miércoles, 31 de agosto de 2022

Mijaíl Gorbachov, in memoriam

 

Gorbachov Ginebra 1985. La vieja cinta magnética tarda en ponerse en marcha. Han pasado los años, las décadas, mejor dicho. Pero la voz de Gorbachov sigue siendo muy nítida. Habla en ruso. Los intérpretes de conferencia soviéticos son excelentes; no se apartan un ápice del discurso del jefe. En la URSS, hasta el desviacionismo lingüístico constituye un delito. No, la traducción es fidedigna. Y el conferenciante…

Costó obtener la credencial para esta primera rueda de prensa de Mijaíl Gorbachov en Occidente. Los funcionarios de protocolo que le acompañaron a la primera cumbre con Ronald Reagan eran muy estrictos.

Lo sentimos; no hay credenciales para periodistas españoles.

No me quedó más remedio que contestarles en ruso, lengua algo olvidada después de años de letargo. Sin embargo, el cambio de idioma surtió efecto:

Aquí tiene su credencial, cam… Perdón, señor.

Unos minutos más tarde, estaba cómodamente sentado en el anfiteatro de la Misión Permanente de la URSS ante las Naciones Unidas.

El camarada Gorbachov no nos hizo esperar. Acudió puntualmente a la cita con los periodistas. Después de esta inusual rueda de prensa, tenía que despedirse de su nuevo amigo Reagan.

Vuelvo a escuchar la vieja grabación. El Secretario General del PCUS alude vagamente a la evolución de las estructuras de mando del partido, a su deseo de llevar a cabo una renovación global. Explica el significado de las palabras glasnost y perestroika, la introducción de estos nuevos conceptos. Es consciente de que para la mayoría de los presentes se trata de términos incomprensibles: ¿Cambios en la URSS? ¿Transparencia en la URSS? Trata de tranquilizarnos: el camino se hace andando. ¿La meta?

Sí, lo importante es saber hacia dónde quiere el nuevo líder que se dirija la Unión Soviética. La explicación de Gorbachov parece muy clara: Para que el país avance, debemos tener acceso a la tecnología. Omite la palabra occidental, pero se sobreentiende. Y para ello, es preciso contar con financiación.

Tecnología y financiación… ¿A cambio de qué? La respuesta llegó años más tarde, cuando las grandes multinacionales se instalaron, con armas y bagajes, en el antiguo imperio del Mal. Rusia, la ex Unión Soviética, se convirtió en un… buen negocio para las empresas occidentales. ¿El poder adquisitivo de los rusos? Inexistente hasta la privatización de la economía, apareció con los primeros brotes de corrupción. ¿Fue obra suya, Mijaíl Sergueievich? ¿Obra de sus sucesores?

A Mijaíl Sergueievich Gorbachov le debemos, eso sí, la firma de los primeros acuerdos de desarme global y el parte de defunción de la Guerra Fría.

Es cierto que no logró democratizar la arcaica sociedad ruso soviética, muy anclada en las tradiciones feudales del imperio zarista ni de abrir de par en par la ventana de las corrientes occidentalizantes. El inmovilismo de su pueblo llegó a defraudarle.

También le defraudó, qué duda cabe, el doble discurso de sus interlocutores occidentales, que abusaron de su ingenuidad a la hora de formular falsas promesas sobre el cumplimiento de los pactos.

Algunos de los políticos rusos actuales, empezando por Vladímir Putin, lamentan el desmantelamiento del Pacto de Varsovia – equivalencia rusa de la OTAN – del COMECON – costosa estructura económica parecida a la UE – y, lo más importante, la atomización de la Unión Soviética.

Gorbachov no tendrá derecho, pues, a funerales de Estado. ¿Justo? ¿Injusto? El porvenir nos lo dirá.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Erdogan: encomendándose a Dios y al diablo

 

Erdogan, el político mutante; Erdogan, el ser camaleónico… Últimamente, resulta cada vez más difícil analizar el discurso del presidente turco, apreciar en su justo valor el porqué de su zigzagueante actuación política. Recep Tayyip Erdogan navega entre dos mundos, dos galaxias, mejor dicho. Hace apenas unas semanas, cuando el presidente turco ultimaba en Soci los acuerdos de cooperación económica y militar con Vladimir Putin, el rotativo británico Financial Times se hacía eco del malestar reinante en los círculos más ortodoxos de la Alianza Atlántica, que tildaban a Erdogan de traidor, cuando no de criado del Kremlin. Más aun; el diario insinuaba que algunos integrantes del núcleo duro de la OTAN, cuya identidad no revelaba, coqueteaban con la idea de expulsar a Turquía de la Alianza.

