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jueves, 14 de septiembre de 2023

La seguridad nuclear, clave de un acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudita


Unas semanas antes de la firma de los acuerdos de Oslo, las representaciones diplomáticas estadounidenses en Oriente Medio recibieron un cable del Departamento de Estado que rezaba: a partir de ahora, conviene utilizar la expresión proceso de paz al informar sobre el conflicto palestino-israelí.

Tres décadas después del histórico apretón de mano de la Casa Blanca, protagonizado por Isaac Rabin y Yasser Arafat, la paz no ha vuelto a la malhadada Tierra Santa. Es cierto que, tras la firma de los Acuerdos Abraham, que redundaron en la normalización de las relaciones entre el Estado judío, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos, seguida por el establecimiento de vínculos formales con Marruecos y Sudán, el mapa de la convulsa región de Oriente ha experimentado importantes cambios. Quedan, sin embargo, varios desafíos. La diplomacia estadounidense no ha logrado vencer las reticencias de Arabia Saudita, el país clave para la deseada pacificación de la zona. La monarquía wahabita ha mantenido su postura primitiva: sin la solución de la cuestión palestina, es inconcebible un acuerdo de paz con Israel.

Pero hay indicios de que la solución del conflicto, sí del conflicto, podría aproximarse. Al sigiloso diálogo triangular Washington-Riad-Tel Aviv se ha sumado recientemente una nueva vía de comunicación: los contactos directos entre la Corona saudí y la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Y ello, tras el establecimiento de relaciones diplomáticas formales entre el Reino y la embrionaria estructura gubernamental palestina.

Una delegación integrada por altos cargos de la ANP mantuvo recientemente conversaciones en Riad con sus homólogos saudíes. Entre los temas abordados figuraban el sustancioso incremento de la ayuda económica de Riad a la Autoridad Palestina, así como el apoyo diplomático para la congelación de la política de anexión territorial llevada a cabo por el Gobierno de Netanyahu.

Arabia Saudita no parece muy propensa a entablar negociaciones sobre el estatuto de Jerusalén, el tercer santuario del Islam. En principio, la custodia de los Santos Lugares musulmanes de la Ciudad Santa recae en la monarquía jordana. Aunque…

A comienzos de la primera Intifada, durante un rocambolesco encuentro de emisarios del establishment militar israelí con la cúpula “invisible” de la resistencia palestina, celebrado en Jerusalén Este, un antiguo jefe de los servicios de inteligencia del Estado judío, visiblemente molesto por el aluvión de preguntas irreverentes formuladas por los interlocutores árabes, lanzó una advertencia:

¡Cuidado! No os paséis. De lo contrario, os vamos a devolver a Hussein. (el rey de Jordania)

¿Y por qué no al rey Fahd? repuso uno de los líderes del levantamiento palestino.

Siguió un momento de silencio; alguien reveló – voluntaria o involuntariamente – el secreto. En efecto, en aquél entonces, Tel Aviv barajaba la alternativa de ofrecer la custodia del Haram al Sharif, el Monte del Templo y la mezquita de Al Aqsa, a la dinastía saudí. Pero el proyecto no se materializó.

Hoy en día, parece que la paz entre Israel y Arabia Saudita tiene más valedores que detractores. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quiere acabar su actual mandato con un apoteósico acuerdo de paz. Sería la culminación de su paso por la Casa Blanca.  

Benjamín Netanyahu, obligado de hacer malabarismos para mantenerse en el poder, aceptará cualquier acuerdo que podría facilitarle el acceso a los dulces saudíes. Para el Primer Ministro israelí, perseguido por la justicia de su país, los dulces saudíes presuponen, en realidad, un auténtico balón de oxígeno.

Netanyahu reclama, como contrapartida, la firma de un acuerdo de seguridad con los Estados Unidos centrado en disuadir a Irán como parte de la normalización de las relaciones entre Israel y Riad, así como la supervisión por personal estadounidense de un futuro proyecto nuclear saudí.

Para el heredero de la Corona de los Saúd, Mohamed Bin Salman, la jugada parece aún más compleja. Al ansiado acceso a la tecnología israelí, conseguida hasta ahora a través de acuerdos triangulares negociados en Nueva York o en algunas capitales europeas, la paz con Israel supondría la puesta en marcha de un ambicioso programa nuclear, amén de un sustancioso incremento de las ventas de armamento norteamericano de última generación, reservado a los incondicionales de Washington.

Para la Autoridad Nacional Palestina, que acusó a los primeros firmantes del Acuerdo Abraham de asestar una puñalada en la espalda de los habitantes de Cisjordania y Gaza, el acuerdo con los saudíes presupone un importante flujo de capital, indispensable para aliviar la pobreza y calmar las tensiones que reinan en los territorios palestinos. La ANP es consciente de que las concesiones territoriales en Cisjordania son difícilmente concebibles con el actual Gobierno de Netanyahu, integrado por los partidos de extrema derecha Sionismo Religioso y Poder Judío, que no tienen intención alguna de aceptar las exigencias de la ANP y de sus aliados de Riad. Para los socios de Gobierno de Netanyahu, la Autoridad Palestina sigue siendo el acérrimo enemigo que hay que derrotar.

