viernes, 12 de diciembre de 2014

Putin y los enemigos de antaño


Dos extraños y contradictorios mensajes de fin de año nos llamaron la atención en vísperas de las fiestas navideñas. El primero procede del Kremlin; el segundo, de la capital de Alemania.
Huelga decir que para la mayoría de los europeos, los protagonistas del 2014 fueron dos amables contrincantes: Vladímir Putin y Angela Merkel. Dos estadistas que encarnan, quieran o no, la nueva guerra fría. La guerra hibrida, para los expertos en polemiología, muy propensos a inventar neologismos adaptados a conflictos de toda índole. Para los polemiólogos, la anexión de Crimea y el conflicto interno de Ucrania forman parte de las llamadas guerras hibridas. Nada que ver, claro está, con la guerra de Vietnam, el conflicto israelo-árabe o la invasión de Irak por la alianza militar liderada por Washington. Las guerras hibridas molestan, pero… no inquietan. Al menos, de momento.

Pero volvamos al tema que nos ocupa: el intercambio de mensajes entre Oriente y Occidente. Quien abrió las hostilidades (verbales) fue Vladímir Putin en su discurso pronunciado ante las Cámaras del Parlamento ruso. Su análisis sorprendió a los observadores extranjeros. En Presidente habló del papel de Rusia en el mundo, haciendo hincapié en el poderío militar de su país  que sigue siendo la primera potencia nuclear del planeta. Es inútil hablar con Rusia desde posiciones de fuerza, señaló Putin, recordando a los “interesados” el final de la aventura bélica de Adolf Hitler. El mensaje iba dirigido, sin duda alguna, a los enemigos de antaño de Rusia, que tratan de levantar un nuevo telón de acero. ¿Los destinatarios de esa advertencia? Washington, Berlín y Bruselas. Aunque el Presidente ruso se apresura en añadir que a Moscú lo le interesa el deterioro de las relaciones con Occidente, no duda en tachar el escudo antimisiles desplegado por la OTAN en las regiones fronterizas con la antigua URSS de amenaza para toda la humanidad.

Al evaluar el impacto de las sanciones impuestas por Occidente a raíz de la crisis de Crimea y de la situación bélica que reina en Ucrania, el número uno del Kremlin afirma rotundamente que la coyuntura actual representa un estímulo para el desarrollo nacional de Rusia. Reconociendo el importante perjuicio a la economía de su país tanto a nivel de las relaciones comerciales con los socios europeos como para la estabilidad del rublo, Putin insiste sobre la necesidad de apostar por tecnología nacional, conservando a la vez la calidad de los productos nacionales, así como la relación calidad precio.

También recuerda las presiones ejercidas recientemente por Bruselas sobre algunos países balcánicos (Rumanía, Bulgaria) con miras a obstaculizar la construcción del gasoducto South Stream, variante alternativa de la actual conexión energética que atraviesa el territorio de Ucrania. Tras la renuncia de Bulgaria de autorizar las obras previstas por los acuerdos bilaterales, Moscú dirigió sus miradas hacia… Ankara. En efecto, Turquía se convertirá en el suministrador de gas natural ruso en la región Mediterránea. La reciente firma del acuerdo de cooperación energética entre Moscú y Ankara provocó la ira de Washington y de sus aliados europeos. Mas no será este el primer ni el único motivo de enfado. En este contexto, conviene señalar que algunos kremlinólogos occidentales (¡cielos! ¿Esa “secta” aún no ha desaparecido?) estiman que la política llevada a cabo por Occidente frente a Moscú es a la vez contraproducente y nociva. Nuestros políticos no comprenden a Rusia, afirman los estudiosos anglosajones. Decididamente, no.

Los políticos comprenden lo que quieren y, en la mayoría de los casos, sólo lo que les interesa. Hacer caso omiso de la argumentación del enemigo de antaño forma parte de la estrategia de este partido de ajedrez. Hace años, la propaganda oficial rusa advirtió sobre el peligro del revanchismo centroeuropeo. Se trataba, obviamente, de una alusión poco velada a… Alemania, la primera potencia industrial del Viejo Continente. Los rusos no olvidan los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Por su parte, la Canciller Merkel no tardó en censurar la postura del Kremlin que, según ella, obstaculiza la “normalización” de la relaciones de Ucrania y Georgia – candidatos al ingreso en la OTAN - así como de la República Moldova, con la UE. Moscú teme que Alemania sigue impertérrita su ofensiva hacia el Este y que el vocablo normalización es sinónimo de… anexión.  Algo que aún queda por ver. Aunque los pesimistas ya tienen su slógan: Guten Appetit, Frau Merkel! Buen provecho, señora Canciller…

viernes, 28 de noviembre de 2014

La guerra de Abjasia no tendrá lugar


Cuando Mijaíl Gorbachov se decantó, hace ya más de veinte años, por la disolución de la Unión Soviética, los ciudadanos soñaban con convertir a Rusia en la segunda América, en un país industrializado, fuerte y rico, capaz de competir con la primera potencia mundial. Ni que decir tiene que los políticos tenían otros designios. En el Kremlin se barajaba la posibilidad de mantener el poderío militar y económico de la madre Rusia, de conservar las prerrogativas de la gran potencia mundial abocada, al menos aparentemente, a la decadencia. En efecto, durante la década de los 90, muchos analistas occidentales apostaron por la total y completa desaparición del poderío ruso-soviético. Craso error; la madre Rusia estaba… descansando.

Mas los sueños se esfumaron en los últimos tiempos, cuando Moscú empezó a notar la creciente presión ejercida en sus fronteras por los países de la Alianza Atlántica. El resto es harto conocido: la anexión de Crimea, las manifestaciones (poco) espontáneas de la plaza Maidan de Kiev, la secesión de las provincias orientales de Ucrania, las sanciones impuestas por Occidente, la reciente decisión del Alto Mando de la OTAN de trasladar una brigada de blindados acantonada en Alemania a uno de los países de la primera línea de combate: Rumanía, Polonia o los Estados bálticos. Todo ello, en el pos de mantener la estabilidad del flanco oriental de la Alianza, amenazado por la presencia de tropas rusas en sus fronteras. Mientras los navíos de guerra estadounidenses penetraban en el Mar Negro, infringiendo los acuerdos negociados con Rusia en los años 90, el Kremlin se apresuraba a firmar un tratado de cooperación militar y económica con Abjasia, una provincia secesionista de Georgia situada en la orilla del Mar Negro. Abjasia, que proclamó la independencia en 1999,  sólo cuenta con el reconocimiento formal de Rusia, Nicaragua, Venezuela y Nauru. Según estipula el tratado, las tropas rusas estacionadas en Abjasia desde hace dos décadas, se fusionarán con las unidades del ejército abjasio, actuando bajo el mando de un oficial ruso. Si a ello se le suma la presencia de bases aéreas utilizadas por aviones militares rusos, se comprende el malestar provocado por la jugada de Putin en algunas capitales occidentales. De hecho, tanto la UE como la Alianza Atlántica condenaron el acuerdo que, según su criterio, atenta a la soberanía y la integridad territorial de Georgia, país que - junto con Ucrania - solicita el ingreso en la OTAN.  

Si bien Rusia logró neutralizar en su momento los designios de la Alianza, los occidentales no parecen dispuestos a tirar la toalla. La Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad, Federica Mogherini, acusa a Moscú de poner en peligro la seguridad regional. Por su parte, el secretario general de la OTAN, Jens Stlotenberg, considera que el Kremlin infringe los principios de legalidad internacional, haciendo caso omiso de los compromisos adquiridos por la Federación Rusa. Los medios de comunicación de Europa Oriental se suman a la ofensiva ideológica, haciendo hincapié en el deseo de Putin de reforzar la  presencia rusa en el Mar Negro. En realidad, el documento firmado por Vladimir Putin y su homólogo abjasio Raúl Hajhimba (otro antiguo agente de la KGB), contempla el incremento de la ayuda económica rusa a Abjasia. La cifra barajada es de… 160 millones de euros. 

