Queremos que el Ártico sea
una región pacífica, estable y próspera; es una zona que tiene una importancia
estratégica vital para los Estados Unidos, manifestó recientemente el jefe
de la diplomacia norteamericana, Antony Blinken, al anunciar la creación del
cargo de embajador general para la región ártica, que sustituye al
actual coordinador del Ártico del Departamento de Estado.
Oficialmente, la misión de este
nuevo plenipotenciario consistirá en tratar asuntos relacionados con el medio
ambiente y el desarrollo regional, haciendo especial hincapié en los intereses
económicos y de seguridad nacional derivados de los efectos del calentamiento
global en el Polo Norte.
Conviene señalar que la Unión
Europea se adelantó a la iniciativa de Washington, anunciando el nombramiento
de su representante para asuntos árticos y la apertura de una oficina de cooperación de
la Comisión Europea en Groenlandia, dirigida por un… embajador.
La competencia se libra también a
nivel discursivo-ideológico. El recién estrenado término euroártico,
empleado por los funcionarios de Bruselas, define los intereses de la UE en la
región: llevar a cabo una política independiente más activa, aprovechando el
entorno para fortalecer los lazos con los países del Atlántico Norte, desde
Noruega y las Islas Feroe hasta Islandia y Groenlandia, sin olvidar, claro está
a los aliados estratégicos clave, Estados Unidos y Canadá.
Los informes escritos en la (casi)
ininteligible jerga comunitaria indican que la estrategia de Bruselas debe centrarse
en cuestiones de seguridad en las que la UE puede desempeñar un papel
importante, como la importación de minerales y materias primas, el uso de los
sistemas de satélites civiles y militares, la conversión de la Unión en un actor
geopolítico dispuesto a explotar activamente sus interdependencias económicas,
es decir, el aprovechamiento de los múltiples recursos minerales de la región.
Parecen olvidar los autores del
informe comunitario que el Ártico es, en realidad, un escenario de
confrontación entre Rusia y Estados Unidos. Para Washington, la Federación Rusa
representa una verdadera amenaza militar, teniendo en cuenta los vientos
belicistas que soplan en el Viejo Continente. Y, reconozcámoslo: Rusia, que cuenta con grandes reservas de petróleo
y gas natural en el Ártico, lleva años reforzando su presencia militar con armamento
de toda índole: submarinos, cohetes, tanques y aviones.
Los analistas occidentales temen
que Estados Unidos y Europa no puedan controlar los ansiados recursos
energéticos y establecer un equilibrio estratégico en la región mientras Rusia
siga colocando más personal civil y militar en el Ártico, haciendo que peligre –
siempre según Occidente - el desarrollo económico y la seguridad de las demás naciones
cuyos territorios soberanos se encuentran dentro del Círculo Polar: Canadá,
Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia.
En un sonado artículo titulado La
batalla por el Ártico continúa y Estados Unidos ya están atrasados, el
omnipresente secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, aseguró que tenía
información fidedigna e inquietante sobre el aumento del contingente militar ruso
en la zona.
Afirma Stoltenberg que la defensa
aérea de Rusia en la región está cubierta por los misiles S-400 y Pantsir.
La brigada de fusileros motorizados 80 utiliza versiones especiales de
vehículos todo terreno Vityaz capaces de operar en condiciones extremas,
así como tanques T-80BVM.
La principal amenaza para Rusia es,
sin duda, la flota de sofisticados submarinos de última generación de la
Alianza Atlántica.
La estrategia militar del Ártico, lanzada en octubre de 2022 por
el Pentágono, es mucho más agresiva e inequívoca que el discurso conciliador del
Departamento de Estado, ya que proclama el deseo de posicionar a Norteamérica
como primus inter pares en la competencia con el Kremlin.
El plan estratégico de los militares se basa en los siguientes
componentes:
1º – Seguridad
2ª - Cambio climático y protección ambiental
3º - Desarrollo económico sostenible
4º - Cooperación y Gobernanza Internacionales
En enero de 2021, el plan Restaurar el dominio en el Ártico elaborado por el Departamento de Defensa era
mucho más explícito:
1º - Crear un cuartel general con brigadas de combate
especialmente entrenadas y equipadas;
2º - Aumentar la preparación material de las unidades capaces de
actuar en el Ártico;
3º - Mejorar la formación individual y colectiva en condiciones de
montaña y alta montaña;
4º - Mejorar la calidad de vida de los militares, civiles y
familiares que viven y trabajan en la región del Ártico.
Por ende, el Concepto Estratégico de la OTAN adoptado en la
cumbre de Madrid de 2022 establece que la libertad de navegación a través
del Atlántico Norte es un desafío estratégico para la Alianza.
Recapitulemos: submarinos atómicos, rompehielos, comandos
especiales, artillería, tanques, misiles con ojivas nucleares.
Ahora bien: parafraseando al
dramaturgo francés Jean Giraudoux podríamos decir que La guerra del Ártico
no tendrá lugar. Mas escuchando las enigmáticas palabras de Antony Blinken,
nos veríamos obligados a añadir: Al menos, de momento.
Sería licito preguntarse, pues: ¿Para qué sirven los embajadores en el Ártico?