viernes, 26 de noviembre de 2010

Harry Potter para necrófilos


El ayuntamiento de Ramle, una pequeña aldea árabe situada en territorio israelí, a pocos kilómetros del aeropuerto internacional de Tel Aviv, ha encontrado una inesperada fuente de ingresos. Se trata de la… ¡tumba de Harry Potter! No, desengáñese estimado lector; J.K. Rowlings no mató a su simpático héroe. Sin embargo, los restos mortales del auténtico Harry Potter, súbdito de Su Graciosa Majestad, descansan en tierra palestina desde 1939.
La historia resulta un tanto rocambolesca. El soldado Harry Potter, perteneciente al regimiento Worchestershire del ejército británico acantonado en Palestina hace más de 80 años, falleció el 22 de julio de 1939 en acto de servicio, luchando contra una banda de malhechores en las inmediaciones de Tel Aviv. Poco se sabe de aquél enfrentamiento. En los archivos ingleses no figura la identidad de los presuntos “criminales”. Lo cierto es que Harry fue enterrado con todos los honores en el cementerio militar de Ramle, junto a otros compañeros que defendían “la paz y el orden” en el territorio administrado desde finales de la década de los 20 por el Reino Unido.
Lo que sí sabemos es que el soldado Potter murió a la edad de 18 años, pues logró alistarse con sólo 17 en el ejército de Su Majestad, engañando ¡ay, qué poco fair play! a los oficiales de la oficina de reclutamiento.
También nos consta que el municipio de Ramle decidió aprovechar al máximo esa coincidencia de nombres para fomentar el turismo. De hecho, desde el macabro descubrimiento, el cementerio militar se ha convertido en el polo de atracción del turismo local e… internacional.
Detalle interesante: la aldea árabe cuenta también con un importante sitio arqueológico. Pero al parecer, la Historia “vende” menos que la Ficción. El “necroturismo” se está convirtiendo en el maná de una sociedad adicta a la cultura virtual. ¿Cultura?

viernes, 19 de noviembre de 2010

Israel: la moratoria más costosa


Hace un par de años, cuando Barack Hussein Obama asumió el cargo de Presidente de los Estados Unidos, decidió incluir en su lista de prioridades políticas la solución del conflicto de Oriente Medio. Una tarea sumamente difícil, si nos remitimos a los fracasos de otros estadistas norteamericanos que trataron, con la mayor buena fe o la máxima firmeza, acabar con el complejo conglomerado de problemas políticos, religiosos, étnicos o territoriales que oponen desde hace casi un siglo a las dos comunidades de pobladores de Palestina-Israel-Tierra Santa.
Los roces entre árabes y judíos se registraron ya en la segunda década del siglo pasado, cuando los oligarcas palestinos detectaron los primeros síntomas de colonización de las tierras administradas durante siglos por el sultán de Constantinopla. Curiosamente, la cohabitación forzosa, impuesta por los emisarios de la Sublime Puerta, dejó paso a una política de odio racial, fomentada por los funcionarios del servicio exterior británico encargados de administrar Palestina tras la caída y el desmembramiento del Imperio Otomano. Los ingleses se guiaban por la vieja máxima divide y reinarás. El final del mandato de Londres coincidió con el estallido de la primera guerra israelo-árabe, con el inicio de un conflicto armado que las grandes potencias de la postguerra fueron incapaces de gestionar. En efecto, hasta finales de la década de los 80, americanos y soviéticos compitieron en la búsqueda de “soluciones viables” susceptibles de poner punto final al conflicto intercomunitario. Sin embargo, los contrincantes – israelíes, árabes y palestinos – optaron por rechazar sistemáticamente sus propuestas. Todas o casi todas: los Acuerdos sellados en Camp David en 1978 y la Declaración de Principios de 1993, negociada discretamente en Oslo, parecían abrir la vía al diálogo entre hebreos y musulmanes.
Sin embargo, la invasión del Líbano (1982) y la llegada al poder de la derecha israelí (1997) tras el asesinato de Itzak Rabin, lograron acabar con las falsas esperanzas. Durante décadas, los palestinos recordaron las matanzas perpetradas en los campamentos beirutíes de Sabra y Shatila por las milicias cristianas libanesas con el beneplácito del entonces Ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon, o la sensación de estrangulamiento impuesta por el establishment de Tel Aviv a los habitantes de Gaza y Cisjordania en la década de los 90.
Hay quien dice que Yasser Arafat cometió un grave error político al no proclamar la independencia de Palestina en 1999 ó 2000. Aparentemente, el raís estaba empeñado en buscar un… consenso.
Lo que sucedió después es harto conocido. Los sucesivos Gobiernos israelíes – tanto laboristas como conservadores – idearon un sinfín de maniobras dilatorias, basándose en la supuesta “irrelevancia” o “insolvencia” de los políticos palestinos. Durante los largos paréntesis de silencio, los gobernantes judíos aceleraron la colonización de los territorios ocupados, tratando de imponer a la comunidad internacional la política de los hechos consumados.
La reciente decisión del Gabinete Netanyahu de poner fin a la moratoria en la construcción de asentamientos provocó un fuerte malestar en la Casa Blanca. Para el 44º Presidente de los Estados Unidos, ello presupone una derrota personal. Washington recurrió, pues, por la estrategia de los parches diplomáticos con tal de no perder la cara. A cambio de una nueva moratoria de 90 días, la Secretaria de Estado Hilary Clinton se comprometió a regalar a los israelíes una veintena de aviones F-35, vetar toda resolución de las Naciones Unidas que avale el derecho de los palestinos a proclamar la independencia y permitir la colonización a pasos agigantados de Cisjordania si, al cabo de los tres meses de tregua, no se llega a acuerdos con los negociadores palestinos. Un precio éste demasiado elevado, que ningún Presidente estadounidense se habría comprometido a pagar.
Alguien me preguntó el otro día si, a mi juicio, israelíes y palestinos serían capaces de aprovechar estos 90 días para… hacer las paces. ¿Una proeza? ¿Un milagro? Tuve que recordarle a mi interlocutor que el conflicto étnico-territorial-religioso se remonta a las guerras entre hebreos y filisteos, a la “conquista” de la Tierra de Canaán por las tribus de Israel. Dicho esto, estimo que los comentarios sobran. Por superfluos…