Todo es negociable y asumible; sin prisas, aseguran los asesores políticos de la Casa Blanca.  Pero el tiempo apremia; Rusia y China vuelven a colocar sus pones en el tablero meso oriental. 

lunes, 11 de julio de 2022

La travesía de los desiertos de Sleepy Joe (Biden)


Por favor, no molesten al Presidente con asuntos de poca relevancia. Este fue el mensaje trasladado por los emisarios del Departamento de Estado norteamericano a la cúpula de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en vísperas del viaje de Joe Biden a Oriente Medio.

Nada de efusividad ni de discursos inutiles, rezaban las instrucciones de la Casa Blanca. La foto de Biden con Mahmúd Abbas no tiene que desencadenar reacciones negativas en Israel ni muchísimo menos en Riad, última etapa de la peregrinación del inquilino de la Casa Blanca por tierras de Oriente. En resumidas palabras, el amigo israelí tiene que sentir el apoyo de Washington; el hasta ahora paria del desierto, el príncipe Mohammed Bin Salman, heredero de la Corona saudí, tiene que comprender que el octogenario político norteamericano viene en son de paz. No, en este caso concreto, tampoco se trata de exigir responsabilidades por el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, la oveja negra del régimen de Riad, que halló refugio en las páginas del Washington Post. Sí, es cierto; la muerte de Khashoggi provocó la ira de la prensa libre de Occidente, de los políticos estadounidenses, del propio Biden, quien se comprometió durante la campaña presidencial de castigar a Bin Salman. Pero en estos momentos, la Casa Blanca tiene otras prioridades; se trata de convencer a los señores del reino de las dunas de la necesidad de compensar, con un anhelado excedente de exportaciones, la pérdida de los hidrocarburos rusos, vetados por las restricciones impuestas por Occidente tras la invasión de Ucrania. Entre el oro negro y la honorabilidad de Bin Salman, Washington se decanta por… el crudo saudí.

Lo malo es que el príncipe se comprometió con Rusia – primera potencia productora de petróleo – a no adoptar políticas susceptibles de perjudicar los intereses de los países petroleros y, con China, de incrementar ostensiblemente las exportaciones de oro negro. Bin Salman tiene que retractarse, sugieren los asesores económicos de Biden. ¿Renunciar a la palabra dada? Un autentico desafío para el Presidente. ¿La contrapartida?   

Joe Biden tiene que convencer a los palestinos que el moribundo, véase difunto proceso de paz, se reanudará aceptando los compases de la música propuesta por los saudíes, un ritmo que no es del agrado de la plana mayor de la Autoridad Palestina.

Por su parte, los políticos israelíes, preocupados por el escaso interés de Washington por sus inquietudes - amenaza nuclear iraní, avance de los grupúsculos integristas hacia las fronteras del Estado Judío, recrudecimiento de los ataques de Hamas -, necesitan el espaldarazo de Biden para consolidar su actuación en la zona. El posible reconocimiento por parte de Arabia Saudita y las ansiadas oportunidades de negocios con el país de las dunas abran nuevos horizontes para Israel.

Los palestinos, simple moneda de cambio en este regateo, tendrán que aceptar la tutela de la monarquía saudí y los no siempre agradables ukases de la Casa Blanca. Norteamérica les está exigiendo no molestar a Joe Biden con el espinoso asunto de la apertura de un Consulado General estadounidense en Jerusalén este, no reclamar la reapertura de la oficina de la OLP en Washington, cerrada por la Administración Trump y renunciar a la investigación sobre el asesinato de la periodista palestino-norteamericana Shireen Abu Aqleh, que falleció posiblemente debido a un impacto de bala israelí. El termino posiblemente figura en el informe elaborado recientemente por las autoridades estadounidenses encargadas de dilucidar las condiciones de la muerte de Shireen. Obviamente, hay una diferencia abismal entre la vida de un periodista saudí y la de una palestina empleada por una cadena de televisión árabe. Obviamente, la paz en Oriente Medio no figura entre las prioridades de la Administración Biden.

