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viernes, 1 de abril de 2022

Biden y su Nuevo Orden Mundial, humillados por los príncipes del oro negro

 

Hay noticias que dan la vuelta al mundo y otras que, por inconfesables motivos, no logran circular. Curiosamente, se trata de informaciones complementarias, estrechamente ligadas a una cuestión clave. Sin embargo…

Va a haber un Nuevo Orden Mundial y tenemos que liderarlo. Y debemos unir al resto del mundo libre para hacerlo. El presidente Joe Biden pronunció estas palabras el 21 de marzo, primer día de primavera, ante un auditorio que congregaba a la flor y nata del mundo empresarial estadounidense. ¿Nuevo Orden Mundial? ¿Tenemos que hacerlo? ¿Liderarlo? ¿Otra conjura masónica o de los Illuminati?

En un país como los Estados Unidos, donde las sociedades supuestamente secretas proliferan, las tesis conspiracioncitas se difunden a velocidades supersónicas. El Imperator Biden lanza su cruzada globalista, insinúan los círculos ultraconservadores norteamericanos. Los europeos – algunos europeos – les siguen. Están acostumbrados a los zigzagueos de los inquilinos de la Casa Blanca. Pero no, no se trata de una mera ficción. El proyecto existe, pero tardará en florecer. Habrá que sortear muchos obstáculos, convencer a un sinfín de indecisos, o… fracasar.

Lo cierto es que la frase viral del presidente causó cierto malestar en las capitales europeas. Los políticos del Viejo Continente, más dados a valorar las medias tintas, miran con recelo los ataques de caudillismo de sus socios transatlánticos. Nada de frases tajantes ni de decisiones precipitadas. A veces, se les acusa de tibieza. Sin embargo, prefieren evitar las situaciones irreversibles. Con razón: Europa es un continente pequeño. El bombardeo de Belgrado, Dubrovnik o… Kiev producen secuelas incurables.

Si la noticia sobre el Nuevo Orden Mundial pregonado por Joe Biden se vivió casi en directo, poco trascendió sobre los discretos, cuando no, conflictivos preliminares, que desembocaron en la humillación del inquilino de la Casa Blanca y de su socio británico, Boris Johnson, empeñados en obtener el apoyo de los principales productores de petróleo en su cruzada contra la economía rusa. La verdad es que resulta sumamente molesto reconocer que tanto la Casa Real de Arabia Saudita como la dinastía de los Emiratos Árabes se negaron a contestar las llamadas telefónicas de Biden y las gestiones hechas in situ por el primer ministro británico. ¿El motivo? La Casa Blanca se había comprometido a suplir las exportaciones de gas y petróleo ruso destinadas a Occidente con productos norteamericanos o procedentes de países amigos de Washington. Pero a la hora de la verdad, los saudíes y los emiratíes prefirieron respetar sus compromisos con los demás miembros de la OPEP – Rusia incluida – que habían acordado no incrementar la producción de crudo hasta la primavera próxima. Biden trató de tocar a las puertas de sus archienemigos – Irán y Venezuela – pero tropezó con la negativa de éstos. Los príncipes del oro negro tienen un peculiar código de conducta.

¿Qué hacer con los excedentes de producción de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes? Aparentemente, compradores no faltan. China, que a la hora de la verdad tampoco quiere someterse a los ukases antirrusos de la Casa Blanca, se ofreció a adquirir petróleo saudí. El gigante asiático se ha convertido en el principal cliente de los wahabitas. Los chinos llevan seis años intentando persuadir a Arabia Saudí para que venda su petróleo en yuanes. Según el Wall Street Journal, la medida amenazaría seriamente el dominio global de los estadounidenses en el mercado petrolero y afectaría la supremacía del dólar.

Pero hay más: el acercamiento de los chinos al reino del desierto no se limita a la compra de petróleo. Los saudíes contaron con Pekín para la producción de sus misiles balísticos, el desarrollo del programa nuclear y las cuantiosas inversiones en los proyectos modernistas del príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante de facto del reino.

Es cierto: los Estados Unidos se han comprometido a ofrecer apoyo estratégico a Arabia Saudita, pero la monarquía está descontenta con la falta de ayuda norteamericana en la guerra del Yemen, el interés de Washington en resucitar el acuerdo nuclear con Teherán o la caótica y mal explicada retirada de Estados Unidos de Afganistán. Y aunque nadie se pregunta abiertamente en Riad ¿qué hacer con amigos así? el interrogante queda en el aire.

