jueves, 21 de agosto de 2014

La guerra encubierta de Barack Hussein Obama


¡Fuera, fuera árabes! No quiero que este país sea gobernado por los árabes. Sucedió durante la campaña presidencial estadounidense de 2008, durante un mitin del Partido Republicano. El árabe era el candidato demócrata, Barack Hussein Obama y la contestataria, una mujer mayor que se había dejado intoxicar por los argumentos de la maquinaria de propaganda de un poderoso lobby con ramificaciones en las altas esferas del poder. El político republicano que había acudido a la cita con sus electores no tardó en poner los puntos sobre las íes. No, Barack Obama no era árabe, sino un buen ciudadano norteamericano, un respetable y respetado miembro del Senado de los Estados Unido. De hecho, unas semanas más tarde Obama se convirtió en el cuadragésimo cuarto Presidente de los Estados Unidos.

Curiosamente, el Presidente Obama no supo aprovechar al máximo las resonancias orientales de su segundo nombre – Hussein -  para lograr un acercamiento al mundo árabe musulmán, traumatizado por las intervenciones militares estadounidenses en Afganistán e Irak, frustrado por el apoyo incondicional de Washington al conflictivo aliado israelí. Es cierto, el Presidente de los Estados Unidos se dirigió a la nación árabe en junio de 2009, vaticinando un nuevo comienzo de las relaciones entre Estados Unidos y el Islam. Pero el mensaje dirigido a los musulmanes desde la Aula Magna de la Universidad de El Cairo quedó en agua de borrajas. Sí, Obama anunció la retirada de las tropas estacionadas en Afganistán e Irak, el final de la política intervencionista de Washington, la introducción de normas éticas en las relaciones internacionales. Las buenas palabras, que no los actos, le valieron el Premio Nobel de la Paz. Una distinción prematura y, según los politólogos, inmerecida.

Las llamadas primaveras árabes fueron el primer intento fallido de normalización de las relaciones con el mundo islámico. Los estrategas norteamericanos pensaron – erróneamente – que la sustitución de los regímenes autoritarios pro occidentales  por estructuras islámicas modernas iba a contar con el beneplácito de los intelectuales y de la sociedad civil de los países del Magreb y el Mashrek. Craso error; los Gobiernos de corte islamista provocaron un espectacular retroceso político y social. En el caso de Egipto, Washington optó por devolver el poder al ejército; en Libia, las heridas provocadas por el nada ético derrocamiento de Mummar al Gaddafi siguen abiertas. La primavera árabe no cuajó en Siria, donde el régimen de Bashar el Assad mantiene su pulso con los movimientos yihadistas financiados, al igual que Al Qaeda en su momento, por las monarquías árabes conservadoras, aunque también apoyados por las… ¡democracias occidentales!

Occidente no intervino militarmente en la guerra civil de Siria. Hay quien estima que había demasiados intereses creados, demasiadas contradicciones en las políticas de los socios comunitarios. Los valedores de los yihadistas fueron Arabia Saudita, Qatar y Kuwait, feudos del conservadurismo árabe… pro occidental.

Barack Obama cumplió su promesa al retirar el contingente americano de Irak en 2011. Pero se trataba de un repliegue completamente caótico, que hacía caso omiso de las condiciones objetivas existentes en el país: inestabilidad política, conflictos étnicos y religiosos, desintegración paulatina del Estado nación, etc.

También cumplieron su promesa los combatientes del Estado Islámico de Irak y Levante al trasladarse desde Alepo al Kurdistán iraquí y, aprovechando la aparente debilidad de las instituciones autonómicas kurdas, anunciando la creación del califato en tierras del Islam. Un proyecto descabellado, si no fuera por el espectacular avance de los yihadistas, que llegaron a varias decenas de kilómetros de Bagdad. Pero hay más: el Estado Islámico pretende expandirse al Líbano, Jordania y la Península del Sinaí. 
  
La persecución de la minoría kurda y las matanzas de centenares de yazidíes, una secta que jamás llamó en interés de los occidentales, fueron los detonantes para el regreso de Washington al escenario iraquí. Pero esta vez, el operativo militar, apoyado por la mayoría de los miembros de la Unión Europea, está disfrazado de operación humanitaria. No, Occidente no mandará tropas a Irak. Basta con armar hasta los dientes a los kurdos. Qué se maten ellos…

La maquinaria de propaganda del Estado Islámico tilda a Barack Hussein Obama de Cruzado, esclavo de Washington o perro de los romanos. Y pensar que hace apenas unos años no querían árabes en la Casa Blanca…  

sábado, 16 de agosto de 2014

Gaza: treinta y tres días y dos mil muertos después…


Durante mis primeros viajes a Gaza, descubrí que la vieja y descuidada carretera principal que atraviesa la Franja servía de frontera natural entre dos mundos: la miseria de los refugiados, hacinados en los campamentos situados en la orilla del mar y la opulencia de las mansiones señoriales, edificadas del otro lado de la vieja vía de tránsito, entre naranjales y magníficos jardines de estilo californiano. De un lado, la pobreza; del otro, la ostentación de los automóviles de superlujo pertenecientes a los señores de la Franja, adinerados terratenientes que solían pasar la mitad de su vida en palacetes londinenses o residencias de ensueño de la Costa Azul. Dos mundos separados, tales compartimentos estancos que llevaban existencias paralelas en ese exiguo espacio – unos 150 kilómetros cuadrados – que los cooperantes nórdicos no dudaron en llamar el bantustán Gaza.