Pero el problema es más complejo: mientras la OTAN avanza con pasos agigantados hacia los confines de la Federación Rusa, el Kremlin no parece tener derecho a adoptar las medidas estratégicas que considera oportunas.  En este contexto, conviene señalar que el Presidente de la Duma de Estado (Cámara Baja del Parlamento ruso), Serguei Naryshkin, instó esta semana a los países europeos a… contemplar la expulsión a los Estados Unidos de la Alianza Atlántica. El político ruso afirmó, tal vez en clave de humor, que tras la exclusión de Washington, la seguridad y estabilidad regionales volverán a los niveles anteriores a la crisis de Ucrania. 

La ironía de Naryshkin difícilmente puede ocultar la preocupación del Kremlin por los continuos avances de la Eurogermania de Merkel hacia los feudos moscovitas. Cabe preguntarse si la Canciller cuenta con incluir a la República Moldova entre sus trofeos de caza.


Si Abjasia estuviera situada en el estanco de la Casa Blanca, Putin sería, sin duda alguna, un… peligro para Occidente. Pero de momento, el Mar Negro está ubicado en la encrucijada entre Asia y Europa, entre Oriente y Occidente. 

martes, 25 de noviembre de 2014

¿Quién armó al Estado Islámico?


Hace apenas unos días, un alto cargo de la Administración pública española sugirió que no había que utilizar la denominación de Estado Islámico para designar al grupúsculo  que aterroriza a las poblaciones del Mashrek. Al parecer, ello implica sobreestimar a la banda terrorista.  Con ello, el problema de la amenaza radical quedaría resuelto. ¡Qué fácil y brillante solución!

A finales de 2001, cuando la intervención aliada en Afganistán parecía haber acabado con Al Qaeda, el entonces cabecilla de la agrupación radical, Osama Bin Laden, lanzó la advertencia: volveremos dentro de una década. Para los analistas, se trataba de un plazo razonable para recomponer la estructura de la organización, ampliar las redes existentes a los países del Magreb y resucitar las células durmientes de Occidente. Los titubeos de los Gobiernos occidentales facilitaron la tarea de los sucesores del emir saudí.

En efecto, dos países que no contaban con movimientos radicales islámicos en su territorio, Irak y Siria, se vieron involucrados en la nueva etapa del conflicto entre Oriente y Occidente. La violenta persecución de supuestos radicales islámicos en Irak durante la ocupación militar estadounidense generó un movimiento de rechazo entre las tribus propensas a defender las prerrogativas de la época de Saddam Hussein. En Siria, país laico sometido a la férrea dictadura del clan El Assad, la guerra civil fomentada por potencias extra regionales, trajo consigo a yihadistas de distintas corrientes islámicas, dispuestos a conquistar las tierras del califato de Damasco para convertirlas en el embrión de un emblemático califato mundial.  Aunque los combatientes del Islam contaran con apoyo económico y estratégico saudí, qatarí y… estadounidense, a la hora de la verdad nadie asumía la paternidad de esos movimientos fanáticos.

Las cosas empezaron a torcerse cuando uno de los grupos radicales, el llamado Estado Islámico de Irak y Levante (ISIS), logró adueñarse de los yacimientos petrolíferos de Siria. Curiosamente, los politólogos estadounidenses no centraron su interés en las repercusiones económicas de esa conquista, limitándose a analizar los aspectos meramente estratégicos de la ofensiva llevada a cabo por ISIS. Sin embargo, el Estado Islámico empezó a comercializar – con la ayuda de intermediarios saudíes y turcos y a precios muy competitivos – el oro negro sirio.  Lo mismo sucedió unos meses más tarde, cuando los yihadistas llegaron a controlar las instalaciones petrolíferas del Kurdistán iraquí. Pero en este caso concreto, sus éxitos militares afectaban los intereses directos de las grandes compañías estadounidenses. La Casa Blanca decidió tomar cartas en el asunto; la Presidente Obama ordenó el regreso de los militares norteamericanos a Irak. Esta vez, utilizando la cobertura de expertos en materia de defensa: el Presidente había ordenado la retirada de las tropas del suelo iraquí…

Cabe suponer que para contrarrestar la ofensiva del Estado Islámico, el actual inquilino de la Casa Blanca se verá obligado a revisar su política. William Kristol, afamado comentarista estadounidense, estima que el Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos tratará de imponer - en un plazo de seis a ocho meses - la presencia militar americana en la zona. Lejos quedan los sueños pacifistas del Barack Hussein Obama.

El Estado Islámico se ha convertido en un temible enemigo. Actualmente, cuanta con unos efectivos de 30 a 50.000 hombres, entre los cuales se encuentra un elevado porcentaje de voluntarios extranjeros. No se trata sólo de jóvenes musulmanes criados en Occidente, sino también de conversos europeos, norteamericanos, rusos y chinos. Una mezcla explosiva a la que se suma otro ingrediente: los pertrechos del grupo terrorista.

Según un informe elaborado por expertos de las Naciones Unidas, el Estado Islámico cuenta con 250 vehículos militares ligeros, camiones y carros de combate sustraídos en los últimos años al emergente ejército iraquí o requisados en las bases militares sirias. A los tanques de fabricación rusa y norteamericana se suman las ametralladoras, misiles y lanzagranadas, piezas de artillería antiaérea así como una cantidad ingente de municiones.

Estiman los expertos que esos arsenales suponen un peligro potencial para la totalidad de  los Estados de la región, ya que el ISIS tiene la capacidad de proseguir el combate durante un período de seis meses a dos años, aún sin contar con los ingresos procedentes de la venta de crudo.

Cabe preguntarse, pues, si los trágicos acontecimientos del  11 – S no fueron un simple preludio para el conflicto que se avecina: la gran confrontación entre el Islam y la Cristiandad.

viernes, 7 de noviembre de 2014

El sueño de la "señora Europa"


“Mi objetivo es tener un Estado palestino”. Con esas palabras se estrenó la nueva Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Federica Mongherini, socialdemócrata italiana que ostentó durante unos meses el cargo de jefa de la diplomacia de su país.

Esa politóloga de 41 años de edad tiene la nada desdeñable tarea de coordinar la política exterior de los 28 miembros de la Unión, lograr que Europa llegue a adoptar medidas comunes y concertadas, que la UE hable con una sola voz en los foros internacionales. Algo que parecía difícil, cuando no imposible, durante el mandato de su antecesora, la baronesa británica Catherine Ashton, una burócrata sin conocimiento alguno de los entresijos de la diplomacia. Ashton limitó su actuación a los Balcanes, apuntándose el éxito del acuerdo sobre la normalización de las relaciones entre Serbia y el enclave secesionista de Kosovo. También desempeñó un papel importante en la preparación del convenio sobre la supervisión del programa nuclear iraní, negociado por las grandes potencias – Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido, China y Alemania. Pero la baronesa trató de obviar la delicada situación de Oriente Medio – conflicto israelo-árabe, la dramática situación de los pobladores de Palestina, las repercusiones de las llamadas primaveras árabes para la estabilidad en el Mediterráneo. Ficticia o real, su incapacidad de abordar los problemas de la cuenca meridional del Mare Nostrum ha convertido a Europa, primer socio comercial y primer donante en la región, en mero espectador. Y ello, en un momento en que tres potencias regionales de corte islámico – Arabia Saudita, Irán y Turquía – se disputan el liderazgo geoestratégico en la zona.

