viernes, 27 de julio de 2012

Siria: se busca "traidor simpático"


El Presidente Obama y la Secretaria de Estado Clinton no consiguen ocultar su nerviosismo: el hombre fuerte de Damasco, Bashar el Assad, se resiste a hacer suyo el “guión” de la llamada “transición democrática” elaborado, como siempre, por los ordenadores del Consejo de Seguridad Nacional o el Departamento de Estado. Decididamente, el dictador no sintoniza con los programas ideados por los ilustres politólogos “WASP” que controlan el pensamiento del imperio. Es posible que el ordenador se haya equivocado al tratar de meter en el mismo saco a todos los gobernantes árabes. También cabe que los datos suministrados por las antenas de la CIA en la región hayan sido erróneos, cuando no tendenciosos. No sería esta la primera vez en la que Occidente actúa deliberadamente contra… sus propios intereses. Los errores, sean estos de cálculo o de comprensión, proliferan en los anales de la diplomacia estadounidense.


Lo cierto es que 16 meses después del inicio de la revuelta siria, el desconcierto reina en Washington. Los servicios de inteligencia no han sido capaces de recabar información fidedigna acerca de los líderes de los movimientos de resistencia. Poco se sabe sobre los perfiles de quienes controlan el Consejo Nacional Sirio, conglomerado de facciones opositoras que difícilmente fingen la unión; poco se sabe acerca de los cabecillas del Ejercito Libre de Siria, agrupación “sui generis” integrada por militares y milicianos de diversas procedencias, que reciben armas y municiones de Qatar y Arabia Saudita a través de los Hermanos Musulmanes que operan en la frontera con Turquía. Poco se sabe de los contactos del Ejercito Libre con los movimientos radicales islamistas – Al Qaeda o Jahbat al Nusra – muy activos en la zona desde comienzos de 2012. Poco se sabe acerca del papel desempeñado por el actual líder de Al Qaeda, el egipcio Ayman al Zawahiri, en la organización de los grupúsculos yihadistas que actúan en suelo sirio.

Ante la imposibilidad de obtener información a través de sus propios servicios de inteligencia, que dependen actualmente de los informes facilitados por fuentes turcas o jordanas, la Administración estadounidense se limita a actuar a “palo de ciego”. A las cada vez más vehementes amenazas de la Secretaria de Estado Clinton se suman los llamamientos de la Liga Árabe, que insta a Bashar a abandonar el poder, o las iniciativas de Francia, que sugiere la creación de un Gobierno provisional en el exilio.

De hecho, la mayoría de los actores conoce la problemática del por ahora hipotético proceso de transición. Sus objetivos prioritarios: evitar un vacío de poder político, mantener la unidad del Ejercito, impedir la proliferación de grupúsculos paramilitares, evitar las matanzas confesionales y – ante todo – impedir por todos los medios la partición geográfica de Siria.

Lo cierto es que estas metas sólo podrán lograrse apostando por un Gobierno de transición fuerte y coherente. Los rebeldes o, mejor dicho, algunos sectores del Consejo Nacional, no descartan la posibilidad de dialogar con una “personalidad” designada por el actual régimen. Sin embargo, todos rechazan la idea del diálogo con el propio Bashar.

La existencia de importantes arsenales de armas químicas y bacteriológicas preocupa más a Israel, acérrimo enemigo de Damasco, que a los vecinos árabes o musulmanes de Siria. Lo que sí inquieta a iraquíes, jordanos, libaneses y turcos es el posible contagio de la inestabilidad política.

Por su parte, Washington no parece dispuesto a reeditar los errores de cálculo cometidos en Libia. La caída de El Assad debe tener, pues, visos de “credibilidad democrática”. En este caso concreto, la receta debería redactarse de la siguiente manera: “Se busca traidor simpático, de buen ver, con dotes de mando, capaz de liderar un proceso de transición”. ¿Algún candidato a la vista?

lunes, 16 de julio de 2012

El mundo árabe-musulmán: nuevos paradigmas


“Hay que cambiar la faz del mundo árabe”. Este fue el mantra del presidente norteamericano, Barack Obama, desde el mismísimo momento de su toma de posesión, en enero de 2009, hasta la reciente llegada al poder de partidos de corte religioso en la casi totalidad de los países del Norte de África.