Hace apenas unas horas, el político turco recuperó los favores de Occidente al afirmar - en un foro internacional de corte atlantista - que la anexión de Crimea por parte de Rusia fue ilegitima e ilegal y que la devolución de la península a Ucrania, de la que es parte inseparable, es un requisito básico del derecho internacional. Sus palabras, aplaudidas por los participantes en la Plataforma de Crimea, iniciativa del presidente Zelensky que cuenta con el aval diplomático y apoyo financiero de la Casa Blanca, provocaron la ira del Kremlin. ¿Devolver, qué? ¿A quién? Los truenos de Moscú dejaban presagiar una abrumadora tormenta. Para despejar el horizonte, Erdogan recurrió a los servicios de su portavoz presidencial, Ibrahim Kalin, quien se apresuró de poner los puntos sobre las íes.

Si se llega a un acuerdo entre Ucrania y Rusia, Crimea debería volver a formar parte de Ucrania, puntualizó Kalin ante las cámaras de la CNN. Y añadió: Crimea fue anexionada ilegalmente. La postura de Turquía no ha variado desde 2014; Crimea es parte del territorio ucraniano.

 Una de cal y otra de arena. Es difícil navegar entre dos aguas; comprar tecnología nuclear a Rusia y vender drones al Ejército de Ucrania. Pero Erdogan se complace en desempeñar este papel de puente entre potencias beligerantes, de mediador, de artífice de la paz entre Moscú y Kiev. De contar con el visto bueno del Congreso de los Estados Unidos para la compra de cazas F – 16; de ganar las próximas elecciones generales turcas. Un juego endiablado, que los políticos y los estrategas occidentales difícilmente logran entender.

Pero hay más. El dignatario turco se guarda unos ases en la manga. En efecto, durante la teleconferencia, Erdogan aludió también a la situación de la minoría tártara de Crimea, recordando que la defensa de los compatriotas de península constituye una de las prioridades de Ankara.  El mandatario exigió, la liberación del presidente de la Unión de Tártaros de Crimea, Nariman Dzhelyal, así como de los 45 militantes nacionalistas detenidos en 2021 por las fuerzas de seguridad rusas.

Los tártaros de Crimea, que han padecido muchas injusticias a lo largo de la historia, desean vivir dignamente en su país. Turquía seguirá apoyando al gobierno ucraniano y a los tártaros de Crimea en el proceso de pacificación del país, manifestó Erdogan.

Cierto es que algunos políticos o medios de comunicación occidentales olvidan o pura y simplemente ignoran el hecho de que Crimea formó parte del Imperio Otomano durante tres siglos. El Estado turco moderno se siente responsable por la suerte de estos compatriotas quienes, en condiciones normales, recibirían - al igual que la mayoría de las comunidades tártaras de los Balcanes - la protección consular y el apoyo político y cultural de Ankara. Algo completamente inimaginable bajo la administración rusa.

lunes, 22 de agosto de 2022

La Bomba

 

¡Imperialistas! ¡Fuera las manos de la bomba antes de que os la tiremos en la cara!

Recuerdo haber descubierto esta extravagante pancarta en la década de los 60, durante un desfile del 1 de mayo celebrado en la capital de un opulento país europeo. La llevaba un viejo sindicalista, hombre rudo y un tanto sectario.

Al recordarle que su organización era partidaria de la paz, de la convivencia pacífica entre los pueblos, contestó:

Sí, compañero. Pero mi Gobierno me ha privado de mis derechos cívicos; alegan que soy un traidor a la Patria por haber participado en la Guerra Civil española.

¿Traidor a la Patria?

No olvide; estamos en plena Guerra Fría.

Comprendí que para el autor del estrafalario mensaje la guerra, el enfrentamiento entre el bien y el mal, no había terminado. 

En realidad, la Guerra Fría comenzó pocos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial. Según los politólogos anglosajones, se trataba de la continuación del enfrentamiento entre la democracia occidental y el totalitarismo soviético. El proyecto se gestó durante los años 40, coincidiendo con el esfuerzo bélico de las potencias aliadas: Estados Unidos, el Reino Unido y la URSS.

