Me
preguntaba el otro día un amigo periodista cuál de los dos movimientos
radicales musulmanes – Al Qaeda o el Estado Islámico – resultaba, a mi juicio,
más pernicioso para la seguridad mundial. Mi respuesta le sorprendió: “Pero si
estamos hablando de dos engendros gemelos. Tienen los mismos padres y, si te
descuidas, los mismos padrinos”.
¿Los mismos
padres? Conviene recordar que Occidente tardó en denunciar la crueldad de los combatientes del Estado Islámico, los métodos
inhumanos empleados por esos nuevos defensores
de la fe. Al parecer, los gobernantes del Primer Mundo empezaron a
preocuparse por la suerte de las víctimas de las huestes del Islam cuando el EI
se adueñó de los yacimientos petrolíferos de Siria y de Irak. Por vez primera,
en las redacciones de los medios occidentales aparecieron los vocablos yazidíes, kurdos, alevíes. Poblaciones
en peligro, según las cajas de resonancia de Washington o de Bruselas, que
habían permanecido silenciosas durante los enfrentamientos de Siria, donde la
multicéfala hidra trataba de derrocar el régimen autoritario de Bashar el
Assad.
El Estado
Islámico y Al Qaeda combatían en el mismo bando. Sus valedores eran los
supuestamente pro occidentales Qatar y Arabia Saudita, aliados de Washington y…
miembros la de coalición internacional antiterrorista
liderada por el Presidente Barack Obama.
En ambos
casos, se trata de agrupaciones que persiguen el mismo objetivo: levantar un
Califato regido por la Sharia, la ley islámica. Algo que, de paso sea dicho, Bin Laden había
conseguido en el Afganistán de los talibanes. Ni que decir tiene que la
eliminación física del multimillonario saudí no obstaculizó el desarrollo del
proyecto. Al contrario, su muerte aceleró el proceso de radicalización. O al
menos, eso es lo que se pretende insinuar a través de imágenes distorsionadas,
de argumentos perversos.
Es obvio que
George W. Bush no ganó la guerra contra el terrorismo. Lo único que logró el
expresidente norteamericano fue un incremento de la corriente anti islámica en
Estados Unidos y algunos países de Europa occidental. Un buen caldo de cultivo
para la incomprensión y… el odio. Los atentados del 11 – M de Madrid (2004) y/o
las bombas que estallaron durante la maratón de Boston (2013) sirvieron para alimentar la
animadversión de una opinión pública desconcertada. La matanza perpetrada en la
redacción del semanario parisino Charlie
Hebdo fue la detonante para la nueva ofensiva, esta vez, generalizada,
contra el radicalismo islámico. ¿Contra el radicalismo o contra algunos radicales?
Conviene
preguntarse, pues: ¿a qué se debe este largo paréntesis de silencio de los
políticos occidentales? A finales de 2001, durante la retirada de Afganistán,
Al Qaeda advirtió que la lucha no había acabado, que sus combatientes volverán
a manifestarse al cabo de dos o tres lustros. Los servicios de inteligencia
habían detectado la presencia de las llamadas células durmientes en Europa y Norteamérica, los movimientos de los
yihadistas extranjeros en los países del Mashrek, la connivencia de los
regímenes islámicos moderados con las
agrupaciones armadas. Por si fuera poco, los atentados de Boston y de París han
sido calificados de ataques contra los
valores democráticos de Occidente. Razones más que suficientes para actuar.
Sin embargo…
El tardío
despertar de los estadistas del Primer Mundo, su afán el declarar
(¿redeclarar?) la guerra al Estado Islámico presenta malos presagios para las
relaciones con el mundo árabe-musulmán. Si bien es cierto que la mayoría de los
musulmanes no se identifica con los salvajes procedimientos de los yihadistas
del EI o la farragosa retórica de Al Qaeda, también es verdad que los
argumentos empleados por Occidente – libertad de expresión, derecho a criticar,
véase ofender al Islam – no cuentan con muchos seguidores en el mundo musulmán.
¿Miopía
política o deseo de fabricar un nuevo enemigo? ¿Es preciso que el mundo sin
ideales, sin ideología, sin rumbo se movilice contra algo, contra alguien? Aparentemente,
los gobernantes lo tienen claro: tras 24 meses de guerra sin cuartel contra los
movimientos islamistas, tocará abrir otros frentes. Señores kremlinólogos, prepárense.