Federica Mongherini decidió realizar su primer viaje oficial a Israel y Palestina. La nueva Alta Representante confía en que antes del final de su mandato, en 2019, Palestina sea un Estado; un Estado reconocido por la totalidad de los países de la Unión. Si bien es cierto que algunos de los miembros, como por ejemplo Bulgaria, Chequia, Chipre, Hungría,  Malta, Polonia y Rumanía reconocieron el Estado palestino antes de su incorporación al club de Bruselas, conviene señalar que en los últimos años, y más concretamente después del operativo bélico llevado a cabo por Israel en la Franja de Gaza en 2012, los socios  comunitarios optaron por un endurecimiento de su postura frente a las autoridades de Tel Aviv. En la declaración conjunta de los miembros de la UE publicada al término de la ofensiva contra Gaza, se subraya por vez primera la necesidad de contar con dos Estados – Palestina e Israel – y se condena, por ilegal la política de colonización de los territorios ocupados.

Los cambios registrados en la percepción comunitaria, tanto a nivel de la clase política como de la opinión pública, coinciden con el fracaso sistemático de las consultas de paz patrocinadas por los Estados Unidos. Mientras las iniciativas estadounidenses llevan de antemano su certificado de defunción, los operativos bélicos del Gobierno israelí y la colonización permanente y sistemática de Cisjordania y Jerusalén se convierten en respuestas habituales a las innumerables propuestas de paz o diálogo ideadas por la diplomacia estadounidense.

La pasada semana, el nuevo Gobierno sueco provocó una auténtica tormenta al reconocer unilateralmente a Palestina. Se trata de una verdadera primicia, puesto que la postura oficial (y ambigua) de Bruselas se escuda en la socorrida frase buscar una solución pactada que facilite la creación de un Estado palestino junto al israelí.  Pocas horas después de la escandalosa decisión de Suecia, los parlamentarios ingleses exigieron al primer ministro David Cameron que reconozca el Estado palestino. Lo mismo sucedió en el Senado de la República de Irlanda.


Actualmente,  el Estado judío cuenta con defensores en el seno de la UE. Se trata de los Países Bajos, Dinamarca y Alemania, que apoyan (casi) incondicionalmente la política llevada a cabo por las autoridades de Tel Aviv. La postura de Francia, Inglaterra y España parece más… ambigua. Las dos grandes potencias coloniales del siglo XX procuran ocultar sus verdaderos designios. España, por su parte, sigue a la zaga de…

viernes, 31 de octubre de 2014

¿Quién manda en Europa?


El pasado fin de semana, los gobernantes del primer mundo dieron un gran suspiro de alivio al comprobar que la candidatura proeuropea se alzó con la victoria en la elecciones generales celebradas en Ucrania. En realidad, si se analiza el perfil de los candidatos, deberíamos hablar de una candidatura… pronorteamericana. No cabe la menor duda de que los actuales dueños y señores de Kiev nos deparan nuevas sorpresas.

Sin embargo, no todas las noticias procedentes de Europa oriental son del agrado de la clase política europea o estadounidense. Algunos de los países que hace un cuarto de siglo se independizaron de la tutela de Moscú dirigen sus miradas hacia el Kremlin, alabando a veces la actuación del equipo que dirige los destinos de la Madre Rusia. Detalle interesante: se trata de Estados que pertenecen tanto a la Unión Europea como a… ¡la OTAN! Algo inimaginable en aquellos años de euforia generalizada, cuando los políticos occidentales pensaban acabar en menos de una década con las férreas estructuras del mal llamado campo socialista.

La transición a la economía de mercado se hizo a pasos agigantados, sin tener en cuenta los posibles efectos negativos de los cambios sociales y estructurales. Los pobladores del Este europeo, que se habían acostumbrado al paternalismo del Estado, descubrieron la cara más feroz del capitalismo salvaje. Un encuentro que no resultó ser del agrado de muchos supervivientes de la anterior etapa, que suplía la falta de libertades con… empleos para el conjunto de los habitantes.

El camino hacia la democracia facilitó, sin embargo, la aparición de movimientos extremistas de todo signo. Curiosamente, los gobernantes occidentales no prestaron atención al resurgir de las agrup
aciones de extrema derecha, cuyos slogans e ideología recordaban los años pardos del nacional socialismo y el fascismo.  Los politólogos solían aludir a la famosa teoría del péndulo: después de los regímenes de extrema izquierda (¿izquierda?), tocaba la resurrección de la derecha. Al igual que en algunos países de Europa occidental, donde el fracaso de las instituciones democráticas dio pie a la tentación totalitaria.

Pero las cosas cambian cuando algunos gobernantes del Este europeo empiezan a hablar con nostalgia de la época del dominio soviético. Hace apenas una semana, el “Washington Post” lanzó una advertencia a la Administración Obama: ¡cuidado! los nuevos aliados centroeuropeos coquetean con Moscú. Ejemplos concretos: el Primer Ministro húngaro, Viktor Orban, no duda en calificar a Vladimir Putin de ejemplo político. Por su parte, el Primer Ministro de Eslovaquia compara el posible despliegue de tropas de la OTAN en Europa Central con… la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia en 1968. El ministro de defensa de Chequia considera, por su parte, que las sanciones económicas impuestas por Occidente a Rusia son a la vez inviables e ineficaces.
Serbia, candidata al ingreso en la Unión Europea a la vez que baluarte del paneslavismo, invitó al presidente ruso a la conmemoración  del 70 aniversario de la liberación de Belgrado por el… Ejército Rojo.
Los Parlamentos de Hungría y Bulgaria han modificado la normativa legal en materia de energía para facilitar el tránsito del gasoducto ruso South Stream por su territorio sin tener que contar con el beneplácito de Bruselas. Rumanía teme la excesiva presencia de empresas petroleras rusas en su suelo. Hace unos meses, los rusos anunciaron que tenían intención de marcharse; mero subterfugio para afianzarse en el mercado rumano.

Ese estado de cosas provocó una reacción muy airada  de la Administración norteamericana. En efecto, la subsecretaria de Estado para Asuntos Euroasiáticos,  Victoria Nuland, criticó públicamente a los líderes de Europa central, acusándoles de aprovecharse de las ventajas de su pertenencia a la UE y la OTAN, haciendo caso omiso de los valores democráticos, avalando al mismo tiempo la corrupción e entorpeciendo la buena marcha de la justicia. En el caso concreto de Hungría, Washington adoptó una medida espectacular, elaborando una lista negra de oficiales que no podrán pisar el suelo norteamericano. Se trata de una decisión sin precedentes, ya que las medidas de esta índole no se han aplicado hasta ahora a ciudadanos de la Unión Europea.  En mensaje de Washington es contundente: si el Primer Ministro Orban no cambia su manera de pensar, ¡qué se marche! 
 
Subsiste el interrogante: ¿quién manda en Europa?       

viernes, 24 de octubre de 2014

Turquía: ¿un aliado "infiel"?


El Pentágono y la CIA estudian con detenimiento las circunstancias en las que parte de la ayuda enviada a los combatientes kurdos de Kobané cayó en manos de los yihadistas del Estado Islámico (IE). Aparentemente, se trata de una remesa de armas, municiones y medicinas lanzada en paracaídas por la aviación militar estadounidense. La noticia causó cierto estupor en los medios periodísticos. Pero los estrategas y los politólogos achacan ese lamentable error al empecinamiento de la Administración Obama de no permitir una intervención terrestre en Siria e Irak. El actual inquilino de la  Casa Blanca quiere permanecer fiel a sus principios; unas normas de conducta que poco o nada tienen que ver con las leyes de la guerra.

La decisión del Presidente Obama de limitar la ofensiva global contra los radicales del Estado Islámico a simples ataques aéreos ha sido criticada en reiteradas ocasiones por la plana mayor del ejército norteamericano. A las quejas de los generales, partidarios de una contundente acción basada ante todo en la presencia de unidades de infantería en el escenario del conflicto, se suman las voces discordantes de algunos gobernantes europeos, dispuestos a recurrir, una vez más, a la política de la cañonera ideada por las potencias coloniales. Pero a Obama no le gusta la idea de volver a mandar a los boys a Oriente Medio. Demasiado complicado, demasiado peligroso para la credibilidad de quienes potenciaron las llamadas primaveras árabes.

