domingo, 12 de enero de 2020

El despertar de los imperios


Nos aseguraba el Presidente Trump que la justicia estadounidense logró borrar del mapa de los peligros para la seguridad de Norteamérica al teniente general Kassem Soleimaní, comandante de la tenaz Fuerza Quds. 
Este enemigo público número uno era más peligroso que Osama Bin Laden, remataba el general David Petraeus, antiguo director de la CIA, excomandante de las tropas estadounidenses en Afganistán e Irak.
El informe de inteligencia que sirvió para localizar a Soleimaní fue elaborado por agentes israelíes, añade presuntuosamente Avigdor Liberman, exministro de defensa del Estado judío. Otros políticos, militares, analistas y espías se suman al coro de voces que alaban el éxito militar de la Administración estadounidense. 
Sin embargo, la temeridad de Trump fue sancionada por el Congreso de los Estados Unidos, que acordó limitar los poderes del Presidente a la hora de decretar nuevas y arriesgadas  operaciones  militares contra el régimen de los ayatolás. 
La respuesta de Teherán fue muy contundente; a la lluvia de misiles disparados contra las instalaciones militares americanas ubicadas en suelo iraquí, el Presidente iraní, Hasán Rojaní añadió la advertencia: el objetivo final de la República Islámica consistirá en echar a las tropas estadounidenses de la región. Aparentemente, nada novedoso; la expulsión de los occidentales de la zona forma parte del ideario jomeynista.
Conviene señalar, sin embargo, que el Parlamento iraquí, controlado por legisladores chiitas, se pronunció a su vez a favor de la expulsión de las tropas occidentales estacionadas en el país. Más agresivo, el clérigo chiita Muktada al Sadr, que controla varios movimientos armados, decretó la movilización de sus huestes reclamando al mismo tiempo la formación de un Gobierno de unidad nacional capaz de acabar con la presencia militar extranjera y la restauración de la soberanía nacional.

En 2003, Al Sadr fundó el Ejército al Mahdi, formación militar que causó ingentes daños a las tropas estadounidenses. Su decisión de retomar las armas ha causado hondo malestar en el Pentágono; al enemigo iraní se le están sumando otros movimientos chiitas, controlados o neutralizados en los últimos tiempos. El Secretario de Defensa, Mark Milley, se vio obligado a recalcar que las fuerzas armadas norteamericanas están preparadas para hacer frente al… enemigo. Pero, ¿cuál era el enemigo del Pentágono?  ¿Los ayatolás iraníes? ¿Los chiíes iraquíes, libaneses, palestinos? ¿Los rebeldes de la primera línea de frente? ¿La mitad del mundo árabe-islámico? Obviamente, los tambores de guerra lograron caldear el ambiente. El propio Donald Trump tuvo que decretar una nueva tanda de sanciones económicas contra el régimen iraní, tratando de rebajar, al menos provisionalmente, la tensión con Teherán. A Irak le advirtió, sin embargo, que cualquier intento de rebelión contra la presencia de unidades estadounidenses en su territorio podría llevar a la congelación de sus activos de Bagdad en los bancos occidentales. Una de cal…

El actual inquilino de la Casa Blanca exhortó a los aliados transatlánticos de la OTAN a incrementar su protagonismo en la región. Sabido es que los cautos estadistas europeos optaron por mantener una política muy discreta en el Cercano Oriente, escenario del conflicto que involucra a los Estados Unidos, Israel y las principales corrientes religiosas del Islam, región con la que la vieja Europa, tiene una relación muy especial. A los innegables lazos históricos que unen las dos cuencas del Mediterráneo se añaden tanto una tradición cultural común como fuertes intereses económicos. Los jóvenes Estados del Cercano Oriente fueron concebidos a comienzos del siglo XX por dos potencias coloniales: el Reino Unido y Francia. El pacto Sykes – Picot, engendro de la diplomacia occidental, consiste en un reparto territorial que hace caso omiso de los lazos de sangre y las afinidades culturales de los pobladores de la zona. En ese contexto, el papel de las potencias europeas podría limitarse, según la propia OTAN, en ayudar a los Gobiernos de la zona en su lucha contra el terrorismo.

Estamos trabajando en esta línea, tanto en Afganistán como en Irak, afirma el Secretario General de la Alianza, Jens Stoltenberg, quien deja la puerta abierta a posibles sugerencias. Pero entendámonos: la OTAN descarta la posibilidad de llevar a cabo acciones audaces y decisivas, como las propugnadas por la Administración Trump.   

Volviendo al escenario de la actual crisis, cabe preguntarse cuáles serían las repercusiones del enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán para el futuro de las relaciones étnico-políticas en el Cercano Oriente. Una primera advertencia: el creciente antiamericanismo de las sociedades árabes podría desembocar en una alianza de las dos grandes corrientes islámicas – chiismo y sunismo -  contra la civilización occidental. Un peligro éste que los europeos aprecian en su justo valor.

Pero hay más; mucho más. En las últimas décadas hemos asistido a la imparable expansión de la presencia militar iraní en los países del contorno mediterráneo: Líbano, Siria, Bosnia durante la guerra de los Balcanes, así como una creciente participación – directa o indirecta – en los conflictos de Yemen, Afganistán y…Palestina.

La brigada Quds, creada durante la guerra contra Irak y comandada hasta ahora por el Teniente General Soleimaní, cuenta actualmente con unos 15 a 20.000 efectivos. A los combatientes de élite iraníes se suman voluntarios afganos, pakistaníes, sudaneses.  Este cuerpo expedicionario, que luchó en Siria contra el Estado Islámico, Al Nusrah y Al Qaeda, se convirtió en la pesadilla constante de los estrategas de Tel Aviv, que no desdeñan la inusual eficacia de sus dotes guerreras. (Al Quds es el nombre árabe de Jerusalén y, de paso, la meta de los combatientes de la brigada).

Durante los últimos meses, los iraníes reclamaron la repatriación de la brigada y la utilización de las ingentes cantidades de dinero destinadas a la intervención militar allende de las fronteras para proyectos sociales domésticos. El régimen iraní acusó a Occidente de fomentar las protestas.

Paralelamente, otra potencia regional – Turquía – aliada coyuntural de Teherán, optó por desplegar tropas en lugares y regiones que habían pertenecido al Imperio otomano. Los militares turcos están presentes en los Balcanes – Bosnia, Kosovo, Albania, en Chipre, Siria, Qatar, Afganistán y Azerbaiyán. Se calcula que de aquí a finales de 2022, Ankara contará con alrededor de 60.000 efectivos en los distintos puntos estratégicos. Una reconquista por parte de los neo otomanistas de Erdogan de los contornos del añorado Imperio.

En realidad, los descendientes de los persas y de los otomanos persiguen el mismo objetivo: internacionalizar su presencia merced a los referentes históricos. En ambos casos, se trata de recomponer el complejísimo rompecabezas imperial. Para ello, iraníes y turcos cuentan con el beneplácito y el apoyo de otro país empeñado en recuperar su pasado imperial: Rusia.              

A buen entendedor…

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