viernes, 20 de junio de 2014

Obama: una de cal...



Si algo desconcierta en el concepto de liderazgo global de Norteamérica defendido por el Presidente Barack Obama es el doble discurso del actual inquilino de la Casa Blanca, su empeño en emplear argumentos muy a menudo contradictorios para justificar una política exterior a la vez titubeante e incoherente. ¿Resultado? Un aluvión de críticas procedentes de partidarios y detractores, poco conformes con las estrategias del presidente. 

Un liderazgo mundial alejado de los operativos bélicos. Eso es lo que propuso Obama hace apenas unas semanas, durante la ceremonia de graduación de los cadetes de la prestigiosa academia militar de West Point. ¿Acaso ello significa un mundo sin conflictos? No, en absoluto. El Presidente no dudó en detallar los supuestos de una posible intervención militar estadounidense. Entre ellos figuran: el uso de la fuerza, si los intereses norteamericanos están amenazados, las acciones directas, como captura de terroristas o ataques con drones, la movilización de los aliados de la OTAN en caso de una amenaza indirecta contra los intereses de los EE.UU., la creación de un fondo dotado con 5.000 millones de dólares para el desarrollo de tácticas antiterroristas, el aumento de las inversiones en los países dispuestos a intervenir en misiones de paz o lucha antiterrorista. Para lograr estas metas, es preciso de Norteamérica trate de estrechar la colaboración con la OTAN, las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. 

Estiman los politólogos que la nueva doctrina de Obama trata de acabar con el intervencionismo de la era Bush, sin decantarse por el viejo y muy ansiado concepto de aislacionismo. Hasta aquí, el mensaje parece  claro y coherente. Sin embargo…

Pocos días después  del sonado discurso de West Point, Obama anunció, esta vez en Varsovia, que Estados Unidos se comprometían a reforzar el flanco oriental de la OTAN, destinando una aportación extraordinaria de… 1.000 millones de dólares que permita incrementar la presencia militar norteamericana en el continente europeo. Obama hizo especial hincapié en el aumento de los efectivos estadounidenses estacionados en el Viejo Continente, la capacitación de las fuerzas armadas de la Alianza Atlántica, la celebración de maniobras conjuntas, la ayuda a Ucrania, Georgia y Moldova, así como la presencia naval en el Mar Báltico. En la segunda parte de su mensaje dirigido a los aliados occidentales, el presidente reclamó una participación activa de los Estados miembros de la OTAN a los gastos de defensa. ¿Otra contradicción?  

Aparentemente, el Nobel de la Paz no se contradice. La Alianza Atlántica no tiene intención de estacionar tropas de combate en el este de Europa para responder a la política agresiva de Rusia en Ucrania, como exige el Gobierno de Polonia y las  autoridades de los países bálticos. Oficialmente, la OTAN está dispuesta a respetar el Acta Fundacional OTAN-Rusia de 1997, que descarta el estacionamiento permanente de [un contingente] sustancial y adicional de tropas de combate en el este de Europa. Y ello, pese a la anexión ilegal de Crimea por Rusia.
Sin embargo, la defensa de la democracia en Ucrania (pero, ¿cuándo hubo democracia en Ucrania?) y de los valores occidentales - otra gran incógnita en el contexto de la geopolítica regional – han facilitado el traslado a los confines de la Federación Rusa de tropas, aviones y buques de guerra de la Alianza. De hecho, en Polonia, Estonia, Lituania y Rumanía hay cazas pertenecientes a las Fuerzas Aéreas de Francia, Reino Unido, Dinamarca y Canadá. En el Mediterráneo oriental se encuentran barcos estadounidenses, italianos, alemanes y daneses; en el Báltico, navíos de guerra alemanes, belgas, polacos, noruegos y holandeses. En resumidas cuentas, todo un despliegue para proteger a los aliados de Europa oriental.  Oficialmente, la OTAN pretende  implicarse a largo plazo en la crisis de Ucrania. Extraoficialmente…

La guinda la pone el Secretario General de la Alianza Atlántica, el danés Anders Fogh Rasmussen, al afirmar: Rusia nos considera ahora su adversario. Sus motivos tendrá…

jueves, 12 de junio de 2014

Terapia franciscana



Al fin, el  milagro se produjo: cristianos, musulmanes y hebreos rezaron en los jardines del Vaticano por la paz, el diálogo y el final de la violencia en Tierra Santa. Los protagonistas del acto: Shimón Peres, presidente del Estado de Israel y Mahmúd Abbas, jefe de la Autoridad Nacional Palestina. Promotor y director escénico del evento: el papa Francisco. Testigos de excepción: Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla y el franciscano Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa. Ni que decir tiene que la ceremonia provocó un gran impacto mediático.

