La suerte está echada: el pasado fin de semana, el presidente de Israel, Isaac Herzog, encargó al líder del Likud, Benjamín Netanyahu, la formación del próximo Gabinete del Estado Judío. ¿Una sorpresa? No; en absoluto. El conservador Netanyahu, el incombustible Bibi, ya ostentó cinco veces el cargo de primer ministro.
Recuerdo que hacia finales de la década de los 80 le
pregunté a mi amigo Ofer, miembro de una unidad de élite del Ejército judío,
por ese chico nuevo, esa aparición estelar de la derecha israelí.
¿Bibi? Es el hermano del héroe de Entebbe, che, me contestó el porteño emigrado a Israel para servir
a la Patria. Confieso que por aquél entonces desconocía la existencia del
teniente coronel Yonathan Netanyahu,
comandante de la unidad Sayeret Matkal, muerto en combate en
julio de 1976, durante la operación de rescate de un avión francés secuestrado
en la capital de Uganda.
Para
Bibi, fue este el detonante. En 1978, dos años después del fallecimiento
de su hermano, el estudiante del MIT regresó a Israel, donde fundó y dirigió el Instituto
Yonathan Netanyahu, dedicado a la investigación del terrorismo. Su primer trampolín hacia la vida política. Sin
embargo, su adhesión al Likud se remonta a 1988, año en el cual formaliza su
militancia en la agrupación de centro derecha.
Sus virtudes: es elegante, carismático, domina
perfectamente el inglés, es tranquilo. Un candidato ideal para el cargo de
viceministro de Asuntos Exteriores, que desempañará hasta 1991, fecha en la que
asiste a la Conferencia de Madrid sobre Oriente Medio. Regresará a Jerusalén
como viceministro de la Presidencia del Gobierno, autentico punto de partida de
su meteórica carrera.
Detractor del proceso de paz con los palestinos,
Netanyahu desconfía de Yasser Arafat y los integrantes de su equipo. En 1998,
durante su primer mandato, Bibi trata de renegociar, en Wye Plantation,
los Acuerdos de Oslo. Será éste el primer intento de vaciar de contenido los
documentos redactados por sus antecesores laboristas, Ytzak Rabin y Simon
Peres. Durante el Gobierno de Ariel Sharon, la ofensiva del Likud contra los
instrumentos de Oslo se fue intensificando. El objetivo: convertir los Acuerdos
en papel mojado. Netanyahu siguió por esa senda durante sus mandatos.
Con la llegada de Ariel Sharon a la presidencia del
Gobierno, salió a la palestra otro tema que acabó convirtiéndose en el mantra
de los conservadores israelíes: el programa nuclear iraní. El ex general fue el
primero en pedir luz verde a Washington para bombardear las
instalaciones atómicas iraníes. Tropezó, sin embargo, con el veto de la Casa
Blanca.
Al asumir el cargo de primer ministro, Netanyahu
volvió a la carga. Sin éxito: el único presidente que parecía propenso a ceder
ante las insistentes demandas de Tel Aviv fue… Barack Obama.
Tras su reciente victoria electoral, Bibi – apodado
rey de Israel por sus seguidores – trató de resucitar el fantasma de la amenaza
iraní. Esta vez, en un ambiente más propicio: las negociaciones con Teherán sobre
el llamado pacto nuclear se hallan en un punto muerto. Más aún: la
Administración Biden parece dispuesta a preparar otro paquete de sanciones
contra el país de los ayatolás.
En Israel, la futura coalición de Gobierno, integrada por el conservador Likud y tres partidos religiosos – Shas, Judíos para la Torá y Sionismo Religioso – deja vislumbrar un giro hacia la derecha en la gobernanza del Estado. Ello podría traducirse por el deseo de marginar a la mujer en la vida pública, modificar el funcionamiento de los tribunales de justicia y acentuar la presión sobre la población árabe palestina. De hecho, los líderes de Sionismo Religioso no descartan la posibilidad de exigir la anexión de Cisjordania. Una perspectiva ésta que preocupa sobremanera a la Administración Biden, que teme que algunos puestos clave del futuro Gabinete – defensa o asuntos exteriores – sean asignados a políticos supremacistas. Recuerdan que Bezalel Smotrich, líder de Sionismo Religioso, empeñado en transferir la administración civil y militar de Cisjordania a suelo israelí, tiene un largo historial de comentarios racistas, anti-árabes y anti feministas.
En ese contexto, algunos medios de comunicación anglosajones se arrogan el derecho de recomendarle a Netanyahu la formación de un Gobierno de coalición integrado también por agrupaciones de centro-izquierda, con el fin de mantener el equilibrio social indispensable para el buen funcionamiento del sistema político israelí.
Subsiste
la gran incógnita: Irán. En su última
conferencia de prensa, el ministro de Defensa saliente, el (también) general Benny
Gantz, afirmó que Israel tiene la capacidad de llevar a cabo una operación
militar contra las instalaciones nucleares iranies.
Sin embargo, tanto Gantz como el primer ministro saliente, Yair Lapid, sospechan que Benjamín Netanyahu confiaba en que el expresidente Trump ordenaría un ataque estadounidense contra los objetivos estratégicos iraníes, razón por la cual no renovó la partida presupuestaria destinada a la preparación de un operativo militar israelí. Según Gantz, el gobierno saliente tomó las medidas oportunas para restablecer la capacidad de Israel de llevar a cabo ataques aéreos contra la República Islámica de Irán.
El rey de Israel tendría, pues, las manos libres para una operación de castigo. Siempre y cuando no tropiece, una vez más, con el veto de la Casa Blanca…