A la humillación de Binen se suma la ira de Boris Johnson quien, tras haber intentado convencer a los saudíes y los emiratíes que no dejan de ser los socios internacionales clave de Occidente, se vio obligado a reconocer que en el recóndito universo de los hidrocarburos el fantasma de Rusia es omnipresente.

Sí, el orden mundial está cambiando. Es un hecho, no una frase viral.

sábado, 24 de octubre de 2020

Israel: de la diplomacia oculta al Acuerdo Abraham


 A comienzos de esta semana, los medios de comunicación israelíes facilitaron sorprendentes detalles sobre la diplomacia oculta del Estado judío. La información, procedente con toda probabilidad del Ministerio de Asuntos Exteriores, revelaba la existencia de representaciones diplomáticas encubiertas en dos países del Golfo Pérsico: Qatar y Bahréin. En ambos casos, las supuestas oficinas comerciales estaban dirigidas por funcionarios de alta categoría de la Cancillería israelí. Tras la reciente firma de los acuerdos de paz de con reino de Bahréin, las autoridades de Tel Aviv podían permitirse el lujo de levantar el velo del ocultamiento.

¡Once años de relaciones secretas con Bahréin! ¡Quién lo diría! Probablemente, aquellos que desconocen los rudimentos de la diplomacia secreta, práctica llevada a cabo por los países en conflicto, propensos a mantener contactos discretos o confidenciales con sus enemigos. De hecho, tanto el Kremlin como la Casa Blanca optaron por recurrir a este procedimiento durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Y después?

Teherán, noviembre de 1978. ¿Israel? Va usted a la embajada de Israel, ¿verdad?, pregunta el taxista. ¿Embajada de Israel? Efectivamente, la dirección que le había facilitado correspondía a la calle en la que se encontraba la inexistente embajada del inexistente Estado judío. Un secreto a voces para la SAVAK, la policía política del Sha, y sus innumerables confidentes, véase los taxistas.

La representación no oficial de Tel Aviv llevaba años funcionando en la capital iraní. Se encargaba supuestamente de asuntos agrícolas – sistemas de regadíos – y tecnológicos – ventas de armas al Ejército de Su Majestad Imperial. Sin embargo, el personal encargado de las relaciones externas pertenecía al cuerpo diplomático. Pocos periodistas extranjeros tuvieron ocasión de contactar con la discreta representación del Estado judío. Pero en aquellas fechas, durante los disturbios que precedieron a la caída del Sha, las visitas a la no embajada israelí se multiplicaron. Los informadores buscaban un enfoque diferente…

Tras la triunfal llegada al país del ayatolá Jomeini, los israelíes abandonaron precipitadamente Teherán. Unas semanas más tarde, el líder supremo de la revolución islámica entregaba el chalé-bunker de los asesores israelíes a… la OLP. La verdadera historia de aquellas enmarañadas relaciones aún no se ha escrito. Tiempo al tiempo…

Las revelaciones sobre los contactos diplomáticos recientes con el mundo árabe podrían deparar múltiples sorpresas. No, el modus operandi de las relaciones ocultas no ha cambiado: Israel sigue utilizando empresas tapadera, que emplean funcionarios públicos con doble nacionalidad. En el caso concreto de la oficina de Bahréin, pomposamente llamada Centro para el desarrollo internacional, el personal contratado se desplazaba por las capitales árabes con pasaportes sudafricanos, belgas, británicos o norteamericanos.  Oficialmente, ejercían la profesión de… consultores de empresas. Los contratos de asesoramiento en materia de tecnología médica, energías renovables, seguridad alimentaria o IT eran auténticos; se encargaban de su ejecución compañías israelíes.

Detalle interesante: la futura embajada del Estado judío en Manama ocupará los locales del Centro.

El patrocinador del plan embajadas, más conocido bajo el nombre de Acuerdo Abraham, es el actual inquilino de la Casa Blanca: Donald Trump, que logró neutralizar los planes de anexión de Cisjordania ideados por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ofreciéndole a cambio tratados de paz con sus archienemigos árabes. La extravagante manera de Trump de llevar la política exterior de Washington ha dado sus frutos: después de los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, Sudán ha mordido el anzuelo de Washington, anunciando a su vez su intención de poner fin al estado de beligerancia con Israel. A cambio de ello, el país que dio cobijo a Osama bin Laden entre 1991 y 1996 será eliminado esta semana de la lista negra de Estados patrocinadores del terrorismo elaborada por los Estados Unidos. ¿El precio? Además del reconocimiento de Israel, las autoridades de Jartum se comprometen a pagar la cantidad de 335 millones de dólares a las victimas estadounidenses del terrorismo islámico. Los sudaneses aceptaron el trato.