Huelga decir que la guerra de Obama no parece levantar pasiones. Un análisis publicado recientemente por el Departamento de Estado norteamericano señala que no todos los países que conforman la coalición global que combate al EI se han comprometido a llevar a cabo acciones concretas contra la agrupación radical islámica. De hecho, 17 de los 60 miembros de la alianza se han limitado a manifestar sólo de palabra su apoyo a la guerra sin cuartel contra el Estado Islámico. Se trata en la mayoría de los casos de Estados de Europa oriental recién integrados en la OTAN o de candidatos al ingreso en la UE.

Además, la guerra de Obama puso de manifiesto las diferencias, cada vez más profundas, entre Norteamérica y su principal aliado musulmán en la zona: Turquía. El país otomano se enorgullece de ser uno de los miembros fundadores de la Alianza Atlántica. Sin embargo, las autoridades de Ankara no parecen propensas a avalar todas y cada una de las pautas establecidas por Washington. En 2003, durante la invasión de Irak, el Gobierno de Recep Tayiep Erdogan se negó a autorizar el tránsito de las tropas occidentales que se dirigían al país vecino. Ya en aquél entonces, Ankara alegó la desconfianza de los turcos hacia la política de Norteamérica, país que se estaba convirtiendo, según ellos, en el enemigo potencial de los musulmanes.

En el caso del Estado Islámico, las autoridades optaron por supeditar la participación turca en la ofensiva contra los yihadistas a la decisión de Occidente de combatir paralelamente el régimen de Bashar al Assad. De hecho, Erdogan se negó a apoyar a los kurdos de Kobané mientras Washington y Bruselas no tomaron cartas en los esfuerzos encaminados a derrocar al dictador sirio. Pero el día en que Bruselas anunció la adopción de una serie de sanciones contra Damasco (¿más sanciones?) y Washington dejó constancia de su determinación de no variar su postura hacia el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), considerado por Occidente una organización terrorista, Erdogan accedió a dar luz verde a los operativos de rescate de Kobané.

Aun así, las relaciones entre Washington y Ankara  siguen siendo tensas. El Presidente turco aprovecha sus comparecencias televisivas para arremeter contra los nuevos Lawrence de Arabia, es decir, contra los occidentales que, bajo una piel de cordero, tratan de perjudicar los intereses de los musulmanes. Lawrence, recuerda Erdogan, fue un espía ingles disfrazado de árabe. Mas los nuevos Lawrence se disfrazan de periodistas, religiosos, escritores y terroristas.  En resumidas cuentas, son gente de poco fiar.


Huelga decir que la desconfianza es mutua. En las últimas semanas, Washington llegó a dudar de la fidelidad de los turcos; Turquía, de la sinceridad de su gran aliado transatlántico. Aunque hoy por hoy, el divorcio o la separación parecen inconcebibles. 

viernes, 17 de octubre de 2014

El Estado 194


Sucedió hace más de un cuarto de siglo; el 15 de noviembre de 1988. Desde la ventana de mi morada de Jerusalén, contemplaba las murallas de la Ciudad Vieja, las casitas del silencioso y mortecino vecindario árabe. El viejo radiorreceptor sintonizaba una emisora extranjera: Radio Argel. De pronto, oímos la voz de Yasser Arafat, anunciando solemnemente: “…proclamamos hoy la creación del Estado Palestino en los territorios de Cisjordania y Gaza…” Media docena de cohetes blancos iluminaron el cielo de la Ciudad Tres Veces Santa. No, no hubo festejos en los barrios árabes de Jerusalén; la ciudad estaba sitiada. Un millar de policías y soldados velaban por el mantenimiento del orden público.

Unas semanas antes de la solemne proclamación de la capital argelina, el entonces Primer Ministro israelí, Itzak Shamir, no dudó en poner los puntos sobre las “íes”: There will never be a Palestinian state” (No habrá jamás un Estado palestino). Sus sucesores, Sharon,  Barak, Olmert y Netanyahu, permanecieron fieles a la “profecía” del adalid del Likud.

Sería sumamente difícil, cuando no presuntuoso, tratar de resumir en unas líneas esos 25 años de desencuentros, de errores políticos y fracasos diplomáticos, de levantamientos populares (intifadas) y operaciones militares, de la quimérica “luz al final del túnel” y las tinieblas que acompañaban a los ángeles de la muerte. Pero, ¿sería inútil recordar el sufrimiento, el dolor, la desesperación de quienes desconocen la paz, el amor al prójimo, la tolerancia? Desde 1948, palestinos e israelíes han sido condenados a vivir en un estado de guerra permanente. Los políticos encuentran siempre “pegas” para hacer las paces. Los pueblos…

La última ofensiva israelí contra la Franja de Gaza, tercera en seis años, arrojó un saldo de 1.500 civiles muertos, 110.000 palestinos desplazados, 26 colegios destruidos, 3 hospitales cerrados. Actualmente, unos 450.000 gazatíes no tienen acceso a agua corriente. Según las primeras estimaciones de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y de la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados de Palestina (UNWRA), los daños materiales ascienden a unos 8.000 millones de dólares. La conferencias de donantes celebrada el pasado fin de semana en El Cairo, finalizó con la promesa de entregar a la ANP la cantidad de 4.275 millones. Sin embargo, las contribuciones anunciadas por los participantes apenas ascendieron a unos… 2.000 millones de dólares. 
Estados Unidos se comprometen a aportar 212 millones de dólares (la ayuda económica y militar destinada a Israel asciende anualmente a alrededor de 2.000 millones), la Unión Europea donará 450 millones de euros, el emirato de Qatar prometió 790 millones de euros y Arabia Saudita, unos 400 millones. Recordemos que la conferencia fue copatrocinada por los Gobiernos de Egipto y… de Noruega.

A comienzos del mes de octubre, el nuevo Gobierno sueco sorprendió a sus socios comunitarios reconociendo “unilateralmente” la existencia del Estado palestino. La iniciativa provocó la ira de las autoridades de Tel Aviv, acostumbradas a controlar los movimientos diplomáticos del Viejo Continente, causando también un innegable malestar en Washington y en Bruselas. El Departamento de Estado norteamericano se limitó a recordar a los suecos que las naciones occidentales se habían comprometido a  llevar a cabo una política consensuada, que implicaba el no reconocimiento de Palestina antes de la (cada vez más) hipotética firma de un acuerdo de paz entre Israel y sus vecinos de los territorios ocupados. A su vez, la Comisión Europea lamentó el gesto poco solidario de las autoridades de Estocolmo, que habían caso omiso de la disciplina existente (impuesta) en el seno de la Unión. Conviene señalar, sin embargo, que otros Estados miembros de la UE – Eslovaquia, Hungría y Polonia – reconocieron el Estado palestino antes de adherirse al club de Bruselas.

Huelga decir que los temores de los “poderes fácticos” del planeta no carecen de fundamento. Contagiado por la valentía de los suecos, el Parlamento británico aprobó esta semana una resolución instando al Gobierno de su Graciosa Majestad a reconocer a Palestina. La iniciativa fue apoyada por 274 diputados y rechazada por... 12.


