viernes, 28 de octubre de 2011

De la "primavera verde" a la "democracia islámica"


A comienzos de la próxima semana, el alto mando de la Alianza Atlántica dará por finalizada su “misión humanitaria” en Libia. La guerra, pues hay que llamar las cosas por su nombre – la intervención en Libia ha sido una de la peores guerras coloniales de la era moderna – acaba con la caída y el más que humillante asesinato del dictador Gadafi, poniendo en entredicho las “altruistas” motivaciones de Occidente y su peculiar interpretación del vocablo “ética” a la hora de avalar los escasos, sino inexistentes valores humanos de los detractores del tirano. Curiosamente, esta vez nadie se atrevió a afirmar que “la muerte de Gadafi es el triunfo de la democracia”. Porque no se puede hablar de democracia en este país-yacimiento de petróleo, en este territorio sin ley, que los militantes salafistas y sus aliados pretenden convertir en una…”democracia islámica”.



Hace unos meses, cuando los egipcios iniciaron la ocupación pacífica de la cairota plaza Tahrir, un joven periodista me preguntó si los movimientos de protesta registrados en los países árabes eran obra de la cadena de televisión Al Yasira, de las redes sociales o de las fuerzas ocultas que manipulan la información vehiculada a través de los teléfonos Blackburry. Se me ocurrió contestarle que, a mi juicio y parecer, se trataba de un fenómeno mucho más complejo, relacionado con la frustración y el hartazgo de las masas, de unas generaciones incapaces de divisar el porvenir en los escleróticos regímenes autoritarios del soñoliento mundo árabe-musulmán. De hecho, el inesperado éxito de lasa “primaveras verdes” nos permitía albergar la esperanza de cambios espectaculares en el Magreb y el Mashrek. ¿La revolución de Al Yasira? ¡Menudo disparate!



Lo que sí es cierto es que los movimientos reivindicativos seguían el mismo guión, muy parecido, cuando no idéntico al famoso proyecto del “Gran Oriente Medio” ideado es su momento por la Administración Bush. Un proyecto que no llegó a materializarse, puesto que el anterior inquilino de la Casa Blanca parecía más interesado en la seguridad energética de los Estados Unidos que en la posible democratización de las tierras del Islam. Sin embargo, las ideas de Bush fueron llevadas a la práctica -de manera muy torpe- por su sucesor, Barack Obama. En efecto, la “primavera verde” provocó la caída de algunos regímenes pro occidentales del mundo musulmán.



Ni que decir tiene que la desaparición de los dictadores “amigos” plantea varias incógnitas a los gobernantes europeos. Conviene preguntarse si los radicales islámicos – Hermanos Musulmanes, An Nahda, movimiento salafista, etc. – que se limitaron a observar sin inmutarse la rebelión de las masas, no acabarán haciéndose con Gobiernos emanantes de las protestas, si las “primaveras verde” no desembocarán en un sinfín de “democracias islámicas”, más propensas a aplicar a rajatabla la ley islámica (Shariá) que implantar y/o acatar los derechos humanos. El temor a la radicalización de los países musulmanes empieza a adquirir carta de naturaleza en algunas capitales del Viejo Continente. En efecto, a Washington las implicaciones geoestratégicas de la “democracia islámica” le afecta en menor medida.



Los politólogos occidentales han confeccionado la lista de las futuras “democracias”. Se trata de Egipto, Gaza, Líbano, Libia, Siria, Túnez y…Turquía, países donde, según la jerga periodística anglosajona, podrían afianzarse los islamistas “moderados”. ¿Moderados? Extraño concepto, éste… ¿Cuándo se habló de “comunismo moderado” o de “democracia cristiana moderada”? ¿Cuándo se habló de militantes políticos o religiosos moderados?



El islamismo político que salga victorioso de las urnas será, sin duda, la avanzadilla del llamado Islam revolucionario. No hay que temerlo ni aborrecerlo; es preciso tratar de comprender y asimilar el fenómeno, generado por el Departamento de Estado de la era Bush con el apoyo militar de la OTAN. Nos toca a nosotros, europeos, buscar vías de cohabitación. Algo que, sin duda, no resultará excesivamente sencillo.

viernes, 7 de octubre de 2011

Turquía: ¿a contracorriente?


