No nos vamos a dedicar, estimado lector, a analizar la supuesta injerencia
de Rusia en las elecciones turcas ni a hacer una evaluación científica del
incremento del precio de la cebolla en la cesta de compra de los pobladores de
Anatolia. Cierto es que muchos analistas vinculan estas cuestiones con
los resultados de la consulta popular que se celebra este fin de semana en
Turquía, díscolo aliado de la Alianza Atlántica y eterno candidato al ingreso
en la Unión Europea, cuya admisión ha sido pospuesta en reiteradas ocasiones tanto
por las carencias en la aplicación de una normativa pro derechos humanos
equiparable a la europea, como - y ante todo – por tratarse de un país musulmán
que inundó los mercados comunitarios con productos muy competitivos.
Amenaza cultural, pues, para la Europa cristiana; fuerte competidor comercial
de las economías del Viejo Continente.
Tampoco vamos a dedicar mucho espacio al fenómeno de la emigración turca,
pujante en Alemania y Francia, las dos locomotoras económicas de la Unión Europea.
Los hijos de Anatolia llegaron aquí para quedarse, integrándose en las
estructuras sociales de los países de inmigración. Alemania es, sin duda, el
mejor ejemplo de este mestizaje intercultural. ¿Un ejemplo para el porvenir interracial
de Europa? Los franceses lo dudan; la palabra otomano sigue ateniendo connotaciones
incómodas.
Pero, volvamos a Anatolia, donde se celebran unas elecciones presidenciales
y generales que podrían acabar con los 20 años de gobierno de Recep Tayyip
Erdogan. Este es, al menos, el deseo (y la esperanza) de la oposición liderada
por Kemal Kiliçdaroglu, que aglutina a cinco agrupaciones políticas de distinto
corte.
Resulta
difícil pasar por alto los paralelismos entre las elecciones de 2002, cuando el
partido de Erdogan se alzó con la victoria, y las de 2023. En las primeras, el
electorado se enfrentó a una inflación vertiginosa, políticas económicas
dañinas y un coste de vida en aumento. En aquel entonces, una sociedad cansada de
los viejos políticos reclamó un gobierno que pudiera centrarse en la economía, una
mayor democracia y más libertades.
Em 2023, con
la inflación en espiral y
un coste de vida galopante, medidas
económicas poco ortodoxas, claramente impulsadas por una política a corto plazo
en lugar de un crecimiento a largo plazo, demandas de más democracia y libertades,
exigen a los votantes hartos de polémicas y guerras culturales (religiosas) buscar
un nuevo momento que pueda unir, sanar y garantizar mejores condiciones
económicas para el conjunto de la sociedad.
El kemalista Kemal Kilicdaroglu, dirigente del Partido Republicano del
Pueblo, aboga por el regreso a un sistema parlamentario fuerte, amnistía para
los opositores y presos políticos, al multipartidismo democrático. Asimismo, promete un regreso a políticas
fiscales convencionales, un banco central independiente y un paquete de medidas
destinadas a reducir la inflación.
La victoria de Erdogan supondría, según los analistas, la consolidación a
largo plazo de un gobierno de partido único, lo que hará que Turquía
esté mucho más cerca del modelo chino que de cualquier otro referente del mundo
islámico.
La situación actual de la economía turca es poco boyante.
En los últimos 18 meses, la inflación
ha pasado del 20% a más del 80%, aunque se estima que la tasa real podría superar el 100%. La depreciación de la lira
turca y el repunte de la inflación han provocado un gran descontento popular.
Consciente del descenso de su popularidad, Erdogan
anunció, una semana antes de la celebración de los comicios, una subida
salarial del 45% para 700.000 funcionarios públicos. Actualmente, el salario
mínimo mensual de los funcionarios asciende a 15.000 liras
turcas (768 dólares). También está previsto un incremento del 10% para las
víctimas del terrorismo o los empleados de larga duración.
Aunque la mala respuesta gubernamental de los catastróficos terremotos del
sudeste de Turquía podría jugar contra el candidato-presidente, cabe suponer
que la población de estas regiones, en su gran mayoría, religiosa y muy
conservadora, seguirá apoyando al candidato Erdogan. No es este el caso de los
jóvenes que votarán por primera vez – alrededor de 6 millones, es decir, un 7%
ciento del electorado - que censuran las políticas restrictivas de Erdogan.
Una victoria de la oposición
tendría un enorme impacto en Occidente. La Unión Europea debería responder
reactivando el programa de liberalización de visados, mejorando el acceso de
Turquía al mercado único y cooperando más estrechamente en materia de política
exterior.
Otro asunto
pendiente sería la renegociación del acuerdo migratorio con la Unión, aunque
las peticiones del nuevo gobierno a Bruselas solo quedarían claras después de
las elecciones.
La nueva administración turca mantendría
la política equidistante de Erdogan en el conflicto entre Rusia y
Ucrania. Seguiría suministrando drones a Kiev, pero no se uniría a las
sanciones contra Moscú, ya que depende demasiado de Rusia para la
realización de sus proyectos energéticos y el mercado turístico.
Estados Unidos continuará cooperando con Turquía profundizando las
relaciones con el gobierno que elija el pueblo turco. Turquía es un aliado
importante de la OTAN y desempeña un papel clave importante en muchos asuntos
que preocupan a Estados Unidos, señala el
portavoz del Departamento de Estado, recordando la participación activa de Ankara
en la implementación de la Iniciativa de Granos del Mar Negro.
El Gobierno de Ankara, no ha disimulado su descontento con el aparente
favoritismo de Washington por la oposición en este período preelectoral. De
hecho, el embajador de los Estados Unidos en Turquía, Jeffry Flake, se reunió a
finales de marzo con Kemal Kılıçdaroğlu, el candidato de la oposición, provocando
la ira de Erdogan.
Sabido es que el Partido para la Justicia y el Desarrollo (Partido AK) de
Erdoğan adopta una postura internacional que no es totalmente pro-occidental ni
apoya firmemente a otras potencias atlantistas; el sentimiento
antiestadounidense se hizo más visible en la opinión pública después de los
comentarios de Joe Biden, quien, en una entrevista de 2020, dejó muy claro el
apoyo de Estados Unidos a la oposición, provocando en rechazo de la clase
política, que interpretó las palabras del inquilino de la Casa Blanca como una
injerencia directa en los asuntos internos del país.
Subsisten,
pues, los interrogantes: ¿Erdogan o Kılıçdaroğlu? ¿Continuismo o cambio? El
autor de estas líneas recuerda que, allá por los años 60, el secretario general
del PCE, Santiago Carrillo, publicó en el exilio un libro – poco conocido en
España – titulado Después de Franco, ¿qué? En el caso del libro de
Carrillo, hubo dos respuestas, que reflejaban la polarización de la sociedad
española: Después de Franco, la democracia, decían algunos. Después
de Franco, otro Franco, respondía el bunker.
Pues bien, y después
de Erdogan, ¿qué?