Queda por ver si esta oleada de desobediencia/hartazgo de los europeos encontrará su debido eco en las deliberaciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. En este caso, Palestina podría convertirse de aquí a finales del año, en el… Estado miembro número 194 de la ONU. 

jueves, 9 de octubre de 2014

Kurdos


Hay naciones sin Estado, cuya supervivencia depende de los caprichos o los intereses directos de los grandes de este mundo. Los kurdos, que viven a caballo entre cuatro países – Irán, Turquía, Irak y Siria – han sido sometidos a lo largo de la historia a las presiones o la represión política de los Estados cuyo territorio comparten. Discriminados en Irán, reprimidos en Turquía, tolerados por el Partido Baas iraquí, esquivados por el régimen laico de Damasco, fueron considerados siempre el cuerpo extraño  que altera la unidad de la nación. Sin embargo, en la mayoría de los casos los ciudadanos de origen kurdo permanecieron leales a las instituciones estatales. No fue este el caso de Turquía, donde los enfrentamientos entre la guerrilla marxista del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) y el Gobierno de Ankara, iniciado en la década de los 80, arroja un saldo de 40.000 muertos.  Kurdos y turcos se acusan mutuamente de las matanzas. Los hasta ahora tímidos intentos de dialogo, destinados a negociar el final del conflicto, tropiezan estos días con el aparente inmovilismo de Ankara a la hora de apoyar militarmente a los milicianos kurdos que defienden la ciudad fronteriza siria de Kobané, sitiada desde hace tres semanas por los efectivos del Estado Islámico.

La postura del Gobierno turco, poco propenso a sumarse a los esfuerzos bélicos de la coalición liderada por el Presidente Obama, generó serios roces entre Washington y Ankara. Mientras la Administración estadounidense exige la intervención de la artillería turca, ubicada a un kilómetro de la ciudad, Turquía reclama la creación de una zona de seguridad, destinada a “proteger” a las decenas de miles de refugiados que tratan de cruzar la frontera del país otomano.  Aparentemente, se trata de un mero problema jurídico, que podría solucionarse en menos de 24 horas. Pero hay más; mucho más…

Por una parte, las autoridades de Ankara temen que el apoyo a los milicianos kurdos de Siria podría desencadenar una oleada de protestas entre los familiares de las víctimas del conflicto interno. No se trata, reconozcámoslo, de una simple coartada. La cuestión kurda sigue levantando ampollas en el país otomano. Mas a ello se suma otro factor: el deseo jamás oculto de los gobernantes turcos de aprovechar la ofensiva armada de los occidentales para acabar con su archienemigo: el Presidente sirio Bashar el Assad.

De hecho, durante las conversaciones con Salih Muslim, vicepresidente del Partido de Unión Democrática de Siria, agrupación política creada por la minoría kurda, Ankara supeditó la ayuda turca a tres condiciones sine qua non: que la Unión Democrática rompa sus relaciones con el PKK, retire su apoyo al Presidente Al Assad y se comprometa a abandonar los proyectos independentistas o autonomistas. Exigencias éstas que los kurdos acogieron con suma cautela. 

Ante la presencia de más de 9.000 combatientes del Estado Islámico en los suburbios de Kobané, los milicianos kurdos reclaman una acción terrestre de la coalición liderada por Obama. En eso, coinciden con Turquía, cuyos estrategas aseguran que los bombardeos aéreos no garantizan la superioridad de la alianza.

Hay otro factor que irrita sobremanera a los turcos; lo que Ankara llama el favoritismo de Occidente. De hecho, los kurdos fueron, según los otomanos, los principales beneficiarios de la regionalización del conflicto de Oriente Medio. Un ejemplo: la región autónoma del Kurdistán iraquí, que Norteamérica e Israel convirtieron en una especie de Estado tampón entre el fanatismo chiita y el mal llamado belicismo turco. De hecho, Turquía tuvo que ceder ante las presiones de Washington, limitando al mínimo indispensable los operativos de castigo contra la guerrilla del PKK, que había encontrado refugio en las montañas de Irak.

Detalle interesante: esa misma regionalización opone los kurdos a los combatientes del Estado Islámico. En ambos casos, lo que se pretende es acabar con las fronteras artificiales diseñadas en 1916 por las potencias coloniales de la época: Francia y el Reino Unido.  

En resumidas cuentas, lo que se está jugando en Kobané es el provenir de dos opciones geoestratégicas: el autodenominado Califato de Oriente Medio y el hipotético futuro Estado nacional kurdo. Dos espejismos que se contemplan en la  misma luna, que combaten encarnizadamente por el control del mismo territorio.


Turquía tiene, pues, buenas razones para desconfiar. De ambos…

jueves, 2 de octubre de 2014

Estado Islámico: cuando la historia se repite


El Presidente Obama reconoció públicamente hace unos días que los servicios de inteligencia estadounidenses habían subestimado el potencial bélico del llamado Estado Islámico, la agrupación radical musulmana que siembra el terror en Siria y en Irak. Un movimiento que, dicho sea de paso, cuenta con más de 11.000 voluntarios extranjeros, entre los que se halla más de un centenar de ciudadanos norteamericanos.

Detalle interesante: antes de los atentados del 11 – S, la inteligencia estadounidense había subestimado el peligro potencial encarnado por Al Qaeda y los adláteres de Osama Bin Laden. Sin embargo, los americanos conocían perfectamente al saudí, quien había colaborado con Washington a través de la todopoderosa central de espionaje del reino wahabita. El cerebro de Al Qaeda se relacionaba – directa o indirectamente – con la CIA norteamericana, impulsora de la lucha de la tribus afganas contra la ocupación del país por las tropas soviéticas. Pero al término de la misión, Osama se convirtió en el enemigo público número uno de Norteamérica. Un enemigo que actuó libremente hasta el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York, símbolos del poderío estadounidense.  

Algo muy parecido está ocurriendo esos días con Emirato Islámico en Irak y el Levante (ISIS), que la maquinaria de propaganda occidental no dudó en tildar de Estado Islámico.  Las palabras podrían generar pánico; es lo que se pretende.  

Pero, ¿Quiénes son esos sanguinarios yihadistas, incapaces de derrocar el régimen autocrático de Bashar al Assad? ¿Qué hay detrás del génesis del Emirato Islámico? En resumidas cuantas: ¿Quiénes son los padres o los padrinos de la diabólica criatura?

Curiosamente, la agrupación encuentra sus raíces en al Qaeda en Irak, un movimiento violento que no luchaba contra el ocupante estadounidense, sino… contra las facciones chiitas iraquíes. Un combate en el que Washington no quiere inmiscuirse, calificando el conflicto de enfrentamiento sectario.

El caudillo del ISIS, Abu Bakr el Baghdadi, aseguraba hace unas semanas, que el Emirato contaba con apenas… ¡200 combatientes! de nacionalidad iraquí. Sin embargo, numerosas fuentes árabes coinciden en que el Estado Islámico tiene alrededor de 250.000 efectivos; un dato nada desdeñable.
Estiman los politólogos occidentales que los promotores y patrocinadores del Emirato fueron dos países árabes conservadores: Qatar y Arabia Saudita. Dos naciones “amigas” de Washington, al menos aparentemente. Qatar, el “socio capitalista” del ISIS, aunque también de Hamas y otros movimientos armados de Oriente Medio, se ha convertido en la plataforma político-financiera del islamismo radical. Los qataríes apoyaron también al depuesto presidente egipcio, Mohammed Mursi, vinculado a la fraternidad de los Hermanos Musulmanes, primer movimiento islámico abiertamente antioccidental que surge en  el siglo XX. La injerencia qatarí en la guerra civil  de Siria es un secreto a voces. El régimen laico de los El Assad molesta a los jeques del Golfo Pérsico, más propensos a tolerar las “dichas” del Islam tradicional. Y como a Qatar le sobra el dinero proveniente de las ventas de petróleo y de gas natural…

Arabia Saudita, el segundo valedor del ISIS, retoma el papel que había desempañado durante la creación y el afianzamiento de Al Qaeda. Al apoyo logístico -algunos de los yihadistas fueron entrenados en suelo saudí- se suma el suministro de armas y equipo electrónico provenientes de Estados Unidos, Europa occidental y… Rusia. La Casa Real wahabita impone una sola condición: que los yihadistas no actúen en Arabia Saudita. Lo mismo que se le exigió en su momento a Al Qaeda. Recordemos que las (pocas) ovejas negras fueron abatidas a sangre fría por las fuerzas de seguridad del reino.

