Esperamos el Maidan de
Belgrado el próximo martes. Será de color azul, anunciaba
en su cuenta de Internet el politólogo estadunidense Jason Jay Smart, ex
consejero de la presidenta de Moldova Maia Sandu y tenaz colaborador del
American International Institute, donde solía dedicar la mayor parte del tiempo
a los contactos directos e indirectos con la oposición rusa.
Huelga decir que el
terreno parecía abonado. Poco después de darse a conocer los resultados de la
consulta popular celebrada en Serbia el pasado día 17 de diciembre, una inusual
oleada de protestas se adueñó de las calles de la capital serbia. Partidos de
oposición al régimen de Alexander Vucic, movimientos sociales, agrupaciones de
estudiantes, exigían la anulación del escrutinio, alegando un sinfín de
irregularidades cometidas por militantes del Partido Progresista Serbio,
liderado por el Presidente.
La Comisión Electoral
de la República (RIK) desestimó, sin embargo, el recurso de la opositora Alianza
Serbia contra la Violencia. Según los datos oficiales, la coalición del Partido
Progresista Serbio (SNS), obtuvo un 46,7% de votos en las elecciones generales.
El segundo lugar lo ocupó su principal rival, la Alianza Opositora Serbia
contra la Violencia, con el 23,4%, seguida por el Partido Socialista de Serbia
con el 6,6%.
Los observadores de la
OSCE optaron a su vez por desoír las quejas de los detractores de Alexander
Vucic, fabricadas y orquestadas, según fuentes gubernamentales, por los
servicios secretos de potencias occidentales europeos y transatlánticos. Las
insinuaciones de los políticos de Belgrado apuntaban hacia Berlín y Washington.
En ambos casos, los organismos oficiales se apresuraron en desmentir
categóricamente las sospechas o alegaciones de los serbios.
Curiosamente, el
ambiente de crisis recordaba la crispación que acompañó las últimas horas de la
intentona golpista de Turquía en 2016. El rumor de que los servicios de
inteligencia rusos advirtieron a la cúpula de Belgrado sobre la inminencia de
un golpe de palacio no hizo más que alimentar la tensión. Los medios de
comunicación moscovitas no dudaron en disparar contra sus rivales de Bruselas:
Úrsula von der Leyen, Josep Borrell, la plana mayor del Alto Mando de la OTAN.
En la mañana del día
31, los rotativos de Moscú anunciaban con grandes titulares: Una reedición
del golpe de Estado de Ucrania de 2014 fracasó ayer en Serbia.
Pero, ¿se puede hablar
realmente de una intentona golpista? El líder del Partido Radical Serbio y ex
viceprimer ministro, Vojislav Seselj, se apresuró en corroborar las sospechas
de Vucic, mientras que el líder de la oposición, Dragan Djilas, rechazó las insinuaciones
de la prensa progubernamental, que acusan a los detractores del Presidente de
estar planeando los incidentes callejeros.
Lo
cierto es que los medios de comunicación rusos invitan a sus lectores a
centrar la atención en Pavle Grbovich, un joven político que encabeza el Movimiento
de Ciudadanos Libres, agrupación adscrita a la Alianza de los Demócratas y
Liberales de Europa y que, siempre según los medios moscovitas, está preparado,
desde 2020, por los servicios de inteligencia estadounidenses para derrocar
al gobierno de Serbia.
Nada
menos cierto, afirman los detractores
de Alexander Vucic. Estamos luchando para convertirnos en parte de la
familia europea y no caer bajo el yugo de Rusia.
Los
occidentales son plenamente conscientes de que las presiones destinadas a obligar
a Vucic a renunciar a nuestra política para con Kosovo y Metohija, dejar de
apoyar a la República Serbska de Bosnia y Herzegovina o imponer sanciones a
Rusia podrán acabar con su carrera política, señala el líder del Partido Radical, Vojislav Seselj.
De
momento, la cacareada revolución azul, el Maidan serbio de Jason Smart, sigue
siendo un mero espejismo. ¿Sólo de momento?
domingo, 31 de diciembre de 2023
Belgrado bien vale un Maidan
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