Nos aseguraba el Presidente Trump que la justicia estadounidense logró borrar del mapa de los peligros para
la seguridad de Norteamérica al teniente general Kassem Soleimaní, comandante
de la tenaz Fuerza Quds.
Este enemigo público número uno era más
peligroso que Osama Bin Laden, remataba el general David Petraeus, antiguo
director de la CIA, excomandante de las tropas estadounidenses en Afganistán e
Irak.
El informe de inteligencia que sirvió para localizar a Soleimaní fue
elaborado por agentes israelíes, añade presuntuosamente Avigdor Liberman,
exministro de defensa del Estado judío. Otros políticos, militares, analistas y
espías se suman al coro de voces que alaban el éxito militar de la
Administración estadounidense.
Sin embargo, la temeridad de Trump fue sancionada por el Congreso de los
Estados Unidos, que acordó limitar los poderes del Presidente a la hora de
decretar nuevas y arriesgadas operaciones militares contra el régimen de los ayatolás.
La respuesta de Teherán fue muy
contundente; a la lluvia de misiles disparados contra las instalaciones
militares americanas ubicadas en suelo iraquí, el Presidente iraní, Hasán
Rojaní añadió la advertencia: el
objetivo final de la República
Islámica consistirá en echar a las tropas estadounidenses de la región.
Aparentemente, nada novedoso; la expulsión de los occidentales de la zona forma
parte del ideario jomeynista.
Conviene señalar, sin embargo, que
el Parlamento iraquí, controlado por legisladores chiitas, se pronunció a su
vez a favor de la expulsión de las tropas occidentales estacionadas en el país.
Más agresivo, el clérigo chiita Muktada al Sadr, que controla varios
movimientos armados, decretó la movilización de sus huestes reclamando al mismo
tiempo la formación de un Gobierno de unidad nacional capaz de acabar con la
presencia militar extranjera y la restauración de la soberanía nacional.
En 2003, Al Sadr fundó el Ejército al Mahdi, formación militar que
causó ingentes daños a las tropas estadounidenses. Su decisión de retomar las
armas ha causado hondo malestar en el Pentágono; al enemigo iraní se le están
sumando otros movimientos chiitas, controlados o neutralizados en los últimos
tiempos. El Secretario de Defensa, Mark Milley, se vio obligado a recalcar que
las fuerzas armadas norteamericanas están preparadas para hacer frente al…
enemigo. Pero, ¿cuál era el enemigo del Pentágono? ¿Los ayatolás iraníes? ¿Los
chiíes iraquíes, libaneses, palestinos? ¿Los rebeldes de la primera línea de
frente? ¿La mitad del mundo árabe-islámico? Obviamente, los tambores de guerra
lograron caldear el ambiente. El propio Donald Trump tuvo que decretar una
nueva tanda de sanciones económicas contra
el régimen iraní, tratando de rebajar, al menos provisionalmente, la tensión
con Teherán. A Irak le advirtió, sin embargo, que cualquier intento de rebelión
contra la presencia de unidades estadounidenses en su territorio podría llevar
a la congelación de sus activos de Bagdad en los bancos occidentales. Una de
cal…
El actual inquilino de la Casa
Blanca exhortó a los aliados transatlánticos de la OTAN a incrementar su protagonismo
en la región. Sabido es que los cautos estadistas europeos optaron por mantener
una política muy discreta en el Cercano Oriente, escenario del conflicto que
involucra a los Estados Unidos, Israel y las principales corrientes religiosas
del Islam, región con la que la vieja Europa, tiene una relación muy especial.
A los innegables lazos históricos que unen las dos cuencas del Mediterráneo se
añaden tanto una tradición cultural común como fuertes intereses económicos.
Los jóvenes Estados del Cercano Oriente fueron concebidos a comienzos del siglo
XX por dos potencias coloniales: el Reino Unido y Francia. El pacto Sykes –
Picot, engendro de la diplomacia occidental, consiste en un reparto territorial
que hace caso omiso de los lazos de sangre y las afinidades culturales de los
pobladores de la zona. En ese
contexto, el papel de las potencias europeas podría limitarse, según la propia
OTAN, en ayudar a los Gobiernos de la
zona en su lucha contra el terrorismo.
Estamos trabajando en esta línea, tanto en Afganistán como en
Irak, afirma el Secretario General de la
Alianza, Jens Stoltenberg, quien deja la puerta abierta a posibles sugerencias. Pero entendámonos: la OTAN descarta la
posibilidad de llevar a cabo acciones
audaces y decisivas, como las propugnadas por la Administración Trump.
Volviendo al escenario de la
actual crisis, cabe preguntarse cuáles serían las repercusiones del enfrentamiento
entre Estados Unidos e Irán para el futuro de las relaciones étnico-políticas
en el Cercano Oriente. Una primera advertencia: el creciente antiamericanismo
de las sociedades árabes podría desembocar en una alianza de las dos grandes
corrientes islámicas – chiismo y sunismo -
contra la civilización occidental. Un peligro éste que los europeos
aprecian en su justo valor.
Pero hay más; mucho más. En las
últimas décadas hemos asistido a la imparable expansión de la presencia militar
iraní en los países del contorno mediterráneo: Líbano, Siria, Bosnia durante la
guerra de los Balcanes, así como una creciente participación – directa o
indirecta – en los conflictos de Yemen, Afganistán y…Palestina.
La brigada Quds, creada durante la
guerra contra Irak y comandada hasta ahora por el Teniente General Soleimaní,
cuenta actualmente con unos 15 a 20.000 efectivos. A los combatientes de élite
iraníes se suman voluntarios afganos,
pakistaníes, sudaneses. Este cuerpo
expedicionario, que luchó en Siria contra el Estado Islámico, Al Nusrah y Al Qaeda, se convirtió en la
pesadilla constante de los estrategas de Tel Aviv, que no desdeñan la inusual
eficacia de sus dotes guerreras. (Al Quds es el nombre árabe de Jerusalén y, de
paso, la meta de los combatientes de la brigada).
Durante los últimos meses, los
iraníes reclamaron la repatriación de la brigada y la utilización de las
ingentes cantidades de dinero destinadas a la intervención militar allende de
las fronteras para proyectos sociales domésticos. El régimen iraní acusó a
Occidente de fomentar las protestas.
Paralelamente, otra potencia
regional – Turquía – aliada coyuntural de Teherán, optó por desplegar tropas en
lugares y regiones que habían pertenecido al Imperio otomano. Los militares
turcos están presentes en los Balcanes – Bosnia, Kosovo, Albania, en Chipre, Siria,
Qatar, Afganistán y Azerbaiyán. Se calcula que de aquí a finales de 2022,
Ankara contará con alrededor de 60.000 efectivos en los distintos puntos
estratégicos. Una reconquista por parte de los neo otomanistas de Erdogan de
los contornos del añorado Imperio.
En realidad, los descendientes de
los persas y de los otomanos persiguen el mismo objetivo: internacionalizar su
presencia merced a los referentes históricos. En ambos casos, se trata de
recomponer el complejísimo rompecabezas imperial. Para ello, iraníes y turcos
cuentan con el beneplácito y el apoyo de otro país empeñado en recuperar su
pasado imperial: Rusia.