Durante años, las principales fuentes de ingresos del Estado Islámico procedían de los rescates, los atracos y los impuestos aplicables a la población de los territorios contralados por el movimiento radical. Sin embargo, actualmente el ISIS controla los campos petrolíferos y los yacimientos de gas natural de Raqa  y  Deir Ez-Zor (Siria) y Mosul (Irak). Se calcula que los ingresos por la venta del  “oro negro” ascienden a 3,2  millones de dólares diarios o, si se prefiere, unos 1.200 millones anuales. El subestimado enemigo de la Casa Blanca se ha convertido, pues, en una auténtica potencia económica.   

Pero hay más: Rusia y China, países que cuentan con importantes comunidades musulmanas, empiezan a temer el posible contagio de ISIS.


En resumidas cuentas: nadie se opone a la aniquilación del Estado Islámico. Los padres de la criatura y las víctimas potenciales se unen ante un enemigo común: el Islam. Y la guerra sigue…

jueves, 25 de septiembre de 2014

Obama: si vis pacem...


El Presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, sorprendió a propios y extraños al afirmar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas que  “…este es el mejor momento de la historia humana”. El mejor momento para nacer, recalcó el actual inquilino de la Casa Blanca, en un acalorado discurso en el que defendió el papel de los Estados Unidos, potencia que promueve “la paz y la estabilidad” a nivel planetario.

¿Paz y estabilidad? Si algo se parece a una guerra, es el gigantesco operativo “pacificador” del Nobel Barack Obama. Los ataques aéreos contra los radicales del Estado Islámico, llevados a cabo con el apoyo de Arabia Saudita, Emiratos Unidos, Jordania y Bahréin, requieren una intervención terrestre. Curiosamente, ningún país occidental parece dispuesto a mandar tropas a la zona. ¿Serán los gobernantes árabes los artífices de la victoria final contra el EI, los verdugos de esos desalmados terroristas?  No hay que olvidar que algunos regímenes “prooccidentales” de la región avalaron la creación de agrupaciones radicales islámicas – Al Qaeda, Estado Islámico, el Frente Al Nusra – financiando, entrenando y armando a los rebeldes.  La vocación de Arabia Saudita no es de combatir el Islam, sino de velar por su expansión en el mundo.

Si algo se parece a una guerra, es la inestabilidad de Oriente Medio. A la crisis política de Irak, fomentada por los partidarios del enfrentamiento entre chiitas y sunitas, se suma la guerra civil de Siria, desencadenada por quienes deseaban acabar con el régimen autoritario de Bashar el Assad. Mas la primavera árabe no pudo con el hombre fuerte de Damasco. Quedaba, pues, el viejo y socorrido recurso de la desestabilización. En ese contexto, las víctimas civiles, decenas de miles de víctimas, figuran en el apartado de los daños colaterales, eufemismo ideado por los estrategas militares para no emplear la palabra muertos.

Si algo se parece a una guerra, es el interminable enfrentamiento entre israelíes y palestinos, un conflicto en el cual los Estados Unidos actúan como juez y parte. En efecto, ninguna Administración norteamericana se atrevió a plantar cara a Israel, ninguna se pronunció abiertamente a favor del derecho de autodeterminación del pueblo palestino. Durante la última ofensiva israelí contra la Franja de Gaza, la postura sumamente cauta de Obama provocó la ira de algunos Gobiernos árabes, que acostumbran defender a los “hermanos palestinos” con palabras, palabras y más palabras. 
    
Si algo se parece a una guerra, son los operativos bélicos llevados a cabo en los últimos tres lustros en Afganistán, feudo y refugio de Osama Bin Laden, Paquistán, donde los ataques con drones causaron la muerte de 4.000 personas, Yemen o Libia. De hecho, la desaparición de Moamar Al  Gadafi  no dio paso a la democracia. Al contrario, el país africano vuelve al tribalismo reinante durante la época de la monarquía.

Si algo se parece a una guerra, es la caótica situación generada en Ucrania tras el golpe de palacio que acabo con la presidencia de Víctor Yanukóvich, el político que se negó a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea. De hecho, Berlín y Washington parecían muy interesados en que ello suceda. En el caso de la Canciller Merkel, para recuperar una antigua zona de influencia germana en Europa oriental; en el de la Administración Obama, para estrechar el cerco contra Rusia. La insistencia de Moscú en no abandonar su ya de por sí limitada esfera de influencia (sus antiguos aliados del Pacto de Varsovia pertenecen hoy en día a la Alianza Atlántica),  fue interpretada como una declaración de guerra por la Casa Blanca, el Pentágono y la OTAN. Una guerra tibia, que desembocó en la adopción en una serie de sanciones contra Rusia. ¡Ay! Otro error de cálculo: la reacción de  los rusos, sean estos partidarios o detractores de Vladimir Putin, ha sido diametralmente opuesta a las previsiones de Occidente.  No, Rusia no deja de ser una gran potencia.  


Una gran potencia que, según las palabras de Barack Obama ante la Asamblea General de las Naciones Unidas es, después de la mortífera epidemia de ébola, la… segunda mayor amenaza de la escena mundial. El Estado Islámico ocupa el tercer lugar en la lista. Pero nadie habla, al menos de momento, de una coalición para bombardear a Rusia. De momento…

viernes, 19 de septiembre de 2014

Moscú recurrirá las sanciones de Occidente


Si el Kremlin lo ordena, las tropas rusas tardarían dos días en llegar a Kiev, Riga, Vilna, Tallin, Varsovia o Bucarest. La noticia, divulgada hace apenas unas horas por el prestigioso rotativo alemán Süddeutsche Zeitung, revela el contenido de una conversación privada sostenida por el presidente ruso, Vladímir Putin, con su homólogo ucranio, Petro Porosenko.
 
Poroshenko no tardó en trasladar la amenaza de Putin al Presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Barroso, a la vez que solicitaba la ayuda económica y militar de Occidente. Una ayuda que se materializará, de momento, con la concesión de nuevos créditos a las autoridades de Kiev.

Huelga decir que los portavoces oficiales de la Comisión se negaron a comentar las declaraciones del hombre fuerte del Kremlin, recordando que la UE no suele trasladar la acción diplomática a los medios de comunicación o pronunciarse sobre el contenido, total o parcial, de conversaciones confidenciales.  Pero Porosenko tenía interés en filtrar la noticia; según la prensa ucrania, el ejército de Kiev cuenta actualmente con un escaso 40 por ciento de sus arsenales. Los enfrentamientos de la región de Donbas tuvieron efectos devastadores.

Menos devastadoras son, al parecer, las sanciones impuestas por el actual inquilino de la Casa Blanca. Aunque la evaluación del impacto de las sanciones contra Rusia muestra un deterioro del margen de maniobra de la banca estatal y del papel preponderante del conglomerado Gazprom, las contramedidas anunciadas por Moscú – limitación de los suministros de gas natural, veto a las importaciones de productos alimentarios procedentes de la UE – han sido acogidas con preocupación, véase pánico, en los países de la Unión. A las protestas de los agricultores, principales víctimas del cierre del mercado ruso, se suma en nerviosismo de algunos Gobiernos, incapaces de hallar soluciones de recambio destinadas a paliar la más que probable escasez de combustibles  para el período invernal. De hecho, Gazprom acordó esta semana una disminución del 10 por ciento de las exportaciones de gas natural destinadas a los vecinos de Rusia: Ucrania, Polonia, Rumanía y los países bálticos. ¿Advertencia? ¿Mero anticipo de una nueva ofensiva energética? El mensaje es muy sencillo: A Rusia no se le chantajea. Por si fuera poco, Moscú piensa recurrir las sanciones occidentales ante la Organización Mundial del Comercio, baluarte del libre cambio comercial, ideado por los Gobiernos del primer mundo para llevar a cabo el desarme arancelario de los países en desarrollo.

