jueves, 24 de junio de 2010

Europeos ricos, europeos pobres


La reciente publicación de los datos relativos al Producto Interior Bruto (PIB) por habitante en la Unión Europea en 2009 vuelve a poner de manifiesto el desfase existente entre los países más ricos y los menos desarrollados del “club de los 27”. En efecto, según la Oficina de Estadísticas de la UE (Eurostat), sólo 13 Estados miembros logran mantenerse por encima de la media comunitaria (el índice del 100 p.c.) mientras que los nuevos socios se sitúan por debajo del indicador global.
Grecia y Portugal, cuyas recientes dificultades económicas o financieras han causado numerosos quebraderos de cabeza a las instituciones de Bruselas y a la banca internacional, se suman al pelotón de las economías más frágiles. Los griegos, que apenas alcanzan un 95 p.c. de la media, ocupan el 15º lugar en la lista de Eurostat, mientras que los portugueses rozan el 78 p.c., colocándose en el 19º lugar.
Si bien las economías de las nuevas incorporaciones mediterráneas – Chipre y Malta – no despuntan, la situación más crítica se registra en los antiguos países del llamado “campo socialista” (Europa Central y Oriental), cuya adhesión a la UE no sólo no ha logrado eliminar los desequilibrios entre “ricos” y “pobres” del Viejo Continente, sino que, en algunos casos, ha acentuado las diferencias. Es el caso de las repúblicas bálticas – Lituania, Letonia y Estonia – cuyos indicadores registran un notable descenso de la actividad económica o del poder adquisitivo. En Lituania, por ejemplo, el retroceso del PIB alcanza el 18,5 p.c. Por su parte, los letones denuncian un fenómeno migratorio masivo hacia Occidente (Inglaterra y Alemania), que afecta sobre todo a los jóvenes y a los profesionales cualificados.
Más preocupante es, sin embargo, la situación de Rumanía y Bulgaria, Estados que ingresaron en la UE hace apenas tres años y que se colocan en los últimos lugares – 26º y 27º respectivamente - de la lista. En ambos casos, el índice de desarrollo es inferior al 50 p.c. Los rumanos han registrado un modesto incremento de 3 puntos del poder adquisitivo desde la adhesión a la UE. Pero este avance podría ser anulado, de aquí a finales de año, por las drásticas medidas de austeridad impuestas por las autoridades de Bucarest para combatir el efecto de la crisis. A ese estado de cosas se suman, además, los inquietantes síntomas de inestabilidad política y la escasa preparación de las estructuras económicas para hacer frente a los criterios de convergencia reales. Según los economistas rumanos, los sucesivos Gobiernos se han limitado a corregir los criterios nominales: inflación, déficit presupuestario y deuda pública, haciendo caso omiso de otros factores clave: la solidez de las estructuras económicas y la competitividad.
Más grave aún es la situación de Bulgaria, cuya economía no ha experimentado mejoría alguna desde 2007, fecha de la adhesión a la UE. Por si fuera poco, las autoridades de Sofía tienen que hacer frente a la corrupción que, sumada a la criminalidad organizada, constituye una amenaza no sólo para el país balcánico, sino también para la mayoría de sus socios comunitarios.
Al hacerse eco de los poco halagüeños resultados de la encuesta de Eurostat, los medios de comunicación de Europa oriental hacen hincapié en el hecho de que Croacia y Turquía, países candidatos al ingreso, aunque no miembros de la UE, superan el PIB por habitante de los europeos “pobres”. El poder adquisitivo de los croatas asciende al 64 p.c., mientras que el de los turcos es de 46 p.c.
A la ya de por sí difícil situación económica de los nuevos socios de la Unión se suma otro factor inquietante: la aparición y el avance constante de grupúsculos de extrema derecha, que aprovechan el período de crisis para afianzarse en unas naciones que aún no cuentan con instituciones democráticas estables.