A finales de 2002, cuando el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) se alzó por vez primera con la victoria en las elecciones generales turcas, el entonces Presidente de los EE.UU. George W. Bush, instó a sus aliados europeos a “acoger en su seno a los islamistas moderados de Ankara”. El inusual entusiasmo del inquilino de la Casa Blanca tropezó, sin embargo, con la reticencia de la clase política del Viejo Continente. Los Gobiernos de París y Berlín no parecían muy propensos a dar la bienvenida al “amigo otomano”.


Los argumentos esgrimidos por los alemanes y los franceses –diversos pero complementarios- reflejan el malestar de los países de Europa Central frente a la hasta ahora hipotética adhesión de Turquía a la UE. Para los alemanes, que cuentan con alrededor de dos millones de trabajadores inmigrados de origen turco, el problema es a la vez cultural y demográfico. Se trata, en efecto, de una población musulmana, que cuenta con una tasa de natalidad muy superior a la de los ciudadanos germanos. Los franceses recurren a las “diferencias culturales” para ocultar su verdadero temor: el importante perjuicio económico que podría causar el ingreso de Turquía en la Unión a la balanza comercial gala. Los estudios realizados por varias universidades francesas ponen de manifiesto los auténticos motivos de preocupación de los empresarios y políticos franceses. De todos modos, los europeos prefieren disimular sus sentimientos. “Turquía puede esperar…” Pero el interrogante es: “¿hasta cuándo?”


La verdad es que en los últimos dos lustros la situación del país otomano ha experimentado importantes cambios. Merced a una política exterior sumamente hábil y a una tasa de desarrollo económico espectacular, Turquía se ha convertido en una potencia regional, respetada y/o temida por sus vecinos. Las autoridades de Ankara lograron establecer el equilibrio entre las controvertidas relaciones con el régimen de los ayatolás de Irán y los no menos polémicos lazos con las autoridades de Tel Aviv. Obviamente, el idilio con los radicales islámicos de Teherán irritaba sobremanera a los Gobiernos occidentales, mientras que la normalidad de los contactos con el Estado judío molestaba a los países árabes de la zona, incapaces de concebir una relación fluida entre musulmanes y hebreos. Mas el Gobierno de Recep Tayyep Erdogan se enfrentó con Israel en mayo de 2010, al respaldar Ankara la iniciativa de mandar “flotillas de paz” a la Franja de Gaza. El incidente de Mavi Marmara, el barco asaltado por comandos israelíes, provocó una oleada de indignación en Turquía. El Gobierno se sumó a la protesta, calificando el incidente de “casus belli”. Un distanciamiento muy oportuno, teniendo en cuenta los espectaculares acontecimientos registrados en la región unos meses más tarde. En efecto, la congelación de las relaciones entre Ankara y Tel Aviv coincidió con el inicio de la llamada “primavera árabe”.


Turquía optó por cambiar de rumbo. En efecto, el papel de país musulmán modélico resultaba mucho más interesante para los políticos turcos. Pero, ¿es viable el modelo turco en otros estados árabes? Hoy por hoy, la respuesta es “no”. Los protagonistas de las “revoluciones” árabes – Túnez, Egipto, etc. – no comparten la herencia del kemalismo.


Por razones estratégicas, Ankara decidió enfrentarse a Bashar el Assad, el dictador sirio que se convirtió en el enemigo público de Occidente. Pero conviene recordar que Turquía y Siria siempre mantuvieron relaciones tensas.


El Gobierno Erdogan tiene pendientes una serie de reformas internas: la redacción de una Constitución democrática, que cuente con un amplio apoyo popular, la solución de la cuestión kurda, las trabas a la libertad de prensa, el diálogo político, etc.


En cuanto a las relaciones con la UE se refiere, la negativa de abrir los puertos y aeropuertos a las naves de bandera chipriota podría entorpecer las interminables consultas sobre la adhesión de Ankara a la Unión Europea, prevista hacia 2015.


Pero hay más: la reciente decisión de Ankara de querer controlar las exploraciones gasísticas frente a las costas chipriotas y los ditirámbicos ataques del Primer Ministro Erdogan contra la amenaza nuclear israelí convierten a los “islamistas moderados” de Ankara en los enemigos de quienes aconsejaron, en su momento, a los europeos el ingreso inmediato de Turquía en el seno de la UE.


No hay que ser… turco para no comprender la estructura mental de los occidentales. De algunos occidentales.