viernes, 12 de noviembre de 2010

Los cristianos de Oriente: entre la cruz y Al Qaeda


Los sangrientos ataques perpetrados en las últimas semanas contra miembros de la comunidad cristiana iraquí vuelven a poner de manifiesto el radicalismo y la intransigencia de Al Qaeda, cuyos cabecillas evocan abiertamente la necesidad de expulsar a los “herejes cristianos” de las tierras del Islam. Curiosamente, ello sucede en un país donde la discriminación religiosa estaba vetada por un conjunto de leyes sobre la “igualdad de las minorías étnicas”, promulgadas por el régimen laico de Saddam Hussein.
Conviene recordar que, durante siglos, las provincias que conforman el Irak moderno fueron pobladas por distintas comunidades cristianas. De hecho, la mayor parte de los cristianos iraquíes pertenece al grupo los asirios, que abrazó la fe de Cristo en los siglos 2º y 3º de nuestra era. La segunda comunidad por orden de importancia está integrada por los caldeos, étnia de cultura y expresión árabes. Menos numerosos son los siriacos ortodoxos y católicos, los armenios y los católicos romanos.
La relación de los cristianos y, ante todo, de la comunidad asiria con la rama iraquí de la monarquía hachemita que reinaba en Bagdad acabó generando la desconfianza y la ira de los musulmanes, tanto sunitas como chiitas. Durante los 35 años de gobierno del Partido Ba’az, los cristianos residentes en las zonas urbanas llegaron a ocupar puestos clave en los Gobiernos de Saddam Hussein y/o amasar grandes fortunas en el mundo de los negocios. ¿La procedencia del dinero? Las transacciones lícitas e ilícitas de la camarilla de Saddam, así como la corrupción reinante a todos los niveles de la Administración del Estado.
La violencia contra los cristianos volvió a desencadenarse a partir de 2004, tras la ocupación del país por las tropas de la coalición pro-occidental. Durante los primeros disturbios registrados en el barrio cristiano de Al Dora, los sunitas lanzaron un ultimátum a los pobladores: convertiros al Islam en un plazo de 24 horas o abandonad el país. Tres años más tarde, más de dos tercios de la población cristiana se había marchado Bagdad. Lo mismo sucedió en Mosul y Kirkuk, baluartes kurdos situados en el Norte del país. Los ataques contra los cristianos fueron perpetrados por las milicias sunitas y chiitas, por integrantes del Ba’az o grupúsculos de Al Qaeda, a los que se sumaron numerosa organizaciones criminales.
Huelga decir que la persecución de las comunidades cristianas no se debe sola y únicamente a la actitud más que benévola de las tropas occidentales para con esta minoría; también entran en liza algunos incidentes acaecidos fuera de la región. Las caricaturas que ridiculizaban al profeta Mahoma, publicadas en Europa en 2005 o las desafortunadas declaraciones del Papa Benedicto XVI sobre el Islam y los musulmanes de 2006, desembocaron en una serie de incidentes protagonizados por radicales islámicos y miembros de la comunidad asiria. Los intentos de crear una región autónoma cristiana en la planicie de Nínive fracasaron, pese a que el artículo 125 de la nueva Constitución iraquí garantiza los “derechos administrativos y políticos de las (distintas) nacionalidades”.
El pasado mes de junio, un grupo integrado por 76 líderes cristianos y representantes de otras etnias lanzó un llamamiento a favor de la protección de las minorías. Sin embargo, los derechos de la minoría cristiana siguen siendo violados sistemáticamente.
Pero el malestar viene de más antiguo. Desde la caída del Imperio otomano, en la década de los 20 del siglo pasado hasta los años 50, las comunidades cristianas protagonizaron la llamada “emigración política”, flujo migratorio resultante de los brotes de nacionalismo radical que acompañaron la creación de los Estados-nación en distintas regiones del ya desaparecido imperio.
Irak no es el único país musulmán sometido a la presión social de los islamistas. En los Territorios Palestinos sólo quedan 50.000 cristianos, es decir, un escaso 3 por ciento de la población. En 1920, había en Turquía más de 2 millones de cristianos. Actualmente, apenas quedan 200.000.
La situación es idéntica en la casi totalidad de los países árabes o musulmanes del contorno mediterráneo. ¿Pura casualidad o… sonada victoria de los radicales de Al Qaeda?

