viernes, 7 de diciembre de 2012

Palestina: crónica de una victoria "contraproducente"


De “contraproducente” calificó la Administración estadounidense la decisión de la Asamblea General de Naciones Unidas de otorgar el estatuto de Estado observador a la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Aparentemente, la cúpula del Departamento de Estado considera que el éxito diplomático de la ANP obstaculiza el ya de por sí moribundo proceso negociador entre las instituciones de Tel Aviv y de Ramala, un diálogo relegado en un tercer plano por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, quien no dudó en tildar al Presidente Mahmúd Abbas de personaje “irrelevante”. Una táctica empleada en su momento por su predecesor (y mentor), Ariel Sharon, a la hora de rechazar cualquier contacto con el líder histórico de la OLP, Yasser Arafat.

Lo cierto es que el reconocimiento de la Autoridad Nacional Palestina por 138 Estados miembros de las Naciones Unidas, la “contraproducente” victoria de Abbas, pone de manifiesto del aislamiento de Israel y de su aliado estadounidense. Sólo nueve países apoyaron al Estado judío: Canadá, la República Checa, Panamá y las islas del Pacífico: Nauru, Tonga, Guam, etc.

Conviene recordar que la votación tuvo lugar un 29 de noviembre, exactamente 65 años después de la adopción por la ONU del plan de partición de Palestina. Como los árabes no aprovecharon la oportunidad para crear estructuras estatales en el territorio asignado por el entonces naciente foro internacional, los hebreos tardaron unos meses en proclamar unilateralmente el Estado de Israel. Hoy en día, las autoridades de Tel Aviv y sus aliados instan a los palestinos a renunciar a cualquier medida “unilateral”. ¿Incoherencia? No, en absoluto.

La nueva condición jurídica de Palestina podría facilitar el ingreso de la ANP en otros organismos internacionales. La perspectiva de que el equipo de gobierno de Ramala presente quejas contra Israel ante el Tribunal Internacional de la Haya provoca quebraderos de cabeza en Jerusalén y el Washington.

De “contraproducente” tachó la Administración Obama la decisión del Gobierno Netanyahu de construir otras 3.000 viviendas en los territorios ocupados y, más concretamente, en una zona cercana a Jerusalén y considerada “intocable” por los acuerdos israelo-palestinos. En este caso concreto, no se trata de un mero “castigo”, sino de una táctica deliberada, que consiste en acabar con la continuidad territorial de Cisjordania, impidiendo la creación de un Estado palestino. ¿Improvisación? No, no nos hallamos ante una decisión precipitada, sino de un plan cuidadosamente ideado por los políticos hebreos, al que se añaden otras medidas, como la confiscación de fondos palestinos destinados a pagar los sueldos de los funcionarios de Ramala.

A Israel le irrita la tenacidad de Abbas, su valentía a la hora de plantar cara al “establishment” hebreo, de lograr el hasta ahora impensable apoyo del movimiento islámico Hamás que, por una vez, se sumó a la ofensiva de la ANP. La perspectiva de un acercamiento entre los islamistas de Gaza y los laicos de Ramala, acabaría neutralizando la ofensiva propagandística de la clase política israelí, que hace hincapié en la incapacidad de los palestinos de solucionar sus problemas internos.

Pero hay más: a Netanyahu le preocupa el éxito obtenido por los palestinos apenas seis semanas antes de la celebración de las elecciones generales en Israel. Su partido sale debilitado del forcejeo de Nueva York y sus aliados laboristas parecen dispuestos a abandonar el navío. Aún así, cabe suponer que la derecha seguirá gobernando en Israel después de la consulta popular. Con una mayoría reducida y, por consiguiente, con un margen de maniobra más escaso.

De “contraproducente” califican los observadores internacionales el mutismo de la Casa Blanca ante las poco halagüeñas perspectivas de solución del conflicto. En Presidente Obama, que se pronunció hace un año a favor de la creación de un Estado palestino, debería poner los puntos sobre las “íes”, exigiendo a Hamás el reconocimiento formal de Israel y pidiendo a Netanyahu que renuncie a la creación del Gran Israel, proyecto que pondría en peligro la estabilidad de la región.

Al parecer, los coqueteos del actual inquilino de la Casa Blanca con los Hermanos Musulmanes no surten el efecto deseado. El malestar se está adueñando de la sociedad tunecina, de la calle egipcia. La cacareadas “revoluciones árabes” podrán convertirse en un arma de doble filo. Pero a Norteamérica el mundo árabe le queda lejos, muy lejos. Al menos, geográficamente…



viernes, 14 de septiembre de 2012

Sucedió un 11 de septiembre...


Sucedió un 11 de septiembre, al igual que en 2001. Pero esta vez, los blancos no eran los emblemáticos rascacielos de Manhattan ni los edificios públicos de Washington. Esta vez, salafistas o radicales islámicos o, pura y simplemente, grupos de musulmanes rabiosos, asaltaron las representaciones diplomáticas del “Gran Satán” en Libia, Egipto y Yemen, enfurecidos, al menos aparentemente, por la difusión a través de los canales vídeo de Internet, de la película La inocencia de los musulmanes. Según ellos, atentaba contra el honor del profeta Mahoma. La cinta, financiada por el empresario Sam Bacile, que posee la doble nacionalidad estadounidense e israelí, es una parodia de muy dudoso gusto de la vida de Mahoma, al que retrata como ladrón, pedófilo, acosador y un sinfín de etcéteras. La payasada recibió el apoyo y el aval del reverendo Terry Jones, el pastor islamófobo que quemó en público un ejemplar del Corán, invitando a sus compatriotas a seguir el ejemplo. Pero ni la provocación de Jones ni su jerga racista lograron caldear los ánimos. Sin embargo…

Sucedió un 11 de septiembre, al igual que en 2001. Hay quien afirma que el mortífero atentado contra el consulado general estadounidense de Bengasi, cuna de la rebelión contra el régimen del coronel Gadafi, fue acto cuidadosamente preparado por elementos islamistas radicales y quien baraja la alternativa del ataque perpetrado por los partidarios del ex dictador. En ambos casos, subsiste el interrogante: ¿a quién le favorece el crimen? Sorprende, en este contexto, la (nada inocente) pregunta formulada por la Secretaria de Estado Hillary Cinton: “¿Cómo pasa esto en un país que ayudamos a liberar?” La respuesta, relativamente sencilla, la dará, la está dando la calle árabe. Una respuesta que tiene mucho que ver con la prepotencia de unos y el odio de otros, con la (habitual) miopía política del Imperio y la proverbial habilidad de los radicales islámicos, con la incomprensión y la intolerancia de ambos.

La oleada de protestas anti-americanas desatada en el mundo árabe-musulmán por el filme de Bacile pone de manifiesto la fragilidad de las relaciones entre Occidente y el mundo islámico. Sí, es cierto: el Presidente Obama no dudó en vaticinar la llegada de una nueva era en tierras del Islam: la era del cambio, el progreso y la democracia.  No es menos cierto que el modus operandi de las “primaveras árabes” fue el invento del antiguo inquilino de la Casa Blanca: George W. Bush. No se trata de un movimiento popular espontaneo, ideado y llevado a cabo por jóvenes visionarios. El detonante fue, qué duda cabe, la injusticia; una extraña mezcolanza de pobreza, hambre y desesperación había armado la bomba de relojería. Pero los Hermanos Musulmanes de Egipto, los radicales islámicos del Norte de África y del Mashrek, optaron por quedarse en un segundo plano, esperando el momento oportuno para adueñarse de la victoria de sus indignados congéneres. El resultado: la instauración de regímenes de corte islámico en el Norte de África, una encarnizada lucha por el poder en Siria y Yemen. ¿Una sorpresa? No, en absoluto: lean ustedes a Macciavelli, por ejemplo.

Después de los ataques a las sedes diplomáticas norteamericanas, provocados (o no) por la sátira de Mahoma, los hasta ahora más que complacientes analistas políticos occidentales descubren ¡ay, sorpresa! la otra cara de las revueltas árabes: el auge del islamismo radical. En efecto, afirmar que los revolucionarios “muerden la mano que les dio de comer” supone no haber comprendido (o haber menospreciado) la estrategia de los “convidados de piedra”, dispuestos a capitalizar y explortar el malestar popular. “La Primavera se convierte en invierno”, advierten las hasta ahora complacientes voces que cantaron las loas del “islamismo moderado”.

Pero, ¡basta de tantos adjetivos! Conviene recordar quizás la advertencia del hombre fuerte de Al Qaeda después de la derrota de Afganistán: “volveremos dentro de diez años”.  

Sucedió un 11 de septiembre, al igual que en 2001…

sábado, 8 de septiembre de 2012

Irán: los misiles de Alá


En noviembre de 2002, el entonces Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, alertó a sus aliados norteamericanos sobre el peligro que suponía para la seguridad de los Estados de Oriente Medio el relativamente poco conocido programa nuclear iraní. El ex general hebreo aprovechó el impacto mediático generado por una visita a los Estados Unidos para exigir el apoyo estratégico de la Administración Bush en caso de un ataque aéreo contra las instalaciones atómicas del país de los ayatolás. Su propuesta tropezó, sin embargo, con la rotunda negativa de la Casa Blanca. El Presidente Bush tenía otros planes; otras prioridades.

Desde hace una década, los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv tratan de persuadir a la clase política estadounidense para que tome cartas en el asunto. Ficticia o real, la “amenaza nuclear” iraní se ha convertido en la obsesión de los estrategas israelíes, poco propensos a barajar la posibilidad de contar con una (¡otra!) potencia atómica en la zona. En este contexto, conviene recordar el espectacular ataque relámpago de la aviación israelí contra el reactor nuclear iraquí “Osirak”, destruido en junio de 1981, con el beneplácito de Norteamérica y la tácita aquiescencia de la monarquía saudí, que permitió a los bombarderos israelíes sobrevolar el desierto de Arabia.