Las zonas de influencia establecidas en febrero de 1945 en la conferencia de Yalta eran ficticias; el país de los soviets tenía de desaparecer. Lo sabían el británico Churchill y el norteamericano Roosevelt al acudir a la cita con Stalin. El propio dictador ruso sospechaba de la aparente buena fe de sus aliados. Sin embargo, a la hora de repartirse el mundo, las reticencias se desvanecen. Los futuros exsocios estaban satisfechos; los tres abandonaron Yalta llevándose la parte de pastel que les correspondía.

Mas los acuerdos de Yalta fueron criticados por los congresistas norteamericanos tras la muerte de Roosevelt. Los políticos de Washington acusaron al Reino Unido y la URSS de no haber establecido un mecanismo de control internacional de los territorios europeos administrados por Moscú. Dos años más tarde, Winston Churchill entonó la mea culpa al anunciar solemnemente que un telón de acero dividía el Viejo Continente. La Guerra Fría estaba servida; con todos sus ingredientes.

El que esto escribe tuvo la suerte - o la desgracia - de vivir aquellos años en ambos lados del telón. Fue una experiencia kafkiana, cuyo común denominador era la palabra enemigo. Cruzar el telón por alguna de sus grietas suponía forzosamente pasarse al enemigo. Para la policía de fronteras de Europa oriental, del otro lado de los confines sólo se hallaban espías americanos, belicistas, imperialistas. Sus homólogos del llamado mundo libre imaginaban que los (pocos) viajeros que se dirigían hacia el Este eran agentes de Moscú, comunistas o, pura y simplemente, rojos. Sea como fuere, la mera acción de abandonar – incluso provisionalmente - uno de los bienquistos paraísos equivalía a una temeridad, cuando no a una traición.

Pero hacía falta más, mucho más, para lograr la cohesión de los pobladores de ambos bloques. El primer ensayo nuclear ruso de 1949 se convirtió en el pretexto ideal para crear el imaginario de temor al holocausto. Cierto es que los Estados Unidos habían experimentado sus artefactos atómicos en Hiroshima y Nagasaki, descubriendo el terrorífico efecto del armamento nuclear, pero la perspectiva de codearse con Rusia en este club de la muerte… ¡con los rusos!

La BOMBA se convirtió, pues, en el fantasma de la primera etapa de la Guerra Fría. El inminente peligro del ataque atómico creó la psicosis necesaria para reforzar el maléfico espectro de la destrucción global. Fue ésta una época dorada para los fabricantes de refugios antinucleares y las empresas productoras de conservas de larga duración inscritas en las listas de avituallamiento imprescindible para la supervivencia en caso de conflicto atómico. La visita al refugio del amigo formaba parte del ritual de las relaciones sociales impuesto por la bomba.

En los años 60, cuando se acuñó por vez primera la expresión coexistencia pacífica, el término provocó un desconcierto general. ¿Coexistir con el enemigo? ¡Qué disparate! Sin embargo, la maratónica conferencia sobre la Cooperación y la Seguridad en Europa, que establecía nuevas normas de conducta entre los Estados del Viejo Continente, logró cambiar la fisionomía de las relaciones entre los dos bloques. Ficticio o real, el parte de defunción de la Guerra Fría se firmó en Helsinki el 1 de agosto de 1975.

Ficticio o real… En la capital finlandesa sucedió algo muy parecido al incidente de Yalta. Al abandonar el Centro de Conferencias tras la firma del supuestamente histórico acuerdo, un joven diplomático holandés comentó en voz baja: Ahora empieza el desarme ideológico del comunismo. No se equivocaba: el proceso llevó al desmantelamiento de los principales feudos del Kremlin, el Pacto de Varsovia y el COMECON, la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la propia URSS y la expansión de la Alianza Atlántica hasta los confines de Rusia. 

