Unas
semanas antes de la firma de los acuerdos de Oslo, las representaciones
diplomáticas estadounidenses en Oriente Medio recibieron un cable del
Departamento de Estado que rezaba: a partir de ahora, conviene utilizar la
expresión proceso de paz al informar sobre el conflicto palestino-israelí.
Tres
décadas después del histórico apretón de mano de la Casa Blanca,
protagonizado por Isaac Rabin y Yasser Arafat, la paz no ha vuelto a la malhadada
Tierra Santa. Es cierto que, tras la firma de los Acuerdos Abraham, que
redundaron en la normalización de las relaciones entre el Estado judío, Bahréin
y los Emiratos Árabes Unidos, seguida por el establecimiento de vínculos
formales con Marruecos y Sudán, el mapa de la convulsa región de Oriente ha
experimentado importantes cambios. Quedan, sin embargo, varios desafíos. La
diplomacia estadounidense no ha logrado vencer las reticencias de Arabia Saudita,
el país clave para la deseada pacificación de la zona. La monarquía
wahabita ha mantenido su postura primitiva: sin la solución de la cuestión palestina,
es inconcebible un acuerdo de paz con Israel.
Pero hay indicios
de que la solución del conflicto, sí del conflicto, podría aproximarse. Al
sigiloso diálogo triangular Washington-Riad-Tel Aviv se ha sumado recientemente
una nueva vía de comunicación: los contactos directos entre la Corona saudí y
la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Y ello, tras el establecimiento de
relaciones diplomáticas formales entre el Reino y la embrionaria estructura gubernamental
palestina.
Una delegación integrada por altos
cargos de la ANP mantuvo recientemente conversaciones en Riad con sus homólogos
saudíes. Entre los temas abordados figuraban el sustancioso incremento de la
ayuda económica de Riad a la Autoridad Palestina, así como el apoyo diplomático
para la congelación de la política de anexión territorial llevada a cabo por el
Gobierno de Netanyahu.
Arabia Saudita no parece muy
propensa a entablar negociaciones sobre el estatuto de Jerusalén, el tercer
santuario del Islam. En principio, la custodia de los Santos Lugares musulmanes
de la Ciudad Santa recae en la monarquía jordana. Aunque…
A comienzos
de la primera Intifada, durante un rocambolesco encuentro de emisarios del
establishment militar israelí con la cúpula “invisible” de la resistencia
palestina, celebrado en Jerusalén Este, un antiguo jefe de los servicios de
inteligencia del Estado judío, visiblemente molesto por el aluvión de preguntas
irreverentes formuladas por los interlocutores árabes, lanzó una
advertencia:
¡Cuidado! No os paséis. De lo contrario, os vamos a
devolver a Hussein. (el rey de Jordania)
¿Y por qué no al rey Fahd? repuso uno de los líderes del levantamiento
palestino.
Siguió un
momento de silencio; alguien reveló – voluntaria o involuntariamente – el
secreto. En efecto, en aquél entonces, Tel Aviv barajaba la alternativa de ofrecer
la custodia del Haram al Sharif, el Monte del Templo y la mezquita de Al
Aqsa, a la dinastía saudí. Pero el proyecto no se materializó.
Hoy en día,
parece que la paz entre Israel y Arabia Saudita tiene más valedores que
detractores. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quiere acabar su actual mandato con un
apoteósico acuerdo de paz. Sería la culminación de su paso por la Casa
Blanca.
Benjamín Netanyahu, obligado de hacer
malabarismos para mantenerse en el poder, aceptará cualquier acuerdo que podría
facilitarle el acceso a los dulces saudíes. Para el Primer Ministro
israelí, perseguido por la justicia de su país, los dulces saudíes presuponen,
en realidad, un auténtico balón de oxígeno.
Netanyahu
reclama, como contrapartida, la firma de un acuerdo de
seguridad con los Estados Unidos centrado en
disuadir a Irán como parte de la normalización de las relaciones entre Israel y
Riad, así como la supervisión por personal
estadounidense de un futuro proyecto nuclear saudí.
Para el heredero de la Corona de los Saúd, Mohamed Bin Salman, la
jugada parece aún más compleja. Al ansiado acceso a la tecnología israelí,
conseguida hasta ahora a través de acuerdos triangulares negociados en Nueva
York o en algunas capitales europeas, la paz con Israel supondría la puesta en
marcha de un ambicioso programa nuclear, amén de un sustancioso incremento de
las ventas de armamento norteamericano de última generación, reservado a los incondicionales
de Washington.
Para la
Autoridad Nacional Palestina, que acusó a los primeros firmantes del Acuerdo
Abraham de asestar una puñalada en la espalda de los habitantes de Cisjordania
y Gaza, el acuerdo con los saudíes presupone un importante flujo de capital,
indispensable para aliviar la pobreza y calmar las tensiones que reinan en los
territorios palestinos. La ANP es consciente de que las concesiones
territoriales en Cisjordania son difícilmente concebibles con el actual
Gobierno de Netanyahu, integrado por los partidos de extrema derecha Sionismo
Religioso y Poder Judío, que no tienen intención alguna de aceptar las exigencias de la ANP y de sus
aliados de Riad. Para los socios de Gobierno de Netanyahu, la Autoridad
Palestina sigue siendo el acérrimo enemigo que hay que derrotar.
Todo es negociable y asumible; sin prisas, aseguran los asesores políticos de la Casa Blanca. Pero el tiempo apremia; Rusia y China vuelven a colocar sus pones en el tablero meso oriental.
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