Hace apenas
unos días, un alto cargo de la Administración pública española sugirió que no
había que utilizar la denominación de Estado
Islámico para designar al grupúsculo
que aterroriza a las poblaciones del Mashrek. Al parecer, ello implica
sobreestimar a la banda terrorista. Con ello, el problema de la amenaza radical quedaría
resuelto. ¡Qué fácil y brillante solución!
A finales de
2001, cuando la intervención aliada en Afganistán parecía haber acabado con Al
Qaeda, el entonces cabecilla de la agrupación radical, Osama Bin Laden, lanzó
la advertencia: volveremos dentro de una
década. Para los analistas, se trataba de un plazo razonable para
recomponer la estructura de la organización, ampliar las redes existentes a los
países del Magreb y resucitar las células durmientes de Occidente. Los titubeos
de los Gobiernos occidentales facilitaron la tarea de los sucesores del emir saudí.
En efecto,
dos países que no contaban con movimientos radicales islámicos en su territorio,
Irak y Siria, se vieron involucrados en la nueva etapa del conflicto entre
Oriente y Occidente. La violenta persecución de supuestos radicales islámicos
en Irak durante la ocupación militar estadounidense generó un movimiento de
rechazo entre las tribus propensas a defender las prerrogativas de la época de
Saddam Hussein. En Siria, país laico sometido a la férrea dictadura del clan El
Assad, la guerra civil fomentada por potencias extra regionales, trajo consigo
a yihadistas de distintas corrientes islámicas, dispuestos a conquistar las
tierras del califato de Damasco para convertirlas en el embrión de un
emblemático califato mundial. Aunque los
combatientes del Islam contaran con apoyo económico y estratégico saudí, qatarí
y… estadounidense, a la hora de la verdad nadie asumía la paternidad de esos movimientos fanáticos.
Las cosas
empezaron a torcerse cuando uno de los grupos radicales, el llamado Estado
Islámico de Irak y Levante (ISIS), logró adueñarse de los yacimientos
petrolíferos de Siria. Curiosamente, los politólogos estadounidenses no
centraron su interés en las repercusiones económicas de esa conquista,
limitándose a analizar los aspectos meramente estratégicos de la ofensiva
llevada a cabo por ISIS. Sin embargo, el Estado
Islámico empezó a comercializar – con la ayuda de intermediarios saudíes y
turcos y a precios muy competitivos – el oro negro sirio. Lo mismo sucedió unos meses más tarde, cuando
los yihadistas llegaron a controlar las instalaciones petrolíferas del
Kurdistán iraquí. Pero en este caso concreto, sus éxitos militares afectaban
los intereses directos de las grandes compañías estadounidenses. La Casa Blanca
decidió tomar cartas en el asunto; la Presidente Obama ordenó el regreso de los
militares norteamericanos a Irak. Esta vez, utilizando la cobertura de expertos en materia de defensa: el
Presidente había ordenado la retirada de las tropas del suelo iraquí…
Cabe suponer
que para contrarrestar la ofensiva del Estado
Islámico, el actual inquilino de la Casa Blanca se verá obligado a revisar
su política. William Kristol, afamado comentarista estadounidense, estima que
el Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos tratará de imponer - en un
plazo de seis a ocho meses - la presencia militar americana en la zona. Lejos
quedan los sueños pacifistas del Barack Hussein Obama.
El Estado Islámico se ha convertido en un
temible enemigo. Actualmente, cuanta con unos efectivos de 30 a 50.000 hombres,
entre los cuales se encuentra un elevado porcentaje de voluntarios extranjeros. No se trata sólo de jóvenes musulmanes
criados en Occidente, sino también de conversos europeos, norteamericanos,
rusos y chinos. Una mezcla explosiva a la que se suma otro ingrediente: los
pertrechos del grupo terrorista.
Según un
informe elaborado por expertos de las Naciones Unidas, el Estado Islámico cuenta con 250 vehículos militares ligeros,
camiones y carros de combate sustraídos en los últimos años al emergente
ejército iraquí o requisados en las bases militares sirias. A los tanques de
fabricación rusa y norteamericana se suman las ametralladoras, misiles y
lanzagranadas, piezas de artillería antiaérea así como una cantidad ingente de
municiones.
Estiman los
expertos que esos arsenales suponen un peligro potencial para la totalidad de los Estados de la región, ya que el ISIS tiene
la capacidad de proseguir el combate durante un período de seis meses a dos
años, aún sin contar con los ingresos procedentes de la venta de crudo.
Cabe
preguntarse, pues, si los trágicos acontecimientos del 11 – S no fueron un simple preludio para el
conflicto que se avecina: la gran confrontación
entre el Islam y la Cristiandad.