En la lista de candidatos a la normalización de relaciones con Tel Aviv figuran también Arabia Saudita, Marruecos, Omán y Qatar. Todos y cada uno de los gobernantes han puesto precio a su reconocimiento de la hasta ahora llamada entidad sionista (durante décadas, la palabra Israel ha sido vetada en el vocabulario oficial del mundo árabe).

Los saudíes, que apoyaron la valentía de los Emiratos Árabes Unidos y de autorizan la utilización de su espacio aéreo por aviones israelíes. Públicamente, la dinastía wahabita da prioridad a la reanudación de las consultas israelo-palestinas. Extraoficialmente, esperan la reelección de Trump para formular sus exigencias respecto del proceso de normalización.

Por su parte, el rey de Marruecos intentará vincular la normalización de las relaciones con Tel Aviv al reconocimiento estadounidense de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental.

El sultanato de Omán, que ha mantenido relaciones discretas con Israel desde la década de los 90, reanudará sus contactos si el inquilino de la Casa Blanca se lo exige. Pero aparentemente, el recién entronizado sultán prefiere no precipitarse.

Por último, Qatar, que tiene una estrecha relación de amor odio con Israel, debido en parte a su cooperación estratégica y financiera con el movimiento islámico Hamas de la Franja de Gaza, sería el último obstáculo que la Casa Blanca tendría que sortear. Es una apuesta difícil, puesto que Qatar sigue siendo uno de los baluartes de Irán en la zona. Su enemistad abierta con los regímenes de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin dificulta la negociación.

De todos modos, el problema clave se halla en el lado palestino. La Autoridad Nacional sigue condenando cualquier iniciativa árabe de normalización de los contactos con Israel. Extraoficialmente, el Gobierno de Ramallah confía en que la Administración Biden modifique el rumbo de la política exterior americana, dando un nuevo enfoque a la actuación de Washington en la región.

¿Y Europa? Subsiste el interrogante: ¿serán capaces los europeos de asumir el reto del Acuerdo Abraham? ¿Será necesario preservar las viejas y socorridas herramientas de la eficaz diplomacia oculta? El porvenir nos lo dirá.

