“Vive la France!” (Que Viva Francia). Con esas palabras
resumió el senador estadounidense John McCain en su cuenta de Twitter
la decisión francesa de bloquear la firma de un convenio entre las
autoridades de la República Islámica de Irán y las potencias que integran el
Grupo 5+1 - Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, Rusia, China y Alemania - sobre
el porvenir del programa nuclear iraní. Recordemos que las negociaciones
celebradas la pasada semana en Ginebra, fracasaron tras la negativa del
gobierno galo de avalar un proyecto de acuerdo sobre el controvertido programa atómico
persa.
Curiosamente, los franceses, al igual que los
norteamericanos, se negaron a aceptar el articulado del documento, considerando
que éste ofrecía muy pocas garantías de seguridad para la comunidad
internacional. Con esta maniobra, las autoridades galas dejan la puerta abierta
para la presentación, la próxima semana, de un texto elaborado por los
congresistas estadounidenses, que contempla una serie de medidas específicas
destinadas a contentar tanto a los legisladores republicanos como a los demócratas.
Se trata, según fuentes diplomáticas occidentales, de una serie de exigencias
concretas, que podríamos resumir de la siguiente manera: suspensión del
programa de enriquecimiento de uranio, desmantelamiento de los sistemas de
centrifugado, control internacional del conjunto de las actividades relacionadas
con el desarrollo de la energía nuclear de “doble uso”, así como el control del
reactor de agua pesada de Arak, considerado por los expertos como el “mayor
peligro potencial” del programa nuclear iraní.
Si bien es cierto que los emisarios de Teherán acudieron a la
cita ginebrina predispuestos a aceptar la inspección in situ que reclaman los miembros del Grupo 5+1, los altos cargos gubernamentales se
apresuraron en subrayar el hecho de que su país jamás consentiría a abandonar
definitivamente el programa atómico. Por su parte, sus interlocutores señalaron
que no se trataba de prohibir a los persas el acceso a la energía nuclear, sino
pura y simplemente de velar por que Irán no infrinja las normas del Tratado de
No Proliferación de Armas Nucleares, instrumento internacional no ratificado
por Teherán (Tel Aviv, Nueva Delhi, etc.) Para los miembros del Grupo, se
trataba de sugerir (véase imponer) un férreo sistema de control internacional,
llevado a cabo por los órganos especializados de las Naciones Unidas. Inútil
recordar que las autoridades persas autorizaron en su momento las visitas de
expertos de la Agencia Internacional para Energía Atómica (AIEA), quienes no
detectaron, al menos durante las primeras misiones, indicios de una posible
utilización del uranio para fines bélicos. Sin embargo, tras la insistencia de
Israel (y los Estados Unidos), surgieron inesperadas “dudas” al respecto.
Sabido es que el Gobierno israelí está empeñado en reclamar la destrucción total
de las instalaciones atómicas persas, alegando que estas suponen un peligro
para la seguridad del Estado judío. La suspicacia de la clase política hebrea
encuentra sus raíces en el ideario del ayatolá Jomeyni, que contemplaba la desaparición
de Israel, así como en la no menos virulenta campaña anti-judía llevada a cabo
por el ex presidente Majmúd Ahmanideyad, ferviente defensor de la guerra total
contra el “ente sionista”.
Conviene recordar que, tras la llegada al poder del moderado
Hassan Rohaní, los parámetros cambian. Sin embargo, tanto Washington como su
inesperado aliado francés, parecen dispuestos a dar otra vuelta de tuerca a las
relaciones con Teherán. Aún no se sabe si las motivaciones son meramente
estratégicas o si la maniobra encierra, como sugieren algunos, consideraciones
de otra índole. ¿Suministro a buen precio de “oro negro”? ¿Incumplimiento de
multimillonarios contratos firmados en la época del Sha pese a las promesas de
Jomeyni? ¿Viejas deudas comerciales? Los diplomáticos suelen ser muy hábiles a
la hora de ocultar las verdaderas razones de su brillante actuación.