El primer ministro israelí,
Benjamín Netanyahu, presidió el pasado fin de semana la ceremonia inaugural de
una nueva localidad judía ubicada en la meseta del Golán: Ramat Trump (los Altos de
Trump). Se trataba de una inauguración meramente simbólica; el emblemático proyecto
no cuenta con el visto bueno del Gabinete interino, desprovisto de capacidad
decisoria, ni con el aval de la Knesset (Parlamento). También brillan por su
ausencia los imprescindibles planos urbanísticos y la financiación. Sin
embargo, a la inauguración virtual de Los Altos asistió el embajador
estadounidense en Israel, David Friedman, valedor de Netanyahu y ferviente
defensor de su política expansionista. No hay que extrañarse: basta recordar
que el actual representante diplomático de la Casa Blanca en Jerusalén provocó
la ira de la comunidad palestina al pronunciarse públicamente a favor de la
anexión de gran parte, si no de la
totalidad del territorio de Cisjordania al Estado Judío. Sus declaraciones,
reproducidas por el rotativo New York
Times, sorprendieron a los profesionales de la diplomacia. Pero Friedman es
un embajador político que, junto con el yerno de Trump, Jared Kushner, y Jason Greenblatt, vicepresidente
de la organización Trump, participó a la elaboración del famoso Acuerdo del Siglo, el plan de paz
estadounidense que será desvelado a partir de la semana próxima en varias
reuniones internacionales que tendrán por escenario las capitales árabes.
Detalle interesante: en el primer
encuentro, pomposamente bautizado Paz
para la Prosperidad, no participarán representantes palestinos ni altos
cargos del Gobierno israelí. La Casa Blanca confirmó la asistencia en la cumbre
que se celebrará en Bahréin la semana próxima de Arabia Saudita, Qatar, los
Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Jordania
y Marruecos. Según la Administración Trump, dicha reunión facilitará el diálogo sobre una visión ambiciosa y viable para un
futuro próspero para el pueblo palestino y la región. ¿Frases huecas?
¿Cortina de humo?
El objetivo principal de este encuentro
es la creación de una alianza árabe de corte pro occidental susceptible de promover
la iniciativa estadounidense. Aunque el Gobierno israelí no haya sido invitado
oficialmente a la primera cumbre, un exfuncionario de alto rango del Ministerio
de Defensa hebreo, que ejerció de enlace entre Tel Aviv y la Autoridad Nacional
Palestina participará en los debates. Se trata, aparentemente, de una presencia
discreta, que revela las preferencias
del equipo Kushner, integrado por judíos ortodoxos norteamericanos formados en
escuelas rabínicas neoyorquinas o… israelíes.
La segunda fase del flamante plan
estadounidense consistiría en anular pura y simplemente el legado de las
negociaciones llevadas a cabo en las últimas décadas por israelíes y
palestinos, tratando de privar a la ANP de las prerrogativas derivadas de los
Acuerdos de Oslo, el Memorándum de Wye Plantation o las cumbres económicas celebradas
en París. En resumidas cuentas, dejar entender a los dirigentes de la Autoridad
Nacional que la derrota diplomática es un hecho consumado, que la opción de los
dos Estados – palestino e israelí – es inviable, que los poderes fácticos del
Planeta sólo aceptarían el sometimiento del enemigo
palestino a la autoridad del aliado
israelí. De hecho, durante el mandato de Donald Trump, los Estados Unidos
suspendieron la ayuda económica a la Agencia de las Naciones Unidas para
Refugiados Palestinos (UNRWA), aceleraron el traslado de la embajada
norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, haciendo caso omiso de los acuerdos
internacionales, cerraron la representación de la ANP en Washington,
reconocieron la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán - territorio
sirio ocupado tras la guerra de 1967 - ningunearon sistemáticamente a los
interlocutores palestinos. Para el equipo de Trump, el Acuerdo del siglo sería
una simple imposición a la parte palestina, cuyo porvenir dependerá, siempre
según Washington, de la aquiescencia de los potentados del Golfo: el príncipe
heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, y del Presidente de los
Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Bin Zayed. Por si fuera poco, el equipo de
Jared Kushner no vería con malos ojos la posible soberanía saudí sobre la
Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo del Islam, opción barajada hace ya algún tiempo por los
Gobiernos conservadores de Tel Aviv. Malos augurios, pues, para los pobladores
de Cisjordania y la Franja de Gaza, empeñados en forjar su propia identidad
nacional.
La tercera y última fase de la
presentación del Acuerdo del Siglo
coincidirá, muy probablemente, con la celebración de las elecciones generales
israelíes, previstas para mediados del mes de septiembre. Washington cuenta con
la victoria de Netanyahu o de su partido, con los inevitables regateos postelectorales
que deberían eclipsar el debate sobre el porvenir de las relaciones israelo palestinas.
Obviamente, el ofrecimiento de la
Administración Trump resultará muy apetecible para los halcones judíos. Un auténtico
disparate, clamarán los palestinos, la izquierda israelí, los politólogos
árabes o los analistas occidentales, poco propensos a confiar en la sinceridad
y la ecuanimidad de la diplomacia donaldiana.
En algún lugar de Tierra Santa, en la meseta del
Golán, quedará un recuerdo de esta triste farsa; una hermosa placa de
polivinilo con la inscripción Ramat Trump
- los Altos de Trump. Un asentamiento ideado por Benjamín Netanyahu, un
político cuyo dudoso porvenir depende de la judicatura del Estado de Israel.
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