“Para Turquía, la idea de Europa ha perdido inocencia”, afirmaba recientemente el escritor turco Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura, comentando la reacción de sus compatriotas tras el primer lustro de infructíferas negociaciones para el ingreso del país otomano en la Unión Europea. En efecto, las constantes maniobras dilatorias de Bruselas, la negativa de las dos “locomotoras” comunitarias – Alemania y Francia – de allanar el camino para la integración del gigante euro-asiático en el concierto de las naciones libres del Viejo Continente, han modificado la percepción del utópico sueño de Mustafá Kemal, de la deseada Europa, oasis de paz y ejemplo de convivencia. La Europa del siglo XXI poco tiene que ver con aquel modelo de civilización contemporánea ansiado por Atatürk. La Europa de hoy ha dejado de ser cuna de ideas e ideales para convertirse en una entidad política, en una potencia económica sumida en una grave crisis estructural.
Hace cinco años, cuando los “eurócratas” dieron el pistoletazo de salida a las consultas sobre la adhesión de Ankara a la UE, más de la mitad de la población turca, alrededor del 70 por ciento, veía con buenos ojos la integración de su país en ese conglomerado de naciones que compartía los conceptos de democracia, libertad y fraternidad emanantes de la Declaración de los Derechos Humanos. ¿Una visión demasiado optimista? Es cierto que en el Viejo Continente había/hay racismo, intolerancia, prejuicios. Y no es menos cierto que la crisis económica global ha acentuado aún más la desconfianza, el odio, el temor al “otro”. La Europa del siglo XXI no puede o no quiere permitirse el “lujo” de ser generosa, de acoger en su seno a 76 millones de musulmanes, de tratar a los descendientes de los conquistadores otomanos con la misma generosidad con la que recibió a los cristianos ortodoxos de Bulgaria o de Rumanía. Los tiempos han cambiado; la Europa del “euro” ya no se la apuesta sólida de comienzos de esta década. La supervivencia del bloque comunitario exige una serie de limitaciones, de medidas de austeridad que no contemplan el ingreso de nuevos socios.
Turquía se está alejando, estiman los politólogos occidentales, al analizar las nuevas opciones geopolíticas de las autoridades de Ankara, poco propensas a esperar cruzadas de brazos los contradictorios mensajes de la UE. Turquía está explorando otras vías susceptibles de llenar el vacío del hasta ahora frustrante diálogo con Bruselas. Para el corresponsal diplomático del rotativo catalán “La Vanguardia”, el giro de la política turca podría obedecer a tres factores: el desencanto producido por las consultas con Bruselas, la búsqueda de opciones alternativas y la paulatina islamización de la vida política del país.
Es cierto que el desencanto provocado por el fracaso de las negociaciones con Bruselas obligan a las autoridades turcas a considerar otras alternativas geoestratégicas, sin por lo tanto abandonar el objetivo prioritario de la diplomacia de Ankara: el ingreso en la UE. Pero no se trata de un simple cambio de rumbo, sino de una estrategia ideada por los anteriores Gabinetes turcos. La llamada “opción musulmana”, que consiste en mantener relaciones correctas, cuando no cordiales, con la totalidad de los países de la zona y el conjunto de las naciones musulmanas de Asia y África, ha sido barajada por los Gobiernos liberales y socialdemócratas de las décadas de los 80 y los 90. No se puede hablar, pues, de “improvisaciones” de última hora, sino de un proyecto que cuenta con el visto bueno de la clase política liberal que trata de hallar un lugar para Turquía en una región geográfica en la que los otomanos no cuentan sólo con amigos. La rivalidad con Rusia, los altibajos en las relaciones con Irán, los roces con Siria e Irak son de notoriedad pública. Sin embargo, el lema y estribillo de la nueva política exterior de Ankara es: “cero conflictos con los vecinos”. Algo inimaginable hace apenas unas décadas.
La reciente crisis en las hasta ahora más que cordiales relaciones con Israel ha convertido a los islamistas turcos en… adalides del mundo islámico. ¿Encierra esta política una agenda oculta, como afirman los kemalistas? Aún es pronto para evaluar los pros y los contras de este cambio de rumbo.
Es cierto: Turquía se está alejando. Pero, ¿de quién? ¿de qué? ¿por qué? Y, sobre todo, ¿a quién le favorece este alejamiento?