viernes, 11 de junio de 2010

Las "moscas latosas" de Manhattan


De “moscas latosas” calificó el presidente persa, Mahmúd Ahmadineyad, las últimas sanciones económicas y financieras contra la República islámica de Irán, aprobadas esta semana por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
¿Moscas latosas? La verdad es que la nueva tanda de sanciones - la cuarta desde 2006, fecha en la que la ONU abordó por vez primera la cuestión del controvertido programa nuclear iraní – es fruto de un arduo regateo entre los países occidentales, liderados por los Estados Unidos, y las dos potencias “amigas” de Irán: Rusia y China. De hecho, los norteamericanos tenían intención de añadir a las medidas de retorsión una cláusula relativa al control de las exportaciones de crudo, propuesta que tropezó con la negativa de Moscú y de Pekín, partidarios de mantener el statu quo en la materia. No hay que olvidar que ambos países tienen intereses específicos en Irán. Los rusos suministran tecnología a la industria petrolífera, mientras que los chinos ocupan un destacado lugar en la lista de importadores de “oro negro” procedente de los yacimientos persas. Ambos gobiernos asumen, pues, la preocupación de los iraníes y procuran defender, en la medida de lo posible, los intereses económicos de Teherán. Ambos países estiman, asimismo, que el cerco al programa atómico iraní es exagerado. Sin embargo, tanto los rusos como los chinos parecen poco propensos a sumarse esta vez a los defensores del régimen de los ayatolás, encarnados por Brasil y Turquía, cuyas autoridades optaron por la difícil, aunque necesaria política de concertación. El Líbano, que se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad, se sumó tímida y simbólicamente a la lista de amigos del enemigo público número uno de Occidente, del Irán que preserva y defiende el programa de gobierno del ayatolá Jomeyni, que propugna en enfrentamiento ideológico con el mundo industrializado.
Los partidarios de la vía diplomática apuestan por soluciones de compromiso, por una salida airosa del conflicto. Sin embargo, la posibilidad de trasladar el proceso de enriquecimiento del uranio a Turquía, solución propuesta por Lula y Erdogan, no cuenta con el beneplácito de Washington. De ahí el innegable nerviosismo de los políticos estadounidenses, incapaces de comprender las múltiples y variadas maniobras geoestratégicas del Gobierno de Ankara. Por si fuera poco, algunos miembros del establishment norteamericano acusan a Europa y, muy concretamente, a la Unión Europea, de haber propiciado el alejamiento de Turquía del campo occidental. Es cierto que la ambigüedad de Bruselas, la negativa de muchos gobiernos comunitarios de acelerar las consultas sobre la ingreso del país otomano en el “club cristiano” del Viejo Continente, han reducido la euforia europeísta de los turcos.
Mas el problema que nos ocupa hoy en día no es Turquía, sino Irán. Las medidas adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU contemplan la vigilancia de las transacciones bancarias, empezando por las operaciones del Banco Central, el embargo a la venta de armamento, la inclusión en la lista negra de empresas persas de una cuarentena de empresas pertenecientes o gestionadas por miembros de la Guardia Revolucionaria, el control del transporte marítimo, etc. Afirman los analistas occidentales que del éxito o el fracaso de dichas medidas depende una posible (y cada vez menos hipotética) intervención militar contra el régimen iraní, último y, para algunos, único recurso de Occidente frente a la “prepotencia” de Ahmadineyad.
Conviene recordar que en el caso del programa nuclear persa, Occidente no ha logrado adoptar una postura unitaria. Sirva como ejemplo la opinión del politólogo suizo Albert A. Stahel, profesor del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad de Zurich, quien afirma rotundamente: “En primer lugar, Irán no es una potencia nuclear. En segundo lugar, los iraníes sólo pretenden obtener uranio enriquecido. Lo demás son meras suposiciones”.
Cabe suponer que para la Administración Obama, el profesor Stahel es una… “mosca latosa”. O ¿tal vez no?