sábado, 30 de mayo de 2020

El capitán Netanyahu sigue cabalgando


Si algo interesa a los israelíes a la hora de juzgar a sus políticos es su rango en el Ejercito. Israel es, recordémoslo, un país en guerra desde el día de su creación. Tal vez por ello el historial castrense de los futuros gobernantes resulta tan importante.

El actual Primer Ministro del Estado judío, el incombustible Benjamín Netanyahu, alcanzó el grado de capitán. En principio, eso sólo merecería un “aprobado”. Pero las cosas cambian si se tiene en cuenta el hecho de que el capitán sirvió en una unidad de élite y que dos de sus compañeros de armas – un conservador y un laborista - llegaron a ostentar el cargo de Jefe de Gobierno. Sí, el líder del Likud maduró en buena compañía. Sus prolongadas estancias en Norteamérica le permitieron familiarizarse con el pensamiento y la jerga del establishment político trasatlántico. Una baza la hora de negociar acuerdos internacionales de vital importancia para Israel.

Acusado por la Justicia israelí de varios delitos de corrupción y malversación, Netanyahu decidió que la mejor manera de evitar las condenas sería… permanecer en el cargo de Primer Ministro, que le garantizaba la inmunidad. Dicho y hecho; a mediados de mayo, el líder del Likud asumía su quinto mandato de jefe de Gobierno, convirtiéndose en el político más longevo en la historia del país.

El actual Gabinete, compuesto por una treintena de miembros, procura mantener el equilibrio entre la vieja guardia del conservador Likud, la derecha nacionalista, los partidos religiosos y los centristas de Azul y Blanco, conglomerado que apoya a su ex rival y socio de Gobierno,  Benny Gantz, un general con muchas horas de vuelo al mando del Ejército, pero con pocas y desafortunadas experiencias en la vida política.

Gantz ganó las últimas elecciones generales celebradas en el mes de marzo, pero el capitán Netanyahu consiguió, por arte de magia, a arrebatarle la victoria. Lo que debía haber sido una derrota para los conservadores y la desaparición del Likud del mapa político de Israel, se tornó en el acuerdo de coalición, en un Gobierno de Unidad Nacional. Benjamín Netanyahu, el perdedor, ejercerá en cargo de Primer Ministro hasta finales del 2021, fecha en la cual espera haber neutralizado la ofensiva de la Justicia.

El programa de gobierno del capitán podría resumirse en pocas palabras. Netanyahu pretende anexionar un 30 por ciento de Cisjordania, convirtiendo las tierras ocupadas por los colonos judíos en parte integrante del Estado de Israel. Un sueño éste anhelado por muchos políticos nacionalistas, que logrará materializarse gracias al Pan de paz de Donald Trump. El artífice de dicho proyecto, Jared Kushner, yerno del presidente de los Estados Unidos y amigo personal de Netanyahu, redactó el llamado Acuerdo del siglo haciendo caso omiso de las exigencias de los palestinos, quienes no fueron consultados ni informados por la Casa Blanca. Al darse a conocer el Plan, la Autoridad Nacional Palestina anunció la suspensión de los acuerdos con Israel y los Estados Unidos.  El presidente Abbas contempla la puesta en marcha de una campaña internacional de condena de esta iniciativa unilateral. La OLP está ultimando los detalles de una ofensiva diplomática que debería desembocar en la creación de un frente internacional dispuesto a rechazar el proyecto israelo-estadounidense. Algunos países de la UE estarían dispuestos a apoyar la iniciativa palestina.

Cierto es que el plan Kushner contempla la cesión a la Autoridad Palestina de zonas deshabitadas del desierto del Neguév, administrado actualmente por Israel, a cambio de las tierras expropiadas de Cisjordania y el control permanente del Valle del Jordán por el Ejército judío. Los pobladores palestinos de Cisjordania acabarían convirtiéndose en rehenes de esta nueva realidad geopolítica israelí. Sus perspectivas de fundar su propio Estado: Washington les concede un plazo de cuatro años para cumplir toda una serie de requisitos ideados por la Administración Trump: creación de un Estado desmilitarizado dotado de instituciones democráticas, adecuación  de su legislación con la normativa jurídica estadounidense, liberalización del comercio y el sistema financiero, lucha contra el terrorismo, siguiendo los cánones legales israelo-norteamericanos, libertad de prensa, expresión y reunión. De lo contrario, Washington  daría luz verde a la anexión por Israel del 70 por ciento restante de Cisjordania.

Si bien para la Autoridad Nacional Palestina, se trata de una imposición humillante, para la derecha nacionalista israelí el Plan Trump es un… regalo envenenado. El ex titular de Defensa hebreo, Naftalí Bennett, líder del partito derechista Yamina y ferviente partidario de la anexión, se opone al proyecto de la Casa Blanca que contempla la hipotética creación de un Estado palestino desmilitarizado en parte de la zona C de Cisjordania. Bennett estima que la presencia en los territorios anexionados de alrededor de 250.000 palestinos supone un peligro para la seguridad de Israel. Su propuesta – la modificación de los mapas confeccionados en Washington – significa pura y simplemente la… expulsión de un cuarto de millón de palestinos.

Más radical es la negativa de los colonos que conforman en Consejo Regional de Samaria, que pretenden deshacerse de la totalidad de la población palestina.

