¡Fuera,
fuera árabes! No quiero que este país sea gobernado por los árabes. Sucedió
durante la campaña presidencial estadounidense de 2008, durante un mitin del
Partido Republicano. El árabe era el
candidato demócrata, Barack Hussein Obama y la contestataria, una mujer mayor
que se había dejado intoxicar por los argumentos de la maquinaria de propaganda
de un poderoso lobby con ramificaciones en las altas esferas del poder. El político
republicano que había acudido a la cita con sus
electores no tardó en poner los puntos sobre las íes. No, Barack Obama no era árabe, sino un buen ciudadano
norteamericano, un respetable y respetado miembro del Senado de los Estados
Unido. De hecho, unas semanas más tarde Obama se convirtió en el cuadragésimo
cuarto Presidente de los Estados Unidos.
Curiosamente, el Presidente Obama no supo aprovechar
al máximo las resonancias orientales de su segundo nombre – Hussein - para lograr un acercamiento al mundo árabe
musulmán, traumatizado por las intervenciones militares estadounidenses en Afganistán
e Irak, frustrado por el apoyo incondicional de Washington al conflictivo
aliado israelí. Es cierto, el Presidente de los Estados Unidos se dirigió a la
nación árabe en junio de 2009, vaticinando un nuevo comienzo de las relaciones entre Estados Unidos y el Islam.
Pero el mensaje dirigido a los musulmanes desde la Aula Magna de la Universidad
de El Cairo quedó en agua de borrajas. Sí, Obama anunció la retirada de las
tropas estacionadas en Afganistán e Irak, el final de la política
intervencionista de Washington, la introducción de normas éticas en las relaciones internacionales. Las buenas palabras, que
no los actos, le valieron el Premio Nobel de la Paz. Una distinción prematura
y, según los politólogos, inmerecida.
Las llamadas primaveras
árabes fueron el primer intento fallido de normalización de las relaciones
con el mundo islámico. Los estrategas norteamericanos pensaron – erróneamente –
que la sustitución de los regímenes autoritarios pro occidentales por estructuras islámicas modernas iba a contar con el beneplácito de los intelectuales y de
la sociedad civil de los países del Magreb y el Mashrek. Craso error; los
Gobiernos de corte islamista provocaron un espectacular retroceso político y
social. En el caso de Egipto, Washington optó por devolver el poder al
ejército; en Libia, las heridas provocadas por el nada ético derrocamiento de
Mummar al Gaddafi siguen abiertas. La primavera
árabe no cuajó en Siria, donde el régimen de Bashar el Assad mantiene su
pulso con los movimientos yihadistas financiados, al igual que Al Qaeda en su
momento, por las monarquías árabes conservadoras, aunque también apoyados por
las… ¡democracias occidentales!
Occidente no intervino militarmente en la guerra
civil de Siria. Hay quien estima que había demasiados intereses creados,
demasiadas contradicciones en las políticas de los socios comunitarios. Los
valedores de los yihadistas fueron Arabia Saudita, Qatar y Kuwait, feudos del
conservadurismo árabe… pro occidental.
Barack Obama cumplió su promesa al retirar el contingente
americano de Irak en 2011. Pero se trataba de un repliegue completamente
caótico, que hacía caso omiso de las condiciones objetivas existentes en el
país: inestabilidad política, conflictos étnicos y religiosos, desintegración
paulatina del Estado nación, etc.
También cumplieron su promesa los combatientes del
Estado Islámico de Irak y Levante al trasladarse desde Alepo al Kurdistán
iraquí y, aprovechando la aparente debilidad de las instituciones autonómicas
kurdas, anunciando la creación del califato
en tierras del Islam. Un proyecto descabellado, si no fuera por el
espectacular avance de los yihadistas, que llegaron a varias decenas de
kilómetros de Bagdad. Pero hay más: el Estado Islámico pretende expandirse al
Líbano, Jordania y la Península del Sinaí.
La persecución de la minoría kurda y las matanzas de
centenares de yazidíes, una secta que jamás llamó en interés de los
occidentales, fueron los detonantes para el regreso de Washington al escenario
iraquí. Pero esta vez, el operativo militar, apoyado por la mayoría de los
miembros de la Unión Europea, está disfrazado de operación humanitaria. No, Occidente no mandará tropas a Irak.
Basta con armar hasta los dientes a los kurdos. Qué se maten ellos…
La maquinaria de propaganda
del Estado Islámico tilda a Barack Hussein Obama de Cruzado, esclavo de Washington o perro de los romanos. Y pensar que hace apenas unos años no querían
árabes en la Casa Blanca…