Justificada ira, de
quienes ven en los atentados de Barcelona y Cambrils el reflejo del
enfrentamiento entre el Bien y el Mal, la civilización y la barbarie, la tolerancia
y la negación, véase la destrucción del otro…
Justificada ira, de
quienes defienden los valores de la sociedad democrática, rechazan el
oscurantismo de estructuras feudales que alimentan el odio, fomentan el
radicalismo, financian las redes terroristas.
Justificada ira. Ira
contra el enemigo que golpea; contra la amenaza invisible que se está adueñando
del alma de nuestra sociedad. De la amenaza
verde: el Islam…
Ira contra un enemigo
fabricado, allá por los años 90 del pasado siglo, por quienes decidieron poner
fin al enfrentamiento ideológico Este-Oeste, por quienes firmaron, tal vez precipitadamente,
el acta de defunción del imperio soviético.
El nuevo enemigo, el Islam, se manifestó por vez
primera el 11 de septiembre de 2001. ¿Islam o Islam radical? ¿Musulmanes o
árabes violentos? ¿Terroristas descerebrados o disciplinados combatientes de un
ejército planetario, liderado por un carismático caudillo: Osama bin Laden?
Desde el verano de 1991,
fecha en la que los politólogos estadounidenses fabricaron la amenaza verde, el mundo se divide en dos
bandos: el Bien, encarnado por los valores de Occidente y el Mal, sumido en el
nebuloso universo del terrorismo. (Aquí falta, probablemente, la palabra clave:
islámico. ¿No le parece, estimado
lector?)
El Bien, víctima de las
constantes agresiones perpetradas por el Mal, se defiende con sus predilectas
herramientas: la Ley y el Orden.
¿Se defiende? Esta es la
cuestión. Las valoraciones del “establishment” del primer mundo, de los países
industrializados, carecen del indispensable rigor científico. ¿Cómo y por qué
surge el radicalismo islámico? ¿Dónde hallamos las raíces del mal? ¿A quién le
beneficia en enfrentamiento entre Islam y Occidente? Y, por ende, ¿quién financia el gigantesco
entramado terrorista? Occidente, que parecía haberse sumado a la guerra total contra el terrorismo
declarada en 2001 por el entonces presidente Bush, se ha caracterizado por su
dejadez, por el laxismo.
Recuerdo que a finales de
la década de los 80, al regresar de una larga estancia en Oriente Medio,
detecté indicios de una incipiente actividad islamista en los enclaves
españoles del Norte de África: Ceuta y Melilla. Se me ocurrió sugerir a los
medios de comunicación madrileños la elaboración de un informe periodístico
sobre el fenómeno, que había presenciado los años anteriores en otras
latitudes. Tropecé, sin embargo, con la negativa de quienes evaluaban el interés informativo de las noticias.
Unos años más tarde, en
1997, me llamó la atención la publicación, en Francia, de un ensayo titulado Islamisme et États-Unis – une alliance
contre l’Europe, cruel y fidedigna radiografía de la implantación de
movimientos y células de corte islamista en el Viejo Continente. España
figuraba, ya en aquel entonces, en la lista de países afligidos por el mal. Los
servicios de inteligencia galos (¡y españoles!) habían detectado estructuras
radicales en Andalucía, Valencia, Cataluña y Aragón; unas estructuras integradas
por marroquíes y argelinos, financiadas con… dinero saudí. Los políticos
madrileños no desconocían los hechos. Pero el lugar de estrechar la vigilancia,
algunos optaron por imaginar una aberrante Alianza de Civilizaciones, integrada
por europeos buenistas y musulmanes… buenos. Los resultados son harto
conocidos.
Si bien la amenaza verde es una invención de origen
transatlántico, la materialización del proyecto se debe, ante todo, al
wahabismo saudí. Los príncipes del oro
negro participaron activamente a la creación de Al Qaeda, instrumento
ideado para facilitar la expulsión de los herejes
rusos de Afganistán. Más la liberación (¿liberación?) de la tierra musulmana
iba a ser sólo una primera etapa del largo caminar ideado por los radicales
islámicos. Siguieron las repúblicas ex soviéticas de Asia, donde los comandos
de Al Qaeda tropezaron con el rigor del ejército ruso. En este caso concreto,
Occidente censuró la violencia de
Moscú. Chechenia, Abjasia y Daguestán quedaban muy lejos.
También se hizo caso
omiso de la presencia de fondos saudíes en estos conflictos. Al igual que
durante la guerra de Bosnia, donde la teocracia del país de las dunas logró
adueñarse temporalmente de las estructuras administrativas del nuevo Estado.
Durante más de dos
décadas (hay quien estima que la penetración saudí dio comienzo a mediados de
los años 60 del pasado siglo) Occidente ha sido incapaz de plantar cara al poderoso
aliado saudí. Los intereses
económicos privan…
Hoy en día, las cadenas
de televisión religiosas han invadido el mundo musulmán. La cultura islamista
se ha generalizado. En Argelia, Marruecos, Túnez, Libia, Egipto o Mauritania,
los jóvenes padecen el virus del adoctrinamiento radical. Las democracias occidentales
repiten los cacareados slogans anti islamistas. Las fuerzas de seguridad cantan
victoria tras el desmantelamiento de las células activas o durmientes. Pero
nadie se atreve a extirpar las raíces del Mal.
¿Laxismo? ¿Dejadez?
¿Cobardía? Justificada ira. Y malos, pésimos augurios para las instituciones
democráticas.