viernes, 16 de septiembre de 2016

El despertar del oso ruso


Tenemos un nuevo enemigo. El enemigo está en el Sur; es el Islam. Eran palabras de un flamante ministro de defensa de la OTAN. Una declaración directa, contundente, inequívoca, acorde con la retórica del comandante en jefe de la Alianza Atlántica en el Viejo Continente, quien no dudaba en identificar el integrismo islámico, la inmigración procedente del Norte de África y el terrorismo como factores de inestabilidad en el Mediterráneo.

Sucedió allá, por los años 90 del pasado siglo, tras la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento del imperio soviético. Occidente buscaba un contrincante, una amenaza susceptible de sustituir al desarmado oso ruso, la pesadilla de la Guerra Fría, el fantasma cuyo parte de defunción habían firmado, tal vez precipitadamente, Washington y Bruselas. Sin embargo, el oso ruso seguía vivo; sólo había entrado en una larga fase de hibernación.

De todos modos, Occidente optó por centrar sus baterías en el combate contra el peligro verde (léase, color Islam), descuidando aparentemente el proceso de decadencia del adversario moscovita.

Pero las apariencias engañan. Mientras a la opinión pública se le proporcionaba continuamente el serial televisivo Al Qaeda – Bin Laden – Saddam Hussein – Irán – Estado Islámico, ideado, financiado y promovido por los poderes fácticos del mundo occidental y sus moderados aliados musulmanes, los comandos especiales del pensamiento atlantista se dedicaban a colocar cargas explosivas en Ucrania, Georgia y Moldova, territorios situados en los confines de Rusia. No se trataba, en realidad, de un trabajo de francotiradores; todo formaba parte de la operación tenazas, un plan de choque destinado a poner cerco a la frontera occidental del antiguo imperio de los zares. La progresión continuó hasta el año 2014, cuando el Gobierno pro ruso de Kiev fue derrocado por las fuerzas democráticas apoyadas por Washington y Berlín. Moscú reaccionó, enviando tropas al Este de Ucrania. El inesperado movimiento del Kremlin provocó la ira de la Unión Europea, empeñada en denunciar la flagrante violación del Derecho internacional. Tres semanas después, la península de Crimea y la ciudad de Sebastopol proclamaron su independencia de Ucrania y la integración, acto seguido, a Rusia. ¡El oso se había despertado!

Lo que siguió después es harto conocido: acercamiento de Moscú a Pekín, reactivación de la alianza BRICS, asociación de los principales economías emergentes de Asia, África y América Latina, cooperación tecnológica y estratégica de Rusia con Irán, Paquistán y… Turquía y abandono progresivo del dólar (y del euro)  como moneda de referencia. Sin olvidar, claro está, la creciente presencia militar rusa en Siria, así como una serie de maniobras militares, calificadas de ofensivas por los estrategas de la OTAN. Nosotros no mandamos brigadas de carros de combate a la frontera con los Estados Unidos, replica Vladimir Putin.

Hace meses, advertíamos sobre el inminente reinicio de la Guerra Fría. Los síntomas no engañan. Recientemente, el rotativo Washington Post señalaba que los servicios de inteligencia estadounidenses desvían un 10 por ciento de los fondos destinados a la lucha contra el terrorismo para recabar información sobre Rusia. Sus prioridades: incrementar el número de agentes en Europa oriental, vigilar los sistemas de satélite, neutralizar el espionaje cibernético. De hecho, el tema del espionaje ruso centró la campaña presidencial  de Hillary Clinton y Donald Trump. Con argumentos rocambolescos, eso sí, dignos de las películas de espías producidas en Hollywood a mediados del siglo pasado.  Una época en la que, recordémoslo, más del 40 por ciento del personal de los servicios de inteligencia estadounidenses se dedicaba a vigilar al mundo soviético.

Estiman los analistas norteamericanos que en la actualidad la agencia de información exterior rusa, SVR, heredera de la KGB,  cuenta con alrededor de 150 agentes en los Estados Unidos. Los espías rusos están presentes en Washington, Nueva York, San Francisco y otras grandes urbes. Por su parte, la CIA tiene varias decenas de agentes en Rusia y también menos de un centenar en Europa oriental y los países bálticos. Pocos, según los medios de comunicación estadounidenses, para afrontar la arrogancia del oso Putin.

