La extraña, la difícilmente explicable “luna de miel” entre los Gobiernos de Turquía e Israel parecía haber llegado a su fin hace unas semanas, cuando las autoridades de Ankara decidieron vetar la participación de la fuerza aérea israelí en unas maniobras regionales de la OTAN. El incidente se produjo tras más de una década de fructífera colaboración estratégica entre los dos ejércitos; una alianza que llegó a generar suspicacias o provocar la ira de muchos oficiales de Estado Mayor de los países árabes, poco propensos a comprender el porqué de la insólita actuación de sus colegas otomanos.
Actualmente, los lazos establecidos a mediados de los años 90 por los estamentos castrenses de las dos únicas democracias del Cercano Oriente, definición ésta acuñada en los despachos oficiales de Washington, están registrando un grave deterioro. Estiman los politólogos y los estrategas israelíes, que ello se debe ante todo a la opción “populista” del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan, destinada a contentar a las bases del islamista Partido para la Justicia y el Desarrollo que lidera el Primer Ministro. Siempre según los centros de análisis hebreos, el actual jefe del Gobierno turco, que procede del movimiento radical Milli Gorus, conocido por su ideario antisionista, ha decidido volver a sus raíces, adoptando una postura capaz de complacer a los regimenes más radicales de la zona. Lo cierto es que los israelíes jamás confiaron plenamente en Erdogan. Y ello, pese al pragmatismo del Primer Ministro turco, quien supo compaginar su alianza de facto con los Estados Unidos durante la guerra de Irak con los guiños, cuando no gestos de simpatía, dirigidos hacia el mundo árabe-musulmán, ultrajado por la presencia de tropas occidentales en tierras del Islam. Otro detalle constructivo que llamó la atención del establishment político judío fue la iniciativa de Ankara de llevar a cabo conversaciones de paz secretas con las autoridades de Damasco, siendo Israel el principal beneficiario de esta dinámica. Para algunos, se trataba de una maniobra más, ideada con miras a fortalecer el papel de Turquía como potencia regional emergente. ¿Sólo una maniobra? Desde hace más de tres lustros, los sucesivos Gobiernos de Ankara han hecho todo lo que estaba en su poder para favorecer, a través de sus relaciones regionales, los intereses occidentales –tanto estadounidenses como europeos - en la zona. A la normalización de los contactos con Siria se sumó recientemente la operación sonrisa hacia las autoridades de Armenia, país que no desaprovecha ninguna oportunidad para recordar el genocidio de 1915. Pero los otomanos, que rechazaron sistemáticamente las acusaciones de la comunidad internacional, parecen empeñados en crear un clima que permita a los dos pueblos “pasar página”. Algo de por sí inimaginable hace apenas unos años, cuando la joven república armenia trató de resucitar los viejos fantasmas del pasado.
Otro detalle significativo fue la decisión del Gobierno turco de sellar un pacto de no agresión con las autoridades de Bagdad, comprometiéndose Ankara a renunciar a las incursiones de su ejército en el Kurdistán iraquí, a la vez refugio y paraíso de los guerrilleros del PKK, controlado por numerosos “expertos” de la CIA, a los que se sumaron en los últimos años agentes de los servicios de inteligencia de Tel Aviv. Todo parecía presagiar, pues, un largo período de convivencia pacífica entre la nueva clase política turca y los principales aliados occidentales de Ankara: Norteamérica e Israel.
El deterioro de las relaciones con el establishment hebreo empezó tras la última intervención israelí en el Líbano; un conflicto que erosionó el prestigio militar de Israel y provocó una oleada de protestas a escala internacional. El operativo bélico llevado a cabo hace un año por el ejército judío contra la Franja de Gaza, sólo sirvió para empeorar la imagen del Estado judío tanto en el mundo musulmán, al que Turquía pertenece, como el las capitales occidentales. El Primer Ministro Erdogan llegó a poner en tela de juicio la sinceridad de sus interlocutores israelíes quienes, a través del lobby judío de Washington, se dedicaban a desprestigiar al Partido para la Justicia y el Desarrollo ante los miembros del Congreso de los Estados Unidos. Por su parte, los miembros del Gobierno de Tel Aviv le echaron en cara al Primer Ministro turco el hecho de haber recibido con honores reservados a los jefes de Estado a los emisarios del movimiento islamista Hamás, que figura en la lista negra de organizaciones terroristas aceptada por los países miembros de la OTAN.
Fuera del ámbito meramente político, las relaciones bilaterales reflejan un desencanto mutuo. Durante los primeros nueve meses de 2009, las exportaciones israelíes hacia Turquía registraron una disminución del 44 por ciento. Paralelamente, el número de turistas judíos acusó un descenso del 45 por ciento en comparación con el año 2008. ¿Son estos los primeros síntomas de un antisemitismo latente? No, en absoluto; Turquía jamás no ha sido (ni es) un país antisemita.