Huelga decir que el cacareado “programa nuclear” iraní no fue ideado ni iniciado por el régimen de los ayatolás. De hecho, los persas dieron los primeros pasos en la carrera nuclear durante los años 50 del pasado siglo, con el Sha Mohamed Reza Pahlavi. Estados Unidos facilitó la tecnología; la República Federal de Alemania, el indispensable equipo técnico. Curiosamente, a nadie se le ocurrió cuestionar las (obviamente buenas) intenciones del Sha.  Eso sí, algunos politólogos occidentales se dedicaron a “fantasear” con la posibilidad de un conflicto nuclear entre Irán y Arabia Saudita, países que se disputaban tanto el liderazgo de la OPEP como los favores del “gran hermano” norteamericano. Pero nadie dudó de la corrección y el comedimiento del Rey de los reyes.

Durante los primeros años de la revolución islámica, Israel trató de establecer relaciones con la comunidad científica iraní, pero los intentos tropezaron con el tajante rechazo de los ayatolás, poco dispuestos a avalar la colaboración científica y/o militar con el “enemigo sionista” que, dicho sea de paso, había participado directa o indirectamente en los proyectos de desarrollo tecnológico del derrocado emperador. El régimen de Teherán mantuvo, sin embargo, extrañas relaciones comerciales con los traficantes de armas de Tel Aviv. Basta con recordar el turbio “affaire Irangate”, gigantesco operativo de venta de armamento a la “contra” centroamericana, para comprender que iraníes e israelíes jamás quemaron las naves.La preocupación de la clase política israelí ante la “inminente” adquisición por parte de Irán de la “bomba islámica” ha sido alimentada, durante la última década, por informes procedentes de los servicios de inteligencia, declaraciones de asociaciones de exiliados persas y, ante todo, por la rimbombante retórica de los políticos de Teherán, que hacían suyos los objetivos del programa del ayatolá Jomeini: acabar con el ente sionista y liberar Jerusalén. Más inquietante aún resultaba, sin embargo, la presencia en los confines del Estado judío de agrupaciones político-religiosas pro-iraníes (Hezbolah, en Líbano; Hamas en la Franja de Gaza).

Hace apenas unos días, cuando el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) publicó su último informe sobre la evolución del programa nuclear iraní, que hace hincapié en la aceleración del proceso de enriquecimiento de uranio y la existencia, en las instalaciones subterráneas de Fordow, de combustible enriquecido al 27%, el Gobierno de Benjamín Netanyahu volvió a reclamar la intervención militar estadounidense. Sin embargo, hay quién estima que el candidato Obama no pondrá en peligro su reelección a la presidencia de los Estados Unidos para complacer al lobby pro-israelí.

Subsiste el interrogante: ¿hasta qué punto supone el hipotético poderío nuclear iraní un peligro real para Israel, los países de Europa oriental miembros de la OTAN o Rusia?  Alain Chouet, antiguo jefe de operaciones de los servicios secretos franceses en Oriente Medio y autor de un impactante libro sobre la “amenaza islamista”, asegura que los nombres de artefactos bélicos iraníes provienen del imaginario coránico, del deseo de venganza contra un enemigo más cercano: la dinastía saudí.

viernes, 27 de julio de 2012

Siria: se busca "traidor simpático"


El Presidente Obama y la Secretaria de Estado Clinton no consiguen ocultar su nerviosismo: el hombre fuerte de Damasco, Bashar el Assad, se resiste a hacer suyo el “guión” de la llamada “transición democrática” elaborado, como siempre, por los ordenadores del Consejo de Seguridad Nacional o el Departamento de Estado. Decididamente, el dictador no sintoniza con los programas ideados por los ilustres politólogos “WASP” que controlan el pensamiento del imperio. Es posible que el ordenador se haya equivocado al tratar de meter en el mismo saco a todos los gobernantes árabes. También cabe que los datos suministrados por las antenas de la CIA en la región hayan sido erróneos, cuando no tendenciosos. No sería esta la primera vez en la que Occidente actúa deliberadamente contra… sus propios intereses. Los errores, sean estos de cálculo o de comprensión, proliferan en los anales de la diplomacia estadounidense.


Lo cierto es que 16 meses después del inicio de la revuelta siria, el desconcierto reina en Washington. Los servicios de inteligencia no han sido capaces de recabar información fidedigna acerca de los líderes de los movimientos de resistencia. Poco se sabe sobre los perfiles de quienes controlan el Consejo Nacional Sirio, conglomerado de facciones opositoras que difícilmente fingen la unión; poco se sabe acerca de los cabecillas del Ejercito Libre de Siria, agrupación “sui generis” integrada por militares y milicianos de diversas procedencias, que reciben armas y municiones de Qatar y Arabia Saudita a través de los Hermanos Musulmanes que operan en la frontera con Turquía. Poco se sabe de los contactos del Ejercito Libre con los movimientos radicales islamistas – Al Qaeda o Jahbat al Nusra – muy activos en la zona desde comienzos de 2012. Poco se sabe acerca del papel desempeñado por el actual líder de Al Qaeda, el egipcio Ayman al Zawahiri, en la organización de los grupúsculos yihadistas que actúan en suelo sirio.

Ante la imposibilidad de obtener información a través de sus propios servicios de inteligencia, que dependen actualmente de los informes facilitados por fuentes turcas o jordanas, la Administración estadounidense se limita a actuar a “palo de ciego”. A las cada vez más vehementes amenazas de la Secretaria de Estado Clinton se suman los llamamientos de la Liga Árabe, que insta a Bashar a abandonar el poder, o las iniciativas de Francia, que sugiere la creación de un Gobierno provisional en el exilio.

De hecho, la mayoría de los actores conoce la problemática del por ahora hipotético proceso de transición. Sus objetivos prioritarios: evitar un vacío de poder político, mantener la unidad del Ejercito, impedir la proliferación de grupúsculos paramilitares, evitar las matanzas confesionales y – ante todo – impedir por todos los medios la partición geográfica de Siria.

Lo cierto es que estas metas sólo podrán lograrse apostando por un Gobierno de transición fuerte y coherente. Los rebeldes o, mejor dicho, algunos sectores del Consejo Nacional, no descartan la posibilidad de dialogar con una “personalidad” designada por el actual régimen. Sin embargo, todos rechazan la idea del diálogo con el propio Bashar.

La existencia de importantes arsenales de armas químicas y bacteriológicas preocupa más a Israel, acérrimo enemigo de Damasco, que a los vecinos árabes o musulmanes de Siria. Lo que sí inquieta a iraquíes, jordanos, libaneses y turcos es el posible contagio de la inestabilidad política.

Por su parte, Washington no parece dispuesto a reeditar los errores de cálculo cometidos en Libia. La caída de El Assad debe tener, pues, visos de “credibilidad democrática”. En este caso concreto, la receta debería redactarse de la siguiente manera: “Se busca traidor simpático, de buen ver, con dotes de mando, capaz de liderar un proceso de transición”. ¿Algún candidato a la vista?

lunes, 16 de julio de 2012

El mundo árabe-musulmán: nuevos paradigmas


“Hay que cambiar la faz del mundo árabe”. Este fue el mantra del presidente norteamericano, Barack Obama, desde el mismísimo momento de su toma de posesión, en enero de 2009, hasta la reciente llegada al poder de partidos de corte religioso en la casi totalidad de los países del Norte de África.

En efecto, pocos meses después del estallido de la llamada “primavera árabe”, los Gobiernos islámicos se afianzaron en Marruecos, Libia, Túnez y Egipto. Se habla de la posible introducción de la “Sharia” (ley coránica) en las nuevas Constituciones de los Estados del Magreb, de la vuelta a los valores tradicionales en los países del Mashrek. Hezbollá y Hamas, acérrimos detractores de la “civilización occidental” en el Líbano y Palestina; agrupaciones que figuran en las listas negras de movimientos terroristas cuidadosamente elaboradas por la Unión Europea y el Departamento de Estado norteamericano, se están regocijando. Sus aliados de la Cofradía de los Hermanos Musulmanes parecen haber adquirido carta de naturaleza en la jerga de la diplomacia estadounidense. No, ya no se les tacha de “terroristas”, sino de “moderados”, de émulos de los musulmanes turcos, máximos exponentes, según la Casa Blanca, del “islamismo moderno”.

Ficticia o real, la obsesión de la clase política norteamericana por fabricar la imagen del islamista “bueno”, irritó sobremanera a los partidos religiosos del Cercano Oriente. “No existen islamistas moderados; sólo hay radicales islámicos y musulmanes religiosos o laicos”, me confesaba hace tres lustros un destacado político musulmán adscrito a un partido religioso”.  Estimaba mi interlocutor que el término acuñado en la otra orilla del Atlántico constituía un insulto para cualquier mahometano. “Nuestra fe no es, no puede ni debe ser moderada. Somos creyentes, al igual de los católicos, los protestantes o los israelitas. Asumimos plenamente las enseñanzas del Corán, pero ello no nos convierte en seres intolerantes. Los sectarios, como Bin Laden o los salafistas, prefieren el enfrentamiento, la yihad. Y eso, ¡no es Islam!”

Coincidimos con mi interlocutor en que, a fuerza de difundir su encarnizado discurso, los radicales habían conquistado una parcela del mundo musulmán. De hecho, sus mensajes cargados de odio respondían al estado de ánimo de muchos millones de musulmanes, frustrados por la incapacidad de sus gobernantes de llevar a cabo reformas innovadoras. “Osama tenía razón”, me confesaba hace ya algún tiempo un empresario egipcio, comentando el estancamiento de la sociedad de su país. “Osama tenía razón”. Volví a escuchar estas aterradoras palabras en varios países del Cercano Oriente. No hacía falta ser profeta para comprender que el porvenir deparaba un largo periodo de renacer islámico. Tampoco hay que extrañarse: los parámetros occidentales – materialismo, egoísmo, erosión de los valores morales – no resultan apetecibles en el universo islámico. Y si a eso se le añade el etnocentrismo de los pueblos del Septentrión, el racismo y la xenofobia, el mundo de los ricos deja de ser “el ejemplo a seguir”.

