Una encuesta elaborada hace más de tres lustros años por los politólogos de la Universidad de Harvard señalaba que la mayor preocupación, véase frustración de los pobladores del mundo árabe derivaba de las escasas cuando no inexistentes perspectivas de desarrollo profesional o de avances del bienestar social en los países de Oriente Medio y del Magreb. De hecho, este fue el detonante de las revueltas populares que sacudieron el mundo árabe-musulmán en los últimos 12 meses. Las sublevaciones fueron la consecuencia de una pobreza exacerbada, del desempleo, de las desigualdades y de la opresión, resultantes de un prolongado déficit de gobernanza democrática, de libertades fundamentales y de diálogo social.
En este contexto, cabe recordar que el desempleo juvenil ha sido y sigue siendo uno de los mayores desafíos de los gobernantes árabes. A pesar del crecimiento económico de los países de la región, no se crearon suficientes puestos de trabajo para absorber a las masas de jóvenes que ingresaban al mercado laboral o, cuando estos empleos existían, eran trabajos de baja calidad, desempeñados habitualmente por los trabajadores migrantes.
La tasa de desempleo entre la juventud árabe es la más elevada del mundo: 23,6 por ciento en África del Norte y 21,1 por ciento en el Oriente Medio, en comparación con un promedio mundial del orden de 12,6 por ciento. En 2010, de 100 personas en edad de trabajar, ni siquiera la mitad tuvo acceso al mercado laboral.
Consciente de la gravedad de la situación para el desarrollo armonioso de los países de la zona, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) celebró una reunión dedicada a los desafíos en el mundo árabe, durante la cual se estudió una estrategia para la creación de “oportunidades de empleo decente” en Oriente Medio y el Norte de África.
El informe presentado por la Secretaría de la OIT señala que “los progresos significativos logrados por muchos países hacia el Objetivo de Desarrollo del Milenio” ocultan, sin embargo, discrepancias a nivel local. Los principales obstáculos son: la falta de infraestructuras, el acceso limitado a los servicios y la educación, así como la desigualdad en el acceso a las tecnologías de la información. Los países más desfavorecidos están atrapados dentro de un círculo vicioso: su situación obstaculiza las mejoras en la productividad y el rendimiento, sin dejar espacio para el aumento de los ingresos, lo cual agrava aún más sus debilidades.
Aparentemente, las principales razones del déficit de trabajo decente en los países del mundo árabe musulmán son: los servicios públicos de empleo con carencias crónicas de personal cualificado, la ausencia de un entorno favorable para la creación y desarrollo de pequeñas y medianas empresas, la migración no regulada, unas normas del trabajo insuficientes y la fragilidad del diálogo social. A pesar de los progresos en la educación, los niveles de productividad siguen siendo muy bajos. Ello se debe a que, con frecuencia, las escuelas, universidades, institutos de educación y formación profesional están egresando graduados que no tienen las calificaciones necesarias para ingresar en los mercados laborales competitivos.
Según el informe, la OIT está en una posición ideal para apoyar a los países árabes, colocando el trabajo decente y el empleo en el corazón de las estrategias socioeconómicas.
Las políticas de la OIT se centran en la promoción de oportunidades a través del incremento de la utilización de los recursos locales, las inversiones con alto coeficiente de empleo y las actividades relacionadas con la protección del medio ambiente.
Los programas destinados a promover el empleo juvenil, las políticas activas del mercado laboral y la iniciativa empresarial se están expandiendo en muchos países de la región. La OIT está buscando financiación adicional (alrededor de 90 millones de dólares) para la puesta en marcha de proyectos estatales en Argelia, Bahréin, Egipto, Jordania, Marruecos, Omán, Túnez y la República Árabe de Siria.
El apoyo al sector privado es otra de las prioridades de la Organización. En este caso concreto, se trata de elaborar programas específicos destinados a crear de puestos de trabajo para los jóvenes, promover el desarrollo de obras públicas con alto coeficiente de empleo, fomentar el diálogo social y consolidar el papel de las organizaciones sindicales.
Sin embargo, cabe preguntarse si la realización de esos objetivos no tropezará con las reticencias de los nuevos Gobiernos de corte islámico de Marruecos, Libia y Túnez, por no citar más que a unos cuantos.
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