La crisis de Ucrania podría
desembocar en una segunda Guerra Fría; La agresión de Rusia representa el mayor
reto para la seguridad europea; Europa se rearma frente a la amenaza rusa. La lectura de los titulares de la
prensa occidental me recuerda, extrañamente, los peores años de la Guerra Fría,
la jerga belicosa empleada por los dos bloques militares empeñados en controlar
el destino de los europeos: la Alianza Atlántica y el Pacto de Varsovia. Mas la
confrontación ideológica Este – Oeste finalizó en la década de los 90 del
pasado siglo, sin la inquietante intervención de los militares, predispuestos a
apretar el gatillo o recurrir a los terroríficos artefactos nucleares
almacenados en el suelo del Viejo Continente. Aparentemente, el sentido común de los
políticos había alejado el desencadenamiento de la Tercera Guerra Mundial. Pero
se trataba de una simple tregua.
Los
conflictos armados de la última década del siglo XX – Bosnia, Serbia, Kosovo – cambiaron
la fisionomía de los Balcanes. Bosnia recuperó sus atributos de país musulmán;
Serbia volvió a ser un territorio pobre, rodeado por vecinos codiciosos y molestos;
Kosovo tuvo la dicha de convertirse en el primer protectorado de la OTAN ubicado en una de las regiones más
inestables de Europa. El común denominador de los tres conflictos: la limpieza
étnica. La solución trajo consigo los
tráficos de armas y de drogas, la corrupción, la criminalidad, el reinado de
las mafias. Todo ello, bajo la complaciente o cómplice mirada de los
funcionarios internacionales y los expertos europeos.
El operativo
militar en los Balcanes, liderado por el general estadounidense Wesley Clark,
comandante en jefe de la OTAN, desembocó en la modificación de las fronteras.
De la antigua Yugoslavia, promotora del Movimiento
de los No Alineados, la famosa tercera
vía entre el comunismo y el capitalismo, sólo queda un vago recuerdo. El
ensayo resultó concluyente: se abría el camino para la expansión hacia en Este.
Trescientos paracaidistas
norteamericanos llegan a Ucrania. La noticia, publicada hace apenas unos días en los periódicos
europeos, hace hincapié en el carácter pacífico
de esta visita. Los militares estadounidenses se limitarán a adiestrar a los
miembros de la futura Guardia Nacional ucrania, cuerpo de élite integrado por
antiguos paramilitares.
Tranquilícese,
estimado lector: nos aseguran nuestros ángeles de la guarda que la crisis de
Ucrania poco tiene que ver con la Guerra Fría. Se trata de una guerra híbrida, eufemismo empleado por
los estrategas para ocultar verdades por todos conocidas. Sin embargo, la guerra híbrida sirve para el envío de
material sofisticado a las autoridades de Kiev. Los suministros se efectúan a
través de empresas privadas que sirven de tapadera para la venta de armas, aparentemente
no autorizadas por los Gobiernos.
Paralelamente se registra un incremento del gasto militar
de los nuevos miembros de la OTAN: Polonia, los países bálticos, Rumanía y
Bulgaria. Se trata, en realidad, de los únicos países de la Alianza Atlántica
que aumentan los presupuestos de defensa, pues tanto los EE. UU. como las
potencias occidentales – Alemania, Francia, Italia, Dinamarca y Portugal –
planean aplicar recortes drásticos a sus respectivas partidas de defensa.
Hay que armar a Ucrania. Rusia
atacará dentro de dos meses, afirma el ex general Wesley Clark en una entrevista concedida
al semanario estadounidense Newsweek. Clark
encabeza un triunvirato castrense, integrado por el general Patrick M. Hughes,
antiguo director de la inteligencia militar norteamericana y el también general
John S. Caldwell, ex jefe adjunto del Estado Mayor, encargado del suministro de
armamento, que dirige actualmente una de las más importantes compañías
especializadas en la venta de material bélico sofisticado. Curiosamente, al
trio se le suma el multimillonario George Soros, ex especulador reconvertido a
mecenas y pensador, también partidario de un enfrentamiento abierto entre
Ucrania y Rusia. Estima Soros – y lo pregona – que en Ucrania se defienden los valores y los principios sobre los que se
creó la… Unión Europea. Olvida sin embargo el financiero húngaro-americano
el renacer de los movimientos de corte nazi y la omnipresente corrupción,
principal lacra de Ucrania.
Por ende, conviene
señalar que el diabólico cuarteto dispone de fondos ilimitados, mueve el
negocio de armas y cuenta con influencias a escala mundial. En este caso
concreto, utiliza hábilmente un argumento clave: si la UE no se involucra,
aunque sólo sea indirectamente en el conflicto, Europa dejará de tener un peso
específico en las relaciones internacionales.
En resumidas
cuentas: la guerra caliente contra el
oso ruso está servida.