo, que se
enorgullece ser el laboratorio de ideas de Europa, viven en… otro mundo.
No, Isaac Herzog, abogado de
profesión e hijo de un afamado militar que ostentó dos veces el cargo de
Presidente del Estado de Israel, no está involucrado directamente en ningún
operativo bélico que podría asociarse el genocidio. Un genocidio que Herzog negó
en Davos, alegando el derecho del Estado judío a la legítima defensa.
¿Iniciar un proceso de paz? ¿Contemplar
la solución de dos Estados? Nadie
en su sano juicio está dispuesto ahora a pensar en un proceso de paz, manifestó
Herzog en Davos. Israel ha perdido la confianza en los procesos de paz
porque ve que nuestros vecinos glorifican el terror… esta guerra no es
solo entre Israel y Hamás; hay un imperio del mal que emana de Irán,
señaló. Decididamente, la postura del laborista Herzog no dista mucho de
la del conservador Netanyahu.
Si bien es cierto que a Isaac
Herzog no se le podría perseguir por crímenes contra la Humanidad, hay que
reconocer que otros destacados políticos israelíes sí fueron involucrados en
actos de terrorismo. Se trata de Menájem Begin, antiguo primer ministro de
Israel que compartió el Premio Nobel de la Paz con el presidente egipcio Anwar
El Sadat, y de Isaac Shamir, también primer ministro de Israel y copatrocinador
de la Conferencia de Paz de Madrid de 1991.
En 1946, siendo Beguín líder del Irgún,
una organización paramilitar judía radical, coordinó el atentado contra el
Hotel King David de Jerusalén, cuartel general del Gobierno militar británico
de Palestina. La explosión acabó con la vida de 91 personas.
Isaac Shamir, miembro del
triunvirato que dirigió el Irgún en la misma época, ordenó
numerosos atentados y asesinatos, entre otros el del conde sueco Folke
Bernadotte, primer enviado de la ONU a Palestina al final de la Segunda Guerra
Mundial. Bernadotte fue – conviene recordar – el primer defensor de la solución
de los dos Estados.
Tanto Begin como Shamir fueron
perseguidos por la justicia europea; ambos tenían inmunidad.
El ambiente eufórico que se
adueñó de la plana mayor del Gobierno sudafricano tras darse a conocer el fallo
del Tribunal de La Haya resulta difícilmente comprensible para quienes
desconocen la complejidad de las relaciones entre Johannesburgo y Tel Aviv. Unas
relaciones que se remontan a la época del apartheid puro y duro, del
aislamiento impuesto al régimen de Pretoria por la presión internacional. En
aquel periodo, el desierto de Namibia se convirtió en el banco de pruebas de
los primeros ensayos nucleares israelíes. Las explosiones atómicas no podían ni
debían llamar la atención de los vecinos árabes del Estado judío. Siguieron las
ventas masivas de armas a Sudáfrica, la cooperación militar…
En 1981, el entonces Presidente
sudafricano, Pieter W. Botha, dio luz verde al ultrasecreto proyecto Coast,
que contemplaba el acceso de Pretoria a armas químicas y biológicas, indispensables
para la defensa del país contra sus enemigos externos: Angola y
Mozambique, donde la guerrilla marxista logró hacerse con el poder.
Hacia finales de 1982, el Coast
se cobró las primeras víctimas. Se trataba de varios centenares de
guerrilleros del SWAPO, detenidos por el ejército sudafricano.
Entre los años 1983 y 1986, se
desarrollaron vacunas capaces de provocar la esterilización masiva de hombres y
mujeres de raza negra. Curiosamente, alguien alertó a los militantes del
Consejo Nacional Africano, partido nacionalista liderado por Nelson Mandela, sobre
la existencia del proyecto, en el que supuestamente participaban científicos
israelíes. La noticia, divulgada por los rotativos de Tel Aviv, provocó un
hondo malestar en el seno de la opinión pública hebrea. Los portavoces
oficiales se apresuraron en desmentir la información, anunciando al mismo tiempo
el cese definitivo de la colaboración científica con Sudáfrica. Fue a
partir de este incidente que el Consejo Nacional Africano empezó a centrar su
atención en la lucha del pueblo palestino. En este contexto, los rumores acerca
de las inmejorables relaciones entre los actuales Gobiernos de Johannesburgo y Teherán
parecen irrelevantes. Pero irrelevantes no significa forzosamente inexistentes…
¿Qué sorpresas nos depara el porvenir?