Un rápido repaso de la situación en el mundo actual nos permite hallar paralelismos y similitudes con el período de la Guerra Fría. No, la consagración de los Estados Unidos como única gran potencia mundial tras el fracaso diplomático de Mijaíl Gorbachov de 1990 no supuso el final de la Historia pomposamente anunciado por Francis Fukuyama. Ni el catastrófico fin del mundo, pregonado por los detractores de la cuasi laica etapa de progreso económico y social iniciada a mediados del siglo 19. El fin del mundo será, muy probablemente, como lo señala el francés Michel Maffesoli, miembro de la Academia Europea de Ciencia y Artes, el fin de los mundos carentes de espiritualidad de la ciencia y la gobernanza surgidos en los dos últimos siglos.

Las reformas urgen. Pero el camino hacia el indispensable cambio social tropieza, una vez más, con… la BOMBA.  Esta vez, no se trata de un artefacto imaginario, sino de un peligro real. Si bien los beligerantes del siglo XXI han escogido un terreno neutral – la guerra de Putin, de la OTAN, de Soros, de Biden – se libra en un territorio cuidadosamente escogido por los autores del perverso guion del desarme y derribo del comunismo. Curiosamente, los protagonistas de esta triste mascarada moderna interpretan los papeles de personajes históricos conocidos: Stalin, Hitler, Churchill, Roosevelt, Chamberlain, Molotov, Ribbentrop… Escoja su paladín, estimado lector, y póngale nombre.

Y no olvide que, en el caso de la guerra de Putin, eufemismo fabricado por los servicios de inteligencia o de intoxicación anglosajones, las sanciones económicas decretadas por Occidente han tenido un efecto boomerang. En pocas palabras, Europa ha conseguido dispararse en los pies. La bomba, esta carga de dinamita que maneja a su guisa nuestra inexperta y desaprensiva clase política, podría destallar en cualquier momento. Es algo que los ilusos, los globalistas y los buenistas prefieren descartar, olvidando que el peligro del holocausto nuclear no desaparece con un simple clic en la pantalla de un videojuego.

Esta vez, la Bomba es real; la Bomba mata. Lo pudimos comprobar estos últimos meses en Ucrania, en Crimea y también…en Moscú.                  


lunes, 15 de agosto de 2022

Alemania: la desglobalización nos empobrece

 

La locomotora europea ya no tira. Su velocidad de crucero ha disminuido considerablemente en los últimos meses. Y las perspectivas son poco halagüeñas. En efecto, tanto Francia como Alemania, auténticos motores económicos del Viejo Continente, reconocen su incapacidad de dinamizar el proyecto europeo, paralizado por las incesantes manobras que presagian el comienzo de una nueva Guerra Fría.

La situación del país galo es poco boyante. Cuatro años después del terremoto provocado por los chalecos amarillos, la estructura socio-política de Francia parece descabezada. Emmanuel Macron no cuenta con el apoyo parlamentario indispensable para llevar a cabo su proyecto neoliberal, inspirado por los gurús de los centros de estudios financieros, ya de por sí alejados de la vida cotidiana.

Macron es un buen teórico. Pero de la teoría a la práctica hay un abismo, afirman los veteranos parlamentarios galos, irritados por los frecuentes titubeos y resbalones del Presidente.   

Quien parece haber heredado el ademán de los titubeos (¡políticos!) es el canciller alemán Olaf Sholz, poco propenso a imitar el estilo de su predecesora, Angela Merkel.  Consciente de tener que navegar en aguas turbias, Scholz improvisa, combinando el tremendismo con un excesivo optimismo.

En el ámbito comunitario, el canciller tiene que soportar los frecuentes ataques de los conservadores polacos que, al dirigir sus críticas contra el supuesto autoritarismo de la también alemana presidenta de la Comisión Europea, Ursula van der Leyen, aluden al colonialismo germano de la UE. De hecho, el Parlamento polaco ha exigido la destitución, sí, destitución de van der Leyen alegando su intromisión en los asuntos internos de Polonia al supeditar el envío de los fondos para la recuperación de la pandemia a la modificación de las normas poco democráticas que rigen las relaciones entre el Ejecutivo y el Poder Legislativo polacos.

Otra batalla se libra en el frente húngaro, donde el populista Viktor  Orban reclama la abolición de la normativa de género de la UE, considerándola incompatible con los usos y costumbres del pueblo magyar.