Las “primaveras árabes” han hallado, aparentemente, la respuesta al tipo de sociedad ansiado por las masas musulmanas. Y esa respuesta es el Islam. No, no será el Islam fabricado por los politólogos-lingüistas de Washington. Ni tampoco el Islam puritano de los talibanes afganos. Aunque tampoco el “islam moderado” de los turcos. No; los jóvenes egipcios (y no sólo egipcios) sueñan con el modelo saudí. ¿Con poca libertad y muchos petrodólares? Todo vale, con tal de no caer en la trampa de Occidente.

Hace apenas unos días, Egipto estrenó presidente. Mohammed Mohammed al Mursi, educado en una universidad californiana, pertenece – al igual que muchos correligionarios del Norte de África - a la Cofradía de los Hermanos Musulmanes. Nuestras miradas deberían dirigirse hacia El Cairo. Del porvenir de Egipto dependerá el éxito o el fracaso de las “primaveras, veranos y otoños” árabes; el éxito o el fracaso de este cada vez más difícil diálogo entre Oriente y Occidente.

viernes, 22 de junio de 2012

Siria: recordando la guerra civil española


La decisión de las Naciones Unidas de suspender sine die las actividades de la misión de observadores destacada a Siria no parece haber sorprendido sobremanera a los analistas políticos que siguen muy de cerca la evolución de los acontecimientos en la zona. Obviamente, ninguna de las partes involucradas en este conflicto que se ha tornado en una auténtica guerra civil tiene interés en facilitar la labor de unos testigos molestos. Para las autoridades de Damasco, la presencia de los cripto-cascos-azules obstaculiza la cruenta ofensiva del ejército y los grupos paramilitares contra los opositores del régimen; para el autodenominado “ejército libre” de Siria, los enviados de la ONU no dejan de ser un estorbo. Ambos bandos se acusan mutuamente de haber cometido atrocidades; ambos prefieren seguir actuando (matando, mejor dicho) lejos de las miradas “indiscretas” de una opinión pública internacional incapaz de comprender la complejidad de este conflicto interno, de este dramático enfrentamiento que divide a los sirios.

¿Conflicto étnico? ¿Conflicto religioso? ¿Conflicto ideológico? La verdad es que la tragedia del país de los antiguos omeyas tiene diferentes lecturas. Es cierto que la minoría alauita, que representa un escaso 15 por ciento de la población, controla los destinos de Siria desde hace más de 30 años. Los musulmanes sunitas se sienten discriminados. ¿Y los kurdos, los drusos y los chiítas, etnias minoritarias? ¿O los cristianos, acostumbrados desde hace décadas a la política del “palo y la zanahoria” de los gobernantes árabes? Muchos estiman que la discriminación soterrada, llevada a cabo por el régimen laico instaurado por el Partido Baas, resultaba hasta cierto punto más “tolerante” que la estricta normativa jurídica de las monarquías absolutistas de la región.

Sabido es que la confrontación entre alauitas y sunitas desembocó, ya en 1982, en la masacre de Hama. En aquél entonces, el ejército sirio, bajo las órdenes de Hafez el Assad, padre del actual presidente, llevó a cabo una operación de castigo en la que perecieron más de 20.000 personas. Nada nuevo, pues, bajo el sol. ¿Nada nuevo? Hoy en día, los enfrentamientos interconfesionales están fomentados por saudíes y qataríes, guardianes de la “recta vía” del Islam sunita, aunque también por agrupaciones político-religiosas afines a los Hermanos Musulmanes, que suministran a través de Turquía, armamento el “ejército libre”.

Los valedores del bando gubernamental son, por muy extraño que ello parezca, los ayatolás iraníes y los cabecillas del movimiento radical islámico libanés Hezbollah, quienes encuentran en el régimen “laico” un inesperado compañero de camino. Por otra parte, las fuerzas armadas de El Assad están pertrechadas con aviones y helicópteros rusos, con tanques fabricados en Rumanía, antiguo miembro del Pacto de Varsovia, con instrumentos de vigilancia electrónica provenientes de países occidentales.

Obviamente, religión e ideología se dan la mano, convirtiendo la tragedia humana en un conflicto que recuerda extrañamente la guerra civil española (1936-1939). Mientras en España los dos bandos – derecha e izquierda – contaban con los apoyos de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini, por un lado y la ayuda de la URSS y los movimientos comunista y socialista europeos por el otro, en el teatro de guerra sirio se enfrentan dos opciones totalitarias: los islamismos chiíta y sunita, que cuentan con aliados o, mejor dicho, “padrinos” en Moscú, Pekín, Riad y… ¡Washington!

La postura de Rusia y China se resume en un noble concepto jurídico: el derecho de los pueblos de decidir de su suerte. La de la Administración Obama y de los países occidentales, en la necesidad de defender los derechos humanos de los sirios.

Pero qué duda cabe que en ambos casos la demagogia se suma al cinismo. ¡Basta de tantas consideraciones filosóficas! En la guerra civil siria, al igual que en la española, la autentica víctima es… el pueblo.

sábado, 9 de junio de 2012

El dilema de los cristianos de Oriente


Salieron a la calle juntos – musulmanes y cristianos – reclamando el derrocamiento del tirano, la instauración de la democracia, el respeto de los derechos humanos, de la libertad de expresión y de culto. Se congregaron en la cairota Plaza Tahrir, coreando las mismas consignas. “Somos el mismo pueblo”, gritaban los jóvenes egipcios, persuadidos de que la lucha contra el régimen autoritario era el común denominador del combate que desembocó en la caída del “raís” Hosni Mubarak.

La “primavera árabe” fue el catalizador; el nexo entre dos segmentos de una sociedad dividida. Durante unos meses, los coptos, que representan alrededor del 9% de la población egipcia, se identificaron plenamente con los ideales de sus compatriotas musulmanes, artífices de la llamada “revolución verde”.

¿Un solo pueblo? Lo cierto es que durante décadas tanto los políticos como las iglesias occidentales denunciaron las medidas discriminatorias que afectaban a la minoría cristiana. ¿Discriminación religiosa? ¿Discriminación cultural? Lo cierto es que a la hora de la verdad el sistema político egipcio contaba con numerosas válvulas de escape. Aparentemente, el rechazo no procedía del poder político, sino de marginales grupúsculos integristas, que nada tenían que ver con el carácter abierto y tolerante de los habitantes del valle del Nilo. Al Poder le gustaba cuidar las apariencias. Sin embargo…

La victoria de las “revoluciones árabes” y la llegada al poder de Gobiernos de corte islámico en la mayoría de los países del contorno mediterráneo – Túnez, Marruecos, Libia y con toda probabilidad, Egipto – suscita una serie de interrogantes sobre la convivencia de las comunidades cristiana y musulmana. Si bien la población de los países árabes no se ha radicalizado, los nuevos dirigentes políticos, los mal llamados “islamistas moderados”, parecen menos propensos a respetar la diversidad cultural. Hace unos días, aludiendo a los coptos, un gran rotativo español señalaba ingenuamente que “es el sector que más tiene que perder con la llegada de la democracia”. Cabe preguntarse qué entienden los redactores de dicho periódico por democracia. Decididamente, utilizan criterios que me son ajenos.

Los países occidentales y, ante todo, las antiguas potencias coloniales del Viejo Continente – Inglaterra y Francia – defensores a ultranza de los derechos de la minoría cristiana de Oriente Medio durante el período de descolonización, no parecen dispuestos a denunciar el peligro que implica el radicalismo religioso de los nuevos gobernantes árabes. Las comunidades cristianas, protegidas por Occidente en épocas en la que apenas se cuestionaba la convivencia, dirigen sus miradas hacia Oeste. Pero los viejos defensores de la Fe pecan por omisión; por “democrática” omisión. Pero, ¿quién habló de democracia?

lunes, 4 de junio de 2012

La “lengua del enemigo”


A partir del próximo mes de septiembre, el Ministerio de Educación de la Franja de Gaza introducirá en el programa de estudios de los colegios de secundaria una nueva asignatura: la “lengua del enemigo”. Se trata del idioma hebreo, materia que cayó en desuso tras la firma de los Acuerdos de Oslo y la llegada a la Franja de la plana mayor de la OLP, liderada por Yasser Arafat.

La “lengua del enemigo” vuelve a las aulas después de 18 años de ausencia. Los radicales islámicos de Hamás, que gobiernan el exiguo territorio, estiman que es importante comprender la mentalidad de los israelíes a través de los rudimentos del idioma. En una entrevista concedida recientemente al rotativo estadounidense The New York Times, el director general del Ministerio de Educación, Mahmud Matar, afirma que los israelíes suelen utilizar el árabe, idioma que se enseña en los colegios del Estado judío, para lograr su objetivo: el control y el sometimiento de la población palestina. “Israel es nuestro enemigo; vamos a enseñar, pues, la lengua del enemigo”.

La noticia causó estupor del otro lado de la frontera. En efecto, la inmensa mayoría de los ciudadanos del Estado judío no comprende la motivación de Hamás, acérrimo detractor de la convivencia con el llamado “ente sionista”. Se supone o, mejor dicho, intuye, que los radicales islámicos se han decantado por un cambio de estrategia. Crecidos por el éxito de la maratoniana negociación que desembocó en la liberación de un millar de presos palestinos a cambio de la entrega del soldado israelí Guilad Shalit, secuestrado en Gaza durante cinco años, los cabecillas de Hamás comprendieron que no hay que descartar la posibilidad de dialogar con el enemigo. Y para ello, es preciso contar con gente cualificada.

Muchos de los pobladores de Gaza tuvieron ocasión de aprender hebreo en la época en la que la economía israelí se nutría de la mano de obra barata procedente de los territorios ocupados. Pero los conocimientos lingüísticos de aquellos trabajadores no dejaban de ser superficiales. Quienes aprendieron la “lengua del enemigo” fueron los presos políticos, encarcelados durante años en Israel. Algunos manejan el hebreo con soltura y, como dirían sus carceleros, “casi sin acento”. No hay que extrañarse: el hebreo es, al igual que el árabe, un idioma semítico.