 

viernes, 21 de agosto de 2020

Cortinas de humo


La noticia pasó casi inadvertida. Los comentarios, la abundante cobertura televisiva, la airada condena internacional brillaron esta vez por su ausencia.  La aviación israelí atacó la Franja de Gaza el mismo día en que Donad Trump anunciaba el acuerdo sobe la “normalización de relaciones” entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos ¿Pura casualidad?
El operativo contra los llamados objetivos estratégicos está supervisado por el Ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, el general en la reserva que dirigió, en 2014, la Operación Margen Protector, destinada a erradicar la estructura militar de Hamas en la Franja de Gaza. Benny Gantz alternará el cargo de Primer Ministro de Israel con Benjamín Netanyahu en noviembre de 2012. ¿Otra casualidad?
Lo cierto es que mientras el actual Primer Ministro hebreo se comprometía a aplazar la anexión de una tercera parte del territorio de Cisjordania en aras del “acuerdo histórico” con los Emiratos Árabes, el ejército seguía asestando golpes a la resistencia gazatí. Hamas – afirman los estrategas de Tel Aviv – depende de la ayuda financiera de otro país del Golfo Pérsico, Qatar, enemigo de la monarquía saudita y rival de… los Emiratos Árabes.  Por si fuera poco, Qatar mantiene inmejorables relaciones con la República Islámica de Irán, adversaria del “Gran Satán” (Estados Unidos) y del “Pequeño Satán” (Israel). ¿Afectará la presencia de una misión diplomática israelí en los Emiratos la estabilidad de las instituciones qataríes? Hoy por hoy, la hipótesis parece poco plausible. Sin embargo…
La decisión de los Emiratos Árabes causó un gran revuelo en el mundo musulmán. La catedrática palestina Hanan Ashrawi, miembro de la Ejecutiva de la OLP, acusó a los emiratíes de haber traicionado la causa palestina por “unas migajas”. Sustanciosas y suculentas “migajas” provenientes de la Casa Blanca… Por su parte, el Ministerio turco de Asuntos Exteriores califico de “extremadamente preocupante la iniciativa de los Emiratos Árabes, que desautoriza en Plan de Paz elaborado por la Liga Árabe en 2002, que cuenta con el apoyo de la Organización de Cooperación Islámica, engendro controlado desde hace tiempo por los sucesivos Gobiernos de Ankara. En efecto, para Turquía, país musulmán cada vez más volcado hacia el islamismo, la decisión de los emiratíes tiende a ignorar la voluntad del pueblo palestino.
¿Abandonar a los palestinos? En efecto, muchos países árabes productores de petróleo, empezando por Arabia Saudita, coquetean con la idea de “cerrar el grifo” a los palestinos. La ayuda económica, la tan cacareada solidaridad les ha costado cara y, además, les ha hecho perder puntos en el desigual diálogo con Washington. Y más aún, durante el mandato de Donald Trump, el multimillonario que prefiere respetar sus compromisos con la comunidad evangélica (proisraelí) y con los círculos sionistas norteamericanos.
Para Jared Kushner, yerno de Trump encargado de esbozar el “Acuerdo del Siglo” – léase los acuerdos de paz entre Israel y sus vecinos árabes – los palestinos, que rechazaron el tratado con los Emiratos Árabes, padecen de analfabetismo político. Cierto es que Kushner, cuya familia tiene importantes intereses económicos y financieros en Israel, no se dignó en consultar con los palestinos su proyecto de acuerdo. Su lema: la paz entre israelíes y árabes favorecerá a los palestinos.
La misma tesis fue desarrollada por el Ministro de Estado para Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Anwar Gargash, quien aseguró que el establecimiento de relaciones diplomáticas con Tel Aviv beneficiará también a la comunidad palestina. ¿Y la brecha en la unidad árabe a la hora de defender los intereses de sus hermanos palestinos? La causa palestina. Se trata, en realidad, de un concepto anticuado, que se desmorona ante los nuevos y tentadores proyectos ideados y servidos en bandeja de plata por los magos de Wall Street. ¿Convertir el Cercano Oriente en una zona de prosperidad? ¿Tener libre acceso a la tecnología puntera de Israel? ¡Por qué no! Si otros países de la región, como por ejemplo Bahréin y Omán, decidiesen arrimar el hombro, la experiencia podría resultar mucho más atractiva. El reino wahabita no se atreve a dar el paso; consideran que el andamio sigue siendo demasiado… frágil.
En realidad, Arabia Saudita no tiene interés alguno de involucrarse en el proceso. Riad sigue dirigiendo el guion pactado con Washington desde un segundo plano, velando por sus propios intereses. Porque hay más, mucho más…  La enemistad entre la Corona saudí y el régimen teocrático de Teherán, entre el Islam sunita y su rama chiita emerge como el telón de fondo de la versátil situación del Golfo Pérsico. Después de los ataques perpetrados hace unos meses contra las instalaciones petrolíferas saudíes, Riad no oculta su intención de castigar a los iraníes. Pero hay otro país en la zona interesado en hostigar a los ayatolás: Israel. En efecto, desde hace más de veinte años, los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv advierten sobre la amenaza nuclear iraní. ¿Soluciones? Bombardear a Irán. No, no se trata de una propuesta descabellada. En las últimas décadas, la aviación israelí arrasó las instalaciones nucleares iraquíes y sirias. Los operativos se llevaron a cabo con sumo sigilo. En el caso de Irán, los israelíes tropiezan, sin embargo, con el veto de la Casa Blanca y de otros poderes interesados en mantener la cooperación tecnológica con Teherán. Tal vez por ello, al anunciarse la noticia del acuerdo entre Tel Aviv y Doha, algunas cabezas pensantes coincidieron en que se trataba de un primer paso hacia la creación de una alianza estratégica regional destinada a hacer frente al peligro nuclear iraní. Sin embargo, Israel, Arabia Saudita, Norteamérica y los países del Golfo se apresuraron en desmentir los supuestos rumores.  
Pero no se trataba de simples rumores. Quien rompió definitivamente el silencio fue el teniente coronel Raphael Ofek, asesor militar del Primer Ministro israelí, quien elaboró un documento de trabajo titulado El programa nuclear iraní como catalizador del acuerdo de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos. Más claro…
Washington y Jerusalén han cooperado durante mucho tiempo en el esfuerzo por frustrar las ambiciones nucleares y los planes imperialistas de Irán, señala el documento, haciendo hincapié en el hecho de que los estados del Golfo no disimulan su inquietud ante los avances del régimen islamista de Teherán. Pero no fue sólo la amenaza nuclear iraní que condicionó la firma del acuerdo de paz con Israel. Los Emiratos Árabes Unidos, al igual que otras monarquías del Golfo, consideran a Israel como una potencia regional militar y tecnológica, cuya ayuda y apoyo debe buscarse.
Para la Administración Trump y, ante todo, cara a las próximas elecciones presidenciales del mes de noviembre, resulta sumamente importante tratar de posicionar al aliado israelí como factor estratégico en Oriente Medio.
Es obvio que, si Donald Trump consigue un segundo mandato presidencial, el régimen de los ayatolás será uno de sus primeros clientes. Hoy por hoy, su lema es: si quieres la guerra, firma la paz.
Mientras, los proyectiles siguen cayendo sobre Gaza. La anexión de Cisjordania… No, Netanyahu no renuncia a ella. La llamada paz de los pragmáticos es una simple cortina de humo. 

