Vladímir
Putin no vive en este mundo, le confesó
recientemente Angela Merkel a Barack Obama. La Canciller de Hierro (nada que ver con su ilustre antecesor, Otto
von Bismarck) trataba de explicarle al poco carismático Presidente estadounidense,
que no tiene la talla de líder mundial que el hombre fuerte del Kremlin hace caso omiso de las reglas del juego
establecidas por círculos de poder occidentales. Según la Sra. Merkel, los
recientes acontecimientos de Crimea y la oleada de protestas registrada en
Ucrania oriental reflejan una manera de pensar nada conforme con los cánones de
conducta de los políticos del primer
mundo.
Desde el inicio de la
crisis ucraniana, que desembocó en la ruptura entre Kiev y Moscú, el Presidente
ruso se ha convertido en el blanco de los líderes de opinión norteamericanos,
quienes le acusan de emplear métodos dictatoriales, destinados a desestabilizar
a las instituciones democráticas de los países vecinos (de momento, Ucrania,
pero sin duda otros se sumarán a la lista), de expansionismo violento y un
sinfín de etcéteras. Putin ocupa el lugar reservado hasta los años 50 del siglo
pasado a… José Stalin, sanguinario eso
sí, aliado de las potencias occidentales – Norteamérica, Reino Unido y Francia
– durante la Segunda Guerra Mundial. Pero ni que decir tiene que Putin no es
Stalin; Obama tampoco es Roosevelt, ni Kennedy, ni Reagan.
Es cierto: Putin no
vive en el mundo de Frau Merkel, aunque hay muchos paralelismos entre el
pensamiento político de ambos. En efecto, mientras la Canciller alemana sueña
con restablecer el poderío germano en toda Europa, el Presidente ruso está
empeñado en edificar el cuarto imperio ruso-eslavo. Para lograr su meta, Putin
recurre al centralismo instaurado por Iván el Terrible en el siglo XVI y
desarrollado por Pedro el Grande en el siglo XVII. Los líderes de la revolución de Octubre heredaron esas
estructuras, que convirtieron, en 1922, en la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Al igual que muchos de sus coetáneos, Putin es un nostálgico de la
era soviética, del prestigio de la extinta URSS, la potencia mundial fundadora
del siniestro club nuclear.
Pero el proyecto de
supremacía rusa se desvaneció al final de la Perestroika. El imperio
soviético se disgregó. Mientras los políticos de la generación de Putin tratan
de recuperar el prestigio de la Madre
Rusia, el padre de la espectacular liberalización de la década de los 80,
Mijaíl Gorbachov, se dedica a grabar spots publicitarios loando las virtudes de
la… pizza estadounidense.
Según el politólogo
italiano Irnerio Seminatore, presidente del Instituto Europeo de Relaciones
Internacionales, organización con sede en Bruselas, Vladímir Putin dirige una empresa
de gran envergadura, llamada a desembocar en el alumbramiento de una nueva
potencia global: el Estado ruso euro-asiático. Para alcanzar esta meta, el
Kremlin debe hacerse con el control político y económico a escala planetaria.
El poderío global nada tiene que ver con el poder ejercido hasta ahora por las
potencias industriales. La globalización manda.
Moscú mira, pues, hacia
Oriente. Sus nuevos mercados potenciales son China y la India. Sin olvidar a
Corea y Japón o los países miembros de la ASEAN. De hecho, en los próximos 20
años China monopolizará gran parte de las exportaciones rusas de gas natural. También
se prevé un incremento de los suministros de crudo.
Los contactos con la
India no se limitan, como hasta ahora, a la tecnología nuclear. Los rusos
tienen intención de participar activamente en el desarrollo de la industria armamentística
hindú. No se trata de una excepción. En los últimos meses, han proliferado de acuerdos de venta de
tecnología militar firmados con varios países latinoamericanos: Brasil,
Venezuela, etc.
Aparentemente, Rusia
trata de ampliar sus relaciones económicas con los miembros del BRICS,
agrupación que integra a varios Estados emergentes: Brasil, China, India y
Sudáfrica.
¿Las cacareadas sanciones
occidentales a Rusia? Su eficacia aún queda por ver. El titubeo de Bruselas
ante la crisis de Ucrania ofrece un bochornoso espectáculo de desunión
comunitaria. En esas circunstancias, Norteamérica de convierte en adalid de la
guerra (fría) contra Moscú. Barack Obama quiere defender la democracia ucrania.
Pero, ¿dónde queda Ucrania? ¿Entre Guatemala, Panamá y Granada? ¿Entre
Afganistán e Irak? La mayoría de los norteamericanos lo ignora. ¿Cómo
explicarles que nos hallamos ante una nueva etapa de la bananizacion (qué no balcanización) del Viejo Continente? A
buen entendedor…