Hay quien insinúa que Hamás optó por introducir la nueva asignatura para formar una “generación de espías”, y quien cree que se trata de una postura destinada a facilitar el acercamiento a las autoridades de Tel Aviv. De hecho, los radicales de Gaza parecen tener ahora más predicamento en Israel que los “moderados” de la OLP que gobiernan en Cisjordania. ¿La opinión pública de Gaza? Los pobladores de la Franja no piensan rebelarse contra quienes recomiendan aprender la “lengua del enemigo”. La dramática situación económica de la Franja no estimula el debate o la confrontación ideológica.

En Cisjordania, el hebreo no se enseña en los colegios. Curiosamente, aquí los jóvenes universitarios se oponen al diálogo con Israel que, según ellos, sólo podría desembocar en la creación de un mini-estado palestino inviable, la renuncia de la doble capitalidad de Jerusalén, el abandono del derecho de retorno de los casi cinco millones de refugiados palestinos. Los universitarios dudan de la capacidad de la Autoridad Nacional Palestina de sellar las paces con Israel mediante un acuerdo equitativo. ¿Su ideal? Desencadenar una nueva “intifada”, que siente nuevas bases para el diálogo con el Estado judío. De hecho, cuando el Primer Ministro Benjamín Netanyahu manifestó el deseo de reanudar los contactos con el Presidente palestino Mahmúd Abbas, los jóvenes acogieron el anuncio con escepticismo. ¿Desplazarán los radicales de Gaza al excesivamente moderado interlocutor de Ramallah?

Conviene señalar que el panorama político israelí experimentó un cambio radical durante la primera quincena de mayo, cuando en nuevo líder de la agrupación centrista Kadima, Shaúl Mofaz, decidió abandonar la oposición, sumándose a la coalición gubernamental liderada por Netanyahu. La decisión intervino en el momento en que los estrategas de Tel Aviv deshojaban la margarita de un posible ataque “preventivo” contra las instalaciones nucleares de Irán.

Curiosamente, el general Shaúl Mofaz, tercer ex jefe de Estado Mayor del ejército hebreo que integra el Gabinete Netanyahu, es oriundo de… Irán. Al desconcierto generalizado se suma un nuevo interrogante: ¿habla Mofaz la “lengua del enemigo”?

viernes, 1 de junio de 2012

Europa: vuelven los demonios del pasado


Un fantasma recorre Europa: es el fantasma de la ultraderecha. Sus manifestaciones, múltiples e inquietantes, generan un profundo malestar en una opinión pública cansada de oír rancias consignas racistas y xenófobas, unos mensajes cuya supuesta carga emocional se limita muy a menudo a la clásica jerga del patrioterismo. Sin embargo, hay más, mucho más…

Hace apenas unas semanas, se anunció la publicación en Alemania del Mein Kampf de Adolfo Hitler, libro prohibido después de la Segunda Guerra Mundial. Su reedición coincide con el espectacular avance del Frente Nacional francés, agrupación ultraconservadora que logró cosechar un 18 por ciento de los votos en las elecciones para la presidencia gala. El éxito del Frente Nacional eclipsó la no menos preocupante victoria del Amanecer Dorado griego, otro movimiento ultraderechista que logró aglutinar un 6 por ciento de los sufragios durante la consulta popular celebrada en el país heleno el pasado mes de mayo.

Aparentemente, el Viejo Continente se decanta por el extremismo de derechas. Un fenómeno este inimaginable tras la gran contienda de 1939-1945, cuando los vencedores – Estados Unidos, Rusia, Inglaterra y Francia - lograron colocar fuera de la ley las ideologías fascista y nazi. A la repulsa popular se sumo, en aquél entonces, el casi generalizado mea culpa de una sociedad alemana conmovida por los horrores del nacionalsocialismo. Pero en la política difícilmente hay cabida para el contundente “nunca más”.

En la década de los 90, pandillas de jóvenes de la antigua Alemania Oriental, volvieron a resucitar el fantasma neo-nazi, dirigiendo su frustración contra los inmigrantes turcos o los refugiados de origen asiático. Pensaban los habitantes de la recién rescatada Alemania del Este que los extranjeros y, ante todo, los musulmanes, obstaculizaban el desarrollo armonioso de la utópica sociedad de consumo (¿de bienestar?) omnipresente en los seriales de las cadenas de televisión occidentales. La ya de por sí difícil integración de los pobladores de la antigua República Democrática aceleró el resurgir de la extrema derecha germana.

Mas Alemania no era el único país en el que proliferaron el nacionalismo y el racismo. Los hooligans ingleses y rusos, vándalos de los estadios de futbol, están relacionados, directa o indirectamente, con agrupaciones políticas extremistas, defensoras del ideario derechista.

Tras los sangrientos atentados de Noruega, en los que fallecieron 76 personas, la derecha tradicional europea optó por distanciarse del autor de la masacre, Anders Brievik, correligionario más que molesto. De hecho, el líder del Partido de la Libertad de los Países Bajos, Geert Wilders, no dudo en tachar a Brievik de “loco”. Sin embargo, para Francesco Speroni, miembro de la Liga Norte italiana, manifestó que las ideas del fundamentalista noruego reflejan el rechazo al multiculturalismo, enemigo oculto de la civilización occidental.

El mapa de la extrema derecha europea es complejo. Un ejemplo: Jean –Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional francés, vehiculó la idea de que la ocupación alemana de su país durante la Segunda Guerra Mundial no había sido “forzosamente inhumana”. Al líder del Frente nacional se le tildó de antiliberal y antisemita.

En Alemania, la Unión del Pueblo, creada en la década de los 90, trató de atraer a sus filas a los miembros del Partido Republicano, fundado en 1983 por Franz Schonhuber, antiguo oficial nazi que echaba la culpa por todos los males de Occidente a… los extranjeros.

En Italia, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini puede considerarse heredera del ideario del Movimiento Social Italiano, fundado por los neofascistas a finales de la década de los 40. El propio Fini manifestó en su momento que el fascismo tenía una “tradición de honradez, corrección y buen gobierno”.

En Suecia, Noruega y Dinamarca, los partidos de derechas parecían más preocupados por la preservación del Estado de bienestar que por el problema de la inmigración (musulmana).

No es este el caso de los países de Europa oriental, donde los ultras propugnan una guerra sin cuartel contra los inmigrantes y/o la recuperación de territorios “étnicos históricos”, como pretende el movimiento extremista húngaro Jobbik, que contempla la reintegración en el mapa de Hungría de regiones pertenecientes actualmente a dos Estados vecinos: Rumanía y Eslovaquia. Pero Jobbik va aún más lejos, reclamando la salida del país de la ultraliberal Unión Europea.

¿Y los demócratas? Aparentemente, poco o nada pueden o quieren hacer contra los ¡ay! representantes electos de la extrema derecha. Malos presagios para la Vieja Europa.

jueves, 26 de abril de 2012

La “cara oculta” de la rebelión siria


Hace apenas unas semanas, el ejército sirio abrió fuego a través de la frontera con Turquía para castigar, aparentemente, a grupos de fugitivos –civiles y militares- que habían decidido asilarse en el país otomano. Fue ésta la gota de agua que hizo desbordar el vaso; los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU aprobaron una resolución redactada por los países árabes, autorizando la presencia de observadores militares no armados en el conflicto que opone, desde hace más de un año, al Gobierno del presidente Bashar el Assad y la oposición liderada (o teledirigida) por elementos afines a la cofradía de los Hermanos Musulmanes.


La avanzadilla de los “cascos azules” de la ONU llegó a Damasco en menos de una semana, tratando de allanar el terreno para la llegada de unos 300 expertos militares. Aún así, los combates en suelo sirio continúan, llevando el agua al molino de la Secretaria de Estado norteamericana. Hilary Clinton, partidaria de una intervención directa y contundente contra el régimen de El Assad. El propio Presidente Obama se ha visto obligado a censurar la postura de la jefa de la diplomacia estadounidense. Hilary se decantó finalmente por el envío de ayuda “no letal” al Ejército Libre de Siria. Se trata de equipo de transmisión vía satélite y gafas para la visión nocturna, empleadas por las tropas estadounidenses en los conflictos de las últimas décadas. Una puntualización: las gafas no sirven sólo para protegerse contra el enemigo, como afirman los norteamericanos; también se utilizan en los ataques nocturnos…

Huelga decir que en el caso de Siria, al igual que en el mal llamado operativo “humanitario” de Libia, presenciamos un descarado intento de manipulación de la opinión pública. Lo que se pretende es ocultar deliberadamente los abusos cometidos por los “combatientes por la libertad”, es decir, por los grupos armados que integran el autodenominado Ejército Libre de Siria. De hecho, ya en abril de 2011, el rotativo Asia Times se hacía eco de la muerte en Banyas de militares de las fuerzas regulares, fusilados por los rebeldes.

Los medios de comunicación occidentales no informan sobre los atentados suicidas perpetrados por extremistas en Damasco o Alepo, ni sobre los llamamientos a “la lucha” atribuidos a la red de Al Qaeda. De hecho, para Washington y sus aliados occidentales “amigos de Siria”, el único interlocutor válido es el Consejo Nacional Sirio, entelequia integrada por exiliados, miembros o simpatizantes, en su gran mayoría, de la cofradía de los Hermanos Musulmanes. ¿Serán éstos los verdaderos artífices de la futura democracia, partidarios de la celebración de elecciones libres y de la introducción de un sistema político pluripartidista? La involución detectada en otros países de la zona, donde se han impuesto las “primaveras árabes”, nos incitan a dudar de la validez de los resultados obtenidos.

Algunos políticos de la zona, como por ejemplo el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, denuncian el involucramiento en el conflicto interno sirio de países como Arabia Saudita y Qatar, que propugnan la intervención armada. Estima el dignatario iraquí que los Estados que “están interviniendo en los asuntos internos de Siria” se arrogarán el derecho de injerencia en los asuntos de cualquier otro país de la región.