sábado, 30 de mayo de 2020

El capitán Netanyahu sigue cabalgando


Si algo interesa a los israelíes a la hora de juzgar a sus políticos es su rango en el Ejercito. Israel es, recordémoslo, un país en guerra desde el día de su creación. Tal vez por ello el historial castrense de los futuros gobernantes resulta tan importante.

El actual Primer Ministro del Estado judío, el incombustible Benjamín Netanyahu, alcanzó el grado de capitán. En principio, eso sólo merecería un “aprobado”. Pero las cosas cambian si se tiene en cuenta el hecho de que el capitán sirvió en una unidad de élite y que dos de sus compañeros de armas – un conservador y un laborista - llegaron a ostentar el cargo de Jefe de Gobierno. Sí, el líder del Likud maduró en buena compañía. Sus prolongadas estancias en Norteamérica le permitieron familiarizarse con el pensamiento y la jerga del establishment político trasatlántico. Una baza la hora de negociar acuerdos internacionales de vital importancia para Israel.

Acusado por la Justicia israelí de varios delitos de corrupción y malversación, Netanyahu decidió que la mejor manera de evitar las condenas sería… permanecer en el cargo de Primer Ministro, que le garantizaba la inmunidad. Dicho y hecho; a mediados de mayo, el líder del Likud asumía su quinto mandato de jefe de Gobierno, convirtiéndose en el político más longevo en la historia del país.

El actual Gabinete, compuesto por una treintena de miembros, procura mantener el equilibrio entre la vieja guardia del conservador Likud, la derecha nacionalista, los partidos religiosos y los centristas de Azul y Blanco, conglomerado que apoya a su ex rival y socio de Gobierno,  Benny Gantz, un general con muchas horas de vuelo al mando del Ejército, pero con pocas y desafortunadas experiencias en la vida política.

Gantz ganó las últimas elecciones generales celebradas en el mes de marzo, pero el capitán Netanyahu consiguió, por arte de magia, a arrebatarle la victoria. Lo que debía haber sido una derrota para los conservadores y la desaparición del Likud del mapa político de Israel, se tornó en el acuerdo de coalición, en un Gobierno de Unidad Nacional. Benjamín Netanyahu, el perdedor, ejercerá en cargo de Primer Ministro hasta finales del 2021, fecha en la cual espera haber neutralizado la ofensiva de la Justicia.

El programa de gobierno del capitán podría resumirse en pocas palabras. Netanyahu pretende anexionar un 30 por ciento de Cisjordania, convirtiendo las tierras ocupadas por los colonos judíos en parte integrante del Estado de Israel. Un sueño éste anhelado por muchos políticos nacionalistas, que logrará materializarse gracias al Pan de paz de Donald Trump. El artífice de dicho proyecto, Jared Kushner, yerno del presidente de los Estados Unidos y amigo personal de Netanyahu, redactó el llamado Acuerdo del siglo haciendo caso omiso de las exigencias de los palestinos, quienes no fueron consultados ni informados por la Casa Blanca. Al darse a conocer el Plan, la Autoridad Nacional Palestina anunció la suspensión de los acuerdos con Israel y los Estados Unidos.  El presidente Abbas contempla la puesta en marcha de una campaña internacional de condena de esta iniciativa unilateral. La OLP está ultimando los detalles de una ofensiva diplomática que debería desembocar en la creación de un frente internacional dispuesto a rechazar el proyecto israelo-estadounidense. Algunos países de la UE estarían dispuestos a apoyar la iniciativa palestina.

