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jueves, 14 de septiembre de 2023

La seguridad nuclear, clave de un acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudita


Unas semanas antes de la firma de los acuerdos de Oslo, las representaciones diplomáticas estadounidenses en Oriente Medio recibieron un cable del Departamento de Estado que rezaba: a partir de ahora, conviene utilizar la expresión proceso de paz al informar sobre el conflicto palestino-israelí.

Tres décadas después del histórico apretón de mano de la Casa Blanca, protagonizado por Isaac Rabin y Yasser Arafat, la paz no ha vuelto a la malhadada Tierra Santa. Es cierto que, tras la firma de los Acuerdos Abraham, que redundaron en la normalización de las relaciones entre el Estado judío, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos, seguida por el establecimiento de vínculos formales con Marruecos y Sudán, el mapa de la convulsa región de Oriente ha experimentado importantes cambios. Quedan, sin embargo, varios desafíos. La diplomacia estadounidense no ha logrado vencer las reticencias de Arabia Saudita, el país clave para la deseada pacificación de la zona. La monarquía wahabita ha mantenido su postura primitiva: sin la solución de la cuestión palestina, es inconcebible un acuerdo de paz con Israel.

Pero hay indicios de que la solución del conflicto, sí del conflicto, podría aproximarse. Al sigiloso diálogo triangular Washington-Riad-Tel Aviv se ha sumado recientemente una nueva vía de comunicación: los contactos directos entre la Corona saudí y la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Y ello, tras el establecimiento de relaciones diplomáticas formales entre el Reino y la embrionaria estructura gubernamental palestina.

Una delegación integrada por altos cargos de la ANP mantuvo recientemente conversaciones en Riad con sus homólogos saudíes. Entre los temas abordados figuraban el sustancioso incremento de la ayuda económica de Riad a la Autoridad Palestina, así como el apoyo diplomático para la congelación de la política de anexión territorial llevada a cabo por el Gobierno de Netanyahu.

Arabia Saudita no parece muy propensa a entablar negociaciones sobre el estatuto de Jerusalén, el tercer santuario del Islam. En principio, la custodia de los Santos Lugares musulmanes de la Ciudad Santa recae en la monarquía jordana. Aunque…

A comienzos de la primera Intifada, durante un rocambolesco encuentro de emisarios del establishment militar israelí con la cúpula “invisible” de la resistencia palestina, celebrado en Jerusalén Este, un antiguo jefe de los servicios de inteligencia del Estado judío, visiblemente molesto por el aluvión de preguntas irreverentes formuladas por los interlocutores árabes, lanzó una advertencia:

¡Cuidado! No os paséis. De lo contrario, os vamos a devolver a Hussein. (el rey de Jordania)

¿Y por qué no al rey Fahd? repuso uno de los líderes del levantamiento palestino.

Siguió un momento de silencio; alguien reveló – voluntaria o involuntariamente – el secreto. En efecto, en aquél entonces, Tel Aviv barajaba la alternativa de ofrecer la custodia del Haram al Sharif, el Monte del Templo y la mezquita de Al Aqsa, a la dinastía saudí. Pero el proyecto no se materializó.

Hoy en día, parece que la paz entre Israel y Arabia Saudita tiene más valedores que detractores. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quiere acabar su actual mandato con un apoteósico acuerdo de paz. Sería la culminación de su paso por la Casa Blanca.  

Benjamín Netanyahu, obligado de hacer malabarismos para mantenerse en el poder, aceptará cualquier acuerdo que podría facilitarle el acceso a los dulces saudíes. Para el Primer Ministro israelí, perseguido por la justicia de su país, los dulces saudíes presuponen, en realidad, un auténtico balón de oxígeno.

Netanyahu reclama, como contrapartida, la firma de un acuerdo de seguridad con los Estados Unidos centrado en disuadir a Irán como parte de la normalización de las relaciones entre Israel y Riad, así como la supervisión por personal estadounidense de un futuro proyecto nuclear saudí.

