sábado, 13 de mayo de 2023

Después de Erdogan, ¿qué?

 

No nos vamos a dedicar, estimado lector, a analizar la supuesta injerencia de Rusia en las elecciones turcas ni a hacer una evaluación científica del incremento del precio de la cebolla en la cesta de compra de los pobladores de Anatolia. Cierto es que muchos analistas vinculan estas cuestiones con los resultados de la consulta popular que se celebra este fin de semana en Turquía, díscolo aliado de la Alianza Atlántica y eterno candidato al ingreso en la Unión Europea, cuya admisión ha sido pospuesta en reiteradas ocasiones tanto por las carencias en la aplicación de una normativa pro derechos humanos equiparable a la europea, como - y ante todo – por tratarse de un país musulmán que inundó los mercados comunitarios con productos muy competitivos. Amenaza cultural, pues, para la Europa cristiana; fuerte competidor comercial de las economías del Viejo Continente.

Tampoco vamos a dedicar mucho espacio al fenómeno de la emigración turca, pujante en Alemania y Francia, las dos locomotoras económicas de la Unión Europea. Los hijos de Anatolia llegaron aquí para quedarse, integrándose en las estructuras sociales de los países de inmigración. Alemania es, sin duda, el mejor ejemplo de este mestizaje intercultural. ¿Un ejemplo para el porvenir interracial de Europa? Los franceses lo dudan; la palabra otomano sigue ateniendo connotaciones incómodas.

Pero, volvamos a Anatolia, donde se celebran unas elecciones presidenciales y generales que podrían acabar con los 20 años de gobierno de Recep Tayyip Erdogan. Este es, al menos, el deseo (y la esperanza) de la oposición liderada por Kemal Kiliçdaroglu, que aglutina a cinco agrupaciones políticas de distinto corte.    

Resulta difícil pasar por alto los paralelismos entre las elecciones de 2002, cuando el partido de Erdogan se alzó con la victoria, y las de 2023. En las primeras, el electorado se enfrentó a una inflación vertiginosa, políticas económicas dañinas y un coste de vida en aumento. En aquel entonces, una sociedad cansada de los viejos políticos reclamó un gobierno que pudiera centrarse en la economía, una mayor democracia y más libertades.

Em 2023, con la inflación en espiral y un coste de vida galopante, medidas económicas poco ortodoxas, claramente impulsadas por una política a corto plazo en lugar de un crecimiento a largo plazo, demandas de más democracia y libertades, exigen a los votantes hartos de polémicas y guerras culturales (religiosas) buscar un nuevo momento que pueda unir, sanar y garantizar mejores condiciones económicas para el conjunto de la sociedad.

El kemalista Kemal Kilicdaroglu, dirigente del Partido Republicano del Pueblo, aboga por el regreso a un sistema parlamentario fuerte, amnistía para los opositores y presos políticos, al multipartidismo democrático.  Asimismo, promete un regreso a políticas fiscales convencionales, un banco central independiente y un paquete de medidas destinadas a reducir la inflación.

 

La victoria de Erdogan supondría, según los analistas, la consolidación a largo plazo de un gobierno de partido único, lo que hará que Turquía esté mucho más cerca del modelo chino que de cualquier otro referente del mundo islámico. 

 

La situación actual de la economía turca es poco boyante. En los últimos 18 meses, la inflación ha pasado del 20% a más del 80%, aunque se estima que la tasa real podría superar el 100%. La depreciación de la lira turca y el repunte de la inflación han provocado un gran descontento popular.

 

Consciente del descenso de su popularidad, Erdogan anunció, una semana antes de la celebración de los comicios, una subida salarial del 45% para 700.000 funcionarios públicos. Actualmente, el salario mínimo mensual de los funcionarios asciende a 15.000 liras turcas (768 dólares). También está previsto un incremento del 10% para las víctimas del terrorismo o los empleados de larga duración.

 

Aunque la mala respuesta gubernamental de los catastróficos terremotos del sudeste de Turquía podría jugar contra el candidato-presidente, cabe suponer que la población de estas regiones, en su gran mayoría, religiosa y muy conservadora, seguirá apoyando al candidato Erdogan. No es este el caso de los jóvenes que votarán por primera vez – alrededor de 6 millones, es decir, un 7% ciento del electorado - que censuran las políticas restrictivas de Erdogan.

Una victoria de la oposición tendría un enorme impacto en Occidente. La Unión Europea debería responder reactivando el programa de liberalización de visados, mejorando el acceso de Turquía al mercado único y cooperando más estrechamente en materia de política exterior.

Otro asunto pendiente sería la renegociación del acuerdo migratorio con la Unión, aunque las peticiones del nuevo gobierno a Bruselas solo quedarían claras después de las elecciones.

La nueva administración turca mantendría la política equidistante de Erdogan en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Seguiría suministrando drones a Kiev, pero no se uniría a las sanciones contra Moscú, ya que depende demasiado de Rusia para la realización de sus proyectos energéticos y el mercado turístico.

Estados Unidos continuará cooperando con Turquía profundizando las relaciones con el gobierno que elija el pueblo turco. Turquía es un aliado importante de la OTAN y desempeña un papel clave importante en muchos asuntos que preocupan a Estados Unidos, señala el portavoz del Departamento de Estado, recordando la participación activa de Ankara en la implementación de la Iniciativa de Granos del Mar Negro.

El Gobierno de Ankara, no ha disimulado su descontento con el aparente favoritismo de Washington por la oposición en este período preelectoral. De hecho, el embajador de los Estados Unidos en Turquía, Jeffry Flake, se reunió a finales de marzo con Kemal Kılıçdaroğlu, el candidato de la oposición, provocando la ira de Erdogan.

Sabido es que el Partido para la Justicia y el Desarrollo (Partido AK) de Erdoğan adopta una postura internacional que no es totalmente pro-occidental ni apoya firmemente a otras potencias atlantistas; el sentimiento antiestadounidense se hizo más visible en la opinión pública después de los comentarios de Joe Biden, quien, en una entrevista de 2020, dejó muy claro el apoyo de Estados Unidos a la oposición, provocando en rechazo de la clase política, que interpretó las palabras del inquilino de la Casa Blanca como una injerencia directa en los asuntos internos del país.

Subsisten, pues, los interrogantes: ¿Erdogan o Kılıçdaroğlu? ¿Continuismo o cambio? El autor de estas líneas recuerda que, allá por los años 60, el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, publicó en el exilio un libro – poco conocido en España – titulado Después de Franco, ¿qué? En el caso del libro de Carrillo, hubo dos respuestas, que reflejaban la polarización de la sociedad española: Después de Franco, la democracia, decían algunos. Después de Franco, otro Franco, respondía el bunker.

Pues bien, y después de Erdogan, ¿qué?

 

 


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