Cierto es que el plan Kushner contempla la cesión a la Autoridad Palestina de zonas deshabitadas del desierto del Neguév, administrado actualmente por Israel, a cambio de las tierras expropiadas de Cisjordania y el control permanente del Valle del Jordán por el Ejército judío. Los pobladores palestinos de Cisjordania acabarían convirtiéndose en rehenes de esta nueva realidad geopolítica israelí. Sus perspectivas de fundar su propio Estado: Washington les concede un plazo de cuatro años para cumplir toda una serie de requisitos ideados por la Administración Trump: creación de un Estado desmilitarizado dotado de instituciones democráticas, adecuación  de su legislación con la normativa jurídica estadounidense, liberalización del comercio y el sistema financiero, lucha contra el terrorismo, siguiendo los cánones legales israelo-norteamericanos, libertad de prensa, expresión y reunión. De lo contrario, Washington  daría luz verde a la anexión por Israel del 70 por ciento restante de Cisjordania.

Si bien para la Autoridad Nacional Palestina, se trata de una imposición humillante, para la derecha nacionalista israelí el Plan Trump es un… regalo envenenado. El ex titular de Defensa hebreo, Naftalí Bennett, líder del partito derechista Yamina y ferviente partidario de la anexión, se opone al proyecto de la Casa Blanca que contempla la hipotética creación de un Estado palestino desmilitarizado en parte de la zona C de Cisjordania. Bennett estima que la presencia en los territorios anexionados de alrededor de 250.000 palestinos supone un peligro para la seguridad de Israel. Su propuesta – la modificación de los mapas confeccionados en Washington – significa pura y simplemente la… expulsión de un cuarto de millón de palestinos.

Más radical es la negativa de los colonos que conforman en Consejo Regional de Samaria, que pretenden deshacerse de la totalidad de la población palestina.

El capitán-Primer Ministro  Netanyahu se ha comprometido a ultimar los detalles de la anexión en las próximas semanas. ¿Otro verano caliente en perspectiva?

miércoles, 29 de enero de 2020

Palestina: ¿un parque temático?


Hace unas horas, mientras el inquilino de la Casa Blanca revelaba los detalles del cacareado “acuerdo del siglo”, me acordé de la profética advertencia del  ex Primer Ministro israelí, Yitzhak Shamir, quien vaticinaba, en octubre de 1988, que “no habrá jamás un Estado palestino”. Shamir asistió, muy a su pesar, a las primeras negociaciones de paz con la plana mayor de la primera Intifada, incluida, eso sí, a la singular delegación jordano-palestina que acudió, en diciembre de 1991, a la Conferencia de Paz de Madrid. En aquél entonces, la clase política de Tel Aviv parecía muy reacia a pronunciar la palabra palestino. De hecho, la ausencia de representantes de la Autoridad Nacional en la presentación del “Acuerdo del siglo” nos recordó aquellos tiempos, en los que los palestinos – descendientes de los filisteos - no dejaban de ser una molesta entelequia.

¿En qué consiste en Acuerdo del siglo?  En la anexión de 15 asentamientos judíos de Cisjordania, la creación de un inconexo territorio (Estado) palestino neutral, sin ejército ni confines definidos, cuya presencia no ha de suponer un peligro para la seguridad de Israel, la construcción de una línea de ferrocarril que una Cisjordania con la Franja de Gaza, de un Gobierno provisional cuyas actividades han de ser sometidas al escrutinio constante de Washington y Tel Aviv. Si los pobladores del este parque temático acatan las normas establecidas por los guardianes, recibirán fondos procedentes de los Estados árabes aliados de Washington - Arabia Saudita, Egipto, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos.  Si el comportamiento de los rehenes es ejemplar, a cabo de cuatro años las autoridades israelíes y norteamericanas podrían contemplar la celebración de una consulta popular sobre el porvenir del territorio. Pero ello no implica, forzosamente, la creación de un Estado palestino.

La cada vez más hipotética entidad nacional podría establecer su capital en… Jerusalén, es decir, en las barriadas extrarradio del municipio considerado capital eterna e indivisible del Estado de Israel. El “regalo” de Washington consistiría en la apertura de una segunda Embajada estadounidense en las afueras de la Ciudad Tres Veces Santa.

Trump pidió a los dos candidatos a las próximas elecciones israelíes – Benjamín Netanyahu y Benni Ganz  -  la aplicación del Acuerdo en un plazo de seis semanas, es decir, antes de la publicación de los resultados de la consulta. Una buena baza para el ganador de la contienda y… para el propio Trump, aspirante a un segundo mandato a la presidencia de los Estados Unidos.
    