viernes, 21 de agosto de 2020

Cortinas de humo


La noticia pasó casi inadvertida. Los comentarios, la abundante cobertura televisiva, la airada condena internacional brillaron esta vez por su ausencia.  La aviación israelí atacó la Franja de Gaza el mismo día en que Donad Trump anunciaba el acuerdo sobe la “normalización de relaciones” entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos ¿Pura casualidad?
El operativo contra los llamados objetivos estratégicos está supervisado por el Ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, el general en la reserva que dirigió, en 2014, la Operación Margen Protector, destinada a erradicar la estructura militar de Hamas en la Franja de Gaza. Benny Gantz alternará el cargo de Primer Ministro de Israel con Benjamín Netanyahu en noviembre de 2012. ¿Otra casualidad?
Lo cierto es que mientras el actual Primer Ministro hebreo se comprometía a aplazar la anexión de una tercera parte del territorio de Cisjordania en aras del “acuerdo histórico” con los Emiratos Árabes, el ejército seguía asestando golpes a la resistencia gazatí. Hamas – afirman los estrategas de Tel Aviv – depende de la ayuda financiera de otro país del Golfo Pérsico, Qatar, enemigo de la monarquía saudita y rival de… los Emiratos Árabes.  Por si fuera poco, Qatar mantiene inmejorables relaciones con la República Islámica de Irán, adversaria del “Gran Satán” (Estados Unidos) y del “Pequeño Satán” (Israel). ¿Afectará la presencia de una misión diplomática israelí en los Emiratos la estabilidad de las instituciones qataríes? Hoy por hoy, la hipótesis parece poco plausible. Sin embargo…
La decisión de los Emiratos Árabes causó un gran revuelo en el mundo musulmán. La catedrática palestina Hanan Ashrawi, miembro de la Ejecutiva de la OLP, acusó a los emiratíes de haber traicionado la causa palestina por “unas migajas”. Sustanciosas y suculentas “migajas” provenientes de la Casa Blanca… Por su parte, el Ministerio turco de Asuntos Exteriores califico de “extremadamente preocupante la iniciativa de los Emiratos Árabes, que desautoriza en Plan de Paz elaborado por la Liga Árabe en 2002, que cuenta con el apoyo de la Organización de Cooperación Islámica, engendro controlado desde hace tiempo por los sucesivos Gobiernos de Ankara. En efecto, para Turquía, país musulmán cada vez más volcado hacia el islamismo, la decisión de los emiratíes tiende a ignorar la voluntad del pueblo palestino.
¿Abandonar a los palestinos? En efecto, muchos países árabes productores de petróleo, empezando por Arabia Saudita, coquetean con la idea de “cerrar el grifo” a los palestinos. La ayuda económica, la tan cacareada solidaridad les ha costado cara y, además, les ha hecho perder puntos en el desigual diálogo con Washington. Y más aún, durante el mandato de Donald Trump, el multimillonario que prefiere respetar sus compromisos con la comunidad evangélica (proisraelí) y con los círculos sionistas norteamericanos.
Para Jared Kushner, yerno de Trump encargado de esbozar el “Acuerdo del Siglo” – léase los acuerdos de paz entre Israel y sus vecinos árabes – los palestinos, que rechazaron el tratado con los Emiratos Árabes, padecen de analfabetismo político. Cierto es que Kushner, cuya familia tiene importantes intereses económicos y financieros en Israel, no se dignó en consultar con los palestinos su proyecto de acuerdo. Su lema: la paz entre israelíes y árabes favorecerá a los palestinos.
La misma tesis fue desarrollada por el Ministro de Estado para Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Anwar Gargash, quien aseguró que el establecimiento de relaciones diplomáticas con Tel Aviv beneficiará también a la comunidad palestina. ¿Y la brecha en la unidad árabe a la hora de defender los intereses de sus hermanos palestinos? La causa palestina. Se trata, en realidad, de un concepto anticuado, que se desmorona ante los nuevos y tentadores proyectos ideados y servidos en bandeja de plata por los magos de Wall Street. ¿Convertir el Cercano Oriente en una zona de prosperidad? ¿Tener libre acceso a la tecnología puntera de Israel? ¡Por qué no! Si otros países de la región, como por ejemplo Bahréin y Omán, decidiesen arrimar el hombro, la experiencia podría resultar mucho más atractiva. El reino wahabita no se atreve a dar el paso; consideran que el andamio sigue siendo demasiado… frágil.
En realidad, Arabia Saudita no tiene interés alguno de involucrarse en el proceso. Riad sigue dirigiendo el guion pactado con Washington desde un segundo plano, velando por sus propios intereses. Porque hay más, mucho más…  La enemistad entre la Corona saudí y el régimen teocrático de Teherán, entre el Islam sunita y su rama chiita emerge como el telón de fondo de la versátil situación del Golfo Pérsico. Después de los ataques perpetrados hace unos meses contra las instalaciones petrolíferas saudíes, Riad no oculta su intención de castigar a los iraníes. Pero hay otro país en la zona interesado en hostigar a los ayatolás: Israel. En efecto, desde hace más de veinte años, los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv advierten sobre la amenaza nuclear iraní. ¿Soluciones? Bombardear a Irán. No, no se trata de una propuesta descabellada. En las últimas décadas, la aviación israelí arrasó las instalaciones nucleares iraquíes y sirias. Los operativos se llevaron a cabo con sumo sigilo. En el caso de Irán, los israelíes tropiezan, sin embargo, con el veto de la Casa Blanca y de otros poderes interesados en mantener la cooperación tecnológica con Teherán. Tal vez por ello, al anunciarse la noticia del acuerdo entre Tel Aviv y Doha, algunas cabezas pensantes coincidieron en que se trataba de un primer paso hacia la creación de una alianza estratégica regional destinada a hacer frente al peligro nuclear iraní. Sin embargo, Israel, Arabia Saudita, Norteamérica y los países del Golfo se apresuraron en desmentir los supuestos rumores.  
Pero no se trataba de simples rumores. Quien rompió definitivamente el silencio fue el teniente coronel Raphael Ofek, asesor militar del Primer Ministro israelí, quien elaboró un documento de trabajo titulado El programa nuclear iraní como catalizador del acuerdo de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos. Más claro…
Washington y Jerusalén han cooperado durante mucho tiempo en el esfuerzo por frustrar las ambiciones nucleares y los planes imperialistas de Irán, señala el documento, haciendo hincapié en el hecho de que los estados del Golfo no disimulan su inquietud ante los avances del régimen islamista de Teherán. Pero no fue sólo la amenaza nuclear iraní que condicionó la firma del acuerdo de paz con Israel. Los Emiratos Árabes Unidos, al igual que otras monarquías del Golfo, consideran a Israel como una potencia regional militar y tecnológica, cuya ayuda y apoyo debe buscarse.
Para la Administración Trump y, ante todo, cara a las próximas elecciones presidenciales del mes de noviembre, resulta sumamente importante tratar de posicionar al aliado israelí como factor estratégico en Oriente Medio.
Es obvio que, si Donald Trump consigue un segundo mandato presidencial, el régimen de los ayatolás será uno de sus primeros clientes. Hoy por hoy, su lema es: si quieres la guerra, firma la paz.
Mientras, los proyectiles siguen cayendo sobre Gaza. La anexión de Cisjordania… No, Netanyahu no renuncia a ella. La llamada paz de los pragmáticos es una simple cortina de humo. 