Para el heredero de la Corona de los Saúd, Mohamed Bin Salman, la jugada parece aún más compleja. Al ansiado acceso a la tecnología israelí, conseguida hasta ahora a través de acuerdos triangulares negociados en Nueva York o en algunas capitales europeas, la paz con Israel supondría la puesta en marcha de un ambicioso programa nuclear, amén de un sustancioso incremento de las ventas de armamento norteamericano de última generación, reservado a los incondicionales de Washington.

Para la Autoridad Nacional Palestina, que acusó a los primeros firmantes del Acuerdo Abraham de asestar una puñalada en la espalda de los habitantes de Cisjordania y Gaza, el acuerdo con los saudíes presupone un importante flujo de capital, indispensable para aliviar la pobreza y calmar las tensiones que reinan en los territorios palestinos. La ANP es consciente de que las concesiones territoriales en Cisjordania son difícilmente concebibles con el actual Gobierno de Netanyahu, integrado por los partidos de extrema derecha Sionismo Religioso y Poder Judío, que no tienen intención alguna de aceptar las exigencias de la ANP y de sus aliados de Riad. Para los socios de Gobierno de Netanyahu, la Autoridad Palestina sigue siendo el acérrimo enemigo que hay que derrotar.

Todo es negociable y asumible; sin prisas, aseguran los asesores políticos de la Casa Blanca.  Pero el tiempo apremia; Rusia y China vuelven a colocar sus pones en el tablero meso oriental. 

viernes, 1 de abril de 2022

Biden y su Nuevo Orden Mundial, humillados por los príncipes del oro negro

 

Hay noticias que dan la vuelta al mundo y otras que, por inconfesables motivos, no logran circular. Curiosamente, se trata de informaciones complementarias, estrechamente ligadas a una cuestión clave. Sin embargo…

Va a haber un Nuevo Orden Mundial y tenemos que liderarlo. Y debemos unir al resto del mundo libre para hacerlo. El presidente Joe Biden pronunció estas palabras el 21 de marzo, primer día de primavera, ante un auditorio que congregaba a la flor y nata del mundo empresarial estadounidense. ¿Nuevo Orden Mundial? ¿Tenemos que hacerlo? ¿Liderarlo? ¿Otra conjura masónica o de los Illuminati?

En un país como los Estados Unidos, donde las sociedades supuestamente secretas proliferan, las tesis conspiracioncitas se difunden a velocidades supersónicas. El Imperator Biden lanza su cruzada globalista, insinúan los círculos ultraconservadores norteamericanos. Los europeos – algunos europeos – les siguen. Están acostumbrados a los zigzagueos de los inquilinos de la Casa Blanca. Pero no, no se trata de una mera ficción. El proyecto existe, pero tardará en florecer. Habrá que sortear muchos obstáculos, convencer a un sinfín de indecisos, o… fracasar.

Lo cierto es que la frase viral del presidente causó cierto malestar en las capitales europeas. Los políticos del Viejo Continente, más dados a valorar las medias tintas, miran con recelo los ataques de caudillismo de sus socios transatlánticos. Nada de frases tajantes ni de decisiones precipitadas. A veces, se les acusa de tibieza. Sin embargo, prefieren evitar las situaciones irreversibles. Con razón: Europa es un continente pequeño. El bombardeo de Belgrado, Dubrovnik o… Kiev producen secuelas incurables.

