miércoles, 23 de noviembre de 2022

La opción asiática de Erdogan


Si la Unión Europea no nos acepta, habrá que pensar en otros esquemas de integración. Turquía dirigirá sus miradas hacia Asia, hacia los países con los que compartimos una historia común, una cultura y una civilización similar, me confesaba a comienzos de 2003 el ex primer ministro turco, Bülent Ecevit, un pacifista y europeísta convencido.

Aparentemente, Ecevit estaba más preocupado por las reiteradas negativas de los eurócratas de Bruselas que por la victoria del islamista Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) en las elecciones generales celebradas a finales de 2002. Somos turcos; el rumbo de nuestra historia lo tendremos que decidir entre todos. Nuestros referentes: el pasado de este país, del Imperio Otomano.

Bülent Ecevit no parecía muy propenso a hablar del glorioso pasado imperial de su país; pertenecía a la generación de socialdemócratas modernos, imbuidos por la doctrina kemalista. Su mensaje podía resumirse en pocas palabras: Turquía, país moderno, laico y democrático. Pero, eso sí, un país cuyas instituciones parecían incapaces de combatir eficazmente la violencia y la corrupción, lastres para una sociedad predispuesta a mirar hacia el futuro, hacia la modernidad centroeuropea, hacia una sociedad desarrollada, pero que… recelaba del mahometismo.

¿Ingresar en la UE? Un sueño, una quimera. Los políticos turcos, los expertos en relaciones internacionales, los intelectuales, eran plenamente conscientes de que el club cristiano de Bruselas, como lo llamaban algunos, tratará por todos los medios de obstaculizar la adhesión del turco. No, los europeos no son racistas, no somos racistas, pero cuando se trata de acoger en el seno de nuestra sociedad judeo-cristiana a nada menos que 70 millones de musulmanes…

En 2002, poco antes de la consulta electoral en la que el AKP se alzó con una aplastante victoria, las negociaciones entre Bruselas y Ankara parecían estancadas. Turquía había accedido a las exigencias comunitarias sobre la libertad de prensa, derechos humanos, sistema educativo de las minorías étnicas, modernización de la justicia.

Los sucesivos Gobiernos del AKP trataron de seguir por esta senda. Sin embargo…  En 2016, las negociaciones se paralizaron. Bruselas acusó nuevamente a Turquía de violaciones de los derechos humanos. En septiembre de 2017, la entonces canciller alemana Angela Merkel manifestó, durante un debate televisivo, que trataría de poner fin a las consultas sobre la adhesión de Ankara a la UE. En febrero de 2019, el Parlamento Europeo acordó la suspensión de las conversaciones. Los temores de Bülent Ecevit se habían confirmado.

Y ahora, ¿qué? Durante los primeros años del Gobierno del AKP, los ideólogos del partido confesional se empeñaron en resucitar un término empleado en la década de los 80 por el entonces primer ministro, Turgut Özal: el neo otomanismo. Una doctrina que consiste en recuperar y estrechar los lazos con países o regiones que conformaban el Imperio Otomano. 

En 2009, fue creado en Estambul el Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Túrquica, organización intergubernamental integrada por Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguistán y Turquía. Unos años más tarde, se sumó a la recién modificada estructura – la Organización de Estados Turcos (TDT) - Uzbekistán. Turkmenistán, Hungría y la República Turca del Norte de Chipre participan en los trabajos de la TDT en calidad de observadores.

Durante la última cumbre de la Organización, celebrada recientemente en Samarcanda, el presidente en funciones de la TDT, Recep Tayyip Erdogan, instó a sus colegas a seguir el ejemplo de la Unión Europea, eliminando las barreras al comercio, simplificando los trámites aduaneros y garantizando la libertad en el transporte, la circulación de capitales y las personas. Un proyecto éste nada utópico, teniendo en cuenta la trayectoria de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, creada en 1951 por seis países del Viejo Continente, que se convirtió cinco años más tarde – en 1956 – en la Comunidad Económica Europea.

Los participantes en la reunión de la TDT acordaron la creación de un Fondo de Inversión Turco - institución financiera que tiene como objetivo movilizar el potencial económico de los estados miembros, fomentar los intercambios comerciales y desarrollar proyectos de cooperación conjuntos, haciendo hincapié en la agricultura, logística y transporte, eficiencia energética, energías renovables, tecnologías de la información y comunicación, turismo, infraestructura, desarrollo humano, recursos naturales y proyectos de medio ambiente urbano.

El Fondo apoyará a las pequeñas y medianas empresas (PYME), brindándoles financiación a través de sus activos, así como de otras instituciones financieras locales o regionales.