La primera reacción de los partidos de izquierdas hebreos fue muy concisa: …eso no puede llamarse paz; es puro apartheid.

¿Qué opinan los palestinos? ¿Acuerdo del siglo? Pero si se trata de la argumentación de Bibi Netanyahu, afirma el negociador jefe de la OLP, Saeb Erakat. Una argumentación que el emisario personal y… yerno de Trump, Jared Kushner, hizo suya a la hora de redactar una propuesta aceptable tanto para la clase política de Tel Aviv como para los evangelistas norteamericanos, valedores de Donald Trump y preservadores de los santos lugares bíblicos de Tierra Santa. Obviamente, el parecer de los palestinos no cuenta.

Para el Presidente de la Autoridad Nacional, Majmúd Abbas, el Acuerdo del siglo es una conspiración abocada al fracaso. Al término de su airada intervención ante las cámaras de la televisión nacional palestina, Abbas utilizó un lenguaje menos diplomático al afirmar: Trump es un perro y un hijo de perra… Más claro…

domingo, 23 de junio de 2019

El plan de paz Kushner - ¿un contrato de compraventa?


Y la luz se hizo. Apenas cuatro días antes del inicio de la conferencia económica de Bahréin impulsada por la Administración estadounidense, la Casa Blanca ha decidido desvelar algunos detalles del plan de paz para Oriente Medio elaborado por el yernísimo del Presidente, Jared Kushner, que el propio Trump no dudó en tildar en su momento de Acuerdo del siglo.

Kushner compareció ante las cámaras de televisión para bosquejar las líneas maestras de su proyecto, que consiste en la creación de un fondo dotado con 50.000 millones de dólares destinados al desarrollo, durante un período de 10 años, de infraestructuras económicas y empresariales en la región del conflicto. Más de la mitad de los fondos – unos 28.000 millones – se destinará a Cisjordania y la Franja de Gaza, 9.000 millones irán a parar a Egipto, 7.500 serán para Jordania y 6.000 para la economía de Líbano.

Donald Trump espera que otros países, principalmente los estados ricos del Golfo y los inversores privados, se hagan cargo de gran parte de los costes del proyecto.

El plan de acción contempla la realización de 179 proyectos industriales y comerciales, recordándonos extrañamente la interminable lista de objetivos prioritarios establecida por la Conferencia de Paz de París. Pero la reunión celebrada hace años en la capital francesa no emanaba de una iniciativa norteamericana…

Con la mentalidad de promotor inmobiliario heredada de su padre, Charles Kushner, el yernísimo cree que el mero hecho de repartir millones a los gobernantes de la región mezo oriental logrará sentar las bases de una paz duradera. ¿Simple contrato de compraventa? La descabellada idea cuenta con el aval de uno de los incondicionales aliados de Trump, el príncipe saudita Mohammed Bin Salmán. Para el heredero de la Corona saudí, el dinero lo soluciona todo.

No es esta la opinión de la mayoría de los políticos y académicos de la zona. En efecto, para la Autoridad Nacional Palestina, el plan Kushner equivale a una nueva Declaración Balfour. De colosal pérdida de tiempo, tachan los iraquíes la iniciativa de la Casa Blanca; es una idea de promotores inmobiliarios, no de políticos, estima en analista egipcio Gamal Fahmi, un proyecto económico, sin fundamento político, escribe la prensa libanesa, un crimen histórico, añaden los medios afines al movimiento radical islámico Hezbollah. Un plan que sólo beneficia a los enemigos de los Estados Unidos en la región, comenta la prensa árabe de Londres, aludiendo concretamente a… Irán.

Detalle significativo: el Acuerdo del siglo no contempla la creación de un Estado palestino. La cuestión de la soberanía brilla por su ausencia. Hay quien estima que el equipo de Kushner desplegó inestimables esfuerzos para domesticar a los palestinos, inmaduros para fundar un Estado propio. El embajador norteamericano en Israel, David Friedman, asegura que su país no apoyará el establecimiento de un nuevo Estado. Lo último que necesita la región es un Estado Palestino fallido entre Israel y el río Jordán, asevera el diplomático.

En las últimas horas se supo que una delegación empresarial israelí participará en la cumbre de Bahréin. También estarán presentes algunos empresarios palestinos y… políticos exiliados, acérrimos detractores del Gobierno de la ANP.