Si la noticia sobre el Nuevo Orden Mundial pregonado por Joe Biden se vivió casi en directo, poco trascendió sobre los discretos, cuando no, conflictivos preliminares, que desembocaron en la humillación del inquilino de la Casa Blanca y de su socio británico, Boris Johnson, empeñados en obtener el apoyo de los principales productores de petróleo en su cruzada contra la economía rusa. La verdad es que resulta sumamente molesto reconocer que tanto la Casa Real de Arabia Saudita como la dinastía de los Emiratos Árabes se negaron a contestar las llamadas telefónicas de Biden y las gestiones hechas in situ por el primer ministro británico. ¿El motivo? La Casa Blanca se había comprometido a suplir las exportaciones de gas y petróleo ruso destinadas a Occidente con productos norteamericanos o procedentes de países amigos de Washington. Pero a la hora de la verdad, los saudíes y los emiratíes prefirieron respetar sus compromisos con los demás miembros de la OPEP – Rusia incluida – que habían acordado no incrementar la producción de crudo hasta la primavera próxima. Biden trató de tocar a las puertas de sus archienemigos – Irán y Venezuela – pero tropezó con la negativa de éstos. Los príncipes del oro negro tienen un peculiar código de conducta.

¿Qué hacer con los excedentes de producción de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes? Aparentemente, compradores no faltan. China, que a la hora de la verdad tampoco quiere someterse a los ukases antirrusos de la Casa Blanca, se ofreció a adquirir petróleo saudí. El gigante asiático se ha convertido en el principal cliente de los wahabitas. Los chinos llevan seis años intentando persuadir a Arabia Saudí para que venda su petróleo en yuanes. Según el Wall Street Journal, la medida amenazaría seriamente el dominio global de los estadounidenses en el mercado petrolero y afectaría la supremacía del dólar.

Pero hay más: el acercamiento de los chinos al reino del desierto no se limita a la compra de petróleo. Los saudíes contaron con Pekín para la producción de sus misiles balísticos, el desarrollo del programa nuclear y las cuantiosas inversiones en los proyectos modernistas del príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante de facto del reino.

Es cierto: los Estados Unidos se han comprometido a ofrecer apoyo estratégico a Arabia Saudita, pero la monarquía está descontenta con la falta de ayuda norteamericana en la guerra del Yemen, el interés de Washington en resucitar el acuerdo nuclear con Teherán o la caótica y mal explicada retirada de Estados Unidos de Afganistán. Y aunque nadie se pregunta abiertamente en Riad ¿qué hacer con amigos así? el interrogante queda en el aire.

A la humillación de Binen se suma la ira de Boris Johnson quien, tras haber intentado convencer a los saudíes y los emiratíes que no dejan de ser los socios internacionales clave de Occidente, se vio obligado a reconocer que en el recóndito universo de los hidrocarburos el fantasma de Rusia es omnipresente.

Sí, el orden mundial está cambiando. Es un hecho, no una frase viral.

domingo, 23 de junio de 2019

El plan de paz Kushner - ¿un contrato de compraventa?


Y la luz se hizo. Apenas cuatro días antes del inicio de la conferencia económica de Bahréin impulsada por la Administración estadounidense, la Casa Blanca ha decidido desvelar algunos detalles del plan de paz para Oriente Medio elaborado por el yernísimo del Presidente, Jared Kushner, que el propio Trump no dudó en tildar en su momento de Acuerdo del siglo.

Kushner compareció ante las cámaras de televisión para bosquejar las líneas maestras de su proyecto, que consiste en la creación de un fondo dotado con 50.000 millones de dólares destinados al desarrollo, durante un período de 10 años, de infraestructuras económicas y empresariales en la región del conflicto. Más de la mitad de los fondos – unos 28.000 millones – se destinará a Cisjordania y la Franja de Gaza, 9.000 millones irán a parar a Egipto, 7.500 serán para Jordania y 6.000 para la economía de Líbano.

Donald Trump espera que otros países, principalmente los estados ricos del Golfo y los inversores privados, se hagan cargo de gran parte de los costes del proyecto.