“¿Cuándo apoyó Arabia Saudita la libertad?”, clama al Maliki. Curiosamente, sus declaraciones fueron acalladas por los medios de comunicación… ¡árabes! Un ejemplo: la cadena de televisión Al Yazira, propiedad de la familia principesca de Qatar, se limita a ofrecer una cobertura parcial del conflicto. De hecho, algunos de sus redactores se vieron obligados a dimitir, por disconformidad con la política editorial de la emisora.

Cabe preguntarse, pues: ¿qué interés tiene la Administración Obama en apoyar el cambio de régimen en Siria? Es obvio que las estructuras ideadas por Hafez el Assad, padre del actual “hombre fuerte” de Damasco, sobrevivirán al levantamiento de los rebeldes y que un enfrentamiento prolongado sólo aumentaría el número de bajas civiles.

Pero hay más: según una encuesta realizada en febrero por la agrupación “Los Debates de Doha” y financiada por la Fundación Qatar, el “55% de los sirios desean que Assad permanezca en el poder” por temor a la guerra civil. Para los pobladores de las tierras del antiguo califato es importante que Bashar siga gobernando, pero comprometiéndose, eso sí, a celebrar elecciones libres en un futuro no muy lejano.

Nada que ver, todo ello, con las inexplicables prisas y prioridades de la Sra. Clinton.

lunes, 23 de abril de 2012

Nuestro amigo el jeque


Hace un par de décadas, cuando el Presidente Bush le exigió al emir de Qatar que trate de moderar el discurso antioccidental de la cadena de televisión Al Jasira, el príncipe le recordó al inquilino de la Casa Blanca que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica consagraba la libertad de expresión. Y que él, monarca de un pequeño principado del Golfo Pérsico y… dueño de la popular emisora, no haría nada para acallar a los redactores de la cadena, periodistas palestinos, jordanos o sirios afincados en el emirato donde, al parecer, soplaban vientos de cambio.


Al Jasira acompaño, pues, a la opinión pública árabe durante la toma de Kabul por las tropas de la coalición liderada por los Estados Unidos, durante la guerra de Irak y la ofensiva israelí contra la Franja de Gaza, durante los movimientos reivindicativos que desembocaron en las llamadas “primaveras árabes” y la mal llamada intervención “humanitaria” de la OTAN en Libia. Hoy en día, Al Jasira informa puntualmente sobre los trágicos acontecimientos de Siria. Su in negable popularidad le ha permitido abrir un canal en lengua inglesa, destinado a ofrecer una opinión alternativa sobre la actualidad en tierras del Islam.

Mas junto a este arma, el jeque Hamad bin Jalifa al Thani, monarca de Qatar, emplea otros métodos de persuasión. Huelga decir que no se trata siempre de actuaciones diplomáticas. Curiosamente, sus vecinos saudíes le acusan de utilizar sus riquezas para fomentar campañas de protesta, que podrían desestabilizar el régimen wahabita. Los “moderados” de la Liga Árabe le echan en cara su insistencia a la hora de reclamar el envío de armas a los militares sirios rebeldes o de barajar el posible (por ahora, hipotético) envío de un contingente militar árabes al país de los omeyas.

Lo cierto es que el hábil juego político del qatarí le permite contar con aliados tanto en las filas de los radicales islámicos de Hamas y Hezbollah como en el seno del Gobierno israelí. ¿La clave? Qatar es, ante todo, uno de los países más ricos del planeta. En 2011, el emirato registró una tasa de crecimiento del 18,7 por ciento. En PNB per cápita es de 102,700 dólares. El emirato ocupa, pues, el segundo lugar en la lista de los Estados más prósperos del mundo. De hecho, sus reservas de gas natural y de petróleo parecen… inagotables.

Pero el jeque al Thani no es sólo un buen gestor de la bonanza del emirato. El pasado año, el qatarí invirtió más de 30.000 millones de dólares en las economías occidentales. En Europa, la familia principesca controla un 20 por ciento de las acciones de la compañía Volkswagen, un “modesto” 7 por ciento del banco británico Barclays, la cadena de supermercados Sanisbury y los grandes almacenes londinenses Harrods.

Tampoco faltan en este cuadro de caza del jeque los torneos de tenis o de golf, la financiación directa de grandes clubs deportivos, el deseo de organizar el campeonato mundial de fútbol y, ¿por qué no? los Juegos Olímpicos de 2022.

¿La oposición? Aparentemente, inexistente. El principado está gobernado por una familia – los Al Thani - a los que se suman los parientes de la esposa del emir, la princesa Mozah, quien dedica la mayor parte de su tiempo a la puesta en marcha de multimillonarios programas educativos. Sus interlocutores internacionales son las Universidades de Cornell y de Gergetown, conocidas por su afán de excelencia.

Aún así, hay quien acusa a los Al Thani de apoyar o de aprovecharse del descontento que reina en el mundo árabe para afianzarse como una de las dinastías más pudientes y más estable del Islam. La familia principesca trata de ofrecer una imagen amable, de gente moderna y tolerante. Nada que ver con los déspotas cuya caída celebraron estos últimos meses las cancillerías occidentales. Una imagen que agrada al inquilino de la Casa Blanca, gusta en el número 10 de la Downing Street, parece más que apetecible o aceptable para los políticos europeos que buscan desesperadamente “mecenas” dispuestos a hacerse cargo de la financiación de la deuda de sus respectivos países.

Pero subsiste el interrogante: ¿es el jeque Al Thani un verdadero, un desinteresado filántropo?

viernes, 13 de abril de 2012

Turquía rechaza la intolerancia religiosa


“Aunque Turquía sea un Estado laico y moderno, nosotros, los no musulmanes, no estamos habilitados a adquirir propiedades ni tampoco a cultivar la tierra”, confesaba hace ya más de dos décadas un viejo intelectual cristiano afincado en las orillas del Bósforo. Su familia – parte integrante del mosaico de razas y culturas que conforman la cosmopolita sociedad oriental - llevaba siglos en tierras conquistadas por las tribus otomanas.



Huelga decir que, pese al carácter tolerante de los pobladores del Estado moderno fundado en la década de los 20 del siglo pasado, un conjunto de usos y costumbres heredado de la época del Imperio obstaculiza la integración de las minorías no musulmanas en la vida del país. Algunas de las prohibiciones vigentes recuerdan extrañamente la vieja normativa legal coránica, derogada tras la revolución liderada por Mustafá Kemal Atatürk.



“A veces, la normativa legal no es restrictiva, pero sí lo son los hábitos que aún rigen la sociedad”, señalaba mi interlocutor. “Lo que la ley no prohíbe, lo consagra la rutina. Nuestros vecinos musulmanes no suelen ser racistas ni intolerantes. Pero se han hecho a la idea de que “hay cosas que no cambian, que no pueden cambiar”. Pero de ahí a hablar de odio racial o persecución religiosa, hay un verdadero abismo…



“Olvido” y “desconfianza” son los vocablos empleados a la hora de analizar las relaciones entre el Estado turco y las minorías no musulmanas – griegos ortodoxos, católicos romanos, armenios, asirios, caldeos, israelitas. Mas las autoridades de Ankara tratan por todos los medios de superar ese estado de cosas. De hecho, el Presidente Abdullah Gül recibió recientemente al patriarca ortodoxo de Estambul, y visitó varios lugares de culto cristianos y hebreos situados en Hatay. ¿Una auténtica primicia?



No, no se trataba de simples hechos aislados. En mayo de 2010, la oficina del Primer Ministro Erdogan emitió un comunicado oficial en el que se instaba a los funcionarios públicos a renunciar a cualquier acto discriminatorio contra las minorías étnicas, haciendo hincapié en la igualdad de todos los ciudadanos (turcos) ante la Ley. Unos años antes, en 2003, el primer Gobierno Erdogan anunció una serie de medidas destinadas a solucionar el vacío jurídico que impedía el funcionamiento de las asociaciones creadas e integradas por las minorías religiosas. Ya en aquél entonces, unas 300 propiedades pertenecientes a dichas minorías – edificios, tierras de cultivo – fueron registradas oficialmente ante notarios. Las agrupaciones religiosas fueron autorizadas a disponer de bienes inmuebles y/o recibir ayuda económica procedente de otros países. Para facilitar la actuación de las iglesias cristianas, se concedió la nacionalidad turca a los patriarcas ortodoxos. Asimismo, se permitió a los no musulmanes a formar parte del Consejo Nacional de Asociaciones, órgano estatal que aglutina las congregaciones religiosas.



Aunque los no musulmanes representan un escaso 1 por ciento de la población turca – alrededor de 30.000 almas - se han tomado medidas para la renovación de emblemáticos lugares de culto greco-ortodoxos y armenios.



Al adoptar esa postura tolerante, Turquía trata de cerrar el viejo paréntesis imperial. De hecho, las medidas de normalización de las relaciones con las comunidades no musulmanas van a “contracorriente”, sobre todo teniendo en cuenta las actitudes cada vez más sectarias de algunos protagonistas de las llamadas “revoluciones verdes”.

miércoles, 4 de abril de 2012

Siria: la "última oportunidad"



“Dicen que esta es la última oportunidad que se le brinda al régimen de Damasco. Pero, ¿qué significa eso exactamente?”, pregunta ingenuamente el joven periodista. “La última oportunidad es lo que suelen decir los diplomáticos cuando carecen de argumentos convincentes”, responde su interlocutor, veterano corresponsal político “enganchado” a las crisis, golpes de estado, guerras civiles o conflictos regionales. “La última oportunidad…”



Sucedió el pasado fin de semana, en los pasillos de la conferencia de Amigos de Siria, celebrada en Estambul. La cumbre parecía mal encaminada. De hecho, la mayoría de los observadores habían vaticinado su fracaso. Sin embargo, los poderes fácticos del planeta Tierra lograron convertir el previsible fiasco en… moderado éxito.