viernes, 5 de noviembre de 2010

Alemania: la diplomacia y el Holocausto


“Aquí no ha pasado nada”, “no sabíamos nada”, “nosotros no colaboramos con el régimen”. Estas han sido, durante décadas, las respuestas de los alemanes, de muchos alemanes a las insistentes preguntas de los extranjeros acerca de la participación de los germanos en los crímenes perpetrados por el terror pardo instaurado por los nazis.

Curiosamente, después de 1945 en Alemania no se hallaban siquiera las huellas de los antiguos miembros del Partido Nacionalsocialista, de los miembros de las SS, de los verdugos de los campos de concentración o de exterminio, de los cómplices de la barbarie hitleriana. Extraño fenómeno de amnesia colectiva, que ocultaba un generalizado complejo de culpabilidad. Con el paso del tiempo, empezaron a circular leyendas sobre los llamados núcleos de resistencia anti-nazi, sobre la moderación o la actitud crítica de algunos de los jefes de los servicios de inteligencia, de algunas dependencias oficiales del Tercer Reich. Se habló concretamente de la postura muy independiente de algunos miembros del servicio exterior, “detractores” de la política nacionalsocialista. Pero el mito se derrumbó la pasada semana, cuando una comisión de historiadores dirigida por Eckart Conze e integrada por expertos alemanes, norteamericanos e israelíes entregó al titular de Exteriores, Guido Westerwelle, un informe de 900 páginas sobre la responsabilidad de la diplomacia alemana en el Holocausto. El documento, encargado en 2005 por el entonces responsable de la diplomacia de Bonn, Joshka Fisher, no deja títere con cabeza. En efecto, los historiadores estiman que la totalidad del servicio exterior estuvo involucrada en el Holocausto. ¿Ejemplos concretos? El estudio cita el caso de Werner von Bargen, alto cargo nazi que organizó la deportación de los judíos belgas, quien fue reintegrado en el Ministerio de Asuntos Exteriores en 1954 y nombrado poco después embajador en Irak. Al alcanzar la edad de jubilación, von Bargen fue condecorado con la Orden Federal de Merito. ¿Simple excepción? ¿Accidente histórico? No, en absoluto. También se da el caso de otro miembro de la carrera diplomática, destacado en Belgrado, que presenta una nota de gastos ocasionados por el Exterminio de los judíos. Más claro…

Señalan los autores del informe que en marzo de 1952, 49 de los 75 directores de la Cancillería eran antiguos miembros del Partido Nacionalsocialista. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que las candidaturas de antiguos oponentes del régimen hitleriano fueron rechazadas por el departamento de personal del Ministerio.

Pero la presencia de los antiguos nazis en la administración del Estado no se limitaba al servicio diplomático. Llama la atención la actividad paralela de la llamada “célula de protección jurídica”, creada para defender los intereses de los prisioneros de guerra alemanes en el extranjero, que se había convertido en un órgano de inteligencia que facilitaba información a los antiguos criminales de guerra. El jefe de este departamento, Hans Galwik, antiguo fiscal nazi, ayudo a muchos correligionarios expatriados. De este modo, Klaus Barbie y Kurt Lishka recibieron información detallada sobre los países que no los habían colocado en la lista de los asesinos con orden de búsqueda y captura, de lugares donde no corrían el riesgo de ser extraditados.

¿Estaban al tanto de ello los antiguos jefes del servicio diplomático de Alemania occidental? Curiosamente, el Ministro de Exteriores, Willy Brandt, participó en el homenaje a un antiguo juez nazi, responsable de la muerte de 900 personas. Según su correligionario socialdemócrata y sucesor en el cargo, Frank-Walter Steinmeier, en la época de Brandt la cuestión de los criminales nazis no era un asunto prioritario.

Conviene recordar que ya en 1952 el Canciller federal Konrad Adenauer, primer jefe de la diplomacia alemana después de la Segunda Guerra Mundial, abogó en pro del nombramiento de profesionales cualificados en el servicio exterior, empleando las siguiente palabras: “no se puede reconstruir el Ministerio de Asuntos Exteriores sin contar en los puestos de dirección con profesionales que conozcan la historia; ello significa que es preciso acabar con la mini-caza de los nazis”.

El informe redactado por la comisión de historiadores pone en tela de juicio el “buenismo” de los padres de la democracia germana. Si bien los nazis de la época hitleriana han muerto, actualmente aflora en el Viejo Continente una extrema derecha que hace suyo el ideario de los regímenes autoritarios de los años 30. Y ¿aquí no ha pasado nada?