Entre los participantes figuran también emisarios del antiguo jefe de los servicios de seguridad de la Franja de Gaza, Mahmúd Dahlan, controvertido personaje al que se le tildaba, con o sin razón, de hombre de la CIA en la Administración palestina. Más claro…

jueves, 20 de junio de 2019

Los Altos de Trump y el Acuerdo del Siglo


El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presidió el pasado fin de semana la ceremonia inaugural de una nueva localidad judía ubicada en la meseta del Golán: Ramat Trump (los Altos de Trump). Se trataba de una inauguración meramente simbólica; el emblemático proyecto no cuenta con el visto bueno del Gabinete interino, desprovisto de capacidad decisoria, ni con el aval de la Knesset (Parlamento). También brillan por su ausencia los imprescindibles planos urbanísticos y la financiación. Sin embargo, a la inauguración virtual de Los Altos asistió el embajador estadounidense en Israel, David Friedman, valedor de Netanyahu y ferviente defensor de su política expansionista. No hay que extrañarse: basta recordar que el actual representante diplomático de la Casa Blanca en Jerusalén provocó la ira de la comunidad palestina al pronunciarse públicamente a favor de la anexión de gran parte, si no de la totalidad del territorio de Cisjordania al Estado Judío. Sus declaraciones, reproducidas por el rotativo New York Times, sorprendieron a los profesionales de la diplomacia. Pero Friedman es un embajador político que, junto con el yerno de Trump, Jared  Kushner, y Jason Greenblatt, vicepresidente de la organización Trump, participó a la elaboración del famoso Acuerdo del Siglo, el plan de paz estadounidense que será desvelado a partir de la semana próxima en varias reuniones internacionales que tendrán por escenario  las capitales árabes.

Detalle interesante: en el primer encuentro, pomposamente bautizado Paz para la Prosperidad, no participarán representantes palestinos ni altos cargos del Gobierno israelí. La Casa Blanca confirmó la asistencia en la cumbre que se celebrará en Bahréin la semana próxima de Arabia Saudita, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos,  Egipto, Jordania y Marruecos. Según la Administración Trump, dicha reunión facilitará el diálogo sobre una visión ambiciosa y viable para un futuro próspero para el pueblo palestino y la región. ¿Frases huecas? ¿Cortina de humo?

El objetivo principal de este encuentro es la creación de una alianza árabe de corte pro occidental susceptible de promover la iniciativa estadounidense. Aunque el Gobierno israelí no haya sido invitado oficialmente a la primera cumbre, un exfuncionario de alto rango del Ministerio de Defensa hebreo, que ejerció de enlace entre Tel Aviv y la Autoridad Nacional Palestina participará en los debates. Se trata, aparentemente, de una presencia discreta, que revela las preferencias del equipo Kushner, integrado por judíos ortodoxos norteamericanos formados en escuelas rabínicas neoyorquinas o… israelíes.

La segunda fase del flamante plan estadounidense consistiría en anular pura y simplemente el legado de las negociaciones llevadas a cabo en las últimas décadas por israelíes y palestinos, tratando de privar a la ANP de las prerrogativas derivadas de los Acuerdos de Oslo, el Memorándum de Wye Plantation o las cumbres económicas celebradas en París. En resumidas cuentas, dejar entender a los dirigentes de la Autoridad Nacional que la derrota diplomática es un hecho consumado, que la opción de los dos Estados – palestino e israelí – es inviable, que los poderes fácticos del Planeta sólo aceptarían el sometimiento del enemigo palestino a la autoridad del aliado israelí. De hecho, durante el mandato de Donald Trump, los Estados Unidos suspendieron la ayuda económica a la Agencia de las Naciones Unidas para Refugiados Palestinos (UNRWA), aceleraron el traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, haciendo caso omiso de los acuerdos internacionales, cerraron la representación de la ANP en Washington, reconocieron la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán - territorio sirio ocupado tras la guerra de 1967 - ningunearon sistemáticamente a los interlocutores palestinos. Para el equipo de Trump, el Acuerdo del siglo sería una simple imposición a la parte palestina, cuyo porvenir dependerá, siempre según Washington, de la aquiescencia de los potentados del Golfo: el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, y del Presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Bin Zayed. Por si fuera poco, el equipo de Jared Kushner no vería con malos ojos la posible soberanía saudí sobre la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo del Islam,  opción barajada hace ya algún tiempo por los Gobiernos conservadores de Tel Aviv. Malos augurios, pues, para los pobladores de Cisjordania y la Franja de Gaza, empeñados en forjar su propia identidad nacional.

La tercera y última fase de la presentación del Acuerdo del Siglo coincidirá, muy probablemente, con la celebración de las elecciones generales israelíes, previstas para mediados del mes de septiembre. Washington cuenta con la victoria de Netanyahu o de su partido, con los inevitables regateos postelectorales que deberían eclipsar el debate sobre el porvenir de las relaciones israelo palestinas.

Obviamente, el ofrecimiento de la Administración Trump resultará muy apetecible para los halcones judíos. Un auténtico disparate, clamarán los palestinos, la izquierda israelí, los politólogos árabes o los analistas occidentales, poco propensos a confiar en la sinceridad y la ecuanimidad de la diplomacia donaldiana.