Hace más de dos décadas, cuando por politólogos de la universidad de Yale idearon la pinza contra Rusia, partieron de la falsa premisa de que el frente occidental estaría compuesto por los antiguos vasallos de Moscú (ex miembros del Pacto de Varsovia) y que China se convertiría, a su vez, en el muro de contención asiático. Ni que decir tiene que se equivocaron. Los países de Europa oriental no disimulan su preocupación ante una posible, aunque por ahora, poco probable ofensiva militar de Rusia contra Kiev, Riga, Vilna, Tallin, Varsovia o Bucarest. En Asia, China se perfila, a través de la Organización de Cooperación de Shanghái, en uno de los principales aliados de la Federación rusa. Se le suman India y Singapur, dos gigantes económicos que apuestan por la inversión o la tecnología rusas. Un auténtico quebradero de cabeza para el Nobel de la Paz Obama, que navega zigzagueando entre los conflictos de Ucrania, Oriente Medio y África.  

Decididamente, la historia con H mayúscula no se escribe en Yale.

jueves, 21 de agosto de 2014

La guerra encubierta de Barack Hussein Obama


¡Fuera, fuera árabes! No quiero que este país sea gobernado por los árabes. Sucedió durante la campaña presidencial estadounidense de 2008, durante un mitin del Partido Republicano. El árabe era el candidato demócrata, Barack Hussein Obama y la contestataria, una mujer mayor que se había dejado intoxicar por los argumentos de la maquinaria de propaganda de un poderoso lobby con ramificaciones en las altas esferas del poder. El político republicano que había acudido a la cita con sus electores no tardó en poner los puntos sobre las íes. No, Barack Obama no era árabe, sino un buen ciudadano norteamericano, un respetable y respetado miembro del Senado de los Estados Unido. De hecho, unas semanas más tarde Obama se convirtió en el cuadragésimo cuarto Presidente de los Estados Unidos.

Curiosamente, el Presidente Obama no supo aprovechar al máximo las resonancias orientales de su segundo nombre – Hussein -  para lograr un acercamiento al mundo árabe musulmán, traumatizado por las intervenciones militares estadounidenses en Afganistán e Irak, frustrado por el apoyo incondicional de Washington al conflictivo aliado israelí. Es cierto, el Presidente de los Estados Unidos se dirigió a la nación árabe en junio de 2009, vaticinando un nuevo comienzo de las relaciones entre Estados Unidos y el Islam. Pero el mensaje dirigido a los musulmanes desde la Aula Magna de la Universidad de El Cairo quedó en agua de borrajas. Sí, Obama anunció la retirada de las tropas estacionadas en Afganistán e Irak, el final de la política intervencionista de Washington, la introducción de normas éticas en las relaciones internacionales. Las buenas palabras, que no los actos, le valieron el Premio Nobel de la Paz. Una distinción prematura y, según los politólogos, inmerecida.

Las llamadas primaveras árabes fueron el primer intento fallido de normalización de las relaciones con el mundo islámico. Los estrategas norteamericanos pensaron – erróneamente – que la sustitución de los regímenes autoritarios pro occidentales  por estructuras islámicas modernas iba a contar con el beneplácito de los intelectuales y de la sociedad civil de los países del Magreb y el Mashrek. Craso error; los Gobiernos de corte islamista provocaron un espectacular retroceso político y social. En el caso de Egipto, Washington optó por devolver el poder al ejército; en Libia, las heridas provocadas por el nada ético derrocamiento de Mummar al Gaddafi siguen abiertas. La primavera árabe no cuajó en Siria, donde el régimen de Bashar el Assad mantiene su pulso con los movimientos yihadistas financiados, al igual que Al Qaeda en su momento, por las monarquías árabes conservadoras, aunque también apoyados por las… ¡democracias occidentales!

Occidente no intervino militarmente en la guerra civil de Siria. Hay quien estima que había demasiados intereses creados, demasiadas contradicciones en las políticas de los socios comunitarios. Los valedores de los yihadistas fueron Arabia Saudita, Qatar y Kuwait, feudos del conservadurismo árabe… pro occidental.

Barack Obama cumplió su promesa al retirar el contingente americano de Irak en 2011. Pero se trataba de un repliegue completamente caótico, que hacía caso omiso de las condiciones objetivas existentes en el país: inestabilidad política, conflictos étnicos y religiosos, desintegración paulatina del Estado nación, etc.

También cumplieron su promesa los combatientes del Estado Islámico de Irak y Levante al trasladarse desde Alepo al Kurdistán iraquí y, aprovechando la aparente debilidad de las instituciones autonómicas kurdas, anunciando la creación del califato en tierras del Islam. Un proyecto descabellado, si no fuera por el espectacular avance de los yihadistas, que llegaron a varias decenas de kilómetros de Bagdad. Pero hay más: el Estado Islámico pretende expandirse al Líbano, Jordania y la Península del Sinaí. 
  
La persecución de la minoría kurda y las matanzas de centenares de yazidíes, una secta que jamás llamó en interés de los occidentales, fueron los detonantes para el regreso de Washington al escenario iraquí. Pero esta vez, el operativo militar, apoyado por la mayoría de los miembros de la Unión Europea, está disfrazado de operación humanitaria. No, Occidente no mandará tropas a Irak. Basta con armar hasta los dientes a los kurdos. Qué se maten ellos…

La maquinaria de propaganda del Estado Islámico tilda a Barack Hussein Obama de Cruzado, esclavo de Washington o perro de los romanos. Y pensar que hace apenas unos años no querían árabes en la Casa Blanca…  

sábado, 16 de agosto de 2014

Gaza: treinta y tres días y dos mil muertos después…


Durante mis primeros viajes a Gaza, descubrí que la vieja y descuidada carretera principal que atraviesa la Franja servía de frontera natural entre dos mundos: la miseria de los refugiados, hacinados en los campamentos situados en la orilla del mar y la opulencia de las mansiones señoriales, edificadas del otro lado de la vieja vía de tránsito, entre naranjales y magníficos jardines de estilo californiano. De un lado, la pobreza; del otro, la ostentación de los automóviles de superlujo pertenecientes a los señores de la Franja, adinerados terratenientes que solían pasar la mitad de su vida en palacetes londinenses o residencias de ensueño de la Costa Azul. Dos mundos separados, tales compartimentos estancos que llevaban existencias paralelas en ese exiguo espacio – unos 150 kilómetros cuadrados – que los cooperantes nórdicos no dudaron en llamar el bantustán Gaza.

Sí, aquel territorio cercado por alambradas cuidadosamente colocadas por vecinos israelíes y egipcios, aquél claustrofóbico hervidero de gente humilde y de religiosos exaltados parecía un enorme campo de concentración. Gaza fue, tiempos ha, tierra de iluminados y profetas, cantera de radicales islámicos, generadora de pobreza e inestabilidad. Para el mítico David Ben Gurion, primer ministro de Israel durante la primera ocupación militar de la Franja, Gaza era una “bomba de relojería” que había que esquivar. Cinco décadas después, otro jefe de Gobierno israelí, Ariel Sharon, ordenó la retirada de las tropas y la repatriación de los colonos judíos afincados en la Franja. Su permanencia resultaba demasiado onerosa para las arcas del Estado de Israel.