miércoles, 29 de enero de 2020

Palestina: ¿un parque temático?


Hace unas horas, mientras el inquilino de la Casa Blanca revelaba los detalles del cacareado “acuerdo del siglo”, me acordé de la profética advertencia del  ex Primer Ministro israelí, Yitzhak Shamir, quien vaticinaba, en octubre de 1988, que “no habrá jamás un Estado palestino”. Shamir asistió, muy a su pesar, a las primeras negociaciones de paz con la plana mayor de la primera Intifada, incluida, eso sí, a la singular delegación jordano-palestina que acudió, en diciembre de 1991, a la Conferencia de Paz de Madrid. En aquél entonces, la clase política de Tel Aviv parecía muy reacia a pronunciar la palabra palestino. De hecho, la ausencia de representantes de la Autoridad Nacional en la presentación del “Acuerdo del siglo” nos recordó aquellos tiempos, en los que los palestinos – descendientes de los filisteos - no dejaban de ser una molesta entelequia.

¿En qué consiste en Acuerdo del siglo?  En la anexión de 15 asentamientos judíos de Cisjordania, la creación de un inconexo territorio (Estado) palestino neutral, sin ejército ni confines definidos, cuya presencia no ha de suponer un peligro para la seguridad de Israel, la construcción de una línea de ferrocarril que una Cisjordania con la Franja de Gaza, de un Gobierno provisional cuyas actividades han de ser sometidas al escrutinio constante de Washington y Tel Aviv. Si los pobladores del este parque temático acatan las normas establecidas por los guardianes, recibirán fondos procedentes de los Estados árabes aliados de Washington - Arabia Saudita, Egipto, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos.  Si el comportamiento de los rehenes es ejemplar, a cabo de cuatro años las autoridades israelíes y norteamericanas podrían contemplar la celebración de una consulta popular sobre el porvenir del territorio. Pero ello no implica, forzosamente, la creación de un Estado palestino.

La cada vez más hipotética entidad nacional podría establecer su capital en… Jerusalén, es decir, en las barriadas extrarradio del municipio considerado capital eterna e indivisible del Estado de Israel. El “regalo” de Washington consistiría en la apertura de una segunda Embajada estadounidense en las afueras de la Ciudad Tres Veces Santa.

Trump pidió a los dos candidatos a las próximas elecciones israelíes – Benjamín Netanyahu y Benni Ganz  -  la aplicación del Acuerdo en un plazo de seis semanas, es decir, antes de la publicación de los resultados de la consulta. Una buena baza para el ganador de la contienda y… para el propio Trump, aspirante a un segundo mandato a la presidencia de los Estados Unidos.
    
La primera reacción de los partidos de izquierdas hebreos fue muy concisa: …eso no puede llamarse paz; es puro apartheid.

¿Qué opinan los palestinos? ¿Acuerdo del siglo? Pero si se trata de la argumentación de Bibi Netanyahu, afirma el negociador jefe de la OLP, Saeb Erakat. Una argumentación que el emisario personal y… yerno de Trump, Jared Kushner, hizo suya a la hora de redactar una propuesta aceptable tanto para la clase política de Tel Aviv como para los evangelistas norteamericanos, valedores de Donald Trump y preservadores de los santos lugares bíblicos de Tierra Santa. Obviamente, el parecer de los palestinos no cuenta.