Un primer proyecto de cooperación regional – el Corredor Medio – contempla la unificación de las conexiones ferroviarias y terrestres entre Turquía, Georgia, Azerbaiyán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Kazajstán hasta la frontera con China. Dicho proyecto estará auspiciado por los ministerios de Asuntos Exteriores, Transportes y Energía.

Por último, aunque no menos importante, es el compromiso de desarrollar un concepto de seguridad común y fomentar la cooperación transfronteriza para prevenir y gestionar la migración irregular. Conviene recordar que, desde 2014, Turquía es el país que acoge al mayor número de refugiados del mundo.

La opción asiática de Ankara, su embrionario Mercado Común Túrico, ha echado a andar. Cabe suponer que sus promotores tropezarán con numerosos obstáculos. Aunque también, con bastantes ofertas de cooperación. La edificación de Europa es, qué duda cabe, un buen referente.

 

martes, 15 de noviembre de 2022

Bibi Netanyahu: de “hermano del héroe” a “rey de Israel”

 

La suerte está echada: el pasado fin de semana, el presidente de Israel, Isaac Herzog, encargó al líder del Likud, Benjamín Netanyahu, la formación del próximo Gabinete del Estado Judío. ¿Una sorpresa? No; en absoluto. El conservador Netanyahu, el incombustible Bibi, ya ostentó cinco veces el cargo de primer ministro.

Recuerdo que hacia finales de la década de los 80 le pregunté a mi amigo Ofer, miembro de una unidad de élite del Ejército judío, por ese chico nuevo, esa aparición estelar de la derecha israelí.

¿Bibi? Es el hermano del héroe de Entebbe, che, me contestó el porteño emigrado a Israel para servir a la Patria. Confieso que por aquél entonces desconocía la existencia del teniente coronel Yonathan Netanyahu, comandante de la unidad Sayeret Matkal, muerto en combate en julio de 1976, durante la operación de rescate de un avión francés secuestrado en la capital de Uganda.

Para Bibi, fue este el detonante. En 1978, dos años después del fallecimiento de su hermano, el estudiante del MIT regresó a Israel, donde fundó y dirigió el Instituto Yonathan Netanyahu, dedicado a la investigación del terrorismo. Su primer trampolín hacia la vida política. Sin embargo, su adhesión al Likud se remonta a 1988, año en el cual formaliza su militancia en la agrupación de centro derecha.

Sus virtudes: es elegante, carismático, domina perfectamente el inglés, es tranquilo. Un candidato ideal para el cargo de viceministro de Asuntos Exteriores, que desempañará hasta 1991, fecha en la que asiste a la Conferencia de Madrid sobre Oriente Medio. Regresará a Jerusalén como viceministro de la Presidencia del Gobierno, autentico punto de partida de su meteórica carrera.

Detractor del proceso de paz con los palestinos, Netanyahu desconfía de Yasser Arafat y los integrantes de su equipo. En 1998, durante su primer mandato, Bibi trata de renegociar, en Wye Plantation, los Acuerdos de Oslo. Será éste el primer intento de vaciar de contenido los documentos redactados por sus antecesores laboristas, Ytzak Rabin y Simon Peres. Durante el Gobierno de Ariel Sharon, la ofensiva del Likud contra los instrumentos de Oslo se fue intensificando. El objetivo: convertir los Acuerdos en papel mojado. Netanyahu siguió por esa senda durante sus mandatos.

Con la llegada de Ariel Sharon a la presidencia del Gobierno, salió a la palestra otro tema que acabó convirtiéndose en el mantra de los conservadores israelíes: el programa nuclear iraní. El ex general fue el primero en pedir luz verde a Washington para bombardear las instalaciones atómicas iraníes. Tropezó, sin embargo, con el veto de la Casa Blanca.

Al asumir el cargo de primer ministro, Netanyahu volvió a la carga. Sin éxito: el único presidente que parecía propenso a ceder ante las insistentes demandas de Tel Aviv fue… Barack Obama.

Tras su reciente victoria electoral, Bibi – apodado rey de Israel por sus seguidores – trató de resucitar el fantasma de la amenaza iraní. Esta vez, en un ambiente más propicio: las negociaciones con Teherán sobre el llamado pacto nuclear se hallan en un punto muerto. Más aún: la Administración Biden parece dispuesta a preparar otro paquete de sanciones contra el país de los ayatolás.  