Antes del inicio de las consultas, se barajaban distintas opciones, divergentes cuando no contradictorias. Arabia saudita y Qatar, que lideraban la línea dura del atomizado grupo árabe, parecían haberse decantado por la solución armada; armas para los rebeldes sirios, envío de tropas de interposición, intervención militar contra el ejército de Bashar el Assad desde las fronteras con Jordania y Turquía. Por su parte, el régimen de Ankara contemplaba una política de “mano dura” con el clan de los alauitas de Damasco. Turquía había hecho las paces con los sirios después de más de medio siglo de enfrentamientos, mas al tener que asumir el delicado papel de “ejemplo” ante las llamadas revoluciones árabes, se vio obligada a renunciar a la recién sellada alianza para distanciarse de cualquier foco de conflicto capaz de comprometer su imagen.



Los emisarios de las llamadas primaveras parecían, por su parte, propensos a exportar sus experiencias revolucionarias. Una opción esta poco viable; el régimen de el Assad cuenta – contaba con cimientos más sólidos que las dictaduras del tunecino Ben Ali o el egipcio Mubarak.



Los países occidentales ofrecieron la habitual muestra de democrática desunión. Mientras Norteamérica parecía empeñada en acabar cuanto antes con el gobierno autoritario de El Assad, los europeos, liderados por Francia, se decantaron por la vía humanitaria: cese de la violencia, envío de ayuda de emergencia, creación de pasillos humanitarios, negociaciones destinadas a facilitar la salida más o menos airosa del tirano y su sustitución por el Consejo Nacional Sirio, agrupación integrada por intelectuales exiliados, en su gran mayoría, en suelo… galo.



Armas, medicinas, sanciones, diplomacia… Golpe militar deseado o fomentado por algunos, golpe de palacio ideado por los servicios de inteligencia. Un caótico panorama que irritaba sobremanera a los ayatolás iraníes, aliados históricos de los alauitas. Un quebradero de cabeza para el ya de por sí poco estable Gobierno iraquí, preocupado ante la perspectiva de nuevos desequilibrios regionales.



Para Rusia y China -las dos grandes potencias que tratan de mantener o adquirir protagonismo en la zona- la situación resultaba extremadamente incómoda. El apoyo al régimen de Damasco les convertía en los “malos de la película”. Tampoco hay que extrañarse: el guión lo habían escrito autores transatlánticos, partidarios de regímenes islamistas “amigos”. ¿Amigos? Pero, ¿amigos de quién?



La cumbre de Estambul terminó echando leña al fuego de los rebeldes sirios. La última oportunidad se parecía, como dos gotas de agua, a otros espejismos; a los habituales espejismos generados por los conflictos que proliferan en Oriente Medio.



El rayo de luz o tal vez de sol (al shams- sol y también el nombre árabe de Damasco), apareció tras el final de las consultas, al anunciar el enviado de las Naciones Unidas y la Liga Árabe, Kofi Annan, la aceptación por parte de El Assad del plan de paz elaborado por el hasta ahora poco afortunado diplomático africano. En principio, Siria se compromete a llevar a la práctica las propuestas pacificadoras de Annan a partir de la próxima semana. ¿Será esta la última oportunidad? El que eso escribe difícilmente puede disimular sus reticencias.

viernes, 30 de marzo de 2012

Irán - Occidente: la conexión turca



Aunque la cacareada Cumbre sobre Seguridad Nuclear celebrada esta semana en Seúl haya finalizado sin resultados satisfactorios, los jefes de Estado y de Gobierno que acudieron a la cita de la capital surcoreana abandonaron el escenario de este gran espectáculo mediático persuadidos de haber puesto la primera piedra de un nuevo edificio; se trata de un acuerdo marco sobre la sustitución progresiva, a partir de 2013, del uranio enriquecido – combustible de las centrales nucleares, también empleado para usos clínicos – por uranio empobrecido. Además, se dieron los primeros pasos hacia la elaboración de una normativa sobre la prevención de las catástrofes atómicas, parecidas a las de Fukushima y de la lucha contra el contrabando de material radiactivo.


Todo parece indicar que las consideraciones de índole meramente estratégica prevalecen sobre los aspectos humanitarios. De hecho, conviene señalar que el fantasma del programa nuclear iraní planeó sobre las consultas de Seúl. Ficticia o real, la “amenaza atómica” de Teherán se convirtió en el mantra de los participantes. El país de los ayatolás, gran ausente de esta cumbre, se ha convertido en el foco de atención de los grandes de este mundo. Pero recordemos que Estados Unidos y Rusia no comparten los mismos criterios a la hora de evaluar los peligros derivados de la eventual conversión de Irán en potencia nuclear. Los rusos, que siguen muy de cerca la evolución del programa iraní, se muestran menos pesimistas que sus interlocutores estadounidenses.


Tampoco comparte Moscú la preocupación de Occidente respecto de la posible adquisición de material radiactivo por parte de algunos movimientos terroristas, proceso que, según Washington, podría desembocar en la fabricación de una “bomba sucia”, mortífero artefacto que, pese a su pequeño calibre, podría causar inestimables daños en cualquier lugar del planeta. Una opción esta que descartan a priori los antiguos jefes de los servicios de inteligencia galos, quienes estiman que “no hay constancia” de la existencia de planes concretos de ataque nuclear por parte de los líderes de Al Qaeda. Aparentemente, el único documento incautado por los militares estadounidenses en el refugio de Osama Bin Laden de Tora Bora es el mero croquis de un artefacto atómico atribuido al físico nuclear paquistaní Abdel Khader Khan, conocido por su ideología anti-occidental. El resto es, siempre según los espías franceses, una mera fabricación de la maquinaria de propaganda transatlántica.


Mas en el caso concreto de Irán, la movilización no deja de ser general. Tanto es así que los integrantes del Grupo 5+1, es decir, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania, optaron por encargar al Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, la difícil misión de mediar entre la República de Irán y el foro de la ONU para tratar de reducir la tensión de los últimos meses.


Erdogan salió de Seúl rumbo a Teherán para trasladar las propuestas del Grupo a las autoridades persas. Lo acompañaron sus ministros de Economía y Energía, habituales interlocutores en las ya de por sí complejas tratativas con el equipo del Presidente Mahmúd Ahmadineyad.


No es esta la primera ni la única vez en la que los turcos sirven de puente entre Occidente y los detractores del “gran Satán” de los infieles. Hace apenas unos días, dos grandes compañías estadounidenses – Cargill y Bunge - especializadas en la venta de cereales, revelaron la existencia de un contrato suministro de trigo al país de los ayatolás. Se trata de unas 180.000 toneladas de cereales provenientes del Estado de Kansas, a las que se sumarán, de aquí a finales de año, suministros de material y equipo médico “no sometido” al embargo económico decretado por las potencias occidentales. Todo ello, claro está, con el beneplácito de la Casa Blanca…


Dado que las relaciones bancarias entre Estados Unidos e Irán han sido interrumpidas, los pagos (¡en Euros!) se efectuarán a través de institutos financieros turcos. Obviamente, el papel desempeñado por Ankara en el conflicto no es meramente… diplomático.

viernes, 9 de marzo de 2012

Si vis pacem...

Hay que armar a los rebeldes sitios. El tirano tiene que caer. Mas no conviene caer en la trampa libia; el apoyo incondicional a los insurgentes puede convertirse en un arma de doble filo, capaz de dañar los intereses occidentales.


Con el Irán de los ayatolás, que pretende ingresar en el club de las potencias nucleares, conviene emplear la táctica del palo y la zanahoria. Sanciones económicas, presión política, insinuaciones sobre una posible, inminente, véase contundente intervención armada.


A Israel hay que darle armas, apoyo político, bazas estratégicas y, ante todo, esperanzas. Una intervención bélica del Estado judío en suelo persa sería una catástrofe, pero estamos en vísperas de las elecciones presidenciales. El porvenir de los políticos norteamericanos depende de los millones de votos del electorado judío.


Un auténtico quebradero de cabeza para el actual inquilino de la Casa Blanca, quien soñaba con una solución pacífica, elegante y discreta del conflicto de Oriente Medio. De los conflictos, mejor dicho, ya que a la hora de la verdad Obama descubrió que la problemática del mundo árabe-musulmán poco o nada tenía que ver con las recomendaciones que figuran en los tratados de geoestrategia escritos por los miembros del Consejo de Seguridad Nacional o los sesudos expertos recluidos en las torres de marfil de las universidades estadounidenses.


La carnicería de Libia acabó poniendo en tela de juicio la argumentación simplista de los politólogos. La intervención militar, deseada por la mayoría de los grupúsculos rebeldes y aconsejada por los militares de la OTAN, no hizo más que acrecentar el odio a Occidente. Al igual que los vecinos de Túnez, los sigilosos opositores de Egipto o los radicales marroquíes, los libios se decantan actualmente por la introducción de la shariá – la ley coránica – en la vida pública. ¿Pura casualidad? Lo cierto es que la dinámica de las “revoluciones verdes” nada tiene que ver con las pautas democratizadoras ideadas por Washington. Sí, es cierto: los amigos de Norteamérica se han jugado, se están jugando el tipo. Sin embargo, el proceso sigue por otros derroteros. Washington ha perdido en control de la nave; Europa mira desconcertada hacia el Sur.


El nuevo mapa del mundo árabe hace caso omiso de las previsiones de los expertos en relaciones internacionales. Los dictadores parecen poco propensos a abandonar el poder, los ayatolás se aferran al apocalíptico programa ideado hace ya cuatro décadas por su líder, Jomeyni, Israel sigue empeñado en fomentar la conflictividad en la zona, su única manera de mantener la cohesión nacional y exigir el apoyo incondicional de Occidente.


Nada tiene que ver este avispero con los buenos propósitos del discurso pronunciado en junio de 2009 por Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, en la Universidad de El Cairo. La faz de Oriente no ha cambiado. Al contrario, los intentos de democratizarlo no hacen más que acelerar la deriva hacia el radicalismo. La cautela se impone. Y más aún, en un año de elecciones…

jueves, 1 de marzo de 2012

Siria: con "amigos" así...


Los “amigos de Siria” se congregaron en pasado fin de semana en Túnez para analizar (y condenar) las repercusiones de la sangrienta represión del régimen de Bashar al Assad contra la población civil del país de los omeyas. Según datos facilitados por las Naciones Unidas, durante los últimos 11 meses fallecieron unos 7.500 civiles sirios: algo así como un centenar de muertos diarios.


