¿Contrasentido,
error histórico o mera provocación? Con incredulidad y estupor acogieron los
medios de comunicación balcánicos la noticia divulgada en pleno mes de Ramadán
por el muftí de la comunidad musulmana de Rumania, Iusuf Murat: la mayor
mezquita de la Europa cristiana será edificada en… Bucarest. Se trata de un
proyecto faraónico, ideado y financiado por el Gobierno de Ankara. La mezquita,
situada en uno de los barrios emblemáticos de la capital, contará con una gran
biblioteca científica islámica, aulas
destinadas a la enseñanza del Corán y la difusión de la cultura musulmana, un
comedor social y un albergue. Un
auténtico oasis de paz, aseguran los ayudantes del muftí.
Conviene
señalar que Bucarest cuenta ya con cuatro mezquitas. Y que la comunidad
musulmana residente en el país apenas asciende a unas 70.000 almas. Nada que
ver con los millones de mahometanos afincados en Francia, Alemania o el Reino
Unido.
¿Qué
persiguen los neo otomanos de Ankara
al obsequiar a esta minúscula colectividad un ostentoso lugar de culto? Tanto
la clase política como los medios de comunicación del país carpático tratan que
quitar hierro a la avalancha de críticas y de comentarios catastrofistas de
quienes se oponen a la presencia otomana en
suelo rumano.
No se trata,
aseguran los politólogos bucarestinos, de cuestiones relativas al culto
islámico y/o la intolerancia religiosa, de un debate sobre un hipotético
peligro jihadista o de un partido de póker entre diplomáticos y estadistas. En
el caso concreto de las relaciones rumano-turcas, todo se limita a un juego de
influencia, de poder, de estrategia geopolítica.
El innegable
protagonista de esta función es el Presidente Recep Tayyip Erdogan, que utiliza
el tablero balcánico para dar jaque a sus vecinos y rivales: Rusia e Irán. Al
introducirse en la antigua zona de influencia de Moscú, Erdogan pretende
ampliar el radio de acción de Turquía en el Este europeo. Tanto Bulgaria como
Rumanía, parientes pobres del club de Bruselas, necesitan de la colaboración
con Ankara. Las relaciones económicas están en pleno auge. Pero desde el punto
de vista de los contactos socio-culturales, aún queda mucho camino de recorrer.
Los islamistas de Ankara recuerdan que la intervención armada del imperio de
los zares precipitó la expulsión de los otomanos de la región balcánica,
acabando con más de tres siglos de dominación de la Sublime Puerta en Europa
oriental. Mas a finales del siglo XX, tras la desintegración del imperio
ruso-soviético, los neo otomanos apostaron
por emprender el camino de la reconquista.
Otro
competidor directo de Turquía en la zona es el Irán de los ayatolás. Ankara
quiere obstaculizar la expansión del militantismo chiita hacia los confines de
Europa oriental. Para ello, cuenta con el beneplácito del gran aliado norteamericano,
interesado en mantener una precaria estabilidad en el Mar Negro. La Casa Blanca
utiliza la estrategia del divide y
vencerás.
Por último,
queda la rivalidad con… Arabia Saudita. Durante décadas, los saudíes se
dedicaron a suministrar a las comunidades musulmanas del Mediterráneo mezquitas
llaves en mano. Durante la guerra de
Bosnia, en la cual los países mahometanos de la región – Jordania y Turquía -
se erigieron en protectores de la comunidad islámica de la antigua Yugoslavia,
Ankara desempeñó el papel de Gran Hermano
de los musulmanes europeos. Pero lo que parecía hasta cierto punto
provechoso en el caso de Bosnia, se convierte en un impedimento a la hora de
emprender una operación sonrisa destinada a conquistar
los corazones de los pueblos sometidos antiguamente al despotismo oriental.
¿Una
megamezquita en Bucarest? ¿Olvida Erdogan que los príncipes valaquios[AML1] se negaron a aceptar la presencia de los jenizaros en sus tierras?
Alternando, eso sí, el combate con la acción diplomática.
Los rumanos – musulmanes y cristianos -
no necesitan mezquitas. Prefieren mantener buenas relaciones con el
vecino del Sur; con la Turquía moderna.