El plan de acción contempla la realización de 179 proyectos industriales y comerciales, recordándonos extrañamente la interminable lista de objetivos prioritarios establecida por la Conferencia de Paz de París. Pero la reunión celebrada hace años en la capital francesa no emanaba de una iniciativa norteamericana…

Con la mentalidad de promotor inmobiliario heredada de su padre, Charles Kushner, el yernísimo cree que el mero hecho de repartir millones a los gobernantes de la región mezo oriental logrará sentar las bases de una paz duradera. ¿Simple contrato de compraventa? La descabellada idea cuenta con el aval de uno de los incondicionales aliados de Trump, el príncipe saudita Mohammed Bin Salmán. Para el heredero de la Corona saudí, el dinero lo soluciona todo.

No es esta la opinión de la mayoría de los políticos y académicos de la zona. En efecto, para la Autoridad Nacional Palestina, el plan Kushner equivale a una nueva Declaración Balfour. De colosal pérdida de tiempo, tachan los iraquíes la iniciativa de la Casa Blanca; es una idea de promotores inmobiliarios, no de políticos, estima en analista egipcio Gamal Fahmi, un proyecto económico, sin fundamento político, escribe la prensa libanesa, un crimen histórico, añaden los medios afines al movimiento radical islámico Hezbollah. Un plan que sólo beneficia a los enemigos de los Estados Unidos en la región, comenta la prensa árabe de Londres, aludiendo concretamente a… Irán.

Detalle significativo: el Acuerdo del siglo no contempla la creación de un Estado palestino. La cuestión de la soberanía brilla por su ausencia. Hay quien estima que el equipo de Kushner desplegó inestimables esfuerzos para domesticar a los palestinos, inmaduros para fundar un Estado propio. El embajador norteamericano en Israel, David Friedman, asegura que su país no apoyará el establecimiento de un nuevo Estado. Lo último que necesita la región es un Estado Palestino fallido entre Israel y el río Jordán, asevera el diplomático.

En las últimas horas se supo que una delegación empresarial israelí participará en la cumbre de Bahréin. También estarán presentes algunos empresarios palestinos y… políticos exiliados, acérrimos detractores del Gobierno de la ANP.

Entre los participantes figuran también emisarios del antiguo jefe de los servicios de seguridad de la Franja de Gaza, Mahmúd Dahlan, controvertido personaje al que se le tildaba, con o sin razón, de hombre de la CIA en la Administración palestina. Más claro…

jueves, 22 de noviembre de 2018

Con amigos así...


Recuerdo que hace unos años, al salir de la presentación de un libro sobre guerra y paz en Oriente Medio, una joven periodista se me interpuso, con el micrófono en la mano. Perdona, no he comprendido muy bien; ¿Quiénes son los buenos y quiénes son los malos? Su aterradora candidez me conmovió. Resultó difícil explicarle que la política internacional no es un simple juego de policías y ladrones, que no nos incumbe a nosotros, meros testigos, emitir juicios de valor sobre la argumentación – objetiva o subjetiva - de los contrincantes. Pero, ¿cómo persuadir a una joven licenciada en Ciencias de la Información que tiene que soslayar los razonamientos simplistas? Tal vez tratando de recurrir a unos ejemplos…

El 3 de noviembre de 2002, el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), agrupación de corte religioso, se alzó con la victoria en las elecciones generales de Turquía. La noticia sorprendió a muchos politólogos; el statu quo impuesto por el establishment  kemalista descartaba la posibilidad de formar Gobiernos de tinte islámico. Sin embargo, el AKP obtuvo la mayoría y, por consiguiente, el AKP tenía que gobernar. Difícilmente podía oponerse a la voluntad popular el poderosísimo Ejército turco, artífice de varios golpes de Estado en las décadas de los 60 y 80; difícilmente podía censurar la decisión del electorado la Unión Europea, que había exigido en reiteradas ocasiones la liberalización de la vida pública del país otomano. Durante más de una década, los sucesivos Gobiernos de Ankara habían tratado de adecuar la normativa jurídica del país a las exigencias de Bruselas. Los negociadores daban la labor por casi terminada. Sin embargo… 