Pese a la gravedad de la situación, los “amigos de Siria” no lograron adoptar una postura coherente. Mientras el grupo árabe, liderado por Arabia Saudita, Qatar y Túnez se pronunció a favor de la intervención armada, Turquía y los países occidentales barajan la opción de las sanciones económicas y la asfixia financiera, acompañada por la ya casi inevitable injerencia humanitaria. En ambos casos, la batería de medidas propuestas es insuficiente.


Las diferencias reflejan claramente la percepción geoestratégica de un conflicto interno que podría desembocar en una crisis regional. Las monarquías del Golfo, poco propensas a modernizar, véase democratizar las estructuras sociales de sus países, tiemblan ante el peligro de un posible “contagio”. Hay que acabar con las protestas pase lo que pase. La caída del dictador y la posible (muy probable) instalación de un gobierno de corte islámico, parecido al de Libia, no les preocupa en absoluto. Al contrario, resulta más fácil tratar con los islamistas que con Gobiernos laicos.


Para los europeos, la proliferación de regímenes de corte islámico en la cuenca Sur del Mediterráneo supone un nuevo desafío. En efecto, ya no se trata de centrar la preocupación – real o ficticia – en el Irán de los ayatolás, el terrorismo de Al Qaeda o los maléficos diseños de los Hezbollah libaneses, sino de establecer un modus vivendi con los Gobiernos de Túnez, Libia y Marruecos, liderados por los mal llamados “islamistas moderados”. (La lista no es exhaustiva; podría completarse con la inclusión de otros países: Egipto, Yemen, etc.) Hace años, un viejo amigo turco, declarado pacifista y musulmán practicante, confesaba que el “islamismo moderado” era un mero invento de los occidentales. “Se es musulmán o no se es; no hay medias tintas”…


Las autoridades de Ankara optaron por sumarse a la postura de Occidente para apartarse de las exigencias del grupo árabe. En efecto, Turquía – que defiende a ultranza su condición de potencia regional – no puede permitirse el lujo de pertenecer a una agrupación capitaneada por monarquías feudales. Los líderes turcos están persuadidos de que su país debe desempeñar un papel clave en la solución del conflicto sirio.


La percepción de Norteamérica es distinta. Estiman los antiguos altos cargos del “establishment” washingtoniano que la presencia de los “islamistas moderados” en la región mediterránea no supone una amenaza para los intereses económicos, véase políticos estadounidenses. “Es un problema para ustedes, los europeos”, afirmaba rotundamente en la década de los 90 un directivo de la Rand Corporation. Un problema que, obviamente, tocará resolver sin contar con el apoyo incondicional de Washington.


Las revueltas árabes cuentan, en efecto, con dos herramientas ideadas en la otra orilla del Atlántico: el proyecto del Gran Oriente Medio elaborado por la Administración Bush y el libro De la dictadura a la democracia del profesor Gene Sharp. Los “guiones” pre-establecidos se siguieron con éxito en la antigua Yugoslavia, Albania, Túnez y Egipto. Pero no fue este el caso de Libia ni, al parecer, el de Siria.


Rusia y China, hasta ahora aliados del régimen de Al Assad, tratan de afianzar su presencia en una región abandonada, tras la desintegración de la antigua URSS, a los intereses geopolítico-energéticos de los Estados Unidos. Su actuación irrita a los países occidentales, cuyos líderes se resisten a aceptar esta original y peligrosa jugada de ajedrez.


Por ende, conviene señalar que la carencia democrática no representa el único desafío para las autoridades de Damasco. El hambre, la prolongada sequía y las altas tasas de desempleo juvenil son los auténticos detonantes de las protestas populares. A ello se suma la presencia en suelo sirio de radicales procedentes de Líbano e Irán, de “elementos incontrolados” (eufemismo empleado para disimular las palabras espía o agente provocador) que no comparten forzosamente los mismos objetivos que los indignados sirios. Ya se sabe: “a río revuelto…”

viernes, 10 de febrero de 2012

Irán, en el punto de mira



Hace apenas unos días, el Gobierno liderado por Benjamín Netanyahu pidió, por enésima vez, el visto bueno de Washington para llevar a cabo un ataque aéreo contra las instalaciones nucleares iraníes. Sin embargo, el actual inquilino de la Casa Blanca exigió “moderación”. No se trata, en este caso concreto, de una negativa tajante, sino de un simple “no, pero…” de la Administración estadounidense. De hecho, Barack Obama parece más preocupado por la evolución de la situación en Siria, donde Norteamérica no tiene intención alguna de repetir los errores cometidos durante la mal llamada “intervención humanitaria” de la OTAN en Libia, que acabó con el régimen dictatorial de Mummar al Gadafi, abriendo sin embargo la vía a otros abusos, a otros excesos.


El drama humano escenificado por la población siria debería justificar una intervención extranjera. Eso es, al menos, la opinión de algunos gobiernos occidentales, que han tardado muy poco en hacer suya de doctrina de la injerencia humanitaria, ideada allá por los años 90, durante los conflictos de los Balcanes. En el caso de Siria, sin embargo, los intereses de los países occidentales pesan más en la balanza que el deseo – legítimo o no – de defender los derechos fundamentales de la población civil.


El análisis de la compleja situación pre-bélica que atraviesa el país abre la caja de Pandora. La única base naval rusa en el Mediterráneo se encuentra en… Siria; los abundantes, aunque ocultos recursos petrolíferos del país están explotados por una compañía alemana; las empresas de telefonía y electrónica están controladas por multinacionales francesas; las armas empleadas por el ejército provienen, en su gran mayoría, de países de Europa oriental, recién adheridos a la Alianza Atlántica (OTAN). Rusia y China, que se disputan el protagonismo en la región, siguen apostando por su “amigo” Bashar, acorralado por la Liga árabe, las Naciones Unidas y los países de Occidente.


Pero hay más: el Irán de los ayatolá utiliza el régimen de Damasco como punta de lanza en la zona. Turquía, que pretende desempeñar el papel de potencia regional emergente, juega la carta de la imparcialidad. Una postura más ficticia que real, teniendo en cuenta los intereses económicos y estratégicos de Ankara, diametralmente opuesto a los de Damasco. Aún así, las autoridades turcas contemplan la posibilidad de patrocinar una conferencia internacional destinada a solucionar el problema sirio. La reunión debería celebrarse en suelo otomano o en cualquier país de la zona. Los turcos estiman que no hay que internacionalizar el debate ni, por supuesto, la solución del la crisis.


Para las autoridades israelíes, la cuestión siria sigue siendo un mero asunto colateral; el objetivo de los estrategas de Tel Aviv es acabar cuanto antes con el “peligro nuclear” iraní. Cabe preguntarse, pues, si después del “no, pero” de Obama los militares hebreos han renunciado definitivamente a su proyecto bélico. Hay quien estima que los políticos hebreos siguen barajando la posibilidad de llevar a cabo una acción relámpago contra las instalaciones nucleares iraníes en los primeros meses del verano. Los objetivos son múltiples: acabar con la “amenaza nuclear” del régimen de los ayatolás, eliminando total o parcialmente el potencial atómico persa, garantizar – si es preciso – la libre circulación de petroleros por el estrecho de Ormuz, congraciarse con la Casa Real saudí, que no disimula su inquietud ante el avance ideológico y militar de Teherán en la región, etc.


Ni que decir tiene que una intervención hebrea contra Irán tendría repercusiones negativas para la política de quienes, desde Washington, Bruselas o París, se dedican a potenciar y/o alabar las llamadas “primaveras árabes”, que lograron reducir el impacto de la corriente antiimperialista reinante en la región después de la guerra de 2001. Aparentemente, los aspectos negativos no parecen preocupar sobremanera al establishemnt israelí: el Estado judío no tiene inconveniente alguno de tratar con regímenes teocráticos. Al contrario, Israel prefiere negociar con los islamistas, convertir la región en un mosaico de Estados confesionales. ¿Estiman los gobernantes hebreos que sería más fácil entablar el diálogo entre… judaísmo e islam? El provenir nos lo dirá.

viernes, 20 de enero de 2012

Hungría


Hace dos décadas, tras la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del imperio soviético, los países de Europa oriental pertenecientes contra su voluntad al mal llamado “campo socialista”, se apresuraron a abrazar las ideas liberales de sus antiguos enemigos de la OTAN, de sus hasta entonces rivales de la Comunidad Económica Europea.



Los nuevos gobernantes de las antiguas “democracias populares” no dudaron en pasarse, con armas y bagajes, al bando occidental, hechizados tal vez por las bucólicas imágenes de las cintas en Tecnicolor, que cantaban las loas de la libertad y el bienestar material. La integración de los países “satélites” de la difunta URSS en el concierto de las democracias occidentales se llevó a cabo con prisa y sin pausa. Lo que se pretendía era evitar por todos los medios el “efecto del péndulo”, es decir, un posible (e incluso probable) giro a la derecha.



A comienzos de la década de los 90, parecía fácil neutralizar la tentación totalitaria de las recién liberadas naciones del Este europeo. Según los miembros del misterioso comité de expertos financieros de la R.F. de Alemania, las arcas del Banco central germano contaba con reservas suficientes para garantizar no sólo la reconversión socio-económica de Alemania del Este, sino con bastantes recursos para financiar los cambios estructurales en la totalidad de los países del antiguo bloque soviético.