En algún lugar de Tierra Santa, en la meseta del Golán, quedará un recuerdo de esta triste farsa; una hermosa placa de polivinilo con la inscripción Ramat Trump - los Altos de Trump. Un asentamiento ideado por Benjamín Netanyahu, un político cuyo dudoso porvenir depende de la judicatura del Estado de Israel.

sábado, 21 de octubre de 2017

Trump, Netanyahu y el “irrelevante” señor Abbás


Trato de recordar cuántas veces emplearon los políticos israelíes la palabra “irrelevante” a la hora de aludir a sus interlocutores palestinos. La lista es muy larga; casi interminable. La expresión fue acuñada en diciembre de 2001, pocos meses después de los atentados del 11 S, por el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon, quien tildó al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, de “terrorista”, “asesino” y “personaje irrelevante” para en proceso de paz de Oriente Medio. En septiembre de 2003, cuando las Naciones Unidas aprobaron una resolución de apoyo a la causa palestina e, implícitamente, al funcionamiento de la ANP, el Gobierno de Tel Aviv volvió a utilizar el mismo vocablo: “irrelevante”. 

En febrero de 2006, después de la muerte (¿asesinato?) de Arafat, cuando su sucesor, Mahmud Abás (Abu Mázen) intentó una mediación entre las dos grandes corrientes palestinas, Al Fatah (laica) y Hamas (islamista), la entonces ministra de Asuntos Exteriores de Israel, Tzipi Livni, siguió los pasos de Sharon, calificando al nuevo Presidente de la ANP de… político “irrelevante”. La expresión se ha convertido en el estribillo de la clase política hebrea. Aparentemente, todas las iniciativas, véase logros de los palestinos son… irrelevantes.

Si bien no sucede lo mismo cuando Palestina alcanza su reconocimiento internacional o la adhesión a los organismos especializados de las Naciones Unidas, como por ejemplo, la UNESCO, la palabra vuelve a emplearse cuando las facciones palestinas rivales – Al Fatah y Hamas – tratan de sellar las paces. Fue lo que sucedió recientemente en El Cairo, cuando los emisarios de la ANP y los representantes gazatíes del Movimiento de Resistencia Islámica firmaron el acuerdo sobre la entrega del control de Gaza a la Autoridad Nacional Palestina. El documento, negociado en la sede de la Dirección de la Inteligencia egipcia, ponía fin a la rebelión de los islamistas, quienes asumieron el control de la Franja en 2007, tras la expulsión manu militari del personal civil y los milicianos de la ANP.

El protocolo rubricado en El Cairo contempla seis cláusulas, que tratamos de detallar a continuación:  
· La Autoridad Nacional Palestina asume, a partir del 1 de diciembre, la gestión administrativa de la Franja de Gaza;

· Los jefes de los servicios de seguridad de Gaza y Cisjordania estudiarán la creación de un sistema de seguridad común;

· Los miembros de la Guardia Presidencial de la ANP (unos 3.000 efectivos) se harán cargo de la vigilancia de las fronteras de la Franja con Israel y Egipto;

· Durante la primera semana de diciembre, se celebrará en El Cairo una reunión conjunta destinada a evaluar la aplicación del acuerdo entre las dos partes;

· Una comisión de la ANP se encargará de solucionar, de aquí al 1 de febrero del año próximo, el problema de los 40.000 funcionarios públicos de Gaza. Unos 5.000 pasarán a desempeñar sus funciones tras el traspaso de poderes. El resto, percibirá sus sueldos durante el periodo interino; 
 
· Las facciones que firmaron el Acuerdo de 2011, que contempla la reconciliación y la celebración de elecciones generales en los territorios palestinos, se reunirán en El Cairo el 14 de noviembre; y

· Las partes estudiarán las modalidades de un posible desarme o disolución de las Brigadas Izzadin Kassam, brazo armado de Hamas. Hoy por hoy, la organización islamista de Gaza rechaza esta alternativa.

El acuerdo, que prevé la creación de un Gobierno de Concentración Nacional, alude asimismo a la “unidad de los palestinos” con miras a acabar con la ocupación, la creación de un Estado soberano en la totalidad de los territorios ocupados por Israel en 1967, al retorno de los refugiados y al derecho de establecer la capital del futuro Estado en Jerusalén Este.

Conviene señalar, sin embargo, que un documento elaborado por la plana mayor de Hamas a comienzos de 2017 descarta el reconocimiento del Estado judío y/o cualquier opción política que haga caso omiso del objetivo final del movimiento islámico: la liberación de Palestina desde la orilla del río Jordán hasta el Mediterráneo, lo que implica la desaparición del Estado judío.

No hay que extrañarse, pues, que el Gobierno de Benjamín Netanyahu, haya rechazado tajantemente el diálogo con Hamas, esa “organización terrorista” que figura en las listas negras elaboradas por el Departamento de Estado y de Unión Europea.  La condición sine qua non de Tel Aviv es que el movimiento de corte religioso rompa definitivamente los lazos con el régimen de Teherán, su principal valedor en la zona.

Tampoco hay que extrañarse que la Administración Trump haya exigido a la ANP, en un tono autoritario, el desmantelamiento de las Brigadas Izzadin Kassam, así como el desarme total de la Franja de Gaza. Aparentemente, el actual inquilino de la Casa Blanca, que no tiene especial predilección por los musulmanes, adopta una postura mucho más intransigente que sus antecesores.