Rusia está trayendo nuevos
aliados al Mar Negro. Buques de guerra egipcios participarán en maniobras
navales conjuntas en la región. La noticia, divulgada hace apenas unos días
por el Departamento de Información de la Flota Rusa del Mar Negro, causó cierta
preocupación tanto en los círculos atlantistas de Bruselas como en las
Cancillerías de algunos países ribereños miembros de la Alianza Atlántica. ¿Qué
hacen aquí – en el Mar Negro – los aliados de Rusia? Extraña pregunta,
teniendo en cuenta que el cuartel general de la Armada rusa se encuentra en Sebastopol,
en la península de Crimea.
Un escueto comunicado del
servicio de prensa de la marina rusa despejó la incógnita: navíos de guerra egipcios
participarán, junto con los rusos, en las maniobras navales Friendship Bridge
2020 (Puente de la amistad), que se celebrarán en el Mar Negro. Las
embarcaciones, que contarán con el apoyo de la Fuerza Aérea rusa, realizarán
lanzamientos de misiles, tiros de artillería, ejercicios de rescate, desembarco
de tropas y reabastecimiento de navíos, búsqueda y localización de barcos
enemigos. En resumidas cuentas, seguirán un guion muy parecido, casi idéntico,
al de los ejercicios navales organizados habitualmente por Turquía – miembro de
la OTAN - con la participación de sus aliados: Estados Unidos, Inglaterra,
Francia. Pero en el caso de Rusia, se trata de una inquietante novedad.
Cierto es que los barcos de la
Alianza Atlántica llevan años surcando en estas aguas. A veces, su presencia resulta
demasiado inoportuna; en principio, el Convenio de Montreux de 1936 limita el acceso
de barcos de guerra pertenecientes a países no ribereños en la zona. Sin
embargo, durante las maniobras Cáucaso 2020, celebradas el pasado mes de
septiembre en el sureste de la Federación rusa, la OTAN había movilizado un
destructor y un navío para el desembarco de tropas de la Armada estadunidense,
así como un barco francés de transmisiones marítimas, encargado de supervisar
las comunicaciones radiofónicas de la región. En este caso, no se trataba de
una primicia; las tropas estadounidenses, acompañadas por aliados de la OTAN
participan, desde hace años, en maniobras conjuntas con el ejército de Georgia,
antigua república soviética que solicitó su ingreso en la Alianza Atlántica
después de la guerra de Osetia de 2008. Sin embargo, los estrategas
occidentales estiman que la perspectiva de un nuevo enfrentamiento entre
Tiblisi y Moscú desaconseja, por ahora, la integración del país caucásico en la
OTAN. Los riesgos de un conflicto abierto con Rusia serían demasiado elevados.
Otros países del universo
postsoviético situados en los confines occidentales de la Federación rusa –
Ucrania y la República Moldova – reciben periódicamente la visita de brigadas
motorizadas estadounidenses. Las autoridades de Kiev desean apurar su adhesión
a la Alianza, confiando en el hipotético blindaje de Occidente en un enfrentamiento
con Rusia. Hoy por hoy, la OTAN prefiere no desoír las reiteradas advertencias
de Moscú. Ucrania es, qué duda cabe, un manjar muy sabroso, pero ya se sabe: la
avaricia…
Distinto es el caso de la
República Moldova, donde los peones del Kremlin controlan las instituciones. Moldova
adhirió a la Asociación para la Paz de la OTAN, pero la mayor parte de las
decisiones estratégicas siguen tomándose en… Moscú. Los intentos de
reunificación con Rumanía – uno de los baluartes del atlantismo en el Este
europeo – fracasaron. Si bien los rumanos no dan por perdido en proyecto, son
conscientes de la dificultad de superar los obstáculos impuestos por el
Kremlin.
En resumidas cuentas: con una
Bielorrusia que sigue en la órbita de Moscú y una Moldova sometida a los ukases
de la clase dirigente rusa, el cerco a la Madre Rusia ideado hace más de dos
décadas por los politólogos de Yale no parece, hoy por hoy, materializable.
Después de la desintegración de
la Unión Soviética, el cabio de rumbo de los países de Europa oriental y el
inevitable desmantelamiento del Pacto de Varsovia, al Kremlin sólo le quedan
cinco aliados: Armenia, Bielorrusia, Kazajstán,
Kirguistán y Turkmenistán, integrados, eso sí, en la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva (CSTO), la versión rusa de la OTAN. La
organización pretende defender la política euroasiática de Putin, una original
variante geoestratégica elaborada por la derecha nacionalista.
¿Los aliados
de Moscú? En Bielorrusia soplan vientos de cambio, Armenia ha sido arrastrada,
por obra y gracia de Ankara, en el conflicto con Azerbaiyán por el enclave de
Nagorno Karabaj, Kirguistán tiene que hacer frente a una oleada de disturbios
callejeros. Los problemas de
inestabilidad de los vecinos repercuten seriamente en la política del Kremlin.
Sin embargo, portavoz
oficial de Vladimir Putin, Dimtri Peskov, trata de minimizar el alcance de los
conflictos. ¿Hablar de un cerco a Rusia? ¡Eso parece absurdo! Existe
un potencial de conflicto que se concentra alrededor de nuestras fronteras,
pero la inestabilidad es un fenómeno generalizado, afirma Pleskov,
recordando los problemas de Europa occidental después del Brexit, las protestas
contra la discriminación racial en los Estados Unidos, la rebelión de
Turquía contra sus aliados de la OTAN, la interminable batalla contra el coronavirus.
¿Perspectivas?
Es cierto que los repuntes pueden degenerar en una guerra mundial, el
establecimiento de un nuevo orden planetario o… limitarse a pequeños
terremotos, que permitirán reducir las tensiones y aliviar la situación. Pero
por favor, no se les ocurra hablar del cerco a Rusia.
¿Tan lejos
queda el recuerdo del Pacto Molotov – Ribbentrop?