Subsiste el interrogante: ¿espionaje o espionítis? Tal vez la respuesta sea: Guerra Fría... algo recalentada. 

sábado, 10 de septiembre de 2016

Israel: no conviene aniquilar al Estado Islámico


Destacamentos del Estado Islámico localizados en el valle del Yarmuk, a pocos kilómetros de los Altos del Golán. La noticia, difundida hace apenas unos días por la segunda cadena de televisión israelí, hizo saltar las alarmas. ¿El Estado Islámico? ¿Iba a convertirse la quimera que se había adueñado de la mitad del suelo sirio y el Norte de Irak en un peligro real para el Estado judío? Aparentemente, disponen de carros de combate, artillería pesada y… ¡armas químicas!, advierte la inteligencia militar hebrea, que vigila desde hace meses a los simpatizantes sirios del EI. Todo deja presagiar un ataque relámpago contra Israel.

La amenaza no llegó a materializarse, pero la alerta subsiste, tornándose en una auténtica pesadilla para los pobladores de los asentamientos judíos de los Altos del Golán.  Detalle interesante: hasta los primeros días de septiembre, a la población israelí no le inquietaba sobremanera la presencia del Estado Islámico en la región. Es cierto: las sanguinarias huestes del EI se hallaban en el país vecino. Los asesinatos y la destrucción en nombre del Profeta formaban parte del menú televisivo de los habitantes de Tel Aviv, Haifa o Jerusalén. Pero Siria quedaba lejos, al menos, mentalmente. Lo que sucede más allá de los confines de Israel nada tiene que ver con la seguridad armada que ampara a los más de seis millones de judíos que viven en Tierra Santa.  En ese contexto, surgió el dubitativo interrogante: ¿acabar con el Estado Islámico? ¿Para qué?

Fue ésta una de las preguntas que se plantearon recientemente los politólogos y los estrategas de Tel Aviv, más preocupados por la amenaza iraní o el peligro que supone la presencia de Hezbollah en la frontera con el Líbano. De ahí el extraño mensaje lanzado hace menos de un  mes por el afamado estratega Efraim Imbar, director del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat (BESA), entidad que realiza trabajos de consultoría tanto para el Gobierno israelí como para la OTAN. No hay que acabar con el EI; la agrupación podría convertirse en un arma eficaz en la lucha contra Irán, Hezbollah, Siria y Rusia, señala el minucioso informe elaborado por Imbar.

Como siempre, la percepción israelí dista del paradigma estadounidense. Para el Gobierno de Tel Aviv, el principal adversario sigue siendo el Irán de los ayatolás, país que ha inscrito en sus programas de Gobierno la destrucción total de la entidad sionista. Fue esta una de las prioridades absolutas de la revolución jomeynista, uno de los mantras de los sucesores del  ayatolá. Ello explica la reticencia de Israel ante el levantamiento de las sanciones económicas y tecnológicas impuestas al régimen de Teherán, su obsesión por llevar a cabo un ataque relámpago contra las instalaciones nucleares iraníes.

Hezbollah, el brazo armado de Teherán en el Líbano, es otro contrincante que debería desaparecer. En 2006, el ejército israelí perdió la guerra contra el movimiento chiíta, armado y adiestrado por militares de élite persas. De ahí la necesidad de encargar esta tarea a… terceros. Y, ¿quién sino los wahabitas del Estado Islámico?  

El indiscutible poderío del ejército sirio fue, durante décadas, la mayor preocupación del Estado Mayor de Tel Aviv. Los dos ejércitos jamás chocaron; ambas partes temían las repercusiones de un posible enfrentamiento armado. En este caso concreto, los estrategas hebreos preferirían recurrir, una vez más, a un combate entre musulmanes.

¿Y Rusia? Obviamente, para los estrategas israelíes conviene mantener a los rusos alejados de la región. Su influencia podría contrariar los proyectos hebreos en la zona. Pero si los rusos tienen que afrontar el peligro islámico en casa, es decir, en el vasto territorio asiático, su margen de maniobra en la región sería más limitado. De ahí el deseo de contar con los supervivientes del EI. De hecho, la estrategia de enfrentar a los enemigos surtió efecto durante el conflicto de Afganistán. ¿Acaso Norteamérica no firmó la partida de nacimiento de Al Qaeda? De la misma manera, Israel patrocinó, hace dos décadas, la creación de Hamas, agrupación religiosa conservadora que debía neutralizar a la laica OLP. Pero en este caso, el error de cálculo tuvo consecuencias desastrosas. 

Por muy disparatada que pueda parecer, la propuesta de Efraim Imbar no es nada novedosa. En 1957, el Presidente Eisenhower recomendó a la CIA la creación en Oriente Medio de movimientos religiosos defensores de la guerra santa llamados a combatir a las incipientes corrientes izquierdistas. En resumidas cuentas, lo que se pretende es convertir al Estado Islámico en el… tonto útil de Occidente.