Para nosotros, los húngaros, el núcleo conyugal está compuesto por un hombre y una mujer. ¡Y nada más! afirmó Orban durante su reciente gira por los Estados Unidos. Cosechó los efusivos aplausos de una audiencia de militantes trumpistas, más identificada con el ideario de Orban que con las necedades de los gnomos europeístas de Bruselas. Y aunque los eurócratas traten de acallar las voces discordantes o de ocultar las criticas cada vez más virulentas de los díscolos húngaros y polacos, su discurso encuentra eco en Croacia y Rumanía, cuya opinión pública se identifica con la argumentación de los rebeldes.  

También en el ámbito comunitario, sorprendió la decisión de Berlín de oponerse a la recaudación de fondos para Ucrania. El “paquete” de 8.000 millones de euros destinado a la asistencia a Kiev quedó bloqueado por la negativa alemana de financiar el esfuerzo de guerra de Zelensky. Para el equipo de Scholz, las cantidades exigidas por el líder ucranio difícilmente serán reembolsable a corto o medio plazo.

Berlín puso encima de la mesa 1.000 millones de euros, frenando la euforia comunitaria. Zelensky no tardó en calificar el gesto de Scholz de…crimen, de abandono del pueblo ucranio.    

En el ámbito interno, Olaf Scholz tiene que enfrentarse al creciente malestar del sector empresarial, preocupado por la desglobalización de las actividades económicas. Lo industriales temen que una más que previsible guerra comercial con China resultaría demasiado costosa para su país.

Conviene señalar que, en 2021, los intercambios comerciales con Pekín ascendieron a unos 245 000 millones de euros. Una reducción del comercio tendría consecuencias devastadoras para Alemania.

Una desvinculación económica de la Unión Europea del gigante asiático, que implicaría la adopción de represalias por parte de China, le supondría a Alemania un coste seis veces superior a las pérdidas del Brexit. Es lo que se desprende de un estudio realizado por el Instituto IFO (Institut fuer Wirtschaftsforschung) para la Asociación de Industriales Bávaros.

El trabajo, un índice de clima empresarial de la economía germana, se basa en el resultado de cuestionarios enviados a 7.000 empresas, que evalúan las perspectivas de negocios a corto plazo, utilizado para la confección del indicador mensual de confianza.

La desglobalización nos empobrece. En lugar de alejarse sin una razón aparente de importantes socios comerciales, las empresas deberían disponer de información exhaustiva que les permita reducir la dependencia de ciertos mercados y regímenes autoritarios, afirman los autores del informe, haciendo hincapié en el hecho de que China es, con gran diferencia, el socio comercial más importante de Alemania. Aparentemente, un acuerdo comercial entre la UE y los EE. UU. podría amortiguar el impacto negativo de la desvinculación de China, aunque sin poder compensarlo por completo.

En Alemania, los principales sectores perjudicados por una guerra comercial con el gigante asiático serían la industria automotriz (-8,47% pérdida de valor agregado; -$8.306 millones), las empresas de transporte (-5,14%); -1.529 millones de dólares) y fabricantes de maquinaria y equipos (-4,34%; -5.201 millones de dólares), según datos facilitados por la publicación comunitaria Europe Today .

Si Alemania, país exportador, quiere reorientar su modelo de negocios, la deslocalización de la cadena de suministros no sería la solución más idónea. Una opción más inteligente consistiría en establecer alianzas estratégicas y acuerdos de libre comercio con naciones afines, como los Estados Unidos, sugieren los autores del informe. Más claro…

Obviamente, la locomotora ya no tira.

jueves, 4 de agosto de 2022

Olaf Scholtz y la turbina perdida


Scholtz y la turbina perdida… ¿Es este el tema de actualidad, el verdadero tema del día para un comentarista de política internacional? No sé por qué, me parece haber oído comentarios reprobatorios, algo bastante corriente en nuestra profesión. Me llegan ecos:

¿Por qué no hablas del cálido recibimiento del príncipe heredero de Arabia Saudita, el ex paria acusado por Occidente de haber ordenado el asesinato a sangre fría de un compañero tuyo, Jamal Khashoggi, en el Eliseo? ¿También Macron contribuye al blanqueo de imagen del príncipe, sumando su voz a quienes vaticinan una crisis apocalíptica petrolífera? ¿De verdad necesitamos el parche saudí?