La apuesta por la unificación del Viejo Continente se convirtió, pues, en la máxima prioridad de los gobernantes de Bonn y París, más interesados aparentemente en acabar con la zona de influencia de Moscú que ofrecer a los pobladores de Europa oriental condiciones de vida semejantes a las de sus vecinos occidentales. De hecho, en la mayoría de los casos, la tramitación de las solicitudes de adhesión a la CEE – UE se llevó a cabo haciendo caso omiso de la debilidad de las economías de los candidatos, que apenas cumplían los requisitos básicos exigidos por Bruselas. Algunos Gobiernos siguieron el (mal) ejemplo de Grecia, manipulando los indicadores económicos. Ante las protestas de los “eurócratas” los gobernantes se limitaban a contestar lacónicamente: “No se molesten en exigirnos demasiado; París (o Bonn) apoyan nuestra candidatura…”



Con el paso del tiempo, los políticos de Europa oriental se convirtieron líderes del movimiento de los “euroescépticos”. La Europa real no ofrecía los “encantos” de las películas en Tecnicolor; la construcción del edificio comunitario reclamaba esfuerzos, cuando no sacrificios. Un precio demasiado elevado para los suspicaces y reacios pobladores del Este europeo. De hecho, los primeros en tratar de obstaculizar la marcha de la Unión, oponiéndose a la adopción y puesta en la práctica del Tratado de Lisboa fueron los Gobiernos conservadores de la República Checa y Polonia. Mas a la hora de la verdad, la sangre no llegó al río…



Pero los tiempos cambian y la problemática comunitaria también. Después del “susto” provocado por la llegada al poder en Austria del ultraderechista Jörg Haider, y la necesidad de “limpiar la cara” de la UE, Bruselas trató por todos los medios de impedir cualquier intento de desviacionismo ideológico. Sin embargo…



Hace apenas unas semanas, el Gobierno conservador de Hungría, liderado por el acérrimo anticomunista Viktor Orban, anunció la adopción de una nueva Carta Magna que, junto con la modificación de la normativa legal atenta, según la Comisión de la UE, contra la autonomía del Banco Central, la independencia de la Justicia y la libertad de expresión. Sin olvidar, claro está, la manipulación de la ley electoral, que beneficia a las agrupaciones de corte conservador o el debilitamiento del Tribunal Constitucional. Motivos estos suficientes para que los países del Benelux reclamen la apertura de un expediente contra la política de Hungría.



Los húngaros se comprometieron modificar algunas leyes en el plazo de 30 días establecido por la Comisión. Algunas, pero no todas. En concepto de soberanía sigue imperando en los países del antiguo campo soviético. En ese contexto, el malestar generado por las decisiones unilaterales adoptadas por el eje París-Berlín parece desembocar en un auténtico movimiento de rechazo.



Los conservadores húngaros amenazan con abandonar la UE; los populistas rumanos denuncian la utilización de “sus” fondos de cohesión para financiar de deuda griega, los búlgaros, que ostentan el triste récord de campeones de la corrupción y la criminalidad, plantan a su vez cara a la Comisión. En resumidas cuentas, Viktor Orban no está solo; la brecha entre comunitarios ricos y pobres se está ensanchando.

sábado, 14 de enero de 2012

El empleo decente, principal objetivo de la OIT en el mundo árabe




Una encuesta elaborada hace más de tres lustros años por los politólogos de la Universidad de Harvard señalaba que la mayor preocupación, véase frustración de los pobladores del mundo árabe derivaba de las escasas cuando no inexistentes perspectivas de desarrollo profesional o de avances del bienestar social en los países de Oriente Medio y del Magreb. De hecho, este fue el detonante de las revueltas populares que sacudieron el mundo árabe-musulmán en los últimos 12 meses. Las sublevaciones fueron la consecuencia de una pobreza exacerbada, del desempleo, de las desigualdades y de la opresión, resultantes de un prolongado déficit de gobernanza democrática, de libertades fundamentales y de diálogo social.


En este contexto, cabe recordar que el desempleo juvenil ha sido y sigue siendo uno de los mayores desafíos de los gobernantes árabes. A pesar del crecimiento económico de los países de la región, no se crearon suficientes puestos de trabajo para absorber a las masas de jóvenes que ingresaban al mercado laboral o, cuando estos empleos existían, eran trabajos de baja calidad, desempeñados habitualmente por los trabajadores migrantes.


La tasa de desempleo entre la juventud árabe es la más elevada del mundo: 23,6 por ciento en África del Norte y 21,1 por ciento en el Oriente Medio, en comparación con un promedio mundial del orden de 12,6 por ciento. En 2010, de 100 personas en edad de trabajar, ni siquiera la mitad tuvo acceso al mercado laboral.


Consciente de la gravedad de la situación para el desarrollo armonioso de los países de la zona, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) celebró una reunión dedicada a los desafíos en el mundo árabe, durante la cual se estudió una estrategia para la creación de “oportunidades de empleo decente” en Oriente Medio y el Norte de África.


El informe presentado por la Secretaría de la OIT señala que “los progresos significativos logrados por muchos países hacia el Objetivo de Desarrollo del Milenio” ocultan, sin embargo, discrepancias a nivel local. Los principales obstáculos son: la falta de infraestructuras, el acceso limitado a los servicios y la educación, así como la desigualdad en el acceso a las tecnologías de la información. Los países más desfavorecidos están atrapados dentro de un círculo vicioso: su situación obstaculiza las mejoras en la productividad y el rendimiento, sin dejar espacio para el aumento de los ingresos, lo cual agrava aún más sus debilidades.


Aparentemente, las principales razones del déficit de trabajo decente en los países del mundo árabe musulmán son: los servicios públicos de empleo con carencias crónicas de personal cualificado, la ausencia de un entorno favorable para la creación y desarrollo de pequeñas y medianas empresas, la migración no regulada, unas normas del trabajo insuficientes y la fragilidad del diálogo social. A pesar de los progresos en la educación, los niveles de productividad siguen siendo muy bajos. Ello se debe a que, con frecuencia, las escuelas, universidades, institutos de educación y formación profesional están egresando graduados que no tienen las calificaciones necesarias para ingresar en los mercados laborales competitivos.


Según el informe, la OIT está en una posición ideal para apoyar a los países árabes, colocando el trabajo decente y el empleo en el corazón de las estrategias socioeconómicas.


Las políticas de la OIT se centran en la promoción de oportunidades a través del incremento de la utilización de los recursos locales, las inversiones con alto coeficiente de empleo y las actividades relacionadas con la protección del medio ambiente.


Los programas destinados a promover el empleo juvenil, las políticas activas del mercado laboral y la iniciativa empresarial se están expandiendo en muchos países de la región. La OIT está buscando financiación adicional (alrededor de 90 millones de dólares) para la puesta en marcha de proyectos estatales en Argelia, Bahréin, Egipto, Jordania, Marruecos, Omán, Túnez y la República Árabe de Siria.


El apoyo al sector privado es otra de las prioridades de la Organización. En este caso concreto, se trata de elaborar programas específicos destinados a crear de puestos de trabajo para los jóvenes, promover el desarrollo de obras públicas con alto coeficiente de empleo, fomentar el diálogo social y consolidar el papel de las organizaciones sindicales.


Sin embargo, cabe preguntarse si la realización de esos objetivos no tropezará con las reticencias de los nuevos Gobiernos de corte islámico de Marruecos, Libia y Túnez, por no citar más que a unos cuantos.

jueves, 5 de enero de 2012

Las diez amenazas potenciales para el desarrollo de la economía en 2012


La comunidad financiera internacional acoge con innegable pesimismo en año entrante. Los malos presagios sobre el porvenir de la economía mundial, sobre la capacidad de los países industrializados de superar la crisis actual, se han convertido en el común denominador de los informes de riesgo elaborados a finales de 2011 por las entidades crediticias de primera fila. Sin embargo, las amenazas son muy distintas, según el color de los lentes con que se miran.


Nos ha llamado la atención el “decálogo” de peligros potenciales elaborado hace apenas unas semanas por los analistas del grupo japonés Nomura, principal instituto financiero del país del Sol naciente. En su estudio titulado “Global FX Outlook 2012”, los expertos nipones desglosan un sombrío panorama económico del planeta, que nos limitamos a reproducir a continuación.


Según los analistas de riesgos de Nomura, las diez amenazas geopolíticas para el desarrollo armonioso de la economía son:


- El posible derrumbe de la zona Euro, si Alemania y el Banco Central Europeo no adoptan medidas destinadas a proteger el sistema financiero de los 17 Estados que integran el Euro-espacio. En ese contexto, la flexibilidad de la postura germana constituye un factor clave para la supervivencia de la moneda común.
- El éxito o el fracaso de las autoridades estadounidenses a la hora de obtener la prórroga de los programas sociales destinados a los parados y de promover rebajas de impuestos. Ambos factores podrían incidir en el crecimiento del PIB.
- El impacto negativo de la llamada “primavera árabe” sobre la producción de crudo. La llegada al poder de Gobiernos de corte islámico y los disturbios registrados en las últimas semanas en algunos países de Oriente Medio permiten presagiar un período de inestabilidad política e, implícitamente, económica en los Estados productores de “oro negro”.
- La ralentización del crecimiento económico de China. Aunque las probabilidades de un descalabro parecen muy lejanas, tampoco hay que descartar una caída espectacular de los índices de desarrollo industrial del gigante asiático.
- Los cabios políticos en Corea del Norte y su posible impacto sobre las elecciones generales que tendrán lugar en Corea del Sur en diciembre de 2012.
- La posibilidad de que los radicales paquistaníes lleven a cabo atentados terroristas en la India.
- Cambios de orientación política de Taiwán tras las próximas elecciones presidenciales.
- Un endurecimiento de la política de Rusia con la más que probable llegada al poder de Vladimir Putin en los comicios del próximo mes de marzo.
- La radicalización de los enfrenamientos sociales en Tailandia.
- La caída del Gobierno de Malasia y la posible celebración de elecciones anticipadas.


Curiosamente, en la lista de amenazas potenciales de Nomura no aparecen otros asuntos clave, como por ejemplo, un posible (y aparentemente, deseado) enfrentamiento bélico entre Estados Unidos e Irán, el endurecimiento de la ya de por sí radical postura de Israel frente a los recientes cambios en el mundo árabe, el incremento de la tasa de paro y la reacción del movimiento de los “indignados” en los países industrializados, el auge de los nacionalismos en Occidente, el espectacular e inquietante avance del racismo y la xenofobia en muchos países europeos. Pero cabe suponer que a los japoneses esta problemática no les preocupa sobremanera.