En Israel, la futura coalición de Gobierno, integrada por el conservador Likud y tres partidos religiosos – Shas, Judíos para la Torá y Sionismo Religioso – deja vislumbrar un giro hacia la derecha en la gobernanza del Estado. Ello podría traducirse por el deseo de marginar a la mujer en la vida pública, modificar el funcionamiento de los tribunales de justicia y acentuar la presión sobre la población árabe palestina. De hecho, los líderes de Sionismo Religioso no descartan la posibilidad de exigir la anexión de Cisjordania. Una perspectiva ésta que preocupa sobremanera a la Administración Biden, que teme que algunos puestos clave del futuro Gabinete – defensa o asuntos exteriores – sean asignados a políticos supremacistas. Recuerdan que Bezalel Smotrich, líder de Sionismo Religioso, empeñado en transferir la administración civil y militar de Cisjordania a suelo israelí, tiene un largo historial de comentarios racistas, anti-árabes y anti feministas.

En ese contexto, algunos medios de comunicación anglosajones se arrogan el derecho de recomendarle a Netanyahu la formación de un Gobierno de coalición integrado también por agrupaciones de centro-izquierda, con el fin de mantener el equilibrio social indispensable para el buen funcionamiento del sistema político israelí.

Subsiste la gran incógnita: Irán. En su última conferencia de prensa, el ministro de Defensa saliente, el (también) general Benny Gantz, afirmó que Israel tiene la capacidad de llevar a cabo una operación militar contra las instalaciones nucleares iranies.

Sin embargo, tanto Gantz como el primer ministro saliente, Yair Lapid, sospechan que Benjamín Netanyahu confiaba en que el expresidente Trump ordenaría un ataque estadounidense contra los objetivos estratégicos iraníes, razón por la cual no renovó la partida presupuestaria destinada a la preparación de un operativo militar israelí. Según Gantz, el gobierno saliente tomó las medidas oportunas para restablecer la capacidad de Israel de llevar a cabo ataques aéreos contra la República Islámica de Irán. 

El rey de Israel tendría, pues, las manos libres para una operación de castigo. Siempre y cuando no tropiece, una vez más, con el veto de la Casa Blanca…


miércoles, 9 de noviembre de 2022

Balcaniadas V Montenegro: la irresistible “sonrisa serbia”

 

El edificio balcánico se agrieta. ¿El edificio balcánico? Encontré el titular en un prestigioso diario anglosajón cuyos redactores, aristócratas de nacimiento, dedican parte de su vida al análisis geoestratégico, un buen trampolín para aterrizar en las altas esferas de la política. Confieso que esa estrategia no me molesta en absoluto; cada cual tiene derecho de escoger su camino en la vida. Yo personalmente, prefiero no separarme de mi vieja máquina de escribir. Nos unen demasiados recuerdos…

Mas me estoy alejando sin querer del edificio balcánico, de esta percepción cartográfica que poco tiene que ver con la realidad. El término balcanización es sinónimo de atomización. Y la verdad es que, tras la separación de la Sublime Puerta y la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, potencias que se repartían los territorios del Sudeste europeo, los Balcanes se convirtieron en cuna de reinos, principados o microestados que compartían religión, cultura e idioma. Pero la división fronteriza, existente antes de la llegada de los turcos o la conquista austro-húngara, se tornó en un quebradero de cabeza para Occidente.

La desaparición de Yugoslavia, deseada y planeada por estrategas trasatlánticos, abrió la vía a la rebalcanización-atomización de la zona. Las solicitudes de ingreso en la Unión Europea proliferaron, convirtiéndose en la pesadilla de los funcionarios de Bruselas, París y Bonn. Obviamente, los Balcanes no eran - ni son - una región prioritaria para Bruselas. La integración de los nuevos Estados en la OTAN se hizo sin dilación, pero de ahí a sentarlos en la mesa del club comunitario…

Si bien la situación parecía haber cambiado durante las primeras semanas que siguieron la invasión de Ucrania, el tándem franco-alemán que rige los destinos de la Unión Europea no tardo en desalentar a los candidatos balcánicos. La frase: su país ocupará el lugar que se merece en la familia europea, pronunciada ad nauseam por la presidenta de la Comisión, se traduce, según los altos cargos del Gobierno de Tirana, por: esperen, la barca está llena. Y no sólo la barca; también el cómodo velero en el que viajan los antojadizos miembros del club: Polonia, Hungría, Italia y también, otros candidatos en ciernes. Se trata, en principio, de países de Europa oriental, ex satélites de Moscú, poco propensos a renunciar a sus sacrosantas prerrogativas: la Constitución, la soberanía nacional, el sistema jurídico, en aras de una legislación comunitaria. He aquí las primeras grietas en el edificio; no hace falta buscarlas en los Balcanes. Sin embargo…

Los resultados de las últimas elecciones locales celebradas recientemente en la Republica de Montenegro causaron sorpresa e inquietud en las Cancillerías occidentales. En efecto, los partidos prorrusos obtuvieron muy buenos resultados, fortaleciendo la influencia de Serbia y la Federación Rusa en este minúsculo país, eterno candidato al ingreso en la UE.