¿Por qué no hablas de la crisis provocada por la dimisión de Boris Johnson, de su política errante? ¿O de la caída de Mario Draghi, debida supuestamente a la injerencia del servicio secreto ruso? ¿O del enfrentamiento entre Serbia y Kosovo, un conflicto en ciernes en el corazón de Europa? ¿O del resurgir de la eterna guerra de Nagorni Karabaj, donde turcos e iraníes mueven ficha a través de armenios y azeríes interpuestos? ¿Y Taiwán?  ¿Qué opinas de Taiwán?

No, queridos compañeros; hoy me quedo con las turbinas de Scholtz, con el acuciante problema del suministro de combustible ruso destinado a los países de Europa occidental. Aparentemente, el porvenir oscuro del pueblo alemán se resume – según la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen – a la necesidad de compensar el frío de la hibrida calefacción invernal con un buen jersey de lana y… ¡una manta! Igual que durante la ofensiva de invierno de la Wehrmacht en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial. Muchos combatientes murieron congelados. Pero ellos dieron la vida por el Reich y el Führer, no por las restricciones impuestas por algún eurócrata.   

Hoy me quedo con las turbinas de Scholtz, un episodio ilustrativo del desconcierto generalizado que se está apoderando de nuestros países. De Occidente, de la OTAN (expresión empleada últimamente para destacar nuestra voluntad de seguir unidos).

La historia de las turbinas me recuerda las operetas vienesas de comienzos del siglo pasado, donde los dramas y los conflictos se esfumaban en los últimos minutos, dando paso a cantos de jubilo de los protagonistas. Aparentemente, el libreto de nuestra opereta bruselense resulta más sobrio, por no decir, triste. Pero prefiero no ahondar en el tema: hoy no toca comentar el conflicto de Ucrania. 

Lo cierto es que la turbina necesaria/indispensable para el suministro de gas ruso a Alemania, que hizo mutis en unos talleres de Canadá, volvió a aparecer en las instalaciones de Siemens de Alemania. Está en perfectas condiciones; puede funcionar y facilitar la reanudación de los suministros. Pero… aún queda un detalle; la turbina tiene que enviarse a Rusia. Algo imposible, según las autoridades germanas; las restricciones impuestas a Rusia lo impiden.

Las sanciones económicas no se aplican a la turbina, afirma rotundamente la dirección de Siemens. Y el sainete continúa, igual que la perspectiva de que los alemanes tengan que agenciarse una buena manta para el próximo invierno.

Mas no es éste el único episodio tragicómico de la actualidad alemana. Hace apenas unos días, los vecinos del canciller Scholtz encontraron en la calle varios documentos confidenciales del Gobierno alemán, así como informes secretos sobre la celebración de la cumbre del G 7, provenientes de la basura de los Scholtz. 

Algunos de los documentos estaban marcados como Confidencial. Tal clasificación implica que los documentos en cuestión tienen un grado máximo de seguridad y no deben salir de los edificios gubernamentales.

Una nota informativa del Ministerio de Asuntos Exteriores ofrece detalles sobre la cumbre del G7 y, especialmente, sobre las cónyuges de los líderes del G7. Se señaló, por ejemplo, que la esposa de Boris Johnson, Carrie Johnson, estudió el arte y la historia del activismo ambiental. El comentario sobre Maria Serenella Cappello, la esposa del primer ministro italiano Mario Draghi, indica que es licenciada en literatura inglesa y que prefiere evitar el público. Sobre la esposa del primer ministro japonés se mencionó que es secretaria en la empresa Mazda; la primera dama de Estados Unidos, Jill Biden, y la esposa de Emmanuel Macron, Brigitte, figuran como maestras.

Señala la prensa alemana que la Administración debería haber abierto un expediente disciplinario por tal falta, tanto más reprobable cuanto que tanto el canciller como su esposa tienen una dilatada experiencia en la política y la función pública.

Pero el incidente tiene, al igual que el sainete de las turbinas, un final burlesco. Resulta que los responsables de la revelación de secretos oficiales son ¡los zorros! que hurgaron en la basura de la familia Sholtz. Por su culpa, decenas de páginas salieron volando de los contenedores, causando la sorpresa y el estupor de los vecinos.

Conociendo la mentalidad alemana, no dudo de que alguien tocó el timbre de los Scholtz, informándole, con la mayor buena voluntad:

Herr Bundeskanzler, se le han traspapelado unos documentos. Un buen alemán sigue siendo un buen alemán, a pesar de las fechorías de los zorros, que se deben, sin duda alguna, al…cambio climático.