Sí, aquel territorio cercado por alambradas cuidadosamente colocadas por vecinos israelíes y egipcios, aquél claustrofóbico hervidero de gente humilde y de religiosos exaltados parecía un enorme campo de concentración. Gaza fue, tiempos ha, tierra de iluminados y profetas, cantera de radicales islámicos, generadora de pobreza e inestabilidad. Para el mítico David Ben Gurion, primer ministro de Israel durante la primera ocupación militar de la Franja, Gaza era una “bomba de relojería” que había que esquivar. Cinco décadas después, otro jefe de Gobierno israelí, Ariel Sharon, ordenó la retirada de las tropas y la repatriación de los colonos judíos afincados en la Franja. Su permanencia resultaba demasiado onerosa para las arcas del Estado de Israel.

Pero el bantustán se había radicalizado. Tras las elecciones palestinas de 2006, el Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS) logró expulsar de la Franja a los representantes de la OLP. Un año más tarde, los militantes islámicos cogían las riendas del poder, convirtiendo el territorio en un mundo aparte.  El desafortunado experimento islamista parecía haber llegado a su fin hace apenas unos meses, tras la inesperada y espectacular reconciliación entre HAMAS y la OLP, cuando ambas facciones acordaron la creación de un Gobierno de Unidad Nacional. Buenas noticias para la calle palestina; sombríos presagios para el Gobierno conservador de Tel Aviv, liderado por el inflexible Benjamín Netanyahu, dinamitero de los Acuerdos de Oslo y adversario de la convivencia con los palestinos. Lo que siguió después es harto conocido.

Los 33 días del operativo militar bautizado pomposamente Margen Protector (los estrategas israelíes no carecen de imaginación a la hora de buscar eufemismos), la incursión arroja el siguiente saldo: alrededor de 2.000 víctimas mortales en el bando palestino, en su gran mayoría, civiles y 67 bajas israelíes. Según la ONG británica OXFAM, los daños materiales podrían resumirse de la siguiente manera: 10.000 viviendas destruidas, 12 hospitales, 141 colegios y 6 refugios de las Naciones Unidas afectados por los bombardeos, destrucción total de la gran mezquita de Gaza y daños irreparables de la única central eléctrica de la Franja. La reconstrucción - total o parcial – del territorio requerirá varios miles de millones de dólares. Un excelente negocio para las mal llamadas agencias de desarrollo del primer mundo, especializadas en llevar las buenas palabras de países que participaron, a través de sus industrias armamentistas, a la devastación de la zona. 

Aunque los estrategas de Tel Aviv estiman que la ofensiva Margen Protector cumplió su objetivo – la destrucción total de los túneles subterráneos utilizados por HAMAS para el transporte y lanzamiento de misiles o la penetración de comandos de guerrilleros en suelo israelí - los radicales islámicos no se dan por vencidos.

Es cierto que el discurso de HAMAS ha cambiado durante las negociaciones indirectas de El Cairo, pero ello no significa que la agrupación religiosa haya renunciado a su objetivo: la lucha sin cuartel contra el ente sionista.  Aprovechando la última tregua, israelíes y palestinos tratan de redactar el borrador de un posible acuerdo, que incluye una serie de concesiones mutuas. Aparentemente, la parte israelí estaría dispuesta a ampliar la zona de pesca de Gaza de 3 a 12 millas, aumentar el número de permisos para la salida de Gaza y autorizar la transferencia de fondos destinados al pago de los salarios de los funcionarios públicos gazatíes. Hasta ahora, los pagos se efectuaban a través de instituciones financieras qataríes. A su vez, HAMAS se comprometería a readmitir a la guardia del Presidente de la ANP en la frontera con Egipto, la supervisión de los trabajos de reconstrucción por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), así como un mayor protagonismo del Presidente Abbas  en la toma de decisiones relativas al porvenir de la Franja.

A cambio, Israel exige la desmilitarización (léase desarme) total de las facciones armadas que operan en la Franja – HAMAS, Jihad islámica, Brigadas de Ezzedin al Kassem, el cese total de los lanzamiento de misiles y la destrucción de los túneles utilizados por la resistencia islámica.

Los palestinos reclaman la (re)construcción de un aeropuerto y la reapertura del puerto de Gaza. Exigencia estas que parecen quedar relegadas, como de costumbre, a las calendas griegas…  Lo que sí es cierto es que después de 33 días de guerra no declarada los tiempos del bantustán Gaza no volverán. Pero tampoco volverá aquél candoroso flirteo entre israelíes y palestinos que presenciamos tras la firma de los Acuerdos de Oslo. Esta vez, las heridas son demasiado profundas.