En efecto, pocos meses después del estallido de la llamada “primavera árabe”, los Gobiernos islámicos se afianzaron en Marruecos, Libia, Túnez y Egipto. Se habla de la posible introducción de la “Sharia” (ley coránica) en las nuevas Constituciones de los Estados del Magreb, de la vuelta a los valores tradicionales en los países del Mashrek. Hezbollá y Hamas, acérrimos detractores de la “civilización occidental” en el Líbano y Palestina; agrupaciones que figuran en las listas negras de movimientos terroristas cuidadosamente elaboradas por la Unión Europea y el Departamento de Estado norteamericano, se están regocijando. Sus aliados de la Cofradía de los Hermanos Musulmanes parecen haber adquirido carta de naturaleza en la jerga de la diplomacia estadounidense. No, ya no se les tacha de “terroristas”, sino de “moderados”, de émulos de los musulmanes turcos, máximos exponentes, según la Casa Blanca, del “islamismo moderno”.

Ficticia o real, la obsesión de la clase política norteamericana por fabricar la imagen del islamista “bueno”, irritó sobremanera a los partidos religiosos del Cercano Oriente. “No existen islamistas moderados; sólo hay radicales islámicos y musulmanes religiosos o laicos”, me confesaba hace tres lustros un destacado político musulmán adscrito a un partido religioso”.  Estimaba mi interlocutor que el término acuñado en la otra orilla del Atlántico constituía un insulto para cualquier mahometano. “Nuestra fe no es, no puede ni debe ser moderada. Somos creyentes, al igual de los católicos, los protestantes o los israelitas. Asumimos plenamente las enseñanzas del Corán, pero ello no nos convierte en seres intolerantes. Los sectarios, como Bin Laden o los salafistas, prefieren el enfrentamiento, la yihad. Y eso, ¡no es Islam!”

Coincidimos con mi interlocutor en que, a fuerza de difundir su encarnizado discurso, los radicales habían conquistado una parcela del mundo musulmán. De hecho, sus mensajes cargados de odio respondían al estado de ánimo de muchos millones de musulmanes, frustrados por la incapacidad de sus gobernantes de llevar a cabo reformas innovadoras. “Osama tenía razón”, me confesaba hace ya algún tiempo un empresario egipcio, comentando el estancamiento de la sociedad de su país. “Osama tenía razón”. Volví a escuchar estas aterradoras palabras en varios países del Cercano Oriente. No hacía falta ser profeta para comprender que el porvenir deparaba un largo periodo de renacer islámico. Tampoco hay que extrañarse: los parámetros occidentales – materialismo, egoísmo, erosión de los valores morales – no resultan apetecibles en el universo islámico. Y si a eso se le añade el etnocentrismo de los pueblos del Septentrión, el racismo y la xenofobia, el mundo de los ricos deja de ser “el ejemplo a seguir”.

Las “primaveras árabes” han hallado, aparentemente, la respuesta al tipo de sociedad ansiado por las masas musulmanas. Y esa respuesta es el Islam. No, no será el Islam fabricado por los politólogos-lingüistas de Washington. Ni tampoco el Islam puritano de los talibanes afganos. Aunque tampoco el “islam moderado” de los turcos. No; los jóvenes egipcios (y no sólo egipcios) sueñan con el modelo saudí. ¿Con poca libertad y muchos petrodólares? Todo vale, con tal de no caer en la trampa de Occidente.

Hace apenas unos días, Egipto estrenó presidente. Mohammed Mohammed al Mursi, educado en una universidad californiana, pertenece – al igual que muchos correligionarios del Norte de África - a la Cofradía de los Hermanos Musulmanes. Nuestras miradas deberían dirigirse hacia El Cairo. Del porvenir de Egipto dependerá el éxito o el fracaso de las “primaveras, veranos y otoños” árabes; el éxito o el fracaso de este cada vez más difícil diálogo entre Oriente y Occidente.