Detalle interesante: Montenegro se separó de Serbia en 2006. Sin embargo, presentó su solicitud de ingreso en la UE ya en… 2005, unos meses antes de la proclamación de la independencia. Fue recibido con todos los honores en la OTAN en 2017. No hay que extrañarse: basta con recordar que este pequeño gran país - 620.173 habitantes – limita con Bosnia Herzegovina, Serbia, Albania, Croacia y… Kosovo. Una atalaya ideal para los observadores atlantistas.

Montenegro se apresuró en adherirse a la zona euro. Fue admitido, pese a sus catastróficos indicadores económicos: con un PIB de 19 043 dólares per cápita, cuenta entre los países más pobres del Viejo Continente. Dispone, eso sí, de importantes recursos naturales – metales, aluminio, carbón – y con un enorme potencial turístico. Los grupos empresariales franceses pretenden convertir su costa adriática en una especie de segunda Costa Azul. Sin embargo, las puertas de Europa permanecen cerradas.

El mini estado estrenó un dilatado periodo de inestabilidad política en 2020, cuando el Partido Democrático de los Socialistas (DPS) y sus socios prooccidentales fueron derrotados en las elecciones parlamentarias. Una nueva coalición, liderada por el radical partido pro serbio Frente Democrático e integrada por agrupaciones representando a las minorías étnicas, logró imponerse.  

Pese a las promesas de seguir una política prooccidental, la cooperación del Gobierno de Montenegro con la UE y la OTAN se ha ido deteriorando significativamente; los nuevos gobernantes promovieron activamente los intereses de Belgrado y de…la Iglesia Ortodoxa Serbia. 

El claro ganador de la última consulta electoral fue otro partido pro serbio, Europa Ahora, agrupación creada hace apenas unos meses que, junto con Demfront, el segundo baluarte pro serbio por orden de importancia, no disimula su escepticismo sobre la independencia de Montenegro, considerando incluso que los montenegrinos son parte integrante de la nación serbia.

Frente a ellos, el actual presidente del país, Milo Djukanovic, un excomunista, antiguo colaborador y confidente del serbio Slobodan Milosevic, se erige en defensor de Europa, liderando la cruzada contra la destructiva influencia rusa en los Balcanes.

¿Cambiará de rumbo Montenegro? ¿Consentirán los eurócratas y los atlantistas la presencia ¡ay, cuán molesta! de un segundo foco pro moscovita en los Balcanes? 

Decididamente, Occidente tiene interés en cuidar las grietas de un edifico que aún no le pertenece.


viernes, 4 de noviembre de 2022

Turquía: dos décadas de gobierno islamista

 

A veces, la inmediatez informativa nos obliga a relegar a un segundo, véase tercer plano, el análisis minucioso que permite descubrir el trasfondo de las noticias. Guerras, bombardeos, crisis alimentarias, sanciones económicas, amenazas inflacionistas, catástrofes naturales y atentados terroristas ocupan las primeras planas de los periódicos. Las televisiones y las redes sociales, lejos de mejorar la comprensión de los acontecimientos, sirven para la mera banalización de los hechos.

¿Adquirió el islamismo cartas de naturaleza en el umbral del siglo XXI, como afirman algunos comentaristas radiofónicos? ¿Es el comunismo un proyecto ideado por una letrada ibérica que se viste de Chanel? ¿Es la política de cancelación un descubrimiento de nuestra era?

Resulta sumamente difícil, cuando no, imposible, analizar la trayectoria política del islamismo turco sin toparnos con un sinfín de adjetivos y estereotipos, muy a menudo, inútiles, que dificultan la percepción de la realidad. De hecho, ¿cuál sería el posible balance de las dos décadas de gobierno islámico en el país musulmán más moderno de la cuenca mediterránea?

Trato de hacer memoria. El 3 de noviembre de 2002, cuando el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), agrupación política de corte religioso se alzó con la victoria en las elecciones generales celebradas en Turquía, el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, envió un contundente mensaje a sus aliados europeos: Míster Erdogan es un islamista moderado; hay que agilizar el ingreso de Turquía en la Unión Europea.