Pero no se trataba sola y únicamente de un operativo de relaciones públicas destinado a resaltar los éxitos del Papa o la habilidad de la diplomacia de la Santa Sede. El gesto de Jorge Mario Bergoglio encerraba una gran dosis de simbolismo. El Papa pretendía acercar a los familiares de las víctimas de la violencia, propiciar un encuentro de los estadistas responsables del constante deterioro de las relaciones israelo-palestinas, instar a las partes a hallar soluciones válidas para acabar con el conflicto intercomunitario. ¿Una misión imposible?

La verdad es que tanto Peres como Abbas están empeñados en ocultar los episodios más inoportunos de sus respectivas biografías. En el caso concreto de Peres, el padre de la colonización de los territorios ocupados, el hecho de haber potenciado, en 1974, la creación de Kadumin, el primer asentamiento israelí de Cisjordania. Siguieron otros, muchos más. Hoy en día, hay alrededor de 125 colonias judías en tierra palestina. Los laboristas de Shimón Peres, que se autoproclaman pacifistas y detractores de la ocupación, participaron sin embargo activamente en el proceso de colonización.

Peres fue, eso sí, uno de los artífices de los Acuerdos de Oslo, negociados por el entonces número dos de la OLP, Mahmúd Abbas (Abu Mazen). Abbas, un personaje poco carismático, que cursó estudios de derecho en universidades árabes. Antes de ingresar en la OLP, formaba parte del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP). En 1994, tras la firma de los Acuerdos de Oslo y el traslado de la plana mayor de la OLP de Túnez a Gaza,  fue el único dignatario palestino autorizado a pisar suelo israelí. De hecho, las autoridades de Tel Aviv facilitaron su regreso a Safed, su ciudad natal, que abandonó en 1948. Cortejado por los laboristas, anatemizado por el Likud, Mahmúd Abbas se convirtió, tras la muerte de Arafat, en la bestia negra del establishment político israelí.

El que esto escribe se acuerda de los tiempos en que el nombre del líder de la resistencia nacionalista palestina se convertía, en los medios de comunicación hebreos, en el cabecilla de los terroristas.  Después de los Acuerdos de Oslo, pasó a llamarse el señor Arafat a secas, sin título ni reconocimiento de su cargo. En los últimos años de su vida, tras el cerco de la Mukata (sede de la Autoridad Nacional) por los blindados israelíes, Arafat se convirtió, por obra y gracia del general Sharon, en el interlocutor irrelevante, el Bin Laden palestino. 
 
Al asumir la presidencia de la Autoridad Nacional, Abbas se tornó en un político débil. La maquinaria de propaganda de Tel Aviv hacía todo lo posible para desprestigiarlo. Tras las elecciones generales de 2006, ganadas por la agrupación islámica radical Hamas, Abbas se queda con el control de Cisjordania. Los milicianos de Al Fatah fueron expulsados de la Franja de Gaza. Para los israelíes, el Presidente de la ANP es un personaje poco representativo. Se convertirá en enemigo de Israel al anunciar, hace apenas unas semanas, la reconciliación de las facciones palestinas y la creación de un Gobierno de coalición integrado por miembros de la resistencia islámica. 

Shimón Peres y Mahmúd Abbas invocaron, en los jardines del Vaticano, la paz entre iguales, el acercamiento entre dos pueblos condenados a entenderse. Mas su gesto poco tiene que ver con la intransigencia del Gabinete Netanyahu, que rechaza cualquier entendimiento con los terroristas de Hamas o con la postura no menos radical de la agrupación religiosa islámica, poco propensa a renunciar al objetivo primordial de su programa: la destrucción del Estado de Israel. 
    
La terapia franciscana sirvió, pues, para alejar durante unos instantes los demonios de la guerra. Pero hará falta más, mucho más que un mero golpe de efecto, para alcanzar la verdadera paz.