martes, 12 de diciembre de 2017

Arabia Saudita – Israel: “ya no somos enemigos”


Los saudíes invierten en empresas de alta tecnología israelí en la Bolsa de Nueva York. La sorprendente noticia, publicada a mediados de los años 90 del pasado siglo por un rotativo de Tel Aviv, provocó la ira de las autoridades de Riad, que se apresuraron en desmentirla, recordando sin embargo a los súbditos del reino wahabita la prohibición de comerciar con Israel decretada por la Liga Árabe. 
  
Pero no fue ésta la única filtración periodística relacionada con los intercambios comerciales entre los dos países, archienemigos desde la creación del Estado judío hasta el advenimiento de un rival común: la República Islámica de Irán. 

Arabia Saudita tuvo que suspender el boicot comercial a Israel en 2005, tras su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC), foro internacional de penaliza estas prácticas. Sin embargo, la prohibición oficial seguía vigente en 2006. 

Las siempre discretas relaciones económicas se multiplicaron en los últimos dos lustros. En 2015, Riad y Tel Aviv negociaron, a través de una empresa suiza, la compra de sistemas electrónicos de vigilancia. Huelga decir que Israel comercializó esos sistemas en otros países del Golfo Pérsico. Más espectacular fue la venta de drones de fabricación israelí al reino wahabita, una operación triangular realizada a través de… Sudáfrica, donde los aparatos se desmontaban completamente. El reensamblaje se efectuaba en suelo saudí. 

En junio de 2016, una delegación de catedráticos y hombres de negocios saudíes visitó Israel. Lideraba la misión el general retirado Anwar Ashki, fundador del Centro de Estudios Estratégicos y Jurídicos de Oriente Medio y personaje con mucho predicamento en la Corte. Ante el revuelo provocado por  la difusión de la noticia, los saudíes se apresuraron a poner los puntos sobre las “íes”. En una entrevista concedida a la televisión egipcia, el Ministro de Asuntos exteriores, Adel al-Jubeir, aseguró que Riad no tiene intención alguna de establecer relaciones con Tel Aviv si las autoridades hebreas se resisten a aceptar el plan de paz saudí de 2002.

Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente político, los primeros indicios del acercamiento entre los dos países se detectan tras la coronación, en 2015, del rey Salman y el vertiginoso ascenso en las esferas del poder de su hijo, Mohamed, heredero de la Corona.  Se rumorea que el príncipe efectuó una visita privada relámpago a Israel hace un par de años. Curiosamente, la información no ha sido confirmada por las autoridades hebreas ni desmentida por los saudíes.

Pero las relaciones secretas o, mejor dicho, discretas entre Tel Aviv y Riad se remontan a la última década del siglo pasado. En efecto, durante la primera Intifada, cuando los políticos y los estrategas hebreos buscaban una solución rápida al conflicto de los Santos Lugares, es decir, de la soberanía de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, se barajó la posibilidad de traspasar el control de los santos lugares musulmanes a la Corona wahabita, custodia de las Sagradas Mezquitas de Meca y Medina. Los saudíes rechazaron la propuesta, recordando que la protectora de la ciudad santa de Al Quds (Jerusalén) era la Casa Real hachemita, algo que los israelíes pretendían evitar ya que su objetivo era neutralizar o invalidar los lazos entre Amman y la comunidad palestina de Cisjordania. Un cálculo fácil de comprender, teniendo en cuenta que  más del 50 por ciento de la población de Jordania es de origen palestino. Cortar los lazos políticos y sentimentales entre las dos orillas del Jordán implicaba, pues, un mayor control sobre la población de Cisjordania.

Después de las llamadas “primaveras árabes”, los contactos entre Israel y los países del Golfo experimentaron un espectacular incremento. Ello se refleja en la presencia nada ostentosa de representaciones económicas y comerciales  de algunos regímenes árabes “moderados” en Tel Aviv.

El Estado judío no renunció a su estrategia de acercamiento a Arabia Saudita. Con el paso del tiempo, surgieron nuevos intereses convergentes. Al temor de los israelíes ante la posible militarización del programa nuclear iraní (la destrucción total de la “entidad sionista” sigue siendo uno de los objetivos prioritarios de la revolución islámica) se sumó la acentuación del conflicto entre las dos grandes corrientes del Islam – los chitas lo los sunitas – lideradas por el régimen de los ayatolás de Teherán y la dinastía saudí. Obviamente, tanto Tel Aviv como Riad tienen interés en derrotar, véase aplastar, a los iraníes.
 
La aproximación entre los antiguos rivales es cada vez más patente. Hay intercambios de información comercial, de datos relativos a la inteligencia militar en el conflicto de Siria. Se habla de connivencia a la hora de presentar iniciativas diplomáticas destinadas a limitar la reciente influencia iraní en Siria y en el Líbano, del deseo de ambos Gobiernos de neutralizar los contactos entre Teherán y los movimientos islamistas Hamás y Hezbollah. Recordemos que en la década de los 90, los servicios de inteligencia militar hebreos facilitaron los contactos de Hamas con Teherán, estimando que ello alejaría a los radicales palestinos del movimiento chiita Hezbollah, aparentemente más “peligroso” debido a la inmediatez geográfica. Un error de cálculo de Tel Aviv, ya que los iraníes delegaron las relaciones con Hamas en sus aliados libaneses.

Hace apenas unas semanas, un prestigioso medio de comunicación saudí publicaba una extensa entrevista con el Teniente General  Gadi Eizenkot, jefe del Estado Mayor del ejército hebreo, quien hizo especial hincapié en el deseo de Israel de intercambiar información con Arabia Saudita o cualquier otro país árabe “moderado” sobre asuntos de seguridad relacionados con el poderío militar de Irán. Un mensaje transparente, que recordaba la frase pronunciada en reiteradas ocasiones en los foros internacionales por políticos y miembros de la Casa Real saudí: “Ya no somos enemigos”. 

El enemigo común es… ¡Irán!