Recep Tayyip Erdogan, militante islamista de la primera hora, que llegó a desempeñar el cargo de alcalde de Estambul, había sido inhabilitado a perpetuidad por la justicia de su país para desempeñar cargos públicos y políticos por incitación al odio sobre la base de diferencias religiosas. La condena fue suspendida en 2003, después de la formación del primer Gobierno de AKP.     

Pero la Casa Blanca veía en el nuevo líder turco - islamista moderado, liberal en lo económico y democráticamente electo – un modelo exportable al resto del mundo árabe-musulmán, sobre todo en el contexto de la expansión del radicalismo encarnado por el Estado Islámico o la aparición de un fenómeno ilusorio: la primavera árabe.

Tras el inesperado pistoletazo washingtoniano, asistimos a un notable incremento de la cooperación económica, cultural y militar de Turquía con los países pro occidentales de la región: inauguración de una amplia red de centros culturales, oficinas de intereses comerciales – tanto oficiales como privadas – organización de maniobras militares conjuntas con las fuerzas aéreas de Israel y Jordania.

Norteamérica parecía dispuesta a olvidar las carencias denunciadas por sus socios occidentales: violencia terrorista, atentados que se remontan a la época de los Gobiernos laicos, situación precaria de los derechos humanos, habitual caballo de batalla de los gobiernos europeos, problema kurdo. La inacción de Washington sólo sirvió para que la situación se perpetúe. 

La percepción de los europeos parecía completamente diferente. Algunos politólogos recordaban un detalle del programa político del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) que contemplaba: la remusulmanización de Turquía, así como la islamización de la diáspora, que conllevan a la erosión de las estructuras del Estado laico creado por Mustafá Kemal Atatürk.  

Pero la preocupación fundamental de los dignatarios europeos poco tenía que ver, al menos, aparentemente, con esos aspectos culturales. Interesaba más el déficit de sus balanzas comerciales con Turquía, que hubiesen experimentado un incremento de 400 por ciento en caso de la integración de Ankara en el club de Bruselas.

Las diferencias culturales se manifiestan a la hora de negociar los acuerdos. Ante la negativa de Erdogan de firmar el reconocimiento de Chipre, país dividido tras la invasión turca de 1974, el ministro de asuntos exteriores de Luxemburgo no dudó en dirigirse a los negociadores de Ankara con las poco diplomáticas palabras: aquí, en Europa, no nos comportamos como vendedores de alfombras. Una ofensa que Erdogan no perdonó. Las conversaciones con Bruselas siguen congeladas.

El distanciamiento de Ankara durante la invasión de Irak causó un profundo malestar en Washington. Los inquilinos de la Casa Blanca – tanto Bush como Obama – no comprendieron por qué un aliado de los Estados Unidos se niega a participar en un conflicto que les opone a otro Estado musulmán. Sin embargo, el Corán lo explica claramente. 

Tras la elección de Barack Obama, la propuesta turco-brasileña para reencauzar el programa nuclear iraní fue muy mal acogida en Washington. Si bien el distanciamiento entre las dos capitales comenzó en 2013 a raíz del conflicto iraquí, el malestar se acentuó durante el verano de 2016 con lo que Occidente suele llamar la deriva autoritaria del gobierno turco, pero que Erdogan presenta como una reacción contra conspiraciones judeo-occidentales durante la intentona golpista del ejército. El mandatario turco acusó a los servicios secretos occidentales de haber potenciado (o silenciado) la trama golpista, revelada en el último momento por… ¡los agentes de la KGB destinados en Ankara!

Los roces con Washington se fueron acentuando durante la intervención en Siria, en la que EE UU y Turquía perseguían objetivos contrapuestos.

La ruptura de las relaciones con Israel y el distanciamiento de Europa Occidental favorecieron el comenzó de una nueva era en las relaciones con Rusia. Satanizada por Occidente, la alianza turco-rusa facilitó la materialización de un viejo proyecto de la diplomacia de Ankara: la conversión de Turquía en una potencia regional respetable y respetada, capaz de moderar en los conflictos entre vecinos. La actuación de Ankara en el caso de Ucrania pone de manifiesto la brillantez de su diplomacia.

El neo-otomanismo, doctrina cuyos pormenores fueron revelados en los últimos meses, contempla la recuperación de los referentes históricos del Imperio Otomano: el Mediterráneo, la región del Cáucaso, Afganistán, la región del Golfo Pérsico, donde Turquía cuenta con instalaciones militares y navales, el Cuerno de África.

En resumidas cuentas: una visión del mundo que podría provocar los celos de otro político que sueña con recuperar la grandeza de su imperio desvanecido: el ruso Vladímir Putin.