Pero el bantustán se había radicalizado. Tras las elecciones palestinas de 2006, el Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS) logró expulsar de la Franja a los representantes de la OLP. Un año más tarde, los militantes islámicos cogían las riendas del poder, convirtiendo el territorio en un mundo aparte.  El desafortunado experimento islamista parecía haber llegado a su fin hace apenas unos meses, tras la inesperada y espectacular reconciliación entre HAMAS y la OLP, cuando ambas facciones acordaron la creación de un Gobierno de Unidad Nacional. Buenas noticias para la calle palestina; sombríos presagios para el Gobierno conservador de Tel Aviv, liderado por el inflexible Benjamín Netanyahu, dinamitero de los Acuerdos de Oslo y adversario de la convivencia con los palestinos. Lo que siguió después es harto conocido.

Los 33 días del operativo militar bautizado pomposamente Margen Protector (los estrategas israelíes no carecen de imaginación a la hora de buscar eufemismos), la incursión arroja el siguiente saldo: alrededor de 2.000 víctimas mortales en el bando palestino, en su gran mayoría, civiles y 67 bajas israelíes. Según la ONG británica OXFAM, los daños materiales podrían resumirse de la siguiente manera: 10.000 viviendas destruidas, 12 hospitales, 141 colegios y 6 refugios de las Naciones Unidas afectados por los bombardeos, destrucción total de la gran mezquita de Gaza y daños irreparables de la única central eléctrica de la Franja. La reconstrucción - total o parcial – del territorio requerirá varios miles de millones de dólares. Un excelente negocio para las mal llamadas agencias de desarrollo del primer mundo, especializadas en llevar las buenas palabras de países que participaron, a través de sus industrias armamentistas, a la devastación de la zona. 

Aunque los estrategas de Tel Aviv estiman que la ofensiva Margen Protector cumplió su objetivo – la destrucción total de los túneles subterráneos utilizados por HAMAS para el transporte y lanzamiento de misiles o la penetración de comandos de guerrilleros en suelo israelí - los radicales islámicos no se dan por vencidos.

Es cierto que el discurso de HAMAS ha cambiado durante las negociaciones indirectas de El Cairo, pero ello no significa que la agrupación religiosa haya renunciado a su objetivo: la lucha sin cuartel contra el ente sionista.  Aprovechando la última tregua, israelíes y palestinos tratan de redactar el borrador de un posible acuerdo, que incluye una serie de concesiones mutuas. Aparentemente, la parte israelí estaría dispuesta a ampliar la zona de pesca de Gaza de 3 a 12 millas, aumentar el número de permisos para la salida de Gaza y autorizar la transferencia de fondos destinados al pago de los salarios de los funcionarios públicos gazatíes. Hasta ahora, los pagos se efectuaban a través de instituciones financieras qataríes. A su vez, HAMAS se comprometería a readmitir a la guardia del Presidente de la ANP en la frontera con Egipto, la supervisión de los trabajos de reconstrucción por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), así como un mayor protagonismo del Presidente Abbas  en la toma de decisiones relativas al porvenir de la Franja.

A cambio, Israel exige la desmilitarización (léase desarme) total de las facciones armadas que operan en la Franja – HAMAS, Jihad islámica, Brigadas de Ezzedin al Kassem, el cese total de los lanzamiento de misiles y la destrucción de los túneles utilizados por la resistencia islámica.

Los palestinos reclaman la (re)construcción de un aeropuerto y la reapertura del puerto de Gaza. Exigencia estas que parecen quedar relegadas, como de costumbre, a las calendas griegas…  Lo que sí es cierto es que después de 33 días de guerra no declarada los tiempos del bantustán Gaza no volverán. Pero tampoco volverá aquél candoroso flirteo entre israelíes y palestinos que presenciamos tras la firma de los Acuerdos de Oslo. Esta vez, las heridas son demasiado profundas. 

jueves, 31 de julio de 2014

La segunda muerte de Mustafá Kemal Atatürk


El próximo fin de semana, el electorado turco está llamado a designar al futuro presidente de la república: de ese Estado laico fundado en 1923 por un militar otomano nacido en la ciudad helena de Salónica, que recibió la formación en la Academia militar de Monastir y que destacó por su brillante actuación de estratega tanto en la Primera Guerra Mundial como en la Guerra de Independencia Turca. En octubre de 1923, tras la proclamación de la república, Mustafá Kemal fue elegido en el cargo de presidente del nuevo estado, título que desempeñó hasta su muerte en 1938.

Las reformas llevadas a cabo por Atatürk son múltiples. Entre las más importantes destacan el cierre de las escuelas religiosas, la abolición de la ley islámica, la adopción del calendario gregoriano, la prohibición del velo, la introducción de un Código Civil basado en el suizo, la laicidad del Estado y un sinfín de etcéteras.

Como buen militar, Mustafá Kemal encomendó al ejército la unidad del país y la defensa de sus estructuras laicas. Un papel crítico, censurado por la clase política occidental, que prefiere tratar con interlocutores ideados a su imagen y semejanza. De hecho, la tutela de los militares se convirtió, con el paso del tiempo, en uno de los hándicap que frenaba las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a las instituciones comunitarias europeas. Uno, pero no el único. A la hora de la verdad, los políticos de la Vieja Europa guardaban más ases en la manga…

Las cosas dieron un vuelco espectacular en septiembre de 2010, cuando el Ejecutivo aprobó la reforma de la Constitución que limita el poder del estamento castrense. Cuatro años más tarde, en agosto de 2014, dos candidatos islamistas compiten por la presidencia de un Estado moderno, que corre el riesgo de renunciar al sacrosanto principio de laicidad.

Uno de los candidatos es el actual primer ministro, Recep Tayyip Erdogan que, tras haber agotado los tres mandatos de Jefe de Gobierno autorizados por los reglamentos de su agrupación política, el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), quiere perpetuarse en la política otomana desde la presidencia. Erdogan cuenta con el apoyo de más de la mitad del electorado, pues tiene en su haber importantes logros, como una tasa de crecimiento económico anual del 5 por ciento desde 2002, la promulgación de leyes de libertad religiosa o el inicio de un difícil proceso de paz destinado a acabar con el conflicto kurdo.

Mas el actual Primer Ministro prefiere no hablar del pasado, sino del futuro. Sus prioridades: reformar la Constitución e introducir un sistema presidencialista, velar por la proyección internacional de Turquía, reforzar el sistema democrático, celebrar, en 2023, el centenario de la creación del Estado moderno, con una estructura institucional diferente. Hay quien estima que ello implica el abandono paulatino del kemalismo, por no decir, del laicismo. Tal vez por ello los dirigentes del Partido Republicano Popular (CHP), creado por Atatürk, hayan decidido presentar a su vez un candidato islámico a la presidencia. Una opción estratégica que no ha gustado a las bases del partido, poco propensas a asociar la política con la religión.

El candidato del Partido Republicano es Ekmeleddin İhsanoğlu, ex diplomático y académico, que ostentó durante años el cargo de Secretario General de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), el mayor organismo internacional creado por los Estados del mundo árabe-musulmán. 

İhsanoğlu, que nació en El Cairo, conoce perfectamente los entresijos de la política y los códigos de conducta de la sociedad árabe. Tiene la ventaja de poder actuar como observador, analista o actor en el universo islámico. Quienes lo conocen no dudan en asimilarlo a un catedrático de Cambridge o de Oxford. Es un hombre demasiado tranquilo, estiman algunos politólogos.

El tercer candidato en liza es Selahttin Demitras, un jurista perteneciente al pro kurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP). Pocos analistas apuestan por su victoria. Sin embargo, la mayoría estima que el voto kurdo podría resultar decisivo en el caso de una segunda vuelta. Por su parte, Demitras, que ha escogido como lema de su campaña las palabras libertad, democracia, paz, fraternidad e igualdad,  niega la existencia de un acuerdo secreto con Erdogan que contemple una solución rápida del conflicto con el PKK.