Apenas 24 horas después de la publicación de los resultados de la consulta, el entonces Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, instó a los europeos a acelerar el ingreso de Turquía en la UE, haciendo hincapié en la condición de islamista moderado del líder del AKP,  Recep Tayyip Erdogan. Ni que decir tiene que la intromisión de Bush causó cierto malestar en Bruselas. De hecho, las dos locomotoras de la economía comunitaria, Francia y Alemania, no veían con buenos ojos la integración de Turquía en el llamado club cristiano de la Vieja Europa. La República Federal de Alemania, por razones meramente sociales – la presencia de una nutrida colonia de trabajadores turcos en su territorio; Francia, por razones económicas – el ya de por sí enorme déficit de su balanza comercial con el país otomano.

Tanto Berlín como París trataron de justificar la precipitación de la Casa Blanca a la agenda de Bush: preparativos para la campaña bélica contra Irak y la celebración de la victoria del partido Republicano en las elecciones norteamericanas. Pero alemanes y franceses ocultaron a la opinión pública europea otro detalle, realmente inquietante: el programa electoral del AKP, que contemplaba tanto la remusulmanización de Turquía como la islamización de la diáspora, es decir, de los millones de trabajadores turcos residentes en Europa. Con el paso del tiempo, el partido de Erdogan logró alcanzar estas metas.

El distanciamiento progresivo de Turquía de su aliado estadounidense llegó a materializarse en 2016, tras el fallido golpe de Estado, cuyos instigadores y artífices fueron, según el hombre fuerte de Ankara, los servicios secretos occidentales. Erdogan nunca acusó a la Central de Inteligencia de los EE.UU. – la CIA – pero apuntó con el dedo hacia la otra orilla del Atlántico. El golpe de gracia fue, sin embargo, su inesperado giro en dirección de Moscú, su amistad con Vladímir Putin, la compra de sistemas de defensa rusos S 400 por valor de 2.500 millones de dólares, el acuerdo de cooperación nuclear con el Kremlin. En resumidas cuentas: Turquía miembro fundador de la OTAN, parecía haberse… cambiado de bando. Olvidaban los occidentales la vieja táctica de los sultanes  otomanos: complacer a todos sin ceder ante nadie… Subsiste el interrogante: ¿a quién prefiere complacer Erdogan? 

Otro ejemplo que refleja la complejidad de la naturaleza humana lo encarna el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohámed bin Salmán, el liberal, el modernizador, el tecnócrata. Las inconmensurables loas que cantan sus vasallos, ayudantes y relaciones públicas algo tienen que ver con el cúmulo de títulos de Su Alteza Real. Mohámed bin Salmán ostenta los cargos de Viceprimer ministro, Ministro de Estado, Secretario General de la Casa Real y… Ministro de Defensa. Demasiado poder para un solo hombre, se rumorea en Riad. Demasiado poder, teniendo en cuenta que el rey, Salmnán bin Abdulaziz, padece Alzheimer y delega en su hijo gran parte de las tareas que incumben al monarca.

Entre 2015, fecha en la que Salmán ascendió al trono y 2017, el príncipe heredero se dedicó a idear los planes de defensa del reino. Pero no se trataba sólo de organizar movimientos de tropas o idear una ofensiva contra los rebeldes hutíes del Yemen, sino también de asumir una serie de responsabilidades (y riesgos) en los mortíferos enfrentamientos de Siria, la desestabilización del Líbano, las alianzas con los emiratos del Golfo Pérsico, la  creación de una Coalición Militar contra el Terrorismo Islámico. A ello se le podría sumar la decisión de aislar, política y económicamente, el emirato de Qatar, país vecino que se había decantado por una alianza con los chiitas iraníes, archienemigos del sunita reino wahabita. Demasiado poder para un solo hombre…

En el otoño de 2017, Mohámed volvió a sorprender a sus compatriotas al lanzar una campaña anticorrupción dirigida contra… once príncipes de la Casa Real, descendientes en línea directa del fundador de la dinastía, varios ministros y exministros, hombres de negocios y miembros del estamento militar. Se les acusaba de lavado de dinero, extorsión, soborno, tráfico de influencia. Una gigantesca malversación que, según Mohámed bin Salmán, ascendía a 86.000 millones de euros. A los presos, recluidos en el lujoso Ritz Carlton de Riad, se les exigió la devolución de las cantidades defraudadas. Aparentemente, la operación resultó ser un éxito rotundo.

El príncipe heredero volvió a sorprender a la arcaica sociedad saudí unos meses más tarde, al anunciar la reapertura de las salas de cine, cerradas durante más de tres décadas. El rey, es decir, su heredero, hizo público un decreto por el que se autorizaba a las saudíes asistir a competiciones deportivas y… ¡conducir automóviles! Una auténtica revolución, en un país donde las mujeres necesitaban el permiso de sus padres, maridos o hermanos para realizar cualquier gestión administrativa.

Con el paso del tiempo, los asesores de imagen de Mohámed filtraron otra noticia espectacular: el heredero de la Corona contaba con un insólito aliado en la región – el Estado de Israel. Más aún, se insinuó que Mohámed bin Salmán había efectuado un viaje relámpago a Jerusalén, donde fue recibido con todos los honores por los anfitriones hebreos. 
   
¿Provocación? ¿Arrogancia? En absoluto: se trata, al parecer, de una alianza coyuntural, puesto que los israelíes verían con buenos ojos un enfrentamiento entre las dos corrientes del Islam – los sunitas saudíes y los chiitas iraníes - que desembocaría en el debilitamiento del país de los ayatolas, así como la neutralización, sea esta total o parcial, de la influencia del movimiento chiíta Hezbollah en el Líbano. En resumidas cuentas, el eje Riad – Tel Aviv serviría para poner en práctica la máxima: los enemigos de mis enemigos son mis amigos.

Hasta aquí, la cara amable del heredero saudí. La otra, la cara oscura, la oculta, afloró hace unas semanas, a raíz del escándalo provocado por la desaparición y el asesinato en Estambul del periodista saudí Jamal Khashoggi, un expatriado que no había infravalorado los peligros de un reencuentro con los esbirros de la estirpe de los Saúd. En efecto, meses antes del rocambolesco secuestro e innoble asesinato Khashoggi recibió una llamada de Saúd al-Qattani, el asesor de imagen y mano derecha del príncipe heredero, quien le exhortó a regresar a Riad. Durante la conversación, las promesas se convirtieron en amenazas. Al término de la conversación, alguien en Riad pronunció la fatídica frase: Qué me traigan la cabeza de este perro. ¿Fue al-Qattani? ¿El propio bin Salmán? La CIA norteamericana tardó unas semanas en identificar al cerebro del asesinato político. Su conclusión: la orden procedía del… príncipe heredero. ¿Qué hacer?

El revuelo causado en los países occidentales por el asesinato de Khashoggi empezó a difuminarse cuando los líderes de nuestras democracias occidentales llegaron a la conclusión de que la aplicación de sanciones contra la dinastía wahabita podría suponer la pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo en la Europa comunitaria. En efecto, la supervivencia de muchas industrias punteras del Viejo Continente depende de los multimillonarios contratos firmados con Arabia Saudita.

Por otra parte, el también multimillonario Donald Trump, fiel amigo de sus amigos saudíes, israelíes y…, no parece propenso a castigar a los wahabitas. Es cierto, la muerte de un periodista extranjero, colaborador del Washington Post, puede irritar a la prensa (allá ellos, jaleos de plumíferos) pero no debe entorpecer las buenas relaciones entre la Casa Blanca y la dinastía de los Saúd.

Erdogan aportó su granito de arena al facilitarle toda la información sobre el asesinato. Un buen amigo, después de todo. Coquetea con Putin; sus razones tendrá, pero… un buen amigo.

Claro que con amigos  así…