Cuando las autoridades de un país industrializado sorprenden a sus socios con un paquete de fundadas (o infundades) reivindicaciones, los heraldos gubernamentales suelen hablar de exigencias inesperadas. Cuando un país no perteneciente al primer mundo, véase Turquía, sorprende a sus socios con demandas justas (o justificadas) que entorpecen ¡ay! el buen funcionamiento de los engranajes burocráticos de Uniones, Alianzas u organismos internacionales, su discurso se traduce por el despectivo giro chantaje de última hora.
Es lo que sucedió recientemente con el veto de
Ankara a la adhesión de Suecia a la Alianza Atlántica, bloqueada por los turcos
al alegar el escaso interés del país escandinavo de acabar con el núcleo
terrorista léase, presencia de nacionalistas kurdos en las instituciones
suecas. La OTAN había dado por zanjada la crisis, considerando que la nueva normativa
jurídica adoptada por las autoridades suecas debía contentar al ejecutivo de
Ankara. Sin embargo, Erdogan exigía más, mucho más. En lenguaje diplomático,
ello se traducía por la neutralización o total desaparición del grupo de presión
kurdo de Estocolmo. Pero los suecos no daban su brazo a torcer. En jerga geopolítica,
la factura de la membresía sueca a la OTAN incluía la venta de una
treintena de cazas F-16 estadounidenses al Ejército turco – bloqueada por la
Administración Biden – y el compromiso de los escandinavos a apoyar el reinicio
de las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea, un
proceso congelado en 2018 por la Canciller Angela Merkel, quien alegó la falta
de compromiso de Ankara con las reformas europeas en materia de los derechos
fundamentales. Un comodín éste, que franceses y alemanes suelen emplear muy a menudo
para obstaculizar el diálogo con Turquía. Sin embargo…
En las actuales circunstancias, Occidente se vio
obligado a ceder ante las exigencias del sultán. Va de la unidad de la
Alianza; si al envío a las calendas griegas de la petición de ingreso de Vlódimir
Zelenski se suma el bloqueo de la adhesión de Suecia, la imagen de monolitismo
de la OTAN resulta muy dañada. Turquía tendrá, pues, sus F-16 y… una promesa
más o menos firme de Estocolmo de potenciar la reanudación del diálogo entre
Ankara y Bruselas.
Pero dialogar no significa, forzosamente, pactar.
Los negociadores turcos lo saben. Ankara
presentó su solicitud de ingreso en 1987 y tardó doce años en recibir el
estatus de candidato. Las negociaciones se abrieron ya en 2005 y no han parado
de tener altibajos. El club cristiano de Bruselas se ha mostrado siempre
muy reacio al ingreso de Turquía, país que utiliza como dique de contención contra
la avalancha de refugiados e inmigrantes provenientes de Oriente Medio y Asia en
el prospero huerto de la gran familia europea. Las reformas de Mustafá Kemal Atatürk
jamás convencieron a los occidentales. A la hora de la verdad, el factor
religioso pesa más que los cambios estructurales, la adecuación del sistema
institucional a las normas europeas. En pocas palabras: el gran fallo de
los turcos es… ¡ser musulmanes!
Conscientes del gran hándicap intelectual de los
centroeuropeos, los sucesivos Gobiernos de Ankara hicieron suya la famosa
máxima del humorista español, adaptándola a su manera: Si doña Europa no nos
quiere, renunciamos generosamente a la mano de doña Europa. Y así pasaron varias décadas…
El que esto escribe recuerda una conversación
sostenida en el silencio de la noche de Ankara, pocas fechas después de la
victoria del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), con el ex primer
ministro turco, Bülent Ecevit, uno de los impulsores de la política europeísta
de Ankara. Ecevit no dudaba de la voluntad de sus rivales islamistas de
proseguir el diálogo con Europa. ¿Un fracaso de las negociaciones? Lo dudo.
Hay consenso a nivel de la clase política turca: la meta es Europa, afirmaba
el catedrático y poeta que ostentó tres veces el cargo de primer ministro. De
todos modos, habrá otras opciones. Mire, Asia es un gran continente con el que tenemos
importantes lazos históricos. Y, además, podría haber otras opciones…
Ecevit me habló aquella noche de los países o
regiones en las que el Imperio Otomano y la Turquía moderna influyeron con su
presencia colonial o su diplomacia; Afganistán, Libia, Azerbaiyán, Qatar,
Somalia, Djibutí, los tártaros y las comunidades musulmanas de Rusia o los
Balcanes. La lista resultó ser muy larga. Pero la opción aún no tenía nombre.
En realidad, la alternativa empezó a esbozarse
una década más tarde, cuando los ideólogos del AKP pusieron de moda la
expresión neo-otomanismo. La nueva doctrina pretendía recuperar el
esplendor del Imperio Otomano, influir en los territorios históricamente
administrados por Estambul o Ankara, convertir la Turquía moderna, potencia
regional en ciernes, en una potencia global. Para ello, el aparato de
propaganda del AKP ha ideado el slogan: El siglo de Turquía.
El proyecto fue lanzado poco después de la
consulta popular celebrada en el mes de mayo, cuando los seguidores de Erdogan
lograron un nuevo mandato legislativo. Se trata del tercer renacimiento
turco, afirman orgullosamente los militantes islamistas.
İhsan Aktaş, profesor de
periodismo en la Universidad Medipol de Estambul e incondicional del presidente
Erdogan, explica: Personalmente, estimo que la primera
era turca comenzó con la alianza formada con Bagdad en Transoxiana, una región histórica repartida actualmente entre Uzbekistán,
Kazajistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tayikistán.
La segunda coincidió con los siglos XIV al XVI
cuando los otomanos influían en la política de la mayoría de los imperios. Sabemos
que los europeos no podían prescindir de Turquía desde la Edad Media y que los
otomanos influenciaron a los europeos durante 400 años, después de la Paz de
Westfalia.
Creo que el tercer renacimiento de los turcos se
dará en esta época.
Para Aktaș, el porvenir de Turquía se
forjará en las antiguas plazas fuertes de los otomanos. Si doña Europa no
nos quiere… En fin, esto queda por ver. De momento, conviene centrarse en los
logros del chantaje de última hora de Erdogan, como lo calificó, muy cariñosamente,
el jefe supremo de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, olvidando el
desafío lanzado desde la tribuna de las Naciones Unidas por Erdogan a los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: El mundo no se
limita a cinco (superpotencias).
De hecho, antes de ganar las elecciones del
pasado mes de mayo, Erdogan se había planteado seriamente la posibilidad de
adherirse al grupo de los BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica, opción que provocó en auténtico terremoto en Washington. Erdogan,
ese amigo de Putin, nos está traicionando, bramaban los altos cargos de la
Administración.
Pero, ¿quién avalaría este cambio de bando, este estrepitoso
abandono de Occidente? ¿Moscú? ¿Pekín?
Aparentemente, ninguno de los grandes. Y si fuera… ¡La Meca!