El capitán-Primer Ministro  Netanyahu se ha comprometido a ultimar los detalles de la anexión en las próximas semanas. ¿Otro verano caliente en perspectiva?

viernes, 22 de mayo de 2020

Unilateralismos


Durante décadas, el vocablo unilateralismo sirvió para frenar el ímpetu de la resistencia nacional palestina, empeñada en resolver – por la razón o por la fuerza – el conflicto que le opone al Estado de Israel. Nada nuevo bajo el sol, si tenemos en cuenta la animadversión que caracteriza las relaciones entre las dos comunidades – palestina e israelí – que comparten, muy a regañadientes, el exiguo territorio de la llamada Tierra Santa. Un sentimiento de rechazo mutuo, recogido en la Biblia – la guerra entre hebreos y filisteos - que terminó sin vencedores ni vencidos, pero con un ineludible reparto de territorios. Sucedió hace más de tres mil años. Sin embargo, las heridas nunca llegaron a cicatrizarse.  Los filisteos – antepasados de los palestinos - sobrevivieron en la franja costera del Mediterráneo; los hebreos reinaron en Jerusalén antes de tomar la senda del exilio. Pocas familias devotas permanecieron en las inmediaciones de la ciudad santa. 
 
Después de la toma de Palestina por los turcos, en 1840, empiezan a llegar a Tierra Santa los primeros hebreos afincados en los vastos territorios del Imperio Otomano: Anatolia, Grecia, Chipre, los Balcanes. A finales del siglo XIX, la Palestina otomana acoge numerosos emigrantes procedentes de Europa central y occidental. En 1878, las potencias europeas negocian con los emisarios del sultán un tratado sobre la jurisdicción de Jerusalén, que consagra el statu quo de los Santos Lugares. El instrumento insta a las partes contratantes a no proceder unilateralmente a modificaciones fronterizas en la Ciudad Santa.

A partir de 1920, Palestina pasa bajo mandato administrativo británico. No será una época de paz; los ingleses tratan de enfrentar a las dos comunidades, suministrando armas a los inmigrantes judíos y bidones de gasolina a los cabecillas árabes. La proliferación de los actos de violencia precipitará la retirada de los británicos, que ponen fin a su mandato en mayo de 1948, un día antes del estallido de la primera guerra israelo-árabe.

La historia de la región es y será conflictiva. Las múltiples resoluciones de las Naciones Unidas adoptadas entre 1947 y 2017 instan a las partes - Israel y Palestina – a abstenerse a tomar medidas unilaterales susceptibles de romper el frágil equilibrio intercomunitario. Si durante las primeras décadas el destinatario de las resoluciones es el Estado judío, a partir de los años 80 las advertencias van dirigidas a las instituciones palestinas y, más concretamente, a la ejecutiva de la OLP y el Consejo Nacional Palestino, que acaban de proclamar el… Estado palestino. Eso sí, unilateralmente, sin consultar (léase negociar) con las autoridades de Tel Aviv. La clase política israelí descubre el vocablo unilateralidad, empleado ad nauseam por los gobernantes de Tel Aviv y Ramala.

En efecto, de unilateralidad se habló hace dos años, en mayo de 2018, cuando la Administración Trump decidió trasladar la embajada de los Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén, haciendo caso omiso del compromiso formal  de las potencias occidentales de mantener sus respectivas sedes diplomáticas en la capital oficial de Israel; de unilateralidad se ha vuelto a hablar esta semana, al anunciar el Presidente palestino, Mahmud Abbas, la retirada de la OLP y la Autoridad Nacional Palestina de los acuerdos con Israel y los Estados Unidos, tras el anuncio de la anexión de parte de Cisjordania por el nuevo Gobierno hebreo liderado por Benjamín Netanyahu.

Conocida es la tentación de gran parte del establishment político hebreo de anexionar Cisjordania, de adueñarse de los llamados territorios bíblicos que abarcan parte de Jordania y de la vecina Irak.
Más modesto, el programa de Gobierno de Netanyahu prevé la anexión de los asentamientos de Cisjordania, la posible ocupación militar de la Franja de Gaza y… el fortalecimiento de la alianza con los Estados Unidos.
En su discurso inaugural del 17 de mayo, Netanyahu reiteró su deseo de dar luz verde  al proceso de anexión de los asentamientos judíos de Cisjordania la mayor brevedad posible. Por su parte, los militares que integran la coalición centrista del exgeneral Benny Gantz, se habían fijado como meta permitir la expansión de las colonias ilegales de los territorios ocupados y adoptar una normativa legal que contemple poderes excepcionales para el Ejército en materia de seguridad nacional.
Conviene recordar que los territorios administrados por la Autoridad Nacional Palestina (Cisjordania y Gaza) tienen una extensión total de 6.242 Km2, lo que representa un escaso 22,9 % de la Palestina histórica. Si se descuentan las tierras ocupadas por las colonias judías, este porcentaje queda reducido al 16,03 %. Y si se añade la reducción del orden de 10 a 15 % prevista por la propuesta de la Casa Blanca, el futuro Estado quedaría reducido a un escaso 13 %.
El presidente palestino, Mahmud Abbás, ha anunciado esta semana que su país se retirará de todos los acuerdos con Israel y EE. UU. responsabilizando a la Administración Trump por la injusticia que está a punto de cometer Netanyahu. Se sumaron a la protesta los países árabes, Turquía, Rusia y algunos miembros de la Unión Europea, poco conformes con la nueva unilateralidad de la política israelí. 
Mientras el representante de las Naciones Unidas para Oriente Medio, Nikolay Mladenov, baraja la alternativa de resucitar el Cuarteto integrado por los Estados Unidos, la Federación de Rusia, la ONU y la UE, establecido para facilitar las negociaciones de paz en la zona, las autoridades palestinas no descartan el recrudecimiento de la violencia. 
¿Otra punible actuación unilateral? No, probablemente una… nueva Intifada.