Sin embargo, la era fría (aún es prematuro hablar de la guerra fría) favorece el desarrollo de los contactos con los países árabes y musulmanes de la zona. Entre 2003 y 2009, los intercambios comerciales de Turquía con el mundo árabe han experimentado un aumento del 13,1 por ciento, mientras que el flujo de turistas árabes e iraníes registra un crecimiento del 13,4 por ciento. Si a ello se suman los recientes roces a nivel militar, cabe preguntarse: ¿Quo vadis, Turquía? Aunque también sería lícito añadir: ¿Quo vadis, Israel?
Actualmente, los lazos establecidos a mediados de los años 90 por los estamentos castrenses de las dos únicas democracias del Cercano Oriente, definición ésta acuñada en los despachos oficiales de Washington, están registrando un grave deterioro. Estiman los politólogos y los estrategas israelíes, que ello se debe ante todo a la opción “populista” del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan, destinada a contentar a las bases del islamista Partido para la Justicia y el Desarrollo que lidera el Primer Ministro. Siempre según los centros de análisis hebreos, el actual jefe del Gobierno turco, que procede del movimiento radical Milli Gorus, conocido por su ideario antisionista, ha decidido volver a sus raíces, adoptando una postura capaz de complacer a los regimenes más radicales de la zona. Lo cierto es que los israelíes jamás confiaron plenamente en Erdogan. Y ello, pese al pragmatismo del Primer Ministro turco, quien supo compaginar su alianza de facto con los Estados Unidos durante la guerra de Irak con los guiños, cuando no gestos de simpatía, dirigidos hacia el mundo árabe-musulmán, ultrajado por la presencia de tropas occidentales en tierras del Islam. Otro detalle constructivo que llamó la atención del establishment político judío fue la iniciativa de Ankara de llevar a cabo conversaciones de paz secretas con las autoridades de Damasco, siendo Israel el principal beneficiario de esta dinámica. Para algunos, se trataba de una maniobra más, ideada con miras a fortalecer el papel de Turquía como potencia regional emergente. ¿Sólo una maniobra? Desde hace más de tres lustros, los sucesivos Gobiernos de Ankara han hecho todo lo que estaba en su poder para favorecer, a través de sus relaciones regionales, los intereses occidentales –tanto estadounidenses como europeos - en la zona. A la normalización de los contactos con Siria se sumó recientemente la operación sonrisa hacia las autoridades de Armenia, país que no desaprovecha ninguna oportunidad para recordar el genocidio de 1915. Pero los otomanos, que rechazaron sistemáticamente las acusaciones de la comunidad internacional, parecen empeñados en crear un clima que permita a los dos pueblos “pasar página”. Algo de por sí inimaginable hace apenas unos años, cuando la joven república armenia trató de resucitar los viejos fantasmas del pasado.
Otro detalle significativo fue la decisión del Gobierno turco de sellar un pacto de no agresión con las autoridades de Bagdad, comprometiéndose Ankara a renunciar a las incursiones de su ejército en el Kurdistán iraquí, a la vez refugio y paraíso de los guerrilleros del PKK, controlado por numerosos “expertos” de la CIA, a los que se sumaron en los últimos años agentes de los servicios de inteligencia de Tel Aviv. Todo parecía presagiar, pues, un largo período de convivencia pacífica entre la nueva clase política turca y los principales aliados occidentales de Ankara: Norteamérica e Israel.
El deterioro de las relaciones con el establishment hebreo empezó tras la última intervención israelí en el Líbano; un conflicto que erosionó el prestigio militar de Israel y provocó una oleada de protestas a escala internacional. El operativo bélico llevado a cabo hace un año por el ejército judío contra la Franja de Gaza, sólo sirvió para empeorar la imagen del Estado judío tanto en el mundo musulmán, al que Turquía pertenece, como el las capitales occidentales. El Primer Ministro Erdogan llegó a poner en tela de juicio la sinceridad de sus interlocutores israelíes quienes, a través del lobby judío de Washington, se dedicaban a desprestigiar al Partido para la Justicia y el Desarrollo ante los miembros del Congreso de los Estados Unidos. Por su parte, los miembros del Gobierno de Tel Aviv le echaron en cara al Primer Ministro turco el hecho de haber recibido con honores reservados a los jefes de Estado a los emisarios del movimiento islamista Hamás, que figura en la lista negra de organizaciones terroristas aceptada por los países miembros de la OTAN.
Fuera del ámbito meramente político, las relaciones bilaterales reflejan un desencanto mutuo. Durante los primeros nueve meses de 2009, las exportaciones israelíes hacia Turquía registraron una disminución del 44 por ciento. Paralelamente, el número de turistas judíos acusó un descenso del 45 por ciento en comparación con el año 2008. ¿Son estos los primeros síntomas de un antisemitismo latente? No, en absoluto; Turquía jamás no ha sido (ni es) un país antisemita.
Sin embargo, la era fría (aún es prematuro hablar de la guerra fría) favorece el desarrollo de los contactos con los países árabes y musulmanes de la zona. Entre 2003 y 2009, los intercambios comerciales de Turquía con el mundo árabe han experimentado un aumento del 13,1 por ciento, mientras que el flujo de turistas árabes e iraníes registra un crecimiento del 13,4 por ciento. Si a ello se suman los recientes roces a nivel militar, cabe preguntarse: ¿Quo vadis, Turquía? Aunque también sería lícito añadir: ¿Quo vadis, Israel?