jueves, 2 de mayo de 2019

Aproximación al neo-otomanismo (II)


Erdogan - entre Rusia e Irán

Poco después de la intentona golpista de julio de 2016, la política exterior de Turquía experimentó un cambio radical. Erdogan, que había logrado enemistarse con  los líderes europeos poco propensos a aceptar el ingreso de Ankara en la Unión Europea – Alemania y Holanda – dirigió su mirada hacia el Kremlin. Huelga decir que las relaciones turco-norteamericanas se habían enrarecido durante la guerra del Golfo, cuando Ankara se mostró muy reacia a autorizar la utilización de su espacio aéreo para las incursiones de cazas estadounidenses contra Irak, país musulmán “hermano”. El Parlamento turco tuvo que ceder ante las presiones de Occidente; un miembro fundador de la Alianza Atlántica no podía disociarse de la política militar común. Su compromiso con la OTAN debía ser… inquebrantable. Washington exigió la aplicación del artículo 5º del Tratado del Atlántico Norte, relativo a la defensa colectiva; el Parlamento turco no tuvo más remedio que plegarse a las exigencias de los aliados. Una doble derrota, puesto que a las consideraciones de índole política se sumaba la deshonra de no haber cumplido con la sacrosanta obligación de solidaridad islámica. Un detalle éste que los estrategas del Pentágono habían descuidado. El 99 por ciento de los habitantes de Turquía, Estado aparentemente laico, profesa la fe mahometana. De ahí los equívocos…

La otra batalla perdida fue la del acceso a la Unión Europea. Una larga sucesión de encuentros y desencuentros que se prolongó durante cuatro décadas. El país ideado y fundado por Mustafa Kemal Atatürk quería ser europeo. Pero los miembros del “club cristiano” de Bruselas vetaron el ingreso. Los conservadores alegaron motivos “culturales”, los liberales y progresistas, argumentos políticos. Hace ya más de tres lustros, los mandatarios de Ankara empezaron a buscar otras alternativas, más acordes con la idiosincrasia turca. 

Tras el desmembramiento de la URSS, reapareció la opción del “panturquismo”, alianza de todos los pueblos turcomanos de Asia, liderada por Turquía. Después de la llegada al poder de los islamistas del AKP, el “panturquismo” dejó paso al “neo-otomanismo”, que contempla la acción política de Turquía en todas las regiones que se hallaron bajo el dominio otomano. La nueva estrategia, concebida por el ex ministro de Asuntos Exteriores de Erdogan, Ahmet Davutoglu, empezó a implementarse con bastante éxito a mediados de la pasada década, allanando el camino hacia la materialización del sueño de la clase política: convertir el país en una predominante potencia regional.

Con el paso del tiempo, los sueños de grandeza de los insumisos islamistas de Ankara se convirtieron en una auténtica pesadilla para sus aliados occidentales. ¿Resucitar el espíritu del Imperio Otomano, el esplendor de los sultanes – califas del Islam, la presencia turca en tres continentes? “Imposible, aberrante y ante todo, peligroso”, estimaban las Cancillerías occidentales. Y si a ello se le suma la tentación totalitaria del líder del AKP, el autoritarismo y las redundantes consignas nacionalistas, el deterioro de la imagen institucional es innegable. Recep Tayyip Erdogan deja de ser un aliado, para convertirse en… adversario de Occidente y, ante todo, de los Estados Unidos.

La noche del 15 al 16 de julio de 2016 marca un punto de inflexión. Los “poderes fácticos” apostaron por la eliminación de Erdogan, cometido factible en un país habituado a los golpes de Estado. El ejército no encontró resistencia alguna al ejecutar la primera fase del plan: la ocupación de los puntos estratégicos. Sin embargo, treinta minutos antes de la llegada de los comandos golpistas a la residencia de verano de Erdogan, este abandonó la localidad costera de Marmaris a borde de un avión privado, dirigiéndose hacia Estambul, ciudad controlada por los rebeldes. Al parecer, pocas horas antes del inicio de la intentona, el Presidente turco recibió una llamada del… Kremlin. Su interlocutor ruso, conocedor de los planes del ejército, puso a su disposición un satélite ruso de telecomunicaciones, que le permitió contactar con los militares fieles. El general Umit Dundar recuperó el control del aeropuerto internacional de Estambul, permitiendo en aterrizaje del avión presidencial.

¿Está tratando Turquía de crear ‎su propia alianza militar?

En este contexto, el acercamiento entre Ankara y Moscú resulta no sólo comprensible, sino inevitable. Las posteriores visitas del mandatario turco al Kremlin desembocaron en la firma de numerosos acuerdos comerciales y… militares. Después de ultimar la compra del sistema de defensa antiaérea  ruso S-400, ‎el ejército turco anunció la probable adquisición de aviones de combate ¡rusos! Su-35 o ‎‎Su-57, competidores de los F 35 norteamericanos. Hay quien especula con una posible (aunque hoy por hoy hipotética) retirada de Turquía de la Alianza Atlántica. Pero se barajan otras alternativas: la creación de una alianza militar entre Turquía, Irán y Rusia para gestionar conjuntamente el conflicto de Siria. Aparentemente, los tres países tienen intereses divergentes: Rusia apoya a su fiel amigo Bashar el Assad, Irán quiere afianzar su presencia estratégica en los confines con Israel, Turquía pretende eliminar a los combatientes kurdos, amigos de los norteamericanos y aliados del PKK. Con ello, Ankara pretende ‎impedir que Estados Unidos utilice las milicias que combaten en suelo sirio para fomentar nuevas “primaveras ‎árabes”.
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También existe otro proyecto, aún más ambicioso: la creación de un bloque militar que agruparía a ‎Turquía, Irán y Qatar, como posible contrapeso a una “OTAN árabe” capitaneada por Washington. Si Erdogan consigue involucrar al Kremlin, la relación de fuerzas en el mundo árabe musulmán cambiaría ‎en detrimento de los Estados Unidos y sus incondicionales aliados del Golfo Pérsico.