Para el Presidente de la Autoridad Nacional, Majmúd Abbas, el Acuerdo del siglo es una conspiración abocada al fracaso. Al término de su airada intervención ante las cámaras de la televisión nacional palestina, Abbas utilizó un lenguaje menos diplomático al afirmar: Trump es un perro y un hijo de perra… Más claro…

jueves, 20 de junio de 2019

Los Altos de Trump y el Acuerdo del Siglo


El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presidió el pasado fin de semana la ceremonia inaugural de una nueva localidad judía ubicada en la meseta del Golán: Ramat Trump (los Altos de Trump). Se trataba de una inauguración meramente simbólica; el emblemático proyecto no cuenta con el visto bueno del Gabinete interino, desprovisto de capacidad decisoria, ni con el aval de la Knesset (Parlamento). También brillan por su ausencia los imprescindibles planos urbanísticos y la financiación. Sin embargo, a la inauguración virtual de Los Altos asistió el embajador estadounidense en Israel, David Friedman, valedor de Netanyahu y ferviente defensor de su política expansionista. No hay que extrañarse: basta recordar que el actual representante diplomático de la Casa Blanca en Jerusalén provocó la ira de la comunidad palestina al pronunciarse públicamente a favor de la anexión de gran parte, si no de la totalidad del territorio de Cisjordania al Estado Judío. Sus declaraciones, reproducidas por el rotativo New York Times, sorprendieron a los profesionales de la diplomacia. Pero Friedman es un embajador político que, junto con el yerno de Trump, Jared  Kushner, y Jason Greenblatt, vicepresidente de la organización Trump, participó a la elaboración del famoso Acuerdo del Siglo, el plan de paz estadounidense que será desvelado a partir de la semana próxima en varias reuniones internacionales que tendrán por escenario  las capitales árabes.

Detalle interesante: en el primer encuentro, pomposamente bautizado Paz para la Prosperidad, no participarán representantes palestinos ni altos cargos del Gobierno israelí. La Casa Blanca confirmó la asistencia en la cumbre que se celebrará en Bahréin la semana próxima de Arabia Saudita, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos,  Egipto, Jordania y Marruecos. Según la Administración Trump, dicha reunión facilitará el diálogo sobre una visión ambiciosa y viable para un futuro próspero para el pueblo palestino y la región. ¿Frases huecas? ¿Cortina de humo?

El objetivo principal de este encuentro es la creación de una alianza árabe de corte pro occidental susceptible de promover la iniciativa estadounidense. Aunque el Gobierno israelí no haya sido invitado oficialmente a la primera cumbre, un exfuncionario de alto rango del Ministerio de Defensa hebreo, que ejerció de enlace entre Tel Aviv y la Autoridad Nacional Palestina participará en los debates. Se trata, aparentemente, de una presencia discreta, que revela las preferencias del equipo Kushner, integrado por judíos ortodoxos norteamericanos formados en escuelas rabínicas neoyorquinas o… israelíes.

La segunda fase del flamante plan estadounidense consistiría en anular pura y simplemente el legado de las negociaciones llevadas a cabo en las últimas décadas por israelíes y palestinos, tratando de privar a la ANP de las prerrogativas derivadas de los Acuerdos de Oslo, el Memorándum de Wye Plantation o las cumbres económicas celebradas en París. En resumidas cuentas, dejar entender a los dirigentes de la Autoridad Nacional que la derrota diplomática es un hecho consumado, que la opción de los dos Estados – palestino e israelí – es inviable, que los poderes fácticos del Planeta sólo aceptarían el sometimiento del enemigo palestino a la autoridad del aliado israelí. De hecho, durante el mandato de Donald Trump, los Estados Unidos suspendieron la ayuda económica a la Agencia de las Naciones Unidas para Refugiados Palestinos (UNRWA), aceleraron el traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, haciendo caso omiso de los acuerdos internacionales, cerraron la representación de la ANP en Washington, reconocieron la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán - territorio sirio ocupado tras la guerra de 1967 - ningunearon sistemáticamente a los interlocutores palestinos. Para el equipo de Trump, el Acuerdo del siglo sería una simple imposición a la parte palestina, cuyo porvenir dependerá, siempre según Washington, de la aquiescencia de los potentados del Golfo: el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, y del Presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Bin Zayed. Por si fuera poco, el equipo de Jared Kushner no vería con malos ojos la posible soberanía saudí sobre la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo del Islam,  opción barajada hace ya algún tiempo por los Gobiernos conservadores de Tel Aviv. Malos augurios, pues, para los pobladores de Cisjordania y la Franja de Gaza, empeñados en forjar su propia identidad nacional.

La tercera y última fase de la presentación del Acuerdo del Siglo coincidirá, muy probablemente, con la celebración de las elecciones generales israelíes, previstas para mediados del mes de septiembre. Washington cuenta con la victoria de Netanyahu o de su partido, con los inevitables regateos postelectorales que deberían eclipsar el debate sobre el porvenir de las relaciones israelo palestinas.

Obviamente, el ofrecimiento de la Administración Trump resultará muy apetecible para los halcones judíos. Un auténtico disparate, clamarán los palestinos, la izquierda israelí, los politólogos árabes o los analistas occidentales, poco propensos a confiar en la sinceridad y la ecuanimidad de la diplomacia donaldiana.

En algún lugar de Tierra Santa, en la meseta del Golán, quedará un recuerdo de esta triste farsa; una hermosa placa de polivinilo con la inscripción Ramat Trump - los Altos de Trump. Un asentamiento ideado por Benjamín Netanyahu, un político cuyo dudoso porvenir depende de la judicatura del Estado de Israel.

jueves, 15 de junio de 2017

Qatar: ¿primera víctima árabe de la era Trump?


¿Qué sucede cuando el segundo productor de “oro negro” del mundo – Arabia Saudita – arremete contra un molesto vecino - Qatar - segundo exportador de gas natural del planeta? Curiosamente, las rencillas se trasladan a la órbita de las relaciones internacionales, de la Política con mayúscula, y la recriminación tiene nombre: terrorismo. Es lo que pasó esta semana, cuando la Casa Real saudí decidió anatemizar al emir de Qatar, acusándole de apoyar a los movimientos terroristas árabes: Al Qaeda, Estado Islámico, Hamas, los Hermanos Musulmanes egipcios o los rebeldes huthíes de Yemen. Riad anunció la ruptura de relaciones con Doha; Egipto, los Emiratos Árabes, Bahréin, Yemen y las Islas Maldivas no tardaron en seguir su ejemplo.

Extraño comportamiento éste por parte del reino wahabita, instigador y artífice de la creación de Al Qaeda, socio de los servicios de inteligencia occidentales a la hora de engendrar nuevos monstruos: las agrupaciones “rebeldes” que han convertido a Siria en el laboratorio de una cruenta y mal llamada guerra civil. “Qatar fomenta el terrorismo”, afirman rotundamente los saudíes, recordando que Doha acoge a los cabecillas de agrupaciones políticas y militares extremistas, que figuran en las listas negras de Washington o de Bruselas.

De todos modos, las autoridades qataríes aprovecharon el fin de semana para tratar de poner los puntos sobre las “íes”. Mutlak a-Qahtani, consejero especial del Ministerio de Asuntos Exteriores de Doha encargado de la lucha contra el terrorismo, afirmó que los talibanes afganos que se hallan en el emirato fueron acogidos en 2013 “a petición expresa de los Estados Unidos”. Se trataba de crear una oficina de enlace destinada a facilitar la mediación entre los combatientes islámicos, el Gobierno de Kabul y la Administración estadounidense. La oficina cerró tras el fracaso de las negociaciones. Sin embargo, su personal sigue confinado en Doha.

¿Terrorismo? La preocupación de los saudíes por la “amenaza” terrorista parece un tanto insólita. Los politólogos prefieren barajar otras hipótesis: un enfrentamiento entre los productores de petróleo y los de gas natural, un conflicto entre los guardianes (saudíes) del Islam sunita y los descarrilados adeptos (qataríes) de la corriente chiita (iraní). La postura independiente de Qatar en la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) o su falta de disciplina a la hora de aplicar las decisiones del Consejo de  Cooperación del Golfo (CCG), organismo regional controlado por Riad, serían otros argumentos empleados por los analistas occidentales. 

Conviene señalar que el aislamiento de Qatar beneficia a dos actores clave de la zona: Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Los saudíes no ven con buenos ojos el acercamiento del emirato a Teherán. De hecho, Qatar, Kuwait y Omán han estrechado sus lazos con la República Islámica, principal contrincante de los saudíes en el mundo islámico. El reino wahabita no puede permitirse un enfrentamiento directo con el país de los ayatolás. Sin embargo, puede trasladar el combate a otros escenarios: Yemen, Siria, Irak, Líbano o Palestina. En la mayoría de los casos, la presencia de los qataríes, su ambigüedad a la hora de sellar pactos con uno u otro bando, con varios a la vez, irrita sobremanera a los estrategas de Riad. Pero lo que en realidad exaspera a la monarquía wahabita es la cooperación, tanto económica como estratégica de Doha con el régimen iraní. Recordemos que los dos países controlan y explotan el mayor yacimiento de gas natural del mundo, South Pars. Por si fuera poco, Irán ha firmado un acuerdo de defensa con Qatar, que garantiza la integridad territorial del emirato frente a un (hasta ahora) hipotético ataque saudí. Hay quien estima que la drástica decisión de Riad podría acelerar la aproximación de los qataríes al “gran Satán” chiita. Un peligro real, que podría generar nuevos desequilibrios regionales.

En el caso de los Emiratos Árabes Unidos, el conflicto debe interpretarse en clave… estratégica. Qatar alberga la mayor base militar estadounidense de Oriente Medio, ubicada en Al Udeid, cerca de la frontera con Arabia Saudita, y también el Cuartel General de la 5ª Flota de los EE.UU. Hace tiempo que los Emiratos pugnan por las instalaciones militares norteamericanas. Detalle interesante: los asesores políticos de Donald Trump parecen muy propensos en apoyar el proyecto. Cabe preguntarse, pues, si la reciente visita del Presidente estadounidense en la región no habrá servido de detonante de la actual crisis.

Recordemos que las relaciones entre Doha y Washington atravesaron momentos difíciles tras los atentados de 11 S y la guerra de Afganistán. En efecto, durante el verano de 2002, cuando el entonces presidente George W. Bush le pidió al emir de Qatar que modere la retórica de la cadena de televisión Al Jazeera (controlada por la familia real), éste le recordó amablemente la primera  enmienda de la Constitución de los Estados Unidos: la libertad de información. Al Jazeera, ¿caja de resonancia de la propaganda de Al Qaeda? ¿Portavoz del depuesto presidente egipcio Mohamed Morsi? ¿Vehículo de los mensajes de las “primaveras árabes”?  La cadena cuenta con muchos seguidores y detractores en las capitales árabes, aunque también… en Washington. 

Israel, país que mantiene desde hace décadas relaciones económicas y “semidiplomáticas” con Qatar, interpreta el aislamiento del emirato en clave positiva. Para Tel Aviv, la bravuconada de los saudíes pone de manifiesto la reactivación de la presencia político-diplomática estadounidense en Oriente Medio e implica un posible y deseado acercamiento del Estado judío a Arabia Saudita, Egipto y las monarquías del Golfo.  Por otra parte, la campaña antiqatarí permite que la virulenta retórica antisionista de los Gobiernos árabes quede relegada a un segundo, véase tercer plano.

Desde el punto de vista meramente económico, el boicot de Qatar podría suponer pérdidas de miles de millones de dólares en transacciones comerciales e inversiones en la zona, así como el encarecimiento de los créditos bancarios. Los analistas británicos estiman que los inversores no sabrán distinguir entre los riesgos que implican las transacciones con Qatar y/o los demás países del Golfo.

El boicot marítimo: sabido es que los Emiratos han prohibido el atraque en el puerto de Fuyaira a los barcos con destino a Doha, lo que podría repercutir en los costes de los envíos de gas licuado (GLP). Sin embargo, merced a sus nuevas facilidades portuarias, Qatar mantendrá el nivel de sus exportaciones de gas destinado a los países europeos y asiáticos.

Cabe recordar que en el pasado mes de abril, el excedente comercial del emirato ascendió a 2.700 millones de dólares, lo que permite contemplar un incremento de la compra de productos alimentarios. Qatar importa el 90 por ciento de los alimentos que consume. En 2015, el monto de sus importaciones ascendió a 1.050 millones de dólares. 

Aun así, el pánico se está apoderando de las Bolsas internacionales